Departamento de Letras
Departamento de Estudios Literarios

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Guadalajara, Jal., México. CE: argos.cucsh@gmail.com
e-ISSN: 1562-4072
  Volumen 7, número 19 / Enero-Junio 2020  
Revista electrónica semestral
de estudios y creación literaria
    UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA    
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades    

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La Villa Dócil

Patricia Nazareth Hidalgo Sánchez

-¡Hasta aquí llego, ten mucho cuidado! –dijo extendiéndole un almuerzo por el asiento del copiloto. Ella lo tomó, agradeció por el aventón, se acomodó la mochila de viaje en los hombros y comenzó a caminar por la carretera mientras el señor desaparecía por un camino de piedra que lo llevaría hacia su pueblo. Eran apenas las 10 de la mañana, así que, con ánimos de poder llegar a su casa para el anochecer, comenzó a caminar. Cuando dieron las dos de la tarde se sentó a un lado de la carretera, sacó la comida que el señor le había dado y se detuvo a descansar. En ningún momento vio pasar ningún transporte por el lugar. Después de reponerse un poco, se levantó, tomó sus cosas y nuevamente emprendió su camino. Al par de horas, llegó a un tramo en el cual la carretera terminaba. Al final de esta había un letrero que decía “En construcción, pueblo más cercano a 30 Kilómetros”. Confundida, la chica sacó su celular y buscó en la red el camino que se supone había estado siguiendo desde que salió de la central de autobuses. El mapa marcaba la consecución del camino hasta llegar al siguiente pueblo que estaba a 18 kilómetros de distancia, pasando entre unas pequeñas montañas que se mostraban en la imagen satelital, así que sin dudarlo siguió caminando. El bosque estaba fresco por el temporal de lluvias que había comenzado un par de meses atras.  A la hora y media de caminar, el bosque se fue abriendo hacia una ligera depresión que se supone debía pasar para llegar al pueblo, pero desde el lugar en el cual se encontraba ya podía verlo. Era mucho más pequeño de lo que había esperado. El lugar era si acaso cinco cuadras de su ciudad. En medio había un templo estilo gótico, con las puntas de sus torres agujeradas, como si se tratara de un extraño queso. La chica lo miró con curiosidad. Ahí no podría tomar un camión que la llevara hasta su casa. Revisó nuevamente su celular, el cual se había quedado sin señal alguna, pero de cualquier forma podía ver el mapa que se había guardado horas antes. Este marcaba que el pueblo debía de estar a 20 kilómetros más de distancia, pasando el valle. Intentó mover el mapa para ver si era una falla del celular, porque el pueblo que debía estar pasando la depresión, ya estaba ante ella y el mapa no mostraba ningún otro pueblo dentro del valle. Pensando que tal vez sí sería un fallo del celular, bajó hasta el pequeño lugar esperando poder encontrar a alguien que la pudiera acercar a su ciudad, la cual se suponía ya solo estaba a dos horas de camino en carro. La luz del sol comenzaba a bajar, así que se apuró en llegar.
             Al hacerlo, le dio la impresión de que estaba desierto. Las luces de las casas, las cuales ya deberían estar encendidas, mantenían las cortinas corridas o sin ningún indicio de electricidad. Caminó entra las casas, buscando alguna que emitiera ruidos pero notó que aparte de ser casas sumamente viejas y descuidadas, no había nadie dentro de ellas.  
             -¡Ey!, jovencita –gritó una mujer. Una hermosa señora de cabello castaño se le acercó rápidamente, moviendo su exceso de grasa por todos lados mientras intentaba dar grandes pasos. La mujer le sonrió con dulzura mientras le extendía la mano para saludarla. –Jovencita –dijo con la voz entrecortada por el esfuerzo que había hecho para llegar hasta ella. –No puedes estar a estas horas en la calle.
             –Quiero llegar a Guanajuato para el anochecer. ¿Sabe quién podría llevarme? –dijo la chica acomodándose la mochila de viaje sobre sus hombros.
             -Puedo conseguir que alguien te lleve hasta Valenciana, pero nadie de aquí va hasta Guanajuato.
             -Pero –dijo sintiendo una combinación de ansiedad y agradecimiento -¿Aquí no es Valenciana?
             -No, muchacha. Aquí es La Villa Dócil. Valenciana está a una hora de aquí. Pero si quieres yo misma te llevo hasta allá, solo que no podría ser este día, ya está obscuro y no es buena idea estar hasta estas horas en la calle.
             Una extraña sensación de gratitud le hizo querer aceptar viajar hasta al día siguiente, aunque sus padres ya la esperaban esa noche en casa.
             -¿Sabe dónde puedo pasar la noche?
-Ah, pues conmigo. –La señora se acercó efusivamente para ayudarle con la mochila- Tengo cuartos para los viajeros que pasan por el lugar. Hay una cama para ti. -Dijo la señora con amabilidad, parecía que irradiaba luz de lo gentil y dulce que parecía ser. La chica solo quería besarle la mano por lo agradecida que estaba con ella por la invitación, lo cual no era común en ella.
             Ambas caminaron hasta el lugar que estaba a la vuelta de donde se encontraban. La casa era de ladrillo pintado de rosa mexicano, parecía ser la casa más bonita del lugar, como si también irradiara luz, igual que la gentil propietaria. Subió unos pequeños escalones que la llevaron a la puerta y entró en un cálido y fresco recibidor. En él había tres chicos regordetes, con mejillas rosadas y la misma hermosura de su madre, a un lado, sentado junto a una niña que dirigió inmediatamente sus ojos hacia ella, había un señor alto y delgado que se levantó para extenderle una mano como gesto de bienvenida. Inmediatamente, una joven alta y guapa salió de una habitación para también tenderle la mano. Todos parecían tan amables y dulces. La recibieron de buen agrado, emocionados de ver a alguien nuevo en la casa.
             -Ay, Elena, tendrás una compañera, espero no te importe. –le dijo la mujer a la joven alta que había salido de la habitación para saludarla.
             -Es encantada de que haya alguien más aquí –dijo con luz en los ojos.
             -Por qué no le muestras la habitación, estoy segura de que le encantará.
             -¿Cómo te llamas? –le preguntó Elena mientras le quitaba la mochila de los hombros para ayudarla. Ante el peso que le supuso la mochila, Elena cayó al suelo. Inmediatamente la chica la ayudó a levantarse y tomó su mochila para ella misma cargarla. –creí ser más fuerte; siempre he entrenado deporte, supongo que me tomó por sorpresa el peso. –dijo después de levantarse. –pero muchísimas gracias por tu ayuda.
             -Soy Natalia. ¿Tienes mucho tiempo aquí?
             -No, llegué hoy mismo. Pero todos han sido tan gentiles conmigo desde que llegué que solo pienso en quedarme. –El cuarto era una amplia habitación para tres personas. Todo estaba completamente iluminado, acompañado por cuadros diversos que resaltaban los colores turquesa de las paredes. La cama de en medio, donde iba a dormir Elena, daba la impresión de haber sido usada por días, quizá meses, ya que había ropa, zapatos y libros regados alrededor de ella. Pero de una u otra forma parecía gratificante estar ahí. A Natalia en realidad le estresaba el desorden, pero aquel desorden parecía confortable. Dejó su mochila en su lugar, recibiendo la ayuda inmediata de Elena para poder acomodar sus cosas. Todo lo sacó de la mochila y lo acomodó alrededor de la cama, en un ropero de madera ubicado a un lado.
             -Uf, creo que el lugar me debilita –dijo Elena después de sentarse por tercera vez por un mareo provocado por el esfuerzo. –siempre he creído tener una buena condiciendo física. De cualquier forma, el estar en este hermoso lugar compensa la fatiga de la presión, o altitud… lo que sea que me provoque tanto cansancio –dijo con alegría, y tenía razón, estar en ese lugar era algo hermoso.
             Estuvieron platicando un rato, Elena, sacando una fotografía de ella y su familia, la cual colocó en las manos de Natalia, le contó que vivía en Valenciana, junto a sus padres. En la mañana había montado su caballo para poder llegar a casa de una amiga suya para pasar el fin de semana junto a ella. Lo último que recordaba era que había caído del caballo despertando en la casa de Silvia, la cual la había encontrado desmayada cerca de la villa. Elena había aceptado quedarse a pasar la noche para reponerse del golpe y al día siguiente sería llevada de vuelta a Valenciana. Elena parecía ser una chica un poco extraña, era muy amable y cálida, pero algo en ella le ponía los pelos de punta. Pero estas percepciones solo duraban unos segundos, ya que inmediatamente dejaba de lado la sensación y pensaba en lo dulce que era la chica.
             -Ya está la cena, jovencitas. –dijo la mujer con un delantal de colores muy simpáticos. Ambas chicas se levantaron, pero nuevamente Elena cayó al suelo.
             -Lo siento tanto –dijo avergonzada, poniéndose de pie con ayuda de Natalia. –creo que la presión me hace daño.
             -Debe ser el golpe que te diste en el caballo, mi vida. –dijo Silvia desde la puerta. No se había movido ni inmutado cuando Elena cayó al piso, pero Natalia solo pudo pensar que la mujer lo había hecho para que Natalia pudiera ayudar a Elena. “Que amable mujer, solo quería hacer que nosotras dos nos hiciéramos más amigas” Pensó Natalia.
             -Eso fue hace meses. –dijo Elena con una voz que Natalia no había escuchado en todo el rato que había estado hablando con ella. La voz parecía carente de toda la felicidad, alegría y gratitud, que era como había estado sonando hasta ese momento; ahora parecía algo ronca, enojada y débil.
             -¿Te duele mucho la cabeza, mi vida? –dijo Silvia preocupada; se acercó a ella, Natalia, quien con una mano en la frente seguía presionando los parpados para controlar el mareo, se alejó de la señora. Silvia le tomó la mano y la ayudó a caminar hasta la puerta.
             -Muchísimas gracias, Silvia. –Dijo Elena repuesta. Como si nada hubiera pasado. –Te va a encantar la comida, Natalia, la señora Silvia cocina delicioso. –Le dijo mientras tomaba asiento en el comedor.
             Después de cenar, Natalia quería ir a su habitación para poder descansar de todas las horas que había estado viajando, pero la necesidad de quedarse en el comedor para poder ayudar con lo que se le pidiera, le hizo mantenerse ayudando a las amables personas de la casa. Más noche, cuando ya todos se estaban retirando a dormir y ni Natalia ni Elena encontraban con qué más ayudar, ambas se fueron a dormir. De inmediato Elena se quedó dormida, así que con un ligero insomnio, Natalia se puso a escribir en un diario que había llevado durante todo su viaje.
             “10 de septiembre. Llegué a la Villa Dócil. Mañana Silvia me llevara junto a Elena hasta Valenciana para poder encontrar quién me lleve hasta Guanajuato. Ya casi termina este viaje” Guardó el diario en el librero, el cual estaba repleto de sus pertenencias. Por primera vez esto se le hizo extraño, ¿por qué había desempacado si solo se quedaría una noche en el lugar? Sin darle tanta importancia, se fue a dormir.
             Al día siguiente despertó desconcertada de estar ahí. Se levantó de la cama con una inmensa necesidad de salir e ir directo a su casa. Tendió la cama e hizo su maleta. Elena, en la cama de a lado se movía de un lado al otro debajo de las sucias cobijas.
             -¿Estas despierta? –pregunto Natalia al ver que Elena no dejaba de rascarse el cuerpo por debajo de las cobijas.
             Al ver que no le contestó, fue hacia el baño que estaba en la habitación. El baño era muy pequeño, destartalado y con falta de cuidados. Se duchó con tranquilidad y se miró en el espejo colocado arriba del lavabo, el cual estaba a un lado de la cortina de baño que estaba cubierta con flores que tal vez en algún momento fueron amarillas, pero ahora eran una mezcla entre negro y café.
             -Hola –dijo al salir de la habitación y ver que Silvia ya estaba preparando la comida. Inmediatamente, casi en un abrir y cerrar de ojos, Silvia la estaba abrazando para desearle buenos días. En ese segundo Natalia sintió una enorme alegría y la abrazó de vuelta ofreciéndose a ayudar con lo que pudiera
             -¿A qué hora podremos partir a Valenciana?
             -En cuanto terminen de desayunar –le dijo Silvia arrimándole el plato de enfrijoladas en la mesa. En ese momento entró Elena a la habitación, Silvia la saludó con la cabeza, deseándole un buen día.
             -Oh, amo los chilaquiles, muchas gracias, Silvia. –dijo Elena sentándose en la mesa. Natalia se desconcertó por una fracción de segundo. Ambos platos tenían enfrijoladas.
             El día estaba hermoso, la luz entraba por las ventanas y alumbraban toda la linda casa que por dentro estaba pintada de un amarillo canario con naranja. Alegremente, Natalia fue hacia su habitación por sus cosas para poder emprender el viaje al pueblo de Elena. Ella, al ver que Natalia se dirigía por sus pertenencias, la acompañó para ayudarla con sus cosas. Ambas salieron hacia el recibidor, donde Silvia las vio con una sonrisa muy amable.
             -Bienvenidas, jovencitas. –dijo tendiéndoles la mano a ambas. –Dejen les muestro su habitación. -Dijo Silvia. Natalia y Elena caminaron hacia la habitación.
             -Muchas gracias por dejarnos quedar aquí esta noche, señora Silvia –dijeron con gratitud las dos chicas.
-No es nada, jovencitas.
             El día transcurrió rápidamente, era como si las horas pasaran como minutos y en cada parpadeo que Natalia daba la luz de la habitación cambiaba, como si de verdad estuvieran pasando horas. Todo el día se la paso cosiendo unas pulseras, pero poco a poco se iba sintiendo cada vez más débil. En la noche, después de cenar un plato vegetariano -que por una extraña razón Elena vio como un plato lleno de carne-, ambas fueron al cuarto para dormir. Elena calló inmediatamente en la cama y se quedó dormida. Natalia, aprovechando el momento de soledad, saco su diario y sin leer lo que había escrito una noche antes, escribió:
             “10 de septiembre. Hoy en la mañana llegué a Villa Dócil, la señora Silvia mañana nos llevará a Elena y a mí al pueblo de Valenciana. Para mañana ya estaré en casa.”
             Al día siguiente, Natalia despertó nuevamente desconcertada ¿qué día es hoy?, se preguntó con una mano en la cabeza que le punzaba por el dolor. Se levantó con la esperanza de ir a casa. Después de bañarse fue al comedor para desayunar. Esta vez Silvia no la abrazó, solo la saludó con la cabeza e inmediatamente Natalia pensó que ella era la mujer más amable y gentil que había conocido en toda su vida. El día nuevamente paso en un segundo. Igual que el día anterior, Natalia, sobre la cama tomó su diario como si fuera la primera noche que estaría ahí. Sin leer lo que en dos noches anteriores había escrito, volvió a escribir:
             “10 de septiembre. Llegue a una villa muy extraña…”
             Una mañana, Natalia despertó con un fuerte dolor de cabeza, se levantó con cuidado de la cama, pero un mareo la invadió de inmediato. “Será que no dormí bien”, se dijo como lo hacía todas las mañanas. Fue al cuarto de baño y se duchó. Ayudó a levantar a Elena, la cual para haberla conocido unas horas antes, ya se había convertido en una de sus amigas más cercanas.
             -Arriba, El, que hoy ya nos vamos para Valenciana.
             En la noche, cuando ambas iban a dormir con el cuerpo cansado y adolorido, Elena cayó al suelo desmayándose. Natalia corrió a auxiliarla y comenzó a gritar por ayuda, ya que ni ella misma pudo levantarle siquiera los pies. Silvia entró corriendo junto con su hija para poder ayudarlas. Ambas pusieron a Elena sobre la cama mientras Natalia intentaba ponerse de pie. Silvia le extendió una mano y Natalia termino sentada con la respiración entre cortada a un lado de Elena.
             -Estará bien –dijo amablemente Silvia –la presión debió afectarle. –Natalia asintió agradecida por las atenciones que Silvia les estaba dando, pero un dolor muy fuerte le punzaba en el corazón.
             Cuando Silvia salió de la habitación junto a su hija, Natalia se soltó en lágrimas a un lado de Elena que aún no despertaba. Por muy extraño que le pareciera, Natalia sintió que había estado llorando durante meses, comenzaba a sentir lo desgarrada que tenía la garganta por tanto gritar. Sentía el dolor familiar, el del cuerpo, la garganta, la cabeza, las manos… sentía el dolor como si llevara meses sintiéndolo. Elena despertó minutos después, y por algunas fracciones de segundo le pareció a Natalia ver cortadas y golpes en la cara demacrada y esquelética de Elena, pero después reaccionaba y veía a la Elena que había conocido en la mañana: la chica atlética con cuerpo sano. Después de acomodar a Elena y platicar unas horas junto a ella para pasar la noche, Natalia fue hacia su cama para escribir en su diario. Lo abrió, y cuando estaba a punto de escribir en la parte baja del diario, notó que había varios escritos en letras grandes, remarcados varias veces con la pluma y señalados con flechas.
             “¡SAL DE AQUÍ!”  Decían los escritos. “SAL DE AQUÍ”.
             Sorprendida, Natalia comenzó a hojear el diario, donde en varias páginas consecutivas se podían leer todos los mensajes pidiéndole que se fuera del lugar, todos combinados con la misma anotación “10 de septiembre. Hoy llegue a Villa Dócil…” páginas y páginas estaban llenas del mismo apunte. En un estado de exaltación, Natalia, asustada tiró el libro al suelo. Ella sólo había estado un día en aquel lugar. ¿Qué era todo eso? Natalia se disputó entre sentimiento de peligro y otro de calma. Se levantó de la cama intentando tranquilizarse, pero de inmediato cayó al suelo por la debilidad.
             Al día siguiente despertó en el frío y sucio suelo. Se levantó con dificultad y fue hacia el baño para darse una ducha. En el baño había una pequeña ventana arriba del lavadero, a un lado la cortina de baño con flores las cuales en un principio parecían haber sido amarillas, pero ahora se veían entre cafés y negras por la mugre acumulada sobre ellas. En la ventana, un chico, quien justo cuando Natalia entraba al baño, tocó el vidrio.
             -Natalia –dijo apuradamente un joven de cabello y ojos oscuros que parecía cambiar de color cada vez que ella parpadeaba–tienes que salir de aquí. Tienes que hacerlo lo antes posible. –el chicho volteaba a todos lados con nerviosismo
             -¿Quién eres tú? –Pregunto Natalia chocando contra la pared por el susto que el chico le había dado -¿tú escribiste todas esas cosas en mi diario?
-¡Tienes que salir de aquí hoy mismo!
             -¿Nat? –preguntó Elena desde su cama. Natalia volvió la mirada hacia el cuarto intentando que Elena no fuera hacia el cuarto y viera a aquel chico que estaba en la ventana del baño, pero cuando regresó la mirada, solamente vio el relejo de la pared. Natalia fue hacia la cama de Elena para ver si necesitaba algo. Elena, con cuidado, se fue levando de la cama mientras Natalia caminaba hacia ella. La chica la tomó del brazo para ayudarla a levantarse, y al hacer esto, sintió el helado hueso cubierto de algo astilloso y seco. En cuanto la sentó en la cama, Natalia prendió la luz. Al hacerlo y mirar a Elena, retrocedió hasta chocar contra la pared, comenzando a resbalarse lentamente sobre ella sin dejar de ver a Elena, la cual no era la chica que siempre había tenido en su mente. Elena era una joven con poco cabello, pegada a los huesos, cubierta de cicatrices, cortadas, golpes y costras.
             -Buenos días, Nat. –le dijo Elena con alegría. –Muchas gracias por ayudarme a levantar, supongo que no descansé. ¿Qué te pasa? –dijo al ver como Natalia se alejaba a rastras de ella cuando se le acercó. –Vamos, levántate, hoy nos vamos a Valenciana. –le dijo, tomándola de la mano y haciendo un duro intento por ponerla de pie, pero ambas terminaron en el suelo. Hoy nos vamos a Valenciana. Hoy nos vamos a Valenciana. Escuchó Natalia en su mente. Veía el resto de la Elena que se lo había repetido durante meses, la misma que había estado gritándole que la dejara y escapara cuando tuviera la oportunidad. Era el mismo rostro que poco a poco iba tomando forma entre una nube borrosa, el cual le decía que tenía que reaccionar–Dúchate tú primero –le dijo Elena poniéndose de píe. Comenzó a tender su cama con dificultad. Natalia no podía creer que el esqueleto que tenía enfrente fuera capaz de moverse. –Métete ya, se nos hará tarde. –le dijo Elena con amabilidad. Natalia no podía moverse, pero en un gran intento por querer salir de ahí corrió hasta al baño.
             -Tienes que salir de aquí –le dijo el chico que había vuelto a aparecer en la ventana. Natalia comenzó a llorar del terror que sentía. –No te sirve esto de nada, Natalia. Tienes que salir de aquí. Tienes que salir de aquí. Tienes que salir de aquí. Conoces la casa a la perfección, tú sabes cómo salir de aquí.
             -Sólo llevo un día aquí. –gimoteó Natalia entre lágrimas. –sólo llevo un día aquí –comenzó a repetir, al mismo tiempo que se llevaba las manos a la cabeza y sus piernas hasta su pecho.
             -¡Es hora de desayunar! –escuchó decir a la señora Silvia. Al escuchar su voz, un montón de gritos grotescos y brutales dirigidos hacia ella empezaron a sonar en su cabeza. Todos con la voz de Silvia.
             -Tienes que salir hoy. Tienes que salir hoy. –decía el chico desde la ventana.  –Yo te ayudaré a salir, pero tienes que hacerlo pronto.
             Natalia se puso de pie y abrió la regadera para amortiguar sus llantos. Después de bañarse salió a la habitación, la cual era un feo lugar sin color, cubierto de suciedad. Las cosas de Elena estaban sobre la cama, pero ella ya no estaba ahí. Salió al comedor, donde Silvia le paso una mano por el hombro para ayudarla a sentarse.
             -Muchas gracias por la ayuda –dijo Natalia sintiendo un insomnio de felicidad y tranquilidad.
             En la noche, cuando fue a dormir, Elena no estaba en la habitación.
             Escribió en su diario, en una nueva página:
             “10 de septiembre…”
             Al día siguiente despertó emocionada porque ese día la llevarían a Valenciana. Al salir de bañarse, notó que Elena no estaba en su cama, la cual estaba destendida, con todas sus cosas regadas de una forma confortable alrededor del lugar donde dormía. Con buenos ánimos, Natalia salió al comedor para desayunar, pero Elena no estaba ahí.
             -¿Dónde está Elena? –preguntó Natalia al terminar de desayunar. Silvia, desde su lugar en la cocina la miró con una sonrisa
             -¿Quién es Elena, Natalia?
             Por una fracción de momento Natalia se cuestionó la pregunta. ¿Quién era Elena y por qué estaba pensando en ella?, pero inmediatamente recordó la sonrisa que ésta todos los días le dedicaba.
             -Elena –insistió. –La chica de Valenciana que llegó ayer. Alta, atlética, linda…
             -Ah, Elena –dijo Silvia acercándosele para trenzarle el pelo en un intento de relajarla. –Salió a caminar.
             Después de tranquilizarse por saber que Elena estaba caminando por la villa, Natalia se puso a coser sus pulseras. Pero nuevamente las horas parecían pasar como parpadeos, y en un segundo ya se encontraba escribiendo en su diario para poder ir a dormir.
             “10 de octubre, hoy llegué a Villa Dócil. Una señora muy amable nos recibió a mí y a mi mejor amiga, Elena, la cual salió a recorrer el lugar en cuanto llegamos. Aun no regresa, y no puedo dormir por ello…”
             Natalia dejó el diario de lado y miró hacia la cama de Elena, la cual seguía destendida, con todas sus cosas esparcidas. Miró por mucho rato hacia la cama, sin fuerzas para moverse ni acomodarse, y en un momento, se quedó dormida. En la madrugada un ruido la despertó, pero con la poca energía que tenía no se movió ni hizo ruido alguno. Silvia, con ayuda de su hija juntaba las cosas de Elena, al mismo tiempo que tendían la cama. Natalia volvió a quedarse dormida. Pero al par de horas unas manos en sus hombros la despertaron.
             -¡Sal de aquí! –le dijo el chico que había estado en la ventana del baño. Natalia se levantó con esfuerzo y se paró de la cama sin ver al chico en el cuarto. -¡VAMOS, MUEVETE! –le gritó el chico, el cual ya estaba atrás de ella.
             Natalia no sabía lo que estaba pasando, pero una fuerza extraña la movía para meter sus cosas en la mochila de viaje que había dejado debajo de la cama. El chico, el cual no paraba de gritarle, parecía dar vueltas por toda la habitación, aparecía en un segundo atrás de sus hombros y en otro segundo se encontraba al otro lado del cuarto. Natalia se tardó varios minutos en lograr levantarse con la mochila en los hombros, pero después de lograrlo, caminó hasta la cama de Elena.
             -¿Qué haces? –Le gritó el chico desesperado -¡TE TIENES QUE IR!
             Natalia se hincó y buscó en la cama alguna cosa que pudiera encontrar de Elena, pero no halló nada. Salió de la habitación, seguida por el chico que no paraba de girar a su alrededor mientras le decía por dónde ir. La puerta de la casa, por una extraña razón, no tenía seguro. La abrió con cuidado y salió hacia la calle.
             Caminó con rumbo hacia Valenciana, pero en cuanto salió de La Villa Dócil se tiró sobre el pasto y comenzó a llorar.
             -¡CORRE!, ¡corre!, Natalia, aun no estas a salvo –escuchaba decir al chico el cual no se veía por ningún lado.
             Natalia saco su diario, en el cual había guardado la fotografía que en un momento Elena había puesto en sus manos. Natalia la tomó y nuevamente se levantó para seguir caminando. Cuando paso el valle, miró la fotografía, en la parte de atrás de esta, Elena le había escrito “sal de aquí”. Y en esos segundos recordó la imagen borrosa de Elena, quien durante meses le estuvo repitiendo que ella todavía podía escapar

             
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