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Beso sombras, abrazo sombras y caricio sombras. Una tradición arcana. Un secreto, un beso o la muerte. Un legado que se originó a partir de la danza de la muerte. En el Egipto antiguo, la esclava asesina decidía dar un beso suspiro. “El beso de la muerte”, alteraría el mundo de los afectos sueños. El manuscrito de 77 páginas será depositado en la sombrerería de Lord Andraux. Su hijo Armand Andraux contaba con diecisiete años de edad.
Un bombín de color negro cayó de forma estrepitosa. Redondo y grande como era le hacía de recuerdo a Charlot de Charles Chaplin. Fue al espejo y pudo contemplar su cabello rizado color negro azabache. Ondas y versos que parecían predicar con violencia. Miró sus ojos color café, la camisa blanca de seda, pantalón oscuro y ajustado con tirantes. Los zapatos eran de color vino tinto y la sonrisa tan inocente como terrible.
Una mujer ingresa. Se pone a esculcar las sombras; un clochet, americanos, sombrillas. Las chavaleras colgadas, boinas francesas. La dama queda suspendida ante el espejo de puerta y empieza a colocarse el clochet. Armand la espía. La saborea tímidamente. Sale a atenderla.
- ¿Puedo ayudarla a elegir? –dice con cierta timidez, tratando de adivinarle el rostro.
La mujer lo mira y empieza a probarse cada sombrero con una sonrisa en el rostro. Petrificado y embriagado jugando a mirar a la diosa Armand queda hechizado.
- El pentagrama sensible de sus puntos cardinales me trae el recuerdo de luna de sus besos espectrales. Un collar de lágrimas y un sueño cincelándose. La venus gira en un eje de estrella, termina siendo siempre la más cruel y bella. El diámetro de sus labios aún se mide con mis versos y los suspiros de su voz aún violenta con fuerza mi alma. Algo así debería recitar para conquistarme.
- ¿Disculpe? Solo la miro para saber que sombrero le viene mejor.
- Lo sé, pero deje de sonrojarse, me recuerda a la luna de sangre. Lo disculpo.
El encuentro termina, no se lleva más que el alma del muchacho. Se roba un sombrero. Ha olvidado sus manuscritos y sus artilugios. Y un libro antiguo que nunca debía haber visto la oscuridad de aquel sitio en donde se busca ocultar el rostro y el alma.
Al despedirse la dama le sonríe. Y se pierde con las estrellas de la noche. Como un suspiro.
Armand acude a revisar las páginas y descubre el manuscrito antiguo de la Ceremonia de los Besos Rituales y la danza de la muerte y dos escritos cartas. Empieza a leer.
Se entera de una tradición maldita sobre los besos como rituales. Besos sombras; son labios cubiertos con pétalos de flor jugando danzas sobre la piel y cantando hechizos y maldiciones.
Las mujeres egipcias y el legado inventado por un grupo de asesinas. Un beso de la muerte para estar en paz con ese Dios inventado, para dar paz a la víctima que ha de morir.
Mira los dibujos e imagina a la mujer que traía el manuscrito. Ha quedado maldito. Esta dulce y oscura tradición ha de terminar con su vida. Piensa en esos besos. Aún no ha dado su primer beso y ahora añora con ansías poder probar el alma por la boca, los labios son la puerta de alguna clase de infierno perpetuo que vale la peno conocer. Ahora a leer las cartas…
El beso de tiempo
Nadeshiko yacía en el cruasán de la hora tres, el reloj estaba colgado en un fondo infinito lleno de oscuridad y estrellas, el sonido del movimiento de las manijas plateadas y el tronar de los engranajes parecía absorber el escenario, la dama estaba de paso en el segundero, eran las doce horas con treinta minutos y quince segundos. Camus estaba en la flecha horaria, añoraban el punto de las doce de la mañana, las tres y cuarto, en el día se veían de frente en contadas ocasiones a veces ella saltaba a la flecha de hora, pero la flecha solo podía soportar a una persona, debían contemplarse y escribirse cartas, en cada número habían casas pequeñas, jamás podían quedarse juntos más de cinco minutos, el tiempo siempre corría, incluso cuando podían hacer presión en el segundero y detener el tiempo, los grandes engranajes parecían a punto de colapsar. Cada día se escribían cartas, no les interesaba la flecha horaria, a pesar de que allí siempre una sombra se perfilaba, a veces de ahí caían flores. El reloj podía atrasarse, pero no se detenía. Vamos a denominar a los números como zonas y estaciones. La pareja era diminuta. Medía un centímetro, Nadeshiko tenía los ojos color negro y una melena oscura, la sonrisa abierta e inocente. Camus parecía serio, su rostro reflejaba con demasiada naturalidad los secretos del alma. Él tenía los ojos grises y el cabello color de nieve. A las doce hacía frío, y caía nieve. A la una el viento blandía con fuerza, y en el aire se veían pétalos de rosas. A las dos diminutas aves cantaban, a las tres hojas de papel caían. A las cuatro y cinco, empezaba a llover, para eso lo prudente era hallarse en algún número que cubriera. A las seis y a las nueve, caían botellas de tinta y plumas. A las siete y once el sueño les embargaba los ojos. Se alimentaban de palabras y poesía, por eso si un día pasara sin que se escribieran morirían un poco. A las ocho caía la nieve oscura, a las diez la sombra del minutero desaparecía. La mecánica de esa vida que llevaba era dulce mientras se coincidieran, deseaban pararse ambos en el segundero para detener el tiempo juntos, cada día escribían al menos una carta. Sus ojos parecían traducir el tiempo, a veces pasaba que a las doce en el fondo el cielo aparecía o las estrellas daban lluvia, era perfecto estar en el cruasán del número tres esperando a ver llover o abrazar al otro para protegerse de la nieve, con los sueños del cómplice en las manijas del alma.
Ella llevaba un atuendo a juego, de un blanco brillante, un vestido ligero y a veces un sombrero de copa. Él usaba un smoking color gris confuso, a veces en la noche oscurecía y en el día parecía más del color de la nieve, lo hermoso era estar juntos para contemplar la luz de la luna o el cielo y sus juegos de luces. El tiempo carecía de importancia siempre y cuando la carta fuera el beso de tiempo. Un día el mecanismo se alteró y el minutero dejo de avanzar. Sin el minutero los segundos corrían en vano y las estaciones se iban distorsionando. A veces pasaba todo el día cayendo nieve negra. O días enteros de papel cayendo y figuras de papel, otros días la tinta los pintaba porqué las botellas se rompían. Camus permanecía todo el día sentado en la flecha horaria, era muy buen saltarín igual que Nadeshiko sino como iban a llegar a donde el otro estaba. Siempre que la flecha de la hora pasaba junto a la flecha de los minutos, se oían susurros. La sombra seguía allí. Esa sombra era la vida que le quedaba al tiempo. Ellos no lo sabían, pero la sombra de los minutos codiciaba la fugacidad de los segundos y la añoranza de las horas. El mundo deseaba que los minutos pasaran, pero no los segundos. Decían que un segundo puede hacer la diferencia en una vida, pero un minuto era mejor. Camus estaba triste y el tiempo se había detenido, solo Nadeshiko con su sonrisa de nieve y brillo solar seguía pasándole visita. Pasó el tiempo; los minutos se acabaron y el reloj empezó a desmoronarse, los segundos importaban demasiado y ya casi no se podía soñar con las horas. La sombra de los minutos, había guardado el tiempo toda su vida, se sacrificó para que la pareja tuviera tiempo. Cuando la sombra iba a morir se quitó el manto, era un ser que semejaba a Camus, su piel era oscura y sus ojos negros. Era un espejo, un espejo con el alma segmentada.
Al despertar llegaron a un mundo sin tiempo, totalmente alejados, con la esperanza de encontrarse. Avanzaban sin dirección. Diminutos como eran tardarían vidas enteras en dar recorrido a todo ese mundo. A veces cuando había viento volaban para acelerar el viaje, añorando siempre su vida en el reloj guardaban las cartas que se escribían). Camus evocaba la sonrisa hermosa de Nadeshiko, la bella sensación de detener el tiempo, ambos sobre la flecha de los segundos y un beso, eso hacía que cada segundo contara por cinco o por un millón, el tiempo se había detenido entre los dos. Camus tenía un anillo con un hilo diminuto, cuando vivían juntos se lo había dado a Nadeshiko de ese modo sin importar donde fueran se encontrarían, ese hilo se extendía al infinito, pero en algún punto Camus perdió el comienzo, lo buscaba con desespero añorando a su amada.
Ojalá tuviera más minutos con ella, no eran fugaces, pero eran conjuntos, eran sesenta segundos, un beso podría bien durar toda la vida. Se buscaban, pero lo cierto es que sin la guía del hilo que los conectaba ya no iban a estar juntos nunca más, lo suyo era un ir y venir y soñar y anhelar. Eso de vivir de recuerdos era peligroso. La sombra de los minutos despertó atónita en medio del mundo, con el comienzo del hilo del tiempo que los unía, quería ver la sonrisa de Nadeshiko, pero también quería que Camus fuera feliz, la añoraba, pero sabía que ella no lo añoraba a él.
¿Qué se podía hacer? Obligarla a que lo amara. No. Esa clase de crimen no se cometía por amor, astuto como era creo una máquina para volar que funcionaba con el tiempo ahorrado, los encontró a ambos y los llevó sin hablar. Cuando se vieron lloraron de emoción y agradecieron por el tiempo al mago de los minutos. Ahora tenían el mundo para los dos, en la noche viajaban en luciérnagas o en el día en las dulces y coloridas mariposas. La vida fue deliciosa. Esperaban a morir para dar las gracias a ese héroe que desapareció al unirlos y sacrificó su vida por un par de locos.
“Mis labios iban a socorrer el aire estrangulado de su voz
El tiempo dulce de su boca
La locura nítida de su alma
Y el segmento de mis sueños en sus brazos”
El ladrón de almas
Amadeo fue llevado a juicio, su crimen había sido el robo de almas, la noche llegó sin prisas, encerrado en el calabozo conservaba una botella de cristal, fragmentos luminosos se escondían como si fueran las sombras marchitas de cientos de luciérnagas encerradas.
El día en que decidió robarle el alma a su amada también accedió a vender la suya, un ángel negro le ofreció un pacto, y desde entonces él tenía que buscar los suspiros en sueño de la mujer. Cuando jóvenes se habían prodigado amor por la eternidad, pero ella debía casarse con un hombre adinerado, desde entonces ella dejaba la ventana abierta y él la contemplaba cuando dormía. Amadeo pasaba la noche en vela con aquella botella de cristal que tenía en su celda. El trato fue tal y como lo dispuso aquel ser de luces espectrales. Cuando la mujer suspiraba algo se desprendía de ella y con fuerza ingresaba en la botella de cristal, cerraba la botella y volvía al día siguiente, no iba a saber qué hacer con su alma. La veía en el día y cuando había hecho el mismo proceso por casi un mes la botella estaba a la mitad. Había perdido brillo, cuando asistía a eventos y bailes y Amadeo conducía su rickshaw ya no sonreía, él le había arrebatado el alma. Deseaba su alma para ponérsela a otra mujer y así estar juntos, el plan iba como estaba convenido, para el siguiente mes la desangraría con espinas de rosas y cada noche tinturaría una rosa blanca del color sangre, ese proceso duró casi una semana. Luego hubo terminado, la mujer se convirtió en un recipiente y él conservaba su alma. Amadeo buscó a una mujer a la cual enamoró y le colocó el alma de Eurídice, su amada. Buscó a la mujer de mayor parecido físico, cuando la metamorfosis se hubo ejecutado quedaron restos indecisos.
La nueva dama era como una mariposa con un ala rota, trataba de volar, pero no podía. Había olvidado de sacarle el alma a la mujer recipiente debido a esto ambas almas se fusionaron y su amada dejó de existir, busco el mismo trato para juntar almas de mujeres y hacer algo lo más cercano a su Eurídice, despojó del alma a doce mujeres. Y raptó el cuerpo de su Eurídice y le colocó los fragmentos de las doce mujeres. Una vez más había fallado, algo faltaba. El problema no es que haya hecho mal el proceso, el lío verdadero era que el espectro le había hecho lo mismo que Amadeo hizo con aquellas mujeres, su alma ya no era suya, él era también un recipiente.
- Se le ejecutará por robar almas humanas –dijo el juez en el inicio de la sesión.
- Soy culpable, lo acepto –Amadeo buscaba morir.
- ¿Por qué lo hizo?
- Por amor señor juez, vendí mi alma para recuperar a mi amada, tuve su alma y la perdí, se mezcló con otras tantas que hay en el mundo, o bueno es lo que yo creí, pero lo cierto es que era un trato terrible el que hice, nunca podría haber llegado a ser feliz. Apenas conservo trozos de mi alma. Eurídice ha desaparecido.
Estaba de pie frente al estrado, suspiró y una luz ascendió y escapó, los testigos del estrado, muchos de ellos conocían a las chicas. Una botella emergió de su bolsa, tenía miles de luces relucientes, que parecían danzar y moverse con pequeños brincos.
- ¿Amor? Eso es terrible, sabe que merece la pena de muerte.
- Lo sé señor juez, si no lo hace usted, lo haré yo, desde hace un año que viene en las noches y me quedo inmóvil, se lleva mi alma. Yo se lo había prometido a mi Eurídice. Ahora antes de que me venga a visitar guardo los trozos de mi alma en una botella, es lo único que tengo, lo peor es que lo volvería a hacer, volvería a robarles el alma, cada trozo eran los recuerdos que ella conservaba, muchos eran recuerdos sobre mí, una sonrisa plagada de sueños, no pude hacerla feliz. Su alma, yo la he robado, ojalá la pudiera ver sonreír una vez más, hoy en la noche vendrá por el resto de mi alma, en este frasco conservo los de mi amada Eurídice, después de que me ejecuten quisiera, si es posible que coloquen los restos de mi alma con la suya y los arrojen al mar.
- Entonces en verdad la amaba, es terriblemente hermoso eso del amor.
Los asistentes lloraban, en la noche se lo ejecutó con veneno y unieron los fragmentos. La luna sonreía. Sus almas se ahogarían juntas. Una estrella fugaz los vio ahogarse, la botella de cristal con las almas. La estrella pidió un deseo.
El beso a la sombra.
Habían pasado tres horas desde que la mujer se fuera. Apenas la luz vislumbraba su espectro. Ingresó a un universo mágico. Aún llevaba el bombín algo asimétrico. Pensó en la dama. Atraída por la magia o algo más terrible; las letras y los sueños. La miró como si fuera un fantasma. Las rosas cayeron al suelo y los pétalos casi formaron una estrella, la vela cayó y empezó a incendiar la tienda de sombreros. La mujer miró al muchacho y al ver que había leído su historia sacó una espada.
- Un secreto, un beso o la muerte.
Avanzó al ataque y Armand se defendía como era posible, los espejos reflejaban a la pareja infinitamente. Los sombreros caían con prisa. Ardía, el alma quemaba. Ella era la princesa de la muerte. Él había pecado y ella venía por su vida. Un reloj para robarse el tiempo. Un poema eran sus ojos y su risa. Cuando hubo sido vencido inclinó la cabeza. A la espera del robo de su alma. Como esas egipcias asesinas un beso que detenga el tiempo y termine todo.
- En tus manos deposito mis sombras, mujer del silencio. El pecado por el robo de almas es el juicio de los ángeles, termina conmigo –Armand puso pasión en su voz.
Mientras el fuego devoraba la habitación y ambos compartían un secreto. Parecían conocerse ya. Un grupo de sombreros cayó sobre Armand, Sayuri se acercó a protegerlo y una sonrisa les desgarró el rostro. Sus labios iban a socorrer el aire estrangulado de su voz.
- Un secreto, un verso o los sueños.
Luego recitaron al unísono; “Pude encontrar la fe que faltaba en sus ojos, columpiando de sus labios retomé la senda perdida. Como un ángel con sus demonios, eres el espectro que me guía. Y me puse a decapitar un par de versos y sueños, un poema de tinta y papel para decirte lo que siento”.
Mientras la muerte los acechaba un beso con sombreros ardiendo exterminó el lugar. El manuscrito se conservó intacto. “Un eclipse secreto diseñado por la muerte”. Se podía leer en un bombín sobre un sombrero de clochet. Quedaron solo sombras de la sombrerería. Los ojos de la luna lloraban. Se extinguieron como suspiros con el rostro cubierto ocultando un grupo de secretos. Hacían parte de la misma ceremonia…. Besos rituales.
Una carta se asomaba sobre las cenizas. Todo había desaparecido. En la carta estaban dos poemas. Y un relato corto.
Soledad
Efímera tu fragancia, superfluo es el amor.
Inconmensurable la tristeza que me hace de dolor.
Odio lo sempiterno estoy hecho de papel.
la soledad me abraza y su beso hace mi cárcel.
Acaricia, solo ella sabe cómo, me baño en sus lágrimas.
Ella se desnuda en mi fe, la soledad también se siente sola.
El petricor que recuerdo aún se pierde en las dunas
Olor de lluvia y de insomio así te llamas tú.
Ojalá un mondo espectro abrace mis huesos.
Noctámbulo camino arrullando a la soledad,
No es más mía como lo es tuya, eres de metal.
Yo soy de cristal. Así me pierdo en la tempestad.
Nefelibato y consternado camino a la penumbra.
La soledad hace de bálsamo en noches silenciosas.
En limerencia con la noche tu crepúsculo me alumbra.
Sonámbulo con hilos de nostalgia,
Consternado remiendo mi alma
y en cuna calmo la ansiedad de la soledad.
Abrazando su penumbra.
Nebulosas interestelares de romanticismo abstracto
Cuando los destellos de la osa mayor
quedaron cubiertos por tus oscuros cabellos,
encendí el reflejo de mi hoguera
y vendí el último de mis sueños,
para que mi estrella de metal fuera.
Las nebulosas crepusculares de tus ojos
de nuevo traen la añoranza de los labios con despojos,
de la Andrómeda consternada…
La mecánica cuántica se usa desmembrada,
para de tus células extraer la magia rota de tus caricias.
El casco de astronauta apenas y oculta mi mirada,
en las fauces del abismo quedan mis afectos desmembrados.
Tus pétalos aún seducen como agujeros negros y cruces,
decidí contemplarte, luna despiadada.
Estrella remendada por mi poesía interestelar.
Las alas que te construí te enviaron a la luna.
Donde el amor es grave según su acento.
Y tu existir es de terror según tus cuentos.
Coleccionando fragancias y corazones lentos.
La condena sensorial que divide tu maldad,
resulta aplicable a la teoría de las once cuerdas emocionales.
Voy a encontrarte en cada dimensión,
Para darte un beso de eternidades y mi maldición.
El vuelo al espacio y la gravedad de tu amor,
hacen que pierda la voz y
las oscuras intensiones
empiecen a construir recuerdos y emociones.
Antes de irte, mientras dormía mi pasión.
De fondo la luna, estrellas y traición.
Me obsequiaste el beso de la muerte.
Para dilatar mis afectos y mirar dentro oscuro.
La sombra de tu corazón y el reflejo de mi amor.
Una carta con velocidad luz, escrita en la capa de la luna
De sonrisa inexacta y pasión de cristal.
Eres de teoría del caos, verbos, versos y matar.
Al otro lado del mundo y aún me logras tocar
De sueños, de destellos, del tiempo paralizar
En el agujero negro de tu corazón yo quiero reposar.
Cuando los versos que he escrito se apaguen y encuentre alguien con quien morir todo desaparecerá. La raíz que cuadra con tus sombras, desorbita mis paralelas intenciones, yo sospechaba de sus sentimientos primos, indivisibles para mi soledad y mi ternura. En la raíz que cuadra con tus labios, sepulté los infinitos forzados de nuestra incongruencia. Soñarnos sin espacio o tiempo.
Desde hace seis meses te he observado. Los libros que devoras y la sonrisa que aún guardas, esa marca de inocencia que en mí desapareció hace años. He planeado dejar de existir. Llevo un legado que no quiero llevarme a la tumba. Leerás mi vida en el papel y con el paso de los sueños en tu mente imaginaras esos besos que nunca serán y jamás existirán.
Entre secretos, besos o la muerte pongo mi vida en tus manos.
Dos sombras, una dama con un sombrero oscuro que le cubre el rostro, de cabellos rojizos y moviéndose a prisa y un hombre joven con un bombín se pierden en la noche. Una luna sonrojada los mira y se pregunta ¿Qué es el amor? Y sin duda se responde: Un secreto, un beso y la muerte
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