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A Bruno. Traven
Andábamos caminando ya noche por el filito del camino, no había luces de nada y no había alma más que la de nosotros por ahí. Pasando una lomita, empezamos a ver niebla. Nomás a lo lejos se veían las ramas brillosas que se formaban con los truenos que auguraban una lluvia bien buena. Mi mujer y yo teníamos que apurarnos pa' llegar a San Antonio antes de que se soltara el agua. Yo cargaba una lamparita, ya casi no traíamos petróleo y nos faltaba un buen pedazo pa' llegar a San Antonio y nada que se veía. El caballo andaba de quejumbroso y yo creo que con mucha razón porque la carreta estaba pesada. Se veía venir el aguacero y le dije a mi mujer que no iba a haber de otra más que buscar dónde meternos. Caminamos otro y otro tantito y no veíamos nada. Nos dio rete harta apuración porque no íbamos alcanzar a llegar y nos íbamos a mojar.
Las nubes que se bajaron demás no nos dejaban ver bien por dónde íbamos y mi mujer empezó a preocuparse. Le dije que no pasaba nada, total, si nos mojábamos pos ya nos tocaba, ¿No?, A mí me daba risita, pero a la Rosario no le hacía ninguna gracia. Empezó a chispotiar. -Ni modo, Rosario, ora nos aguantamos, si no nos hubiéramos quedado en Las Cuestas comadreando hubiéramos alcanzado a llegar. -le dije, y pos cómo ha de saber usted, las viejas son rete chismosas y se les va la plática cuando se trata de morder al prójimo. Y bueno, el agua no llegó azotada, pero si cómo la brisita que avienta Don Félix cuándo le habla a uno muy de cerca.
Me quité el sombrero de palma pa' que no se me fuera a echar a perder y lo aventé a la carreta. La Rosario iba que echaba lumbre, pero en secreto y pos yo que la conozco rete bien, me di cuenta.
Andábamos tranquilos y medio resignados a mojarnos. La tierra se empezaba a humedecer y el lodo a aflojarse. No sabemos por qué, pero el caballo de repente, así nomás, empezó a relinchar como si hubiera visto un espanto. Tiraba patadas al aire y jaloneaba las riendas y el freno que le detenía el hocico. El lazo con que lo amarré a la carreta se venció y nos tumbó junto con toda la mercancía, a un charquillo, o eso pensamos, y el caballo desgraciado, así nada más, se fue como alma que lleva el diablo. Ya repuestos del golpazo, junté a la Rosario y como pudimos nos limpiamos tantito el lodo. En eso, oímos, se lo juro por Dios, un lamento que no era de este mundo. Mire, pos la verdad si nos andábamos zurrando de miedo, pero qué le hacíamos, la neblina se hacía más espesa y nomás dábamos pasos a tientas. ¿Uste cree que si hubiéramos podido ver bien se nos hubiera caído todo al charco? Bueno pues, si usted no me dice que es una laguna nosotros ni en cuenta. Gracias a Dios caímos en la orilla entonces. Mi mujer se me abrazó como hacía añales que no lo hacía y hasta bonito sentí. Dejamos la carreta ahi y con la lamparita seguimos aluzando. Rosario andaba muerta de frío y de miedo porque temblaba más que de costumbre. La pobre traía agua y lodo hasta en los calzones. Me quité el gabán y se lo puse encima, en eso, el lamento horroroso se volvió a oír, - ¡Cállate, mujer, no grites tú también! -Le dije a Rosario que me esperara, que iba a ver de dónde venía eso que se oía tan feo. La pobre se sentó inconforme en un ladrillo que estaba tirado y se engarruñó para no tener tanto frío. El agua nomás no llegaba fuerte, pero nosotros ya andábamos empapados de brisa. Como pude, me jui caminando rogándole a San Antonio, patrono de nuestro destino, me hiciera rendir el poco petróleo que me quedaba. Ya no se oía nada, pero le seguí. Caminaba y caminaba y ándele que otra vez se oyó un gritote, desos que te estremecen y te dejan bien helado. Pensé en mi mujer que se había quedado sola por allá y sentí un chorro de temor. Pasando un ratito, a lo lejos, pero bien lejos, vi una luz débil, como la de una luciérnaga y me fui con la finta. Caminé tantito más y ándele que vi que era luz de foco. Me puse bien contento, me dio gusto, oiga, porque no dejaba de tronar el agua y sabía que en cualquier rato se iba a soltar y en lugar de seguirle, mejor me regresé por Chayo, de todos modos, si avanzaba más, me iba a tardar más en regresar por ella. Los gritos se oían más cerca cada que daba un paso, yo nomas volteaba para atrás a ver si veía algo y nada, pura neblina espesa.
Me encontré a la Chayo temblando más que cuando se calló y antes de preguntarle le dije que ya teníamos lugar pa' quedarnos esta noche. Chayo me vio con ojos de espanto, pero andaba muda, véala, es hora que no se le quita. Así como la ve estaba hace rato. Como pude la levanté del suelo mojado y me la llevé casi a rastras. La lámpara estaba por dejar de servir, y yo ya me andaba apurando, nomás le rogaba a Dios pa´ que no se me juera a apagar antes de tiempo. Ya habíamos agarrado vuelo hacia la luz, pero se me hace que me perdí en algún momento porque se me hizo más tardado el camino o más bien fue porque mi mujer caminaba sin ganas. Yo le decía que se apurara, que el agua estaba teniendo misericordia de nosotros porque ya nos habíamos mojado hacía rato en la laguna pero que la pacencia no iba a durarle toda la noche. Anduvimos haciendo un rodiadero porque se nos atravesó una cerca que yo ni había visto y bueno, pos como pudimos la cruzamos. A Rosario se le atoró la falda en uno de los picos del alambre y se le rompió la falda, ¡pobre vieja! De todo le pasó hoy y de nada le daba risa, pero a mí sí, ¿pa´ qué estar tristes cuando a uno ya le ha pasado de todo? Pos mejor nos reímos, pero ella no piensa así. Nos volvimos a meter a un camino como el del principio y a lo lejos vimos a una señora. Nos apuramos pa´ alcanzarla, pero cuando nos pusimos hombro a hombro ni caso nos hizo, ni una miradilla de sorprendida ni nada, ella siguió caminando con la mirada fija en quien sabe qué. Mi vieja me dijo que mejor ni la molestáramos, yo pensé que de ahi nomas y estaba sordita y ciega, pero pos quien sabe. Todavía me dolía el guamazo que me metí cuando nos caímos y de la nariz todavía me salía agua. Pensaba en cómo carambas le íbamos a hacer pa´ salir la semana si todo lo que íbamos a vender se nos había tirado por allá y el caballo se nos había escapado. Lo único que nos pertenecía ya era la ropa que traíamos porque ya ni el sombrero que tanto cuidé me traje. El chayo me preocupaba un resto y todavía me apura porque ha andado desde hace mucho rato con la mirada como perdida, así como la de la señora que vimos allá que creo que también viene para acá. Me sigue porque cuando nos casamos le prometimos al padre Manuel, a la audiencia y sobre todo a Dios que íbamos a andar juntos pa´ todos lados hasta que la muerte nos separe, pero a mí se me hace que ni muertos nos vamos a dejar de seguir. Se me hace que nomás por eso me sigue la pobre. Ella quisiera andar ya en su casa en San Antonio preparando un atole de masa pa´ cenar con nuestros chamacos y sus chamacos. Fíjese, hasta ahorita estoy viendo la luz, sí mire, allá, ya se ve más grandota. Oiga ¿usted a dónde va? ¡Ah! ¡Va a Atotonilco! Uuuuy pos todavía le falta buen rato pa´ llegar y pos con su perdón, está muy bonito y grande el árbol, pero ahí sentado nunca va a llegar, ¿tiene mucho ahí sentado? No, Don Macario, pues se me hace que usted va a echar raíces aquí. Vengase, vamos al mesón que se ve por allá, ya no nos falta tanto. Ta bien pues, nomás espero que no lo agarre el agua, porque se ve que viene bien buena desde hace rato. Que Dios lo acompañe y ojalá nos toque verlo otra vez. Usted también cuídese y cúbrase que hace mucho frío.
- ¿Te fijaste, Rosario? Don Macario tenía unas marcas bien raras en el cuello, eran marcas como de lazo, pero quien sabe, ¡Hombre, mujer, dime algo! Nomás miras para allá y no me dices nada. - Pos qué quieres que te diga, Andrés, yo nomás quiero llegar a dónde está la luz pa´ descansar y mañana seguir el camino. El agua se ve que se anda aguantando las ganas de abrazarnos y como tú dijiste, la pacencia no le va a durar toda la vida. - Vamos pues, ya no nos falta tanto.
- ¿Ya viste, Chayo? Ya llegamos y justamente ahorita se nos apagó la lámpara.
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