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Tres poemas astronómicos de amor y admiración.

Juan Manuel Arriaga Benítez
hector_aquiles_apolo@hotmail.com
(MÉXICO)

Tienes, oh lector, en tus manos tres incandescentes textos sometidos a las duras leyes del arte y restringidos a ritmos prepotentes; cada una de estas piezas líricas es producto de aquella grandilocuencia que incentivó a mi mente a reconocer en la belleza de mi mujer amada las multiformes aspiraciones que me dan prueba, día con día, de que su rostro, su figura y su espíritu han sido las creadoras de este universo, sus leyes y sus encantadores siluetas que vemos al transcurrir la larga película que se proyecta en el firmamento cada noche. Si algo valen estas palabras, si de algo sirve intentar reproducir tan alta magnificencia y obligarla a que emita su voz en rimas y métricos acentos, entonces me complacerá haberme atrevido a aventurarme en los sutiles secretos que guarda la hermosura de esa mujer, mi amada Chloë, cuyo encanto sólo el universo entero puede explicar.

1. Chloë es el universo y yo su astrónomo

Existe el universo porque existes,
oh Chloë, y tu mirada da sentido
al cosmos que celosamente insiste
en ser de mil misterios fértil nido.

Concepto tus palabras me conceden
para así definir su contenido:
Eres tú aquel factor que al orden cede
su eterna condición y al movimiento
de esferas siderales antecede;
soy yo quien tus secretos miro y siento,
tu astrónomo que observa tus ropajes
de encanto sideral, tu amante atento.

Cuando el silencio oscuro del lenguaje,
que se habla en la nocturna curvatura,
me ofrece contemplar tu bello encaje
y el cósmico danzar de tu hermosura,
mis lentes refractores la distancia
me acercan y así nuevas cerraduras
develo, noche a noche, en tu elegancia
dispersas y de amor resplandecientes.

Un quásar nuevo hoy veo, mi ganancia
fue ayer captar la luz de un sol naciente
o el brillo de algún astro moribundo;
mañana quizá accedan por la lente
las formas de un furtivo astro que al mundo
de humana raza imite, o de un cometa
de extensa cabellera, tremebundo,
o el fuego oculto en honda y vacua grieta
que entre más traga más tiene apetito.

Mas todo evento, sé, y toda faceta
por ley que el firmamento te ha suscrito,
en ti su causa encuentra y su modelo,
pues tú eres el amor de arte infinito
que el giro y los balances de los cielos
mantienes; por quien arden las esferas
en su órbita tardía, cuyo celo
retiene alguna elipse en sus fronteras.

Condensa tu mirar tierno y perfecto
tal nube de corpúsculos, cual fuera
la humana historia el tiempo del trayecto,
y el noble carmesí de tu sonrisa
obliga a que los múltiples dialectos
con que cada elemento se armoniza
mantengan su cohesión. Tu aúreo cabello
infunde en mis pupilas la premisa
del bucle natural, cuyos destellos
gobierna una aritmética secuencia.

No obstante, amada Chloë, el mayor sello,
de tu régimen cósmico evidencia,
lo ofrecen tu latido y pensamiento,
tu hermoso corazón e inteligencia,
pues rigen cada unión y rompimiento
que en balance perpetuo el atavío
mantienen del enorme firmamento:
¡Concede vida y muerte tu albedrío!

2. Las 7 maravillas del cosmos

La eterna dulcedumbre de sus labios
que guardan su filial beso escarlata
y su noble dulzura que enamora.

Sus ojos, donde eterno alojamiento
su hermosura esmeralda me concede,
pues es de mis insomnios fiel reposo.

El aúreo torrente de belleza
que inunda en suave encanto la blancura
de sus tersas mejillas y su cuello.

La innata candidez de sus mejillas
de rosado rubor tan rebosantes
cual cielo matutino o noble ocaso.

Su piel de encanto ebúrneo, cuya gracia
forjó con tierno amor la hábil Natura:
¡Sin par fragancia ofrece a mis sentires!

La exacta perfección de su figura,
pues orden matemático su rostro
y  acorde proporción su cuerpo exhibe.

Su histriónico talento, que en las luces
y ritmos del teatro sobresale
y en gesto de dramático arte brilla.

3. Chloë resuelve los misterios de las ciencias.

Son tus ojos paradigma de nobleza,
pues en ellos perpetúan sus circuitos
las galaxias y las leyes que testigos
son del bello devenir que las gobierna.

Tu sonrisa determina la frecuencia
con que el hombre sus fronteras al vacío
de la noche sideral ha definido,
pues afán puro tus labios alimentan.

Tu cabello reproduce las eternas
paradojas de los cuánticos racimos
y, por ende, acariciarlo en roce fino
al misterio de su enlace dan solvencia.

Ameritas inmortal naturaleza,
tú, la dama más hermosa, a cuyo abrigo
he encontrado el más incólume cariño
y un portento inspirador de inteligencia.

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