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e-ISSN: 1562-4072
  Volumen 7, número 19 / Enero-Junio 2020  
Revista electrónica semestral
de estudios y creación literaria
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La empanada revolucionaria

Eduardo Camargo Zarama

 

Soy el que no soy, y todo lo que fui ha dejado de existir, el pasado y futuro sólo son recuerdos o sueños que cumplen por igual su representación en la vida añorada y anhelada de los hombres. La única virtud que poseo en este momento es mi buena consciencia. No obstante, como todo buen individuo que ha cometido actos de anarquía contra el sistema, merezco cumplir mi último deseo antes de la muerte. Es simple, hay que escuchar mi consciencia debido a que es la única entidad donde está almacenada esta triste historia narrada a continuación.

             Yo soy Bill la Empanada de Carne y como mi nombre lo indica soy una empanada grasosa, llena de colesterol y sal, de forma lunar, piel blanda; el color de mi anatomía es dorada con un grabado en los bordes de mi cuerpo que dice: “Las mejores empandas del sector”. Nací hace veinte-cuatro horas en un sartén caliente, alrededor de las nueve de la noche, lleno de aceite de tres días. Al igual que otras trecientas mil empanadas, me desplazaron de un sartén hacia el colador y posteriormente fui depositada en unas grandes ollas metálicas, tres en total para las empanadas y del mismo modo con otros productos: tortas de limón, salchipapas y ron.

              La olla estaba destapada cuando sentí unos sonidos inentendibles pero leves a lo lejos de la habitación externa en la que me encontraba, dichos ruidos empezaron a sonar más fuertes hasta que llegaron a mi aposento. Eran dos humanos: un hombre mayor y su hija, el padre estaba buscando un vaso de agua para una niña muy preocupada. No fue tan difícil descubrir cuál era el motivo del vaso de agua debido a sus expresiones faciales.  En ese instante, el padre se percató que no sólo mi olla se encontraba al descubierto sino el resto, por ende, fue a la despensa, sacó las tapas correspondientes e inició el proceso rutinario de tapar las vasijas mientras su hija seguía bebiendo, cuando era mi turno (la última de todas) la niña interrumpió a su padre.

  • Padre, hoy soñé que un dragón me raptaba y ninguna persona podía salvarme.
  • Una pesadilla, Virginia, todo está bien. Lees muchas cosas de caballería.
  • Cierto padre. Pero en algunos libros la muerte de un personaje se convierte en hazañas, lo que las hace memorable.
  • Es cierto eso, hija. Meto las ollas en la nevera y nos vamos. Por cierto, ¿quieres que te traiga a Allpoe?

             La niña hizo un signo afirmativo mientras el padre tapaba la última olla y la metía en la nevera. Así sucesivamente hasta finalizar su tarea, mientras yo me a iba dormir con este frio cálido, pensando en lo último que habían comentado esos imbéciles. Al día siguiente, nos sacaron de la nevera para ponernos en una vitrina con vista a una fila india compuesta por personas de diferentes clases sociales, sexo, tamaño y diversos aspectos físicos.

             No comprendía absolutamente nada, sólo observaba a un individuo que, en un corto periodo, de tiempo se acercó a un mostrador, recibió un papel, se dirigió a las vitrinas, entregó el papel y, a cambio del papel, obtenía uno de los productos. Lo curioso era el cliente, siempre era el mismo. El pastel de limón para las mujeres, las salchipapas para los niños, el ron para los hombres y la empanada para los gordos.

             Esos últimos desgraciados, todos apestosos, sucios e indiferentes gordos, generaban en mí un espanto impresionante con sólo ver cómo comían a mis compatriotas de la manera más ruin. Pero ¿por qué? Por qué comían con la boca abierta y expulsaban saliva en el acto. Imaginarme esa clase de muerte para mí, Bill la Empanada de Carne, era deprimente en todo sentido.  El calvario no tenía fin hasta que escuche la frase de un científico (dado por la bata que tenía puesta en el restaurante) que cambiaría mi forma de pensar “la materia no se crea ni se destruye solo se transforma”. Al oír esta premisa, se me ocurrió la siguiente idea:  sí sólo cambiando mi anatomía en un almuerzo normal con el fin de escapar del cliente gordo a otro cliente, salvándome de un desenlace tan desafortunado y por ende tener una muerte digna para mi persona, sería algo muy interesante para el futuro, ser recordado como el primero en transformase en otro producto haría historia en este lugar por mucho tiempo.

             Para cumplir mi propósito necesitaba mano de obra barata para la transformación, pero ¿Cómo conseguirla? Fue sencillo, sólo debería unir los demás bajo un ideal, el de la revolución. Alrededor de la once de la noche ninguna persona se encontraba en el local, fue el mejor momento para empezar la revolución.

             Decidí reunir a todos los productos del mostrador para cumplir con mi plan maquiavélico, el cual se desarrolló sin mayor esfuerzo e incluyó a un gato negro. Estaba sorprendido por su presencia, pero en realidad consideraba que dicho animal era irrelevante para mi plan. Mi discurso estaba redactado con el objetivo de producir odio hacia sí mismo y hacia los clientes, de tal manera que todos los productos llegaran a la única conclusión posible: la necesidad de que el ser el cambie y sea otra materia. ¿Cómo lo hice? Lo hice a partir del desprestigio de sus compradores: a las tortas de limón les dije que las mujeres mientras comen cuentan chismes eternos y por consecuencia, ellas sufrirían una agonía muy larga. A las salchipapas les comenté algo parecido: los niños, en vez de comerlas, las insultan jugando a la Guerra de las Galaxias, las papas son espadas láser y las salchichas son balas. Con respecto al ron, dije que eran desperdiciado por los hombres debido a que estos no tienen buen estómago. Se emborrachan con un solo sorbo hasta el punto de no poder continuar, de manera que botan el líquido restante por los efectos de la embriaguez y, finalmente con las empanadas, solamente me dedique a explicar mis sentimientos hacia los gordos.

             El miedo y el odio ya estaban sembrados, propuse ser el primero en hacer el cambio, y posteriormente el resto, con estos antecedentes no existía la posibilidad de un conflicto y todos seríamos felices. O eso fue hasta que ese gato desalmado intervino. Su discurso empezó con asuntos administrativos del local. Mientras hablaba con tanta seguridad, le pregunte a alguien más quién era él. Es Allpoe el gato negro-respondió otro colega -Es nuestro líder-. Sorprendido expresé otro interrogante: ¿por qué carajos un gato es el líder de un montón de alimentos? Porque es el más antiguo del local y el que se encarga de matar a las ratas, el restaurante no puede funcionar con esos animales.

             Mientras me llenaba de ira, notéen mis amados compatriotas cierta admiración hacia ese imbécil. Sin darme cuenta, el discurso había cambiado de asuntos administrativos a temas hippies. Comenzó a contrargumentar mis premisas con base en la llegada de unos extranjeros. Según él, los niños son educados y por ende ya no juegan con la comida, las mujeres primero comen y después cuentan los chismes, los hombres tienen más estómago y los gordos comen con la boca cerrada. Los productos no dudaron para nada de las palabras de Allpoe y se fueron felices a sus vitrinas.

             Los dos nos quedamos solos después del intento de revolución más estúpido de la historia. De repente, el gato se acercó hacia mí, puso sus patas encima de mi cuerpo, y empezó a empujarme hacia el borde del mostrador, ya cerca del fin, comentó: “quisiste ser recordado pero el final será el mismo de siempre”. Nunca imaginé el dolor de la caída, ni sus consecuencias: estaba en el suelo hecho pedazos hasta las siete de la mañana cuando un trabajador me levantó con delicadeza, me puso en un plato sopero, lo llevó afuera, lo puso en el suelo y se fue.

             Ese sufrimiento aumentó más cuando llegaron los insoportables padre e hija con una bolsa asquerosa de galletas mientras hablaban de temas de cualquier índole. La niña puso las galletas en el mismo sitio donde me encontraba, así puso el último clavo de mi ataúd.

  • Padre he estado leyendo otros libros de caballería y he descubierto que no es necesario tener una muerte increíble para ser memorable.
  • Me gustaría saber más sobre esos libros.

             La conversación se suspendió con la llegada de Allpoe. La niña sonrió y cogió al gato, entretanto este comenzaba a maullar en tono victorioso. Se fueron los tres y acto seguido se escuchó el abrir de una puerta en el interior.

             No tardó mucho usted en llegar. Comparado con lo demás, el ser con las peores falencias. ¿Eh?, perro pulgoso, con su maldita saliva ensuciando mi piel. Su sonrisa estúpida se burla de mi tristeza y el ruido de su estómago es igual de fuerte que mis lágrimas, finalmente me di cuenta lo inepto que fui.

             Ese fue el triste fin de Bill, la Empanada de Carne.


             
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