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Volumen 8, número 21  / Enero-Diciembre 2021  
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Piscina azul.

Eduardo Omar Honey Escandón


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Marlan veía las claras y fijas estrellas a través de la ventana. Era el paisaje de firmamento que conocía tan bien después de tantos meses. Aún no se acostumbraba a que las estrellas no titilaran, aunque en el fondo no le importaba. Realmente casi nada le importaba. Suspiró y encendió la pantalla.
            —Te extraño, ¿cómo estás? —preguntó a la figura de 1.80 que apareció enfrente, con cabello largo y cuyo rostro mostraba el mapa de cicatrices que Marlan conocía tan bien. Vestía con la ropa informal de moda que usaba en su trabajo.
            —Extrañándote también —fue la respuesta antes de un largo silencio. Marlan sostuvo su mirada largos minutos—. Aún no tengo fecha, pero pronto lograré irme. Ya sabes, tengo llamadas todo el día, juntas. Siempre hay algo pendiente, aunque por hoy, basta. Quiero estar cerca de ti, ¿vamos a la piscina?
            —Si, claro que sí —Marlan respondió mientras dos lágrimas recorrían sus mejillas—, yo también quiero estar contigo.
            —Te alcanzó en un momento. Cierra los ojos —indicó el rostro en la pantalla.
            Marlan descruzó las piernas y bajó de la cama mientras se desprendía de la bata. Caminó al borde de la piscina de azules líquidos que estaba al otro extremo de la habitación. Sumergió su pie derecho para sentir la temperatura: era agradable. Bajó los escalones y el tibio fluido llegó a su pecho. Se sumergió para empaparse y nadó a uno de los reclinatorios en el centro de alberca donde podía recostarse con el rostro apenas sobresaliendo de ese pequeño mar. Cerró los ojos y se dejó llevar por la ingravidez y el calor.
            Escuchó entonces un chapoteo, alguien más había entrado en la piscina.
            —Ya estoy aquí —sonó la voz familiar en el silencio de la habitación—, no abras los ojos. Que sea algo muy especial.
            El leve oleaje acunó a Marlan mientras nadaban a donde yacía que se disolvió con suavidad.
            Primero fue un beso sorpresa en el índice de su mano derecha, toque instantáneo de un pequeño pez extraviado. Unos segundos después fue otro beso pez en el dorso, mayor y más largo. Una línea de luz se desprendió de ese punto y recorrió su brazo erizando sus vellos. Otro beso pez tocó el mismo punto para seguir el rastro en el campo de la piel, un beso largo e intenso y, al final, súbitamente tierno.
            Marlan hizo emerger su rostro para tomar una bocanada de aire, esperó y lo sumergió. El haz lumínico se quería desbordar de su hombro al resto de su cuerpo. Un beso pez más se anidó en su codo, mudo, regodeándose del espacio. El nido se gestó en una flor de haces que se conectaron al trazo de luz e impulsaron un toque eléctrico que hizo que sacara su rostro y boqueara inclinando la cabeza hacia atrás. La descarga de la sensación de luz y de los rayos estremeció su cabeza, luego encontró eco y regresó hacia su cuerpo que también se arqueó levemente.
            —Lento, por favor más lento —pidió. Un dedo anguila había empezado a trazar surcos en su mano izquierda, conectando valles y simas de esa pequeña orografía marina. El beso anidado se despidió para emigrar rumbo al norte, aleteando cada toque, cargando las líneas luminosas con pálpitos. Cada uno era un choque sísmico que recorría el resto del territorio sumergido de Marlan. Los dedos anguila y el beso pez siguieron su camino, acelerando y frenando hasta coronar la curvatura de sus hombros. Su interior estaba en ebullición, un temblor estaba por brotar. Entonces las aguas se aquietaron, los sismos disminuyeron y tanto las luces como rayos se suspendieron.
            Un instante impredecible pasó antes que la mano pirata tomara por asalto el cuello y un beso vampiro recorriera la yugular acariciando con la lengua, arriba-abajo. El trazo de luz se transformó en el sendero rojo donde la lava submarina hierve la piel.
            Los labios vampíricos succionaban las zonas a la par que la lengua percutía, raspaba, marcaba milímetro a milímetro. Marlan sentía cómo su sangre ascendía capa tras capa, caliente, espesa para ser inseminada en la huella de cada beso. Su cuello dejó de ser tierra ignota, conquistado por surcos de siembra rodeados de palpitantes ríos rojos, estridentes, sobresaliendo en cada pulso. Unos dedos piratas seguían detrás, hincando sus puntas en el campo rojo para abrir de nuevo cada hueco y depositar una caricia que quedaba insepulta.
            Marlan seguía con los ojos cerrados, respiraba agitadamente y brotaban quejidos susurro cada tanto. Su cuerpo estaba en abandono total, galeón conquistado, estremecido por los besos que avanzaban a la cubierta superior seguidos por la horda de bruscos dedos. Su cuerpo vibraba por los vientos internos que le recorrían, imparables, intensos. Un huracán se anunciaba en las tierras bajas.
            —Siempre contigo —susurró esa añorada voz, tna amada. Marlan se dejó hundir, el beso del reencuentro llegó, tímido al principio que creció mientras los vientos en su interior amainaban. Dejó que fuera largo y amoroso.
            Con indiscreción un pulpo empezó a avanzar desde su pantorrilla derecha. Caminaba, brincaba y decidió aposentarse en su pierna, subía como bajaba para succionar y devolver el líquido sobre su piel. El beso en los labios de Marlen se separó lento, diciendo adiós, para bajar por su mentón, cruzar devastación roja en el cuello y llegar a sus pechos. Una serpiente marina apareció rozando su brazo derecho, lenta y larga cubriendo su longitud para depositar su cabeza en el hombro, mientras un dedo lengua sanaba los campos inseminados del cuello.
            El pulpo avanzó un poco más sobre la pierna, y se detuvo a acicalar el territorio por debajo. Extendía un tentáculo, acariciaba, pintaba trazos y luego lo retraía. El beso navegante se detuvo encima del corazón, iba a la derecha, luego a la izquierda en un vaivén dudoso donde la brújula no existía y sólo se presentía un sendero.
            La anguila se desprendió de su reposo para transformarse en un cangrejo que lentamente ponía un paso aquí, luego otro y picoteaba la piel con su suave pinza. Bajó para llegar al interior del codo. Los picoteos de volvieron minúsculos pellizcos, cada uno como breve chispazo.
            Finalmente, el beso se decidió y tomó la pendiente al territorio a la izquierda. Cada centímetro cuesta arriba, paraba aparentando fatiga, suavizando el terreno hasta que llegó al borde del reto final. El pulpo, ansioso, se deslizó a las fuentes donde las piernas nacen y se acurrucó allí, extendió sus cinco tentáculos y ocupó todo el espacio regodeándose en caricias.
            Marlan frunce el ceño, suspende su respiración. Su cuerpo no es su cuerpo, es el ignoto territorio donde los seres marinos exploran, extienden sus sentidos escarban, juegan. Es la pausa ante la inminencia, es el jugueteo antes de la locura, es la inocencia antes del inicio del fin.
            En simultáneo el beso vagabundo sube al territorio no conquistado de la tetilla y se transforma en el beso vampírico exorcizado de sus dientes; el cangrejo crece en intensidad y profundidad los pellizcos que nacen ya como toques eléctricos; el pulpo, retrae los tentáculos una y otra vez para succionar la entrepierna.
            De la sombra surgen los haces de luz del brazo, suben, sobrepasan los campos del cuello donde rayos brotan en los surcos rojos, cubren su cara, hinchan los labios y se proyectan más allá.
Del pecho izquierdo nacen ríos de lava que encuentran su cauce hacia el corazón y extiende un hirviente camino hacia la tetilla derecha que, en eco se tensa y expulsa flujos telúricos en sincronía. La lava se acumula y desciende rápida al encuentro al llamado a la distancia en los territorios profundos.
            El pulpo aumenta de intensidad las caricias, articula vetas inexploradas, escarba obscenidades en carne, rey y reina de su imperio. Perpetra en cada tentáculo una invitación a los toques eléctricos que recorren todos los senderos, a los haces de luz que iluminan los recónditos interiores, a los vientos que subyugan la voluntad, a la lava que se va acumulando y está por gritar.
            Fusión…
            El arco submarino emerge de la piscina a la par que la voz viento del volcán lumínico se extiende por toda la habitación. El tiempo calla mientras el múltiple evento trasciende a Marlan quien se vuelve el instante único de creación como de muerte.
            Eones después el arco se rompe y se desploma en las aguas azules. El universo acuático es un vientre amoroso como letárgico, donde los pulsos del tiempo nacen de su entrepierna y susurran los campos oníricos.
            Marlan duerme.
            Despierta minutos después y sale de la piscina. Está sola, la pantalla aún sigue encendida y muestra un mensaje: “Conexión interrumpida”. La apaga y se mete a bañar. Espera que con su ración diaria de agua sea suficiente para quitarse todo el gel azul que sigue pegado a su cuerpo. Mientras limpia su cabellera se encienden las luces en la habitación.
            —Marlan, en cinco minutos terminará su turno —suena desde el intercomunicador del cuarto—. Por favor, tome sus providencias para abandonar la cabina en el tiempo indicado. Gracias.
            —Si, ya voy —responde cansinamente.
            Sale de la ducha y mientras se seca vuelve a prender la pantalla. Selecciona la grabación multisensorial de hace un año atrás para proyectarla mientras se viste.
            —Te extraño, ¿cómo estás? —pregunta de nuevo a la figura.
            —Extrañándote también…
            Marlan detiene la grabación e intenta acariciar el rostro en la pantalla. Suspira, mira de nuevo por la ventanilla al planeta cubierto de incendios y humo miles de kilómetros por debajo. Un río de lágrimas brota de sus ojos.
            —Te veré pronto, Amor —dice suavemente mientras quita la proyección de la pantalla. Sale de la cabina de gel azul donde ha hecho el amor, semana tras semana, con quien nunca logró llegar desde la Tierra devastada.

 

 
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