El rayar del día
Mateo Febres Guzmán
Apolo ya cansado de su cítara
I
Va caminando por la Ciudad de México
Apolo ya cansado de su cítara.
Rememora haber danzado con las musas,
pero ha pasado demasiado tiempo.
De su gloria exhala el óxido
que invade ahora
su pequeño corazón de dios.
Apolo ya no se reconoce algunas veces.
Deambula entre los autos de la tarde
como un vagabundo ensordecido y en desgracia.
Le apesta el aliento
y se diluye cada día más hacia el olvido de los hombres.
II
Sus uñas son tan largas que se doblan y se caen.
Apolo busca su alimento en la basura,
se instala enteros días en las estaciones más pútridas del metro,
donde tiempos mejores cruzan su memoria como un péndulo envenenado.
Cae con el frío la noche sobre México.
Apolo, desgreñado y con pereza, recita entre susurros los poemas más antiguos y más bellos,
guardándose en su pálpito doliente una plegaria que se enreda en el esmog de la ciudad.
III
Recuerda de su infancia haber jugado con su hermana.
Llega en sueños una enorme montaña de pájaros muertos,
y en la cima está Artemisa con su arco.
Siempre quiere ir a buscarla y no lo logra nunca.
Antes de que el sueño se termine, ruge afuera la ciudad que se despierta.
Amanece raquítico un Apolo preso de la fiebre,
y la tristeza incorruptible se expande como un fantasma sobre el mundo.
Los ebrios tentáculos de la soledad abrazan a la ciudad inhóspita y ajena.
El amor, como los versos, es un pez flotando en un río de escombros.
IV
Su carne hecha de sarna y suciedad es poesía.
Los pellejos que le cuelgan de la boca son poesía.
Las caries asquerosas de sus muelas son poesía.
Sus sueños destrozados y su anhelo son poesía.
De su cordura el colapso inminente es poesía.
Ya no existen dioses, solo él.
El Olimpo, ayer la maravilla,
es hoy pétrea cuna de larvas moribundas.
V
Conserva de sí solo su cítara roñosa
y los cantos mutilados de su voz.
Vaticina profecías imposibles,
mientras la ciudad, cruenta, lo aniquila.
Demasiado ruido y demasiado caos.
VI
Poeta antaño de la más virtuosa fantasía,
se adentra entre las vísceras de México buscando una razón.
Desde un árbol una ardilla lo mira y le sonríe;
apiadado de sí mismo, rompe en llanto el dios.
VII
Ha acabado todo para Apolo.
Un crepúsculo sangrante se cierne en su mirada.
En la nocturna oscuridad, silente y próxima, perece el dios resplandeciente.
Llévame a la ciudad donde nací
Llévame a la ciudad donde nací,
es la hora del encuentro.
De tu mano vengo atravesando
el vértigo, la euforia,
y el pétalo destrozado del tiempo.
Estoy preparado.
Llévame a la ciudad,
llévame a mi madre,
llévame hacia el viento.
Quiero ver tus ojos
volverse a mí
mientras contemplo,
cara a cara con el otoño,
el cielo azul
y las estrellas.
Ahí llévame.
Morena rubia de alba brisa
Morena rubia de alba brisa,
qué lejos estamos de la casa.
A mí me están matando algunas cosas.
Estoy un poco envenenado
de pudor y de persianas.
No sé cuánto dure,
no sé cuánto duele.
Ahí es justo donde usted se acerca,
como bordeando un río con sus pies descalzos,
pariendo en todos lados con la luz de su sonrisa
miles de crepúsculos encandilados.
A mí me están matando algunas cosas.
He dicho demasiadas veces hasta luego
a gente que no volví a ver nunca.
Usted está extrañando ir a Caracas.
Usted está extrañando ese otro tiempo
en que las ruinas desangradas del ahora
edificaban los rascacielos de la infancia.
Usted me habla de sus sueños.
Sus sueños hablan por usted
como sus miedos.
El atardecer, viejo roedor, me ha abierto el pecho.
Opto yo por verla sonreír antes incluso que besarla.
A mí me están matando algunas cosas.
Usted envía dulces telegramas con sus guiños.
A granel me llueve el cielo
como una tormenta escurridiza
para la cual no hay techo ni paraguas.
La casa, rubia linda, está
tan
lejos.
La serpiente del invierno
Con las yemas de mis dedos
busco el pálpito en tu pecho,
que nace como un pájaro
floreciendo de un pequeño atardecer,
que se extiende, diminuto, por el cielo
y que acaricia todo lo que toca.
Estoy dispuesto a hacer algunas cosas,
si tuviera, en este día, una certeza
de tus ojos encontrándose conmigo,
de tus ojos pincelando mi mirada.
Pero pasa que se enreda, circular,
la serpiente del invierno
en tus latidos de crepúsculo,
y yo, enfermo de esta duda,
me recluyo hacia el exilio
en alguna ciudad distante
que no sepa pronunciar tu nombre.
Si tu amor fuera algo intercambiable,
si duraran nuestras noches todavía,
si no encontrara, sin saberlo,
en ti lo que he buscado siempre,
no muriera con la asfixia de tu ausencia,
ni me fuera por las calles
susurrando una plegaria
que me lleve junto a ti.
Norte
Con un dolor inmenso y unitario,
mi pecho ampliamente abierto
por una serpenteante cicatriz,
he dispuesto el orden de cuanto he soñado,
en una noche de sangre florecida,
en una noche de silencio y sin estrella,
de horror, de aburrimiento.
Solía creer que todo era abarcable.
Hubo un tiempo en que mis dedos
acariciaban la península del cielo.
No fue así. No fue nunca así.
El día se derritió en una tormenta,
y con el crepúsculo purpúreo-anaranjado
vino la noche por primera vez.
En ese instante descubrí el color de los espejos.
Estuve un rato recorriendo la ciudad,
una ciudad de ángeles,
con los monstruos que acarreaba muy adentro,
de la mano.
Desde entonces la lluvia acaricia cuando llega.
Igual la primavera y el invierno.
Fui recordando cada uno de los sueños
que crecí y me crecieron.
Fui deambulando entre la angustia,
trópico de ayeres y de auroras,
y la desesperación;
algunas veces fui feliz,
o al menos contemplé la felicidad.
Otras veces, cernido por el abandono,
me encontré quieto, perturbado,
anonadado, vuelto nada.
Detrás de cada sonrisa hubo una lágrima,
y detrás de cada lágrima sonrisa;
ese es el teatro.
Acabada la noche,
habiendo inventariado cada anhelo,
cada pálpito, cada palabra,
cada una de las máscaras,
cada inicio de algo y cada fin,
cada gota de semen buscando al hombre nuevo,
había descubierto que después de tanto ruido,
tanto quiebre, tanto olvido, tanta nada,
tanta cantaleta de horas y minutos,
tanta espina en los rosales,
tanta amarga pantomima,
la vida sigue siendo un infinito,
Siempre estuvo el Norte ahí,
esperándome,
paciente.
|