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Volumen 7, número 20  / Junio-Junio 2020  
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El funeral.

Adame Aldebarán
mmadamep@gmail.com

(MÉXICO)

   
   

Me cagué de risa cuando la vi llorando ahí sentada en primera fila, agachando la mirada como si verdaderamente sintiera que la muerte le arrebató algo muy valioso, olvidando que maldijo a quien yacía en el ataúd. Tan hipócrita como aquel otro que le reza sabiendo que alguna vez la llevó a escondidas a su cuarto siendo ella una niña, le habló de cuerpos mientras se sacaba el pene y lo frotaba con sus manos y cuando estuvo erecto su miembro, acercó la cara de la pequeña hasta que la obligó a sacar la lengua y  chuparle las ganas, no le importó lo mismo que le importa ahora que ya está muerta, tal vez para librar la carga que su culpa le impone, o por el miedo de que alguien se acerque a sus hijas con la misma intención con la que él mismo engañaba a sus sobrinas. Entonces alguien gritó en pleno llanto ¡NOOO, POR QUEEÉ! ¿Por qué qué?, tú siempre hablaste de lo puta que era, su libertad sexual te creció en envidia porque a ti nadie jamás volteó a verte, lo que no sabes es que ella creía en la lealtad de tu amistad sin saber lo que esparcías a través de tus insultantes palabras, que te pese no haber valorado a una gran amiga, no los amantes que tuvo y que tú nunca tendrás, eres pobre y vacua, vives engañada porque la gente se aleja de ti no por tu fealdad sino por tu persona. ¡Grita, pídele a tu dios que se apiade para que esta muerte te libere de tus envidias y falsas insinuaciones!
            El negro es moda en cualquier funeral, el sufrimiento aparente es pasajero, el vínculo con los muertos dura mientras se acaba el apego a los recuerdos. Dejen de llorar, ¡HIPÓCRITAS!, que ella no los escucha, dejen de implorar por un alma que no va a penar, ¿o es acaso que lanzan alabanzas por ustedes mismos y no por quien está ahí presente ya sin vida?, no era perfecta, pero en el intento de agradar a los arteros presentes soportó insultos a sus defectos, sonriendo, tomando en gracia las críticas y cuestiones a su vida personal, ¡carajo, que no es ley ser madre! No serán ustedes quienes vengan a juzgarla en muerte si ya en vida la acosaron con preguntas pendejas, aunque no me sorprendería si entre ustedes llevando la misma sangre se agreden unos a otros, qué podría esperar yo si la falsa lealtad que se juran entre familias no los detiene para echarse sus mentiras, levantar el dedo y acusarse de errores de los que todos son culpables. ¿Qué lugar ocupaba ella en sus vidas?, ninguno porque no hay lugar para quien vive su propia vida, ustedes que apartados siempre han de actuar mediante pláticas blasfemas y de quién tiene más dinero y quién viste mejor, o de si es más gordo aquélla o aquél.
            Pasan uno a uno. Luego dos, al cabo tres.Todos se detienen a ver, a observar el rostro de la muerte en una cara humana, miran como si contemplaran lo único verdadero, sin embargo ella es el reflejo de todas sus culpas, de sus mentiras como la tía Martina que un día la pilló pellizcando un pedazo de pan, fue tan grande su ofensa y tan nada su empatía que la tomó del brazo y la sacó a empujones de la cocina, la obligó a permanecer bajo la lluvia sin cenar, entonces Martina sintió la adrenalina como un arpón atravesando sus venas. A partir de ese momento la niña se convertiría en cómplice involuntario de un ruin placer, pues sería víctima de una católica reprimida que arrepentida cada ocho días se confesaba después de la misa seis. Mientras Martina recordaba el día que rebasó su límite, un llanto culposo la sofocó hasta que se dejaron escuchar terribles lamentos al tiempo que le imploraba un perdón a quien ya no podía liberarla de sí misma, entonces sus sobrinos se acercaron a ella para abrazarla, pero ésta enloqueció tirando manotazos y gritando: ¡PERDÓNAME HIJITA! Todos se estremecieron, como en esos momentos en que la vida se permite cierto aderezo para ponernos al límite de emociones que han de tenernos presos. Dos primos que no conozco la sometieron y la llevaron a la puerta que daba a un jardín. Justo ahí se encontraba sentada Micaela que al percatarse del incidente se levantó y caminó a la sala funesta.
            Se escuchan unos tacones golpear la duela. El eco dibuja un sonido en el altar cuando se acerca Micaela, se agacha para grabar en su memoria el rostro de quien era su hija. Nada en sus ojos. Nada en su corazón. Nada de llanto. Nada de ella. Sólo una mirada contemplativa mas no compasiva.
            Una pequeña lágrima muy tenue se asoma debajo de sus párpados inferiores. Recuerda, recuerda que tuviste que escoger entre tú y ella, fue tu decisión tenerla antes que la pena ajena, fingir que habías viajado para acabar con tu aparente pecado, idiota humano que carga culpas que no existen. La noche en que la prueba dio positiva te sentaste a llorar, rezabas para que tu error se esfumara, pero no, te cargaste con él toda la vida. Ahí viene la primera lágrima. Déjala resbalar, no te limpies. Sé que ahora lo comprendes, sé que te arrepientes. Si al final ella moriría entonces ya no tiene ningún caso tu vida, ya no eres nada de lo que te obligaste a ser, el peso en tu espalda tú misma lo echaste encima. Desde que eras joven se te hizo vicio mantener tus emociones al borde de un precipicio, quejándote constantemente de tu falsa maternidad, mirando a tu carne como carne podrida, qué gracioso que tu propia hija reflejara tu mentira. Tu mano sobre el ataúd, así, cúlpame una vez más de todos tus males, sálvate sobre este cadáver, que no te empañe la ausencia de alguien que sólo te causaba molestias. Jamás tuviste las agallas para aceptar tu vida, pero tampoco hiciste nada para cambiarla, te fue más fácil expiar tus traumas de juventud con todos los estúpidos pretextos ahora en la senectud. Sí, ahora lloras por no estar tú en el lugar de ella, si tú hubieras muerto antes tu vida habría valido la pena, es lo que nunca entendiste, por eso siempre evadí la responsabilidad materna. La vida no se vive a través de los demás, eso es algo que pocos llegamos a apreciar. Tú te alimentas de los todos los otros y los otros se alimentan de otros tantos, siguiendo la vida en una secuencia que no tiene ningún sentido. Ahora de qué te quejarás querida Micaela, pobre tu vejez contigo y vaga tu faena. Llora, llora infeliz Micaela que tarde, pero llegó tu recompensa, te hubiera sido más fácil dejarla a la puerta de la estación de cualquier metro. La hubiste usado como algo que no eras capaz de abandonar al tiempo que sólo querías sentirte acompañada, no querías arrastrar sola tu vergüenza de ser una mujer engañada. Hubiste pensado toda tu vida completa sin tener en cuenta que tal vez ella no creía en el vínculo sanguíneo, entonces al saberte una vez más abandonada le cerraste las puertas de aquella tu casa morada.
            ¿Por qué diablos siempre todos hablan en voz baja en un funeral? ¡Carajo que el muerto no los escucha!
            De qué murió pocos han de tener la certeza, algunos comentan que fue un pasón de cocaína, güisqui y cerveza. Otros murmuran circunstancias parecidas, pero no verdaderas. Lo único cierto es que murió el día que vio sus deseos alcanzados, cuando hubo cumplido sus sueños y después despertó. Pocos saben algo de ella. Nadie la conoció, pero debemos recordar que la muerte siempre causa conmoción, sorpresa, y es por eso que la gente llora alrededor del cadáver por su consternación y otros muchos por mera actuación. Tan fácil es olvidar a quien está en un ataúd como que al terminar el entierro jamás nadie ni en días ni años regresa al cementerio, sólo quedará un vago recuerdo de alguien que fue una amiga, una hija, una hermana. De ella no. Ahora hablen, murmuren que tal vez ni sepan a quién se están refiriendo pues el muerto nunca lo es, siempre será el fantasma de alguien que creyeron que era como ustedes pensaban.
            Agradezco la sinceridad del sufrimiento ante la familia, y me cago de risa aplaudiendo la honestidad cuando los escucho vociferar que era una neurasténica egoísta, que dejó a su mamá cuando estaba enferma para hacer sabrá dios qué cosas. Hablen, digan que era lesbiana, que era una puta, que abortó, que no quería a nadie por eso siempre estuvo sola, que nadie se quiso casar con ella, aunque siempre se mantuvo bella. Sigan hablando, llorando por la muerte de alguien que siempre ignoraron hasta el momento en el que les fue anunciado el fallecimiento. ¿Acaso no valdría más el funeral con personas que en realidad sienten el pesar, aunque sólo fueran uno o dos, y no un montón de vanidosos acosando a Micaela que ya se encuentra recargada en su brazo sobre el ataúd? Recordando aquellos lastres de su vida por un error de cálculo, ya ni siquiera por amor.
            Llora. Llora Micaela. Llora por la culpa de no sentir conmiseración por la muerte de tu hija. Eso es, ahí viene lo mejor. Sufrirás tu decrepitud con ilusiones pasajeras, con aquel sueño de algún día continuar con los proyectos que tenías antes de este siniestro. Has entendido ante este cuerpo tieso y maquillado que no se parece a quien era, que desperdiciaste tu vida en una causa que al saberla ya estaba perdida. Tu llanto que hace eco en el techo de la iglesia eriza todas las pieles. Ahora te observan. Me observan.
            Abrazas el ataúd en un último intento de sentirte liberada, pero has de saber que nunca serás soltada. Estás condenada a tus grilletes y a las cadenas, aunque sin ellas no serías nada. Aun cuando nunca lo fuiste…
            …Y ahí, delante de todos, levantaste la mirada directamente hacia un punto fijo… Entonces te quedaste pasmada cuando me reconociste.

 

     
           
 
 
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