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Volumen 8, número 21  / Enero-Diciembre 2021  
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Preguntas.

Jorge Martín Bocanegra


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Después de haber estado en el Hotel de Adán, me preguntaste si había visto a Helena.
            Serían las siete de la tarde cuando te acercaste. Tocaste con tu muslo mi brazo, abandonaste tu mano en mi nuca y volviste a preguntar:
            -¿Estaba Helena en el hotel?
            Al preguntar, en el mismo instante, tus dedos comenzaron a untarse en mis cabellos, con lo que me hiciste penetrar en una atmósfera de completa calma.
            -Es posible que estuviera –dije, mientras recordaba las escaleras de granito, por las que subí y bajé varias veces en la madrugada.
            -¿No la buscaste?
            Después de escuchar esto, sentí la ausencia de tus dedos en mi nuca. Levanté la cara y te localicé detenida frente a la ventana, por donde alcancé a divisar la uña de Dios sobre la espesura del cielo negro.
            Desde allá, tu voz escapó para hacerme otra pregunta:
            -¿Cómo inician las noches en el Hotel de Adán?
            -De cualquier manera –respondí, con el claro propósito de evitar las precisiones a las que tu pregunta había apuntado.
            -¿Podrías ser más explícito? –insististe.
            -Lo que te puedo decir es que en el Hotel de Adán las noches inician bajo otro cielo al que ahora tus ojos contemplan. En él todo sucede de otra manera. No sé si es por Helena o porque yo así percibo la realidad de las cosas.
            -¿Es a Helena a quien más deseas?
            Apenas pronunciaste estas palabras, giraste el cuerpo y viniste adonde me encontraba. Mirando tus ojos, contesté en un murmullo:
            -No es fácil explicártelo. A veces pienso que Helena es más un fantasma que un cuerpo verdadero. Es esto lo que, en realidad, me obsesiona.
            -¿Qué hacen en el Hotel de Adán?
            -Todo allá ocurre de manera incierta. Aparentemente estamos juntos; pero no es verdad. Es más la sensación que se experimenta de estar juntos, pero lo cierto es que no hay nada que lo confirme.
            Me puse en pie y fui a colocarme ante la ventana. La uña de Dios ya no me pareció tan esplendorosa como antes. Ahora, menos que eso, daba la impresión de que se trataba de un manchón de tiza blanca hecho por una mano tímida. Aspiré con placer los aromas provenientes del jardín y me quedé absorto en la nada: el presente oscuro de la noche.
            Mientras tanto, pude percibir tus pasos dirigiéndose hacia la puerta, por donde saliste (o entraste) a otra dimensión. Pasaron los minutos y yo me cansé de estar en el presente, en la nada oscura de la noche. Me acosté pensando en la habitación del Hotel de Adán. Allí el tiempo no tenía importancia. El espacio no significaba más que lo que iban tocando nuestras manos o lo que iban ocupando nuestros cuerpos. Allí Helena aparecía y desaparecía como cualquier otra imagen, como cualquier otra emoción.
            Regresaste. Te metiste bajo las sábanas y colocaste una pierna encima de mis muslos.
            Como en otras madrugadas, mediante pequeños besos ibas procurando que despertara.
            Abrí los ojos con incredulidad.
            A diferencia de otras noches, quisiste que platicáramos en lugar de hacer el amor. Estabas obsesionada por el Hotel de Adán.
            -¿Existe en tu mente el propósito de abandonarme algún día? –me lo preguntaste minutos después.
            En lugar de emplear palabras, apreté mis labios en tu hombro. Entonces te zafaste, enojada, porque no recibías lo que estabas exigiendo con tus preguntas. Saliste de la cama, y puesta de pie, amenazaste:
            -Si no me cuentas lo que haces allá en el Hotel de Adán, te juro que no me volverás a ver.
            -Acuéstate, Ofelia. Mañana te contaré la verdadera historia.
            Saliste de la habitación.
            Y yo regresé al sueño.  Auspicio.

 

 
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