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e-ISSN: 1562-4072
  Volumen 7, número 19 / Enero-Junio 2020  
Revista electrónica semestral
de estudios y creación literaria
    UNIVERSIDAD DE GUADALAJARA    
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades    

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Laberinto

Pedro Miguel Guillén Mejía

 

…Esa fue la segunda vez que soñé que asesinaba a Flores Pascal… Se presentó en la Biblioteca Nacional de Guatemala en enero del 82. Salazar estaba interesado en encontrar las anotaciones que Benito Salazar, su bisabuelo, antiguo soldado de infantería al mando de Simón Bolívar, había dejado en muchos de sus libros durante la batalla de Junín. Era escritor, le explicó al director Ramón Susuarregui, y ésta es parte de su obra. Sacó un libro alargado, de tapas blancas. Es el inicio de su novela, lo fusilaron antes de terminarla, pero su mejor amigo, el médico Isidoro Cruz, sabe el final, mismo que dedicó a escribir en diferentes libros en su viaje de Perú a Guatemala, eso lo sé porque Isidoro, que en paz descanse si es que se puede descansar en la muerte, lo dejó anotado en una carta que dirigió al coronel Ruiz Sánchez. Como bien sabes, estimado compañero de guerrilla y amigo, Benito les pidió a los soldados del ejército realista que lo dejaran contarme el final que tanto estaba buscando para su novela. Seré breve, lo prometo. El oficial en turno me apuntó con el cañón del fusil para que me acercara hasta Benito, quien ya tenía una herida en el estómago. Con muchísima fuerza levantó los ojos, ya sabes lo inexpresivo que era. Se apretaba con ambas manos a la altura de su hígado. Es probable que la bala haya perforado también la columna vertebral. Me llamó por mi nombre y no por mi cargo, cosa rara para un hombre como él que creía que llamarte por tu nombre era de mala educación, supongo que ante la muerte ya no existen las cortesías, y me pidió que por favor no me fuera hasta que lo enterraran, para que después pudiera decirle a sus hijos dónde estarían sus restos. Anoté las ideas sueltas de un hombre, que había dedicado sus últimos minutos de vida en contarme una historia en vez de mirar el cielo. Y me dijo: hoy soñé que sería asesinado. Es preferible morir asesinado a morir por causas naturales, nadie recuerda a los que murieron por causas naturales. ¿Te imaginas saber con certeza cuál sería el último sueño de tu vida, Ruiz, y no solo eso, sino verlo cumplido? Lo ayudé a levantarse, y como no podía sostenerse por cuenta propia lo amarraron a un árbol que estaba cerca. Tuve que comprobar que estuviera muerto después de los disparos. Me ordenaron que me acercara al cadáver. ¿Cómo te acercas al cadáver del que alguna vez fue tu amigo? Comprendí que en la guerra eso era posible, natural. Le tomé el pulso y les dije, de verdad intenté decirles, que estaba muerto. Pero no quisieron entenderme. Lo golpearon hasta que no quedara nada de él. Era para ellos un traidor. Yo también lo era… El director, que había recibido dos días antes una llamada telefónica por parte de Salazar, no supo qué decir. En la conversación todo había sido muy breve: allá le cuento lo que quiera saber, solo necesito ese par de libros que le llegaron desde Perú. Colgaron. Recordaba a los nietos de Ruiz Sánchez. Ambos militares. Uno de ellos se jactaba de conocer en persona a José Efraín Ríos Montt. Nuestro padre murió hace poco y nos pidió que trajéramos estos libros aquí. Dos ejemplares de las Mil y una noches. Mil quinientas páginas cada uno. En todas las hojas había anotaciones. Las primeras dos mil ochocientas notas correspondían a Benito Salazar. Llevo cuarenta años buscando estos libros, la voz de Salazar se pronunció como una luz apagada, y cuarenta años es toda una vida. Lo triste, aunque él no parecía triste al decirlo, es que me he dedicado a recuperar la memoria de mi bisabuelo en vez de recuperar la propia, es más, creo que yo nunca la tuve. Era verdad. Su padre, Antonio Salazar, murió acuchillado en un duelo en el año de 1919, no porque no fuera ágil en el uso de las armas, sino porque una noche antes soñó con su muerte, y como tuvo la opción de escoger cómo iba a morir, decidió morir acuchillado. El minotauro apenas se defendió, le dijo Teseo a Ariadna al salir del laberinto. Salazar, mientras tanto, tenía una herida en su memoria. Acompañó al director por un pasillo paradójico que empezaba con el final de la biblioteca. …por pasarle información al jinete Flores Pascal, que ahora que lo escribo pienso en él como el posible traidor a nuestra causa… Los dos ejemplares estaban guardados con la paciencia de un hombre que dedicaba sus días al Tiempo. …Debo decirte, amigo Ruiz, que interrumpí mi escritura por unos meses, no soportaba la terrible idea de que Flores Pascal estuviera vivo a pesar de todo. Me dediqué a buscarlo por si las dudas. Unos me decían que lo habían fusilado en el sur de Venezuela, otros que lo ahorcaron en  Caracas. Apenas enterramos a nuestro amigo Salazar me enfilé a las afueras. Me dije a mí mismo: Isidoro, esto es por la sangre de Benito y nada más, no por tu Patria, que es muy grande, hija del sol de Perú. Espolee tan fuerte que a Lusitano le abrí la carne… Salazar agradeció al director. Quiero estar solo si me lo permite. La humedad de los libros…, el polvo… La primera nota, escrita con una tinta ya seca, hablaba sobre un hombre que había perdido todos sus recuerdos. Pidió entonces Salazar el permiso para quedarse en la oficina. Solo hasta que termine de leer. El director asintió, no sin antes decirle que la biblioteca cerraba a las nueve. …pero no relinchó, estaba preparado para la peor de las barbaries, incluso para no dormir, y eso hicimos, cabalgamos varios días y varias noches, apenas un poco de agua y un trozo de pan. El cansancio terminó tumbándonos en un claro sobre el que la luna nos golpeaba la cara, ahí soñé por primera vez que asesinaba a Flores Pascal… Salazar, con ínfulas de minotauro, se perdió entre los pasillos, buscando, siempre buscando.El director le siguió con la mirada un par de ocasiones hasta que las sombras envolvieron a la figura en un signo de incertidumbre.Eran ya las diez. De nada sirvió gritarle que cerraría la puerta con cerrojo. Esperó dos horas más en las escaleras. Solo los pasos, probablemente de una bestia, se escuchaban lejanos, del otro lado de los muros. Mañana volveré… sí, mañana. Esa noche soñó con la biblioteca. …No estoy seguro de cuánto tiempo pasó, cielo y tierra me parecían lo mismo. En una laguna vi el reflejo de un hombre agotado y de un Lusitano ya sin fuerzas. Pasamos por un campo donde los hombres, de tan quemados, parecían de maíz. Anduvimos por uno de esos caminos llenos de espinas, y no recuerdo si fue ahí o en otro lugar donde hicimos una fogata, y tampoco recuerdo si fue ahí o no donde comenzó a llover. De lo que sí estoy seguro es que Lusitano murió dormido. Su carne me salvó del hambre y de la tempestad… El director se detuvo ante la puerta. Dudó… Las llaves en sus manos, dispersas… Aquí está Salazar… Una a una las luces aparecieron tenues. Se respiraba un aire húmedo, contaminado.  Detrás de las primeras repisas una voz de hombre con acento de criatura: necesito más tiempo. Fue todo. Por meses fue todo. El director se acostumbró a la presencia invisible de Salazar. A los ruidos: las sillas deslizándose, los pasos en la escalera, las tuberías, las páginas de un libro viejo. Menos a sus sueños. Aunque a decir verdad Salazar no dormía. Era muy difícil saberlo. Después de que fuera asesinado no se encontraron indicios de algo parecido a una cama. Usaba su tiempo en reescribir a mano la novela de su abuelo, nunca le gustó la máquina de escribir porque se manchaba los dedos al cambiar los cartuchos. En sus viajes había recopilado cerca de veinte libros llenos de anotaciones, mismas que se había encargado ya de pasar a cuadernos cosidos. Se hizo de un escritorio y de una vela. Empezó: Esta es la historia de un hombre que ha perdido la memoria. Y si le quedaba algo de tiempo lo dedicaba a recordar la carta de Isidoro Cruz, texto que, a pesar de estar incompleto, agregaría al final de la edición: …lo encontré, Ruiz, Flores Pascal pagó su traición, el muy desgraciado dormía tan tranquilo a mitad del campo, sus animales estaban con él, eso me dio más coraje, me le eché encima como a una bestia, ya no había tiempo para pensar, ni energía. Estoy casi seguro de que era él. Le dejé el cuchillo clavado en la garganta, como símbolo de mi gran desesperación. Una mujer intentó detenerme. ¡No lo mates, tiene un hijo recién nacido!  Al ver a la mujer yo vi a Flores Pascal en su rostro. No supe ni cómo la alcancé del tobillo, se tropezó. Intentó zafarse con las piernas. En el río, había un río cerca, la golpee en la cara con una piedra hasta que la cara de ese traidor desapareciera para siempre. Me quedé ahí, bocarriba, descansando. Finalmente pude dormir… Acabé, le dijo Salazar al director, bueno, en realidad me falta una página, pero no quiero leerla, prefiero no saber el final, aquí están los ejemplares, si usted gusta terminar la novela, por favor, hágalo, yo no quiero, le dejé el manuscrito sobre el escritorio. El director, más sorprendido por el hecho de renuncia que por la apariencia de aquel hombre, recibió los dos tomos de Las Mil y una noches: ¡pasaste cuarenta años buscando estos libros! Salazar no respondió. El director fue por la vela del escritorio. ¿Es esto lo que quieres? Pensó que una reacción así lo haría cambiar de idea. ¡Vamos, di algo! ¿Pero qué puede decir un hombre que ha decidido no continuar? Puso los libros en el vestíbulo, en medio de una oscuridad absoluta. Miró por última vez a Salazar y comprendió que aquel hombre no quería vivir en el vacío. Las bibliotecas son aterradoras, son, en realidad, el verdadero monstruo del laberinto, le dijo Salazar al director en una breve carta que le dejó en el escritorio, misma que leería días después, al encontrarla debajo de unos muebles en un día de limpieza exhaustiva. Porque una vez que acabas con todos los libros ¿qué sigue? Espero entienda mi decisión y no me juzgue de loco. Hago bien en no leer el último libro, en este caso, la última página. Les prendió fuego. El fuego es lo único que puede llenar el vacío. Esperó, junto con Salazar en las escaleras, a que se esparcieran las cenizas. Isidoro Cruz murió de dos tiros de camino a Guatemala en 1846. …Siguen diciendo, querido Ruiz, que Flores Pascal está vivo, aunque también dicen que fue colgado en el sur de Venezuela. Lo peor de todo esto es que ya van varias noches que sueño que lo asesino. Del niño ya no supe nada… Salazar no se movió. Ni ese día ni nunca. Estaba dormido, atrapado en un sueño que se debía desde hace ya varias décadas. Soñó que lo asesinarían, como a su padre, como a su abuelo. El director, al terminar de leer la carta escrita por Isidoro Cruz, lo supo todo. Buscó en los cajones de la oficina aquella vieja pistola de su padre que usaba solo en momentos de caza. La memoria de Salazar estallaría sobre las escaleras.[1]

[1] Alfredo Susuarregui y su esposa fueron asesinados a sangre fría por Isidoro Cruz en 1845. Su hijo, Ramón, fue llevado al Claustro Mayor del Conjunto de Santo Domingo a los meses de nacido. Ahí, con ayuda de las Capuchinas, se cultivó en el arte de la lectura. Más tarde estudiaría la licenciatura en Derecho en la Universidad de San Carlos en Guatemala, oficio que le permitió obtener el grado de Director General de la Biblioteca Nacional de Guatemala, desde donde pudo investigar sobre sus padres y dar con la casa en la que hubiera crecido. Apoyaría más tarde el Golpe de Estado llevado a cabo por el general retirado Efraín Ríos Montt el 23 de marzo de 1982. A los pocos días sería asesinado por traición.    
     
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