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e-ISSN: 1562-4072 | |||||||||||||||||
Volumen 7, número 19 / Enero-Junio 2020 | |||||||||||||||||||
Revista electrónica semestral de estudios y creación literaria |
UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA | ||||||||||||||||||
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades | |||||||||||||||||||
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(Sin título) Eduardo Hennings
Las mujeres que viven en la casa 107 de la calle Loma Pinta, las que se mudaron hace tres semanas y que indudablemente vienen de grande urbe, han levantado el interés en este pueblo en el que pasa muy poco y en el que las caras las conocen tanto como las palmas de las manos propias. Sabemos que se llaman Clarisa y Magnolia, aunque no estamos del todo seguros de que sean sus nombres reales, y algunos no tienen bien entendido cuál es Clarisa y cuál Magnolia. Si hemos cruzado palabra con una de ellas, además de las cordialidades del Buenos días y el Pase usté, ha sido para abrir conversaciones insignificantes, de esas que cierran pronto, de las que no revelan nada ni posibilitan una cercanía. Mucho menos el saber qué son ellas, quiénes son, por qué están en esta basura de pueblo del que bastantes quieren salir.
Felipe, primer pueblerino que las conoció. Para hablarles con la mera verdá, cuando las vi llegar, uf, qué mujer me pareció la Clarisa. Fui de los primeros en saber que había nuevos habitantes. “Extranjeras”, dije, pero la suposición valió pura ma´ cuando las oí nombrarse como todo mexicano nombra, güey. Bueno, me pareció muy guapa y no juí lento al ofrecerles ayuda con sus maletas. La sonrisa de Clarisa es igual de bonita que la de su amiga, y digo amiga porque pues no creo que sean parientes siquiera. Si me piden mi opinión, se parecen tanto como un pato se parece a un pollo… “Han de ser amigas que viven juntas para que les cueste menos”, me dije. Pero n´ hombre, al oír los posibles pasados turbios que tenían, ni de loco me quedé ahí cerca ni me volví a aparecer.
Señora Juana, de la familia Jiménez. Bueno, es que realmente no es por ser chismosa ni nada, pero he visto un poco de esas mujeres y no se puede decir cosa muy buena. No es que sean malas ni nada de eso; más bien se ven muy amables, o por lo menos así se muestran. Uno no sabe nunca lo que las demás gentes sean. Sobre todo, ellas; son muy misteriosas. Alguien no es así a menos que tenga algo a esconder. Eso opino yo. Y es que desde que supe que ocuparon la vieja casa verde me dije que algo debía haber en ellas que no estaba bien. Dos mujeres guapas de la metrópoli y vienen a ocupar un basurero. Vean, no es por nada, pero si yo viviera en la ciudad, no fuera por ninguna razón a un pobladito que no ofrece nada. Y, sobre todo: si fuera a uno y hablaran mal de mí o descubrieran mi turbio pasado, me iría lejos a otro lugar. Más si se enteraran de negocios como los que dicen que ellas hacen. ¿Ya oyeron ustedes? Esas hermanas son las herederas de una decena de prostíbulos en la ciudad de la que vienen; la madre de ellas era despiadada y muy vulgar, y nunca le importó la discreción, y al morir (posiblemente por envenenamiento, qué sé yo) Magnolia y Clarisa se quedaron con el negocio. Trataron de manejarlo mejor y con… con sutileza, pues, pero ni así se salvaron de las venganzas de quienes su madre estafó y burló. Entons pos huyeron, claro. La cosa es que no aprendieron nada y ni de chiste pararon con el negocio; además se hicieron de peores métodos las canijas: andan reclutando chavitas tontas y de calle, d´ esas que necesitan un dinerito y una cama. Pues la Magnolia y su hermana, a quienes no les sabemos sus apellidos, les prometen dinero en una cama: las chamacas caen fácil.
Doña Rosaura, viuda de Don Jaime Fuentes. Yo no vengo a decir lo que creo, eso no importa. Vengo a decir lo que me han dicho los que dicen saber. Pienso que es poco lo que yo crea, aunque no dudo que hablar mal de dos mujeres es pecado. Por eso no opinaré, nomás comunicaré. Mi esposo, que-Dios-lo-tenga-en-su-santa-gloria, comentaba con regularidad que la gente es fabuladora porque las cosas buenas y provechosas les parecen muy pesadas y prefieren inventar “ve tú a saber qué tontadas”. Pero es distinto atender todas las historias y sopesar cuál es la más posible. Eso he hecho junto con unas amigas en estos últimos días, y siendo franca yo digo que la historia más fiable es la del narco. Todo en el mundo, o por lo menos en el mundo que como mexicanos conocemos, va relacionado desde hace un friego de tiempo con el narcotráfico. Por lo mismo no me sería extraño que la historia más cercana al misterioso pasado de las primas del 107 en Loma Pinta sea la que cuenta que ellas son las parientes más allegadas a un narcotraficante poderoso y muy incómodo en el noroeste del país. Mi queridísimo esposo, que-en-paz-descanse-, murió indirectamente por estos males. No me adentraré en eso, no se apuren, pero es verdad que una peste así no da nada bueno, y quienes entran en ello acaban huyendo. Algunos a lugares desolados como este.
Juancho, hijo del abarrotero. Miren, a mí francamente me importa poco lo que estas mujeres sean. Me va y me viene si son meseras, licenciadas, cuidadoras de un panteón o barrenderas. A mí eso no me afecta en nada, tampoco que sean furcias, como juran algunas personas bastantito anónimas. Yo por si las moscas (porque es una rareza enorme que dos mujeres tan bonitas y de guen ver no tengan hombre y además trabajen rentando su cuerpo) pues juí a ver, ¿no? Supongo que ustedes entienden, ¿verdá? Porque, venga, a mí qué me importa que su trabajo sea usar un tubo y despreciar las ropas; no me interesa en lo más mínimo; pero otra cosa es si quienes lo hacen viven en la misma calle de mis queridas e inocentes vecinas. De hecho, hasta una prima, la más jovencita, vive en la calle de la Loma Pinta, así que vean ustedes nomás. Debía tomar una decisión, y con actitud determinada de repente ahí ustedes me ven yendo a aquel lugar al que nunca antes (juro que lo juro) había ido. Ni a ese ni a cualquier otro que se le parezca en mañas. Pero bueno, así está la cosa: fui. No es que sienta urgullo de dicirlo; lo que sí siento es responsabilidad. ¿Se creen que alguien que valora la tranquilidá de las calles en las que sus parientes mujercitas viven no se aseguraría de cuánto cierto hay en los chismes? Ahí ´ta. Pues yo pronto jui al congal del pueblo lo más disimuloso que pude; observé; busqué; me esperé a que salieran toditas las furcias a hacer sus bailes y ofrecer d´ esas bebidas rebajadas que Don Pancho acostumbra a vender en su nego… Digo, pues Don Pancho; todos en el pueblo lo… lo conocen. Todos saben quién es el dueño del negocio, ¿no…? Ah, ¿no? Miren, yo fui a hacer una investigación y en la movida me enteré de varias cosas que no vienen a cuento ´ora, pero volviendo al tema: hice todas esas cosas y pregúntenme qué hallé. Pos nada. ¿Ustedes creen? Esas viejas (que sepa dios si son familia o apenas amigas) no son prostitutas, como andan diciendo por ahí. Ni siquiera meseras d´ esas provocativas que atontan a uno y lo hacen comprar otra caguama. Una mañana de la quinta semana Clarisa y Magnolia se fueron. No eran ni las ocho cuando metieron pocas cosas al carro y arrancaron. Menos de lo indispensable, ni la mitad de lo que tenían el día de su llegada. Quienes las vieron irse juran que si algo parecía era que estaban escapando. No se atreven a suponer de qué. El hombre del traje color antracita que anduvo por aquí un día después durante tres días nunca se prestó a darnos una sola respuesta.
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