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e-ISSN: 1562-4072
Volumen 8, número 21  / Enero-Diciembre 2021  
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La aceleración social y los límites del cuerpo en Mano de obra de Diamela Eltit y Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet.

Social acceleration and the limits of the body in Mano de obra by Diamela Eltit and Los cuerpos del verano by Martín Felipe Castagnet.

Mariana Basso Canales
Universidad Nacional de Mar del Plata
(MÉXICO)
CE: mauricio.rumualdoav@gmail.com
ID ORCID: 0000-0003-3452-2467

 


Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.

Recepción: 06/10/2020
Revisión: 03/11/2020

Aprobación: 25/11/2020

 

   
 

Resumen:
En el presente trabajo analizaré la tensión que se propone en las novelas Mano de obra de Diamela Eltit y Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet, entre la aceleración y los límites de la corporalidad, resto humano que emerge en un mundo de deshumanización y que recuerda el vínculo del cuerpo con el animal y la finitud. En este sentido, el cansancio y la depresión son consideradas patologías del sistema que necesitan corrección, en tanto estados que la sociedad no tolera y de los que se hace responsable al individuo ante el peligro de significar un atasco en el proceso de producción.

Palabras clave: Deshumanización. Cansancio. Aceleración. Avances tecnológicos.

Abstract:
In this paper I will analyze the tension that is proposed in the novels Mano de obra by Diamela Eltit and Los cuerpos del verano by Martín Felipe Castagnet, between acceleration and the limits of corporeality, a human remnant that emerges in a world of dehumanization and reminds us of the relationship of the body with animal and finitude. In this sense, burnout and depression are considered pathologies of the system that need correction, as states that society does not tolerate and for which the individual is held responsible for the danger of signifying a blockage in the production process.

Keywords: Dehumanization. Burnout. Acceleration. Technological advances.

 

           
 

La noción de aceleración, como sostiene Hartmut Rosa (2011), está omnipresente en las sociedades modernas desde el siglo XVIII, y es por esa contracción del presente que se alteran patrones antropológicos, como la priorización de la percepción del tiempo en lugar del espacio. Es en este sentido en el que abordaré las novelas Mano de obra de Diamela Eltit y Los cuerpos del verano de Martín Felipe Castagnet, a partir de observar la tensión que proponen entre la aceleración de la vida y los límites de la corporalidad, en tanto, resto humano que emerge en un mundo de deshumanización.
            De este modo, en ambos textos encontramos aparentes seguridades o certidumbres que traería el sistema desde el control y en los avances tecnológicos que permiten desafiar los límites biológicos. Así en Mano de obra, especialmente en la primera parte, en el monólogo interior, se presenta una obsesión por el control del propio cuerpo y de sus acciones, por ejemplo, en actividades mecánicas con los productos: “Ordeno una a una las manzanas. Ordeno una a una (las manzanas)” (Eltit, 2005, p. 55); y en la mirada controladora de los supervisores: “¿en qué maldito instante el supervisor va a encender la luz roja que dictaminará el fin de mi jornada?” (Eltit, 2005, p. 68). Por otro lado, emergen rasgos humanos impuestos por lo fisiológico que tensionan e incomodan la producción constante:

No puedo orinar en este tiempo atiborrado de clientes. Pero la vejiga infame se ha repletado desde no sé cuál líquido. Imposible la orina porque yo no puedo ausentarme ni un instante de la acometida humana que se nos cayó encima. (Es que la Navidad ha concluido y se dispone bacanal el año nuevo). (Eltit, 2005, p. 69)

Hartmut Rosa da cuenta de diversas formas de desaceleración, sin embargo, sostiene: “ninguna de estas formas (…) alcanza a igualar una genuina y estructuralmente contratendencia frente a la aceleración moderna” (2011, p. 30). Pareciera que estas oposiciones no son más que elementos que completan o que se vuelven funcionales a un proceso de aceleración. En este sentido, lo que le sucede al personaje en la cita anterior de la novela sería un recuerdo de su humanidad que se desdibuja en un proceso que no lo tiene en cuenta. Además del propio cuerpo, también aparece la animalidad como otro rasgo en tensión, entonces, los niños que entran “buscan los juguetes con la desesperación que moviliza (torpemente) a un animal hambriento enfrentado a un mundo en plena extinción” (Eltit, 2005, p. 18); “este cliente que me ronda (como una perra loca)” (Eltit, 2005, p. 35); cuando se acerca a la carne “como un pájaro de absurdas proporciones” (Eltit, 2005, p. 27). La opresión sobre los cuerpos desdibujados parece emerger a modo de descontrol que fugazmente desestabiliza, no al sistema, sino a los propios personajes.
            En este sentido, aparece también la mezcla de tonos, por ejemplo, en la primera parte de Mano de obra el monólogo interior tiene una mirada obsesiva de y en los otros: “Ay, cómo desordenan todo lo que encuentran a su paso” (Eltit, 2005, p. 14). En la segunda parte, en el estilo indirecto, el narrador por momentos se incluye en un nosotros y ciertos términos vinculados al cariño. En cambio, en el estilo directo, los personajes exponen un lenguaje vinculado con lo bajo y lo violento:

En realidad habían despedido al turno completo. Por eso nosotros no teníamos contrato. Para que jamás se formara un sindicato. “Y se hacía el huevón esta mierda. Si hubiera andado en la buena, debería habernos hablado del sindicato. No lo hizo por una razón muy simple: quería cagarnos”, dijo Isabel. Nosotros, desde lo más profundo de nuestros corazones, pensamos que ella tenía toda la razón. (Eltit, 2005, p. 89)

Esta tensión en el lenguaje es acorde a esa relación entre la aceleración y lo racional, en la que encontramos un resto de humanidad en estos discursos que incomodan cuando en la voz de los personajes aparecen las palabras soeces, las necesidades fisiológicas del cuerpo y el cansancio, las cuales recuerdan que en ese espacio aparentemente ordenado el cuerpo sigue teniendo los mismos límites y exigencias básicas de siempre. Algo semejante ocurre en Los cuerpos del verano, en la mezcla entre avances tecnológicos y el resto de corporalidad que presentan los personajes:

Lo primero que hice cuando estuve a solas fue meterme los dedos en la concha. No sentí nada. Acostado en la cama del hospital, la ventana hermética pero sin cortinas observaba mi batería por primera vez, enchufada a mi cuerpo como una correa entre el perro y su amo. (Castagnet, 2020, p. 13)

En este caso, la tecnología logra emancipar al ser humano de la muerte, pero a la vez lo muestra dependiente de ella. Asimismo, en ese gesto de tocar el cuerpo, usar pañales, transpirar o sangrar, hay un recuerdo del resto de humanidad de personajes que parecen perderla.
            Si el mundo que propone la novela de Eltit presenta un constante control, acompañado de la mirada de los supervisores, como espacio sumamente racional y concentrado en la producción, paradójicamente aparece en él la incertidumbre que trae la contracción del tiempo presente. En este sentido, los personajes temen y formulan estrategias para sobrevivir, por ejemplo, les incomoda que Gabriel no se contenga: “No valía la pena argumentar con él, porque Gabriel se encontraba realmente fuera de sí. Gabriel se salía de sus casillas con facilidad. Muchas veces nos preguntamos qué iba a ser de él más adelante” (Eltit, 2005, p. 99). Se cumple entonces con el deber, como sostiene Hartmut Rosa: “En extraña oposición a la idea de que los individuos en las sociedades occidentales son libres de hacer lo que quieran, la retórica de la obligación abunda” (2011, p. 31). El control es funcional al sistema, los individuos no tienen libertad de sí mismos y la posibilidad de cambio es limitada. Están presos en el enredo de la aceleración y la incertidumbre, esto puede observarse en el grupo que forman los personajes, a modo de estructura familiar, a partir de las relaciones del supermercado en la que Enrique asume el rol de padre. Lo anterior puede relacionarse con lo que sostiene Rosa: “el cambio en esos dos ámbitos –trabajo y familia– se ha acelerado de un ritmo intergeneracional en la sociedad moderna temprana a un ritmo generacional en la ‘modernidad clásica’ y a un ritmo intrageneracional en la modernidad tardía” (2011, p. 17). En este sentido, en la novela los vínculos que tienen los personajes entre sí son cambiantes, el conjunto que conformaban finalmente se disuelve ante la sospecha y la traición, para dar paso a una nueva estructura en la que Gabriel asume el papel que antes correspondía a Enrique. Lo anterior es coherente con la aceleración de los tiempos modernos, nada puede sostenerse a largo plazo. Los vínculos desdibujados y avasallados por un proceso de aceleración constante que atenta contra cualquier estructura (que como tal necesita asentarse en largos plazos de tiempo), es hiperbolizado en la novela Los cuerpos del verano con la explosión del árbol genealógico gracias a la posibilidad de reencarnación. De este modo, Rama vuelve al mundo en un cuerpo de mujer más joven que su hijo Teo, quien está llegando al final de su vida y es parte de una minoría que no acepta el procedimiento de reencarnación.
            En la novela de Castagnet, al romper la antítesis vida/muerte se anulan otras divisiones fundamentales: matar a alguien no es irreversible, se puede volver de la muerte, se puede pasar al cuerpo de otro, etc. En estos cambios lo que se perturba es la identidad humana, como dice sobre el final de la novela: “La tecnología no es racional; con suerte, es un caballo desbocado que echa espuma por la boca e intenta desbarrancarse cada vez que puede. Nuestro problema es que la cultura está enganchada a ese caballo” (Castagnet, 2020, p. 31). Las modificaciones que propician los avances tecnológicos terminan cambiando la condición humana. Sin embargo, aún allí, en esa hipérbole, en el ideal de una vida terrenal plena con muchas vidas vividas, se conserva cierto resto humano por lo que continúa la tensión en el sistema entre la aceleración y el choque con el límite antropológico, que recuerda la conexión con la tierra, la finitud y el animal. Por ejemplo, a pesar de la reencarnación, los cuerpos pueden morir, se pudren, se rompen, así cuando encuentra Rama a Bragueta este último le arranca la mochila con la batería y su cuerpo muere. Si se borraran estos límites y ese resto humano, la deshumanización de los personajes sería definitiva.
            En la aceleración, paradójicamente, cuanto más se permanezca en un lugar menos tiempo queda para continuar allí. De este modo, en Mano de obra, el que más tiempo pasa en el mismo puesto en el supermercado es aquel al que menos le falta para irse:

En fila, percibiendo que ellos también tenían los días contados, que se trataba de una trampa, pero que, finalmente, era la única posibilidad de la que disponían para sobrevivir un tramo de tiempo. Sobrevivir vestido con el signo monótono del uniforme. (Eltit, 2005, p. 151).

Se anula la experiencia y se da paso a un presente estrecho en el que la finalidad es sobrevivir, y en el que el propio cuerpo se construye como una mercancía. Esto también está presente en Los cuerpos del verano ya que estos pueden comprarse, así el personaje principal Rama reencarna en una mujer obesa, no es el cuerpo más apreciado, pero es aquel al que pudo acceder su familia. Este pasa a ser una propiedad más, se pone en duda la pertenencia a un sujeto, y se borra la identidad entendida como aquella vinculada a un cuerpo físico. Así el padre de Teo vuelve a la vida en el cuerpo de una mujer, y lo mismo su nieto Gales que elige una intervención para migrar a un cuerpo femenino, y en el final, el punto extremo es la reencarnación de Rama en un caballo: “Puedo oler cómo se disuelve mi ego” (Castagnet, 2020, p. 107).
            El cuerpo entendido como una mercancía del sistema sufre especialmente ciertas patologías, entre las que se incluye el cansancio. De este modo, en Mano de obra, en la primera parte, se expresa el sufrimiento por el agotamiento: “Lo digo, lo repito: estoy enfermo. Estoy cansado” (Eltit, 2005, p. 51). También es un mal que aqueja a los personajes en la segunda parte: “(Gloria) Nos aconsejaba cuando llegábamos cansados. Sí. Extenuados por la monotonía rígida de los estantes, por la profusión serial de los clientes. Cansados de cargar las mercaderías (pesadas, pesadas) de un lado para otro” (Eltit, 2005, p. 111). En este sentido, siguiendo a Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, “En realidad, lo que enferma no es el exceso de responsabilidad e iniciativa, sino el imperativo del rendimiento, como nuevo mandato de la sociedad del trabajo tardomoderna” (2012, p. 29). Así el sujeto se autoexplota, es verdugo y víctima, según Han por el exceso de positividad, siendo la depresión una enfermedad representativa de ese sistema: “No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. El sujeto de rendimiento se encuentra en guerra consigo mismo y el depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada” (2012, p. 31). Así, en Mano de obra, Isabel a medida que promociona menos productos y pierde parte de su sueldo se disuelve en un estado depresivo: “Se dejaba estar Isabel. Todo el tiempo despeinada, vestida con una bata ordinaria, sin sus aritos, desprendida de sus pulseras, ojerosa, con unos pelos horribles en las axilas” (Eltit, 2005, p. 122). El propio cuerpo se homologa a la poca venta de productos y entran juntos en decadencia, mientras la mirada del grupo que la acompaña es condenatoria de ese estado:

No sabíamos qué hacer, de qué manera animarla. Se estaba quedando atrás con sus productos. Resultaba demasiado peligroso lo que le sucedía. Su actitud nos mantenía desesperanzados y heridos. Pensábamos que Isabel nos había dejado de querer. La verdad es que sentíamos que ya no nos tenía cariño ni respeto. Empezaba a abandonarse de una manera insoportable. (Eltit, 2005, p. 131)

El cansancio y la depresión son consideradas patologías del sistema que necesitan corrección, no son estados que la sociedad tolera y de los que se hace responsable en parte (como en la cita anterior) al propio individuo.
            El cuerpo es llevado al extremo, y como sucede en la primera parte de la novela de Eltit, el personaje sufre la alteración de los sentidos, está pendiente de las miradas de los supervisores, de los clientes, del orden de las mercaderías, es decir, desarrolla atención multitasking. Esta capacidad, como indica Han, no necesariamente la deberíamos pensar como un avance de la civilización, sino como una regresión, ya que es una actividad típica de los animales salvajes, que deben tener cuidado constante, incluso cuando comen o copulan, para no ser devorados por otros. Podemos observar esa atención en la novela Mano de obra: “Así, por una urgente perseverancia laboral que me obligó a vivir en un estado de alerta permanente, es que conseguí establecer exactamente cuál ubicación le correspondía a qué, de acuerdo (por supuesto) al código” (Eltit, 2005, p. 48). Esta vigilancia en estado de alerta, que se aprecia en el monólogo interior, también la encontramos en la segunda parte de la novela, cuando los personajes desconfían unos de otros, al igual que el animal salvaje, lo único que guía su existencia es la supervivencia.
            Además de las patologías neuronales, los cuerpos considerados mercancías son desechados o condenados cuando no responden a ciertos patrones, entonces el rendimiento del sujeto se ve también limitado o potenciado por la propia corporalidad. Esto lo podemos observar en Los cuerpos del verano, por ejemplo, Rama entiende que necesita un trabajo, entonces se ofrece en un edificio que tiene una placa de agradecimiento en la que se incluye el nombre que tenía con el cuerpo anterior, Ramiro Olivaires. Sin embargo, esa identidad pasada no es un dato relevante para la secretaria que lo atiende, porque ahora Rama tiene el cuerpo de una mujer obesa. Esta nueva corporalidad no responde a las expectativas del mercado, su familia lo obtuvo porque es de bajo costo, la sociedad lo rechaza, como sucede en otros tres intentos de búsqueda laboral:

El primero es en una casa de té; soy ´demasiado joven´.
El segundo es en una carnicería; soy ´demasiado vieja’.
El tercero es en un complejo deportivo; soy ´demasiado mujer’. Quizás si vuelvo con otro cuerpo acceda al siguiente paso de la entrevista. Me pasan un número de teléfono por si decido hacerme la operación.
En los tres casos ´soy demasiado gorda’, pero eso no me lo dicen. (Castagnet, 2020, p. 52)

Siguiendo nuevamente a Han, la sociedad disciplinaria de Foucault no se correspondería con la actual, porque en lugar de hospitales, psiquiátricos, cárceles y cuarteles, encontramos gimnasios, oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios. En este sentido, prefiere considerar que nos hallamos en una sociedad de rendimiento y “Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento’. Estos sujetos son emprendedores de sí mismos” (Han, 2012, p. 25). En efecto, el explotador sería el mismo explotado, como puede observarse en la autoexigencia y en la hiperatención de los personajes de Mano de obra. Sin embargo, además de la autoexplotación que expone Han, en las novelas advertimos que continúan existiendo otros que ejercen violencia y control en el rendimiento, lo cual refuerza la propia explotación. Así en la novela de Eltit, el discurso, especialmente de la primera parte, adquiere un tono de guerra ante la presencia de seres externos amenazantes.             Estos son los clientes o los supervisores, con los que no se pueden establecer lazos de complicidad, son agresivos o controladores, por ejemplo, cuando ingresa un nuevo cliente: “Entiendo que, circunstancialmente (como ya lo he afirmado), soy su enemigo, aunque yo no sepa desde dónde viene ni cómo llegó a convencerse de la función fiscalizadora que se asigna” (Eltit, 2005, p. 26). También en Los cuerpos del verano, existen otros amenazantes que no se suman a la aceleración y sus cambios sociales, sea por decisión (se dejan morir sin reencarnación) o por marginalidad (sectores como aquellos en los que viven los panchama). Así, a pesar de los cambios y el aparente progreso, se incluyen diversos espacios como en el que vive Cuzco:

Las casas son de madera y chapa, ranchadas de cartones o tela, contendores de basura dados vuelta. Conviven con las granjas y con las criptas; la carnicería está junto al horno de cremación, el único lugar del viejo cementerio que aún continúa en funcionamiento. El Registro Koseki no entra en esta villa. (Castagnet, 2020, p. 72)

Lo anterior es la contracara de los avances tecnológicos y de un mundo acelerado, en el que existen diversas sincronías y temporalidades. Expone cómo la diferencia de clases sociales subsiste, y si bien se logran cambios trascendentales como la vida eterna, no logran evitar la diferencia de sectores ni de prejuicios, así los panchama: “viven en los lugares menos higiénicos y nadie habla bien de ellos en los medios salvo para culparlos por la desocupación de los jóvenes” (Castagnet, 2020, p. 70).
            Entonces es interesante notar el vínculo que se propone entre lo tecnológico y la aceleración. Si bien en las dos novelas se presentan situaciones con niveles de desarrollo tecnológico diferentes, retomando nuevamente lo que sostiene Rosa, la noción de aceleración en la vida social acompaña a las sociedades modernizantes desde el siglo XVIII. Pero, si la sociedad logra avances que quiebran hasta los límites entre la vida y la muerte, como la reencarnación ¿por qué habrían de continuar entonces existiendo divisiones sociales y marginalidades como las que se proponen en Los cuerpos del verano? Tal vez, podríamos explicarlo pensando en que estas son parte de un movimiento funcional a una visión de mundo preexistente. En efecto, los avances tecnológicos no significan avance social, como sostiene Bunz “No son las máquinas las que deberían inquietarnos, sino la lógica con la que las usamos. Al echarle la culpa a la tecnología lo único que hacemos es repetir un triste capítulo de nuestra historia" (2017, p. 47). En este sentido, se vincula con lo que sostiene Baricco en The Game, quien propone que cambiemos la perspectiva desde la cual miramos el impacto de la tecnología en nuestras vidas cotidianas:
            Así nos movemos, sin interrupción, y esto nos da ese andar un tanto neurótico y disperso que nos hace, a ratos, dudar de nosotros mismos. Lo atribuimos a menudo al efecto de las máquinas, pero una vez más tendríamos que darle la vuelta al razonamiento: en realidad somos NOSOTROS quienes hemos elegido el movimiento como objetivo prioritario y esas máquinas son solo los instrumentos que nos hemos construido, a medida, para perseguir ese objetivo (2019, p. 75).
            Así podemos conectar dos novelas que no responden a una misma temporalidad, porque lo que se propone en ambas no son nuevas visiones de mundo, sino una profundización de la aceleración. De este modo, detrás de esos espacios que aparentemente mejoran el rendimiento de la producción, como los grandes supermercados con el funcionamiento que se expone en Mano de obra (con sus cámaras, su orden, control y limpieza) o el mundo de revoluciones tecnológicas que se propone en Los cuerpos del verano en el que subsisten diversos sectores con variadas sincronías; lo que subyace en ello es la explotación del hombre por el hombre, enmascarada detrás de los supuestos avances en los cambios de producción, o en las revoluciones tecnológicas. El propio cuerpo es anulado como ser con necesidades fisiológicas, pero también se desdibuja la presencia física de otros seres, en ello reside uno de los puntos cruciales de la aceleración, así parte de la explotación está presente en otros que exigen rendimiento, pero también, como sostiene Han (2012), en uno mismo. En esa difusa presencia de explotadores adentro y afuera, el sujeto no encuentra posibilidad de oposición y, por lo tanto, se niega totalmente su soberanía.

Conclusión
En ambas novelas, en la aceleración social que conlleva un orden, un control, un mercado y la mirada que supervisa, irrumpe en ese proceso cierto resto humano que está presente en los límites fisiológicos y en la animalidad, en tanto forma de oposición o tensión. No alcanza para generar modificaciones, no es más que una fugaz interrupción del proceso. Los avances tecnológicos no modifican esa visión de mundo, sino que la profundizan siendo funcionales en su uso a la aceleración. Pero en esa oposición entre lo racional y lo humano se puede leer la tensión que genera en el sistema la corporalidad, con límites que recuerdan los vínculos del cuerpo con el animal y la finitud. Estos son elementos que pretenden ser borrados o anulados, en un proceso de aceleración en el que todo límite antropológico puede ser considerado un atasco en el proceso de producción o catalogado como patología.                      

Referencias:
Baricco, A. (2019). The Game. Barcelona: Anagrama.
Bunz, M. (2017). La revolución silenciosa. Cómo los algoritmos transforman el conocimiento, el trabajo, la opinión pública y la política sin hacer mucho ruido. Buenos Aires: Cruce Causa Editora.
Castagnet, M. F. (2020). Los cuerpos del verano (3ª Ed.). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Factotum Ediciones.
Eltit, D. (2005). Mano de obra (2ª Ed.). Chile: Seix Barral.
Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Argentina: Herder.
Rosa, H. (2011, abril). Aceleración social: consecuencias éticas y políticas de una sociedad de alta velocidad desincronizada. Persona y sociedad, XXV (1). Obtenido el 30 de marzo de 2021 de https://personaysociedad.uahurtado.cl/index.php/ps/article/view/204/199

 

 
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