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Más sutil es incluso otro miedo, bastante extendido, y que no sería capaz
de resumir si no es con estas meras palabras: cada día que pasa, la
gente está perdiendo algo de su humanidad, prefiriendo cierta
artificialidad más performativa y menos falible. Cuando pueden, delegan
elecciones, y decisiones, y opiniones, a máquinas, algoritmos,
estadísticas, clasificaciones. El resultado es un mundo en el que se
percibe cada vez menos la mano del alfarero, para utilizar una expresión
grata a Walter Benjamin: parece salido más de un proceso industrial que
de un gesto artesanal. ¿Es así como queremos el mundo? ¿Exacto,
esmerilado y frío?
Alessandro Baricco (2019)
El objetivo de este trabajo es analizar un aspecto particular del personaje protagonista de la novela Los cuerpos del verano (2020) de Martín Felipe Castagnet. En este texto, de manera fragmentaria y a través de un narrador en 1° persona, el personaje de Ramiro Olivares relata cómo es su vida luego de haber pasado muchos años en “estado de flotación”, es decir, con su conciencia en una especie de nube digital. Una vez que vuelve a vivir en el mundo real adoptando diferentes cuerpos humanos, el personaje se construye como historiador, como aquel que puede narrar lo que sucedió en otro tiempo, un tiempo pasado. Para esto, en primer lugar, necesitar volver a aprehender a habitar el mundo, luego realiza racontos, rememora cómo los modos de vivir fueron cambiando, recupera ciertos hitos o eventos que identifica como un antes y un después, etc. Esta cuestión, que emerge de manera errática al comienzo de la novela, conduce al personaje a conseguir un trabajo como paleontólogo cibernético. Se genera, de este modo, una tensión entre memoria, historia e identidad en la que indagaremos a continuación. Para esto, utilizaremos como marco teórico crítico aportes de W. Benjamin (1989; 2001) y G. Agamben (2015) respecto a los conceptos de experiencia y narración y de T. Todorov (2008) y E. Jelin (2012) acerca de las memorias, así como también de C. Guinzburg (1993) para pensar en el rol del historiador.
La novela narra de forma fragmentaria, en doce capítulos –que poseen apartados con una subnumeración– la historia de Ramiro Olivares, quien cuenta cómo luego de haber muerto físicamente y haber pasado a un estado de flotación –“la continuación de la actividad cerebral dentro de un modelo informático” (Castagnet, 2020, p. 17)– y comienza una nueva vida en un cuerpo que no es el suyo. Viejos rencores con un amigo, búsquedas laborales, su inclusión en la familia de su nieto y la adaptación a un nuevo cuerpo, son algunos de los desafíos que enfrenta el personaje en la novela. Sin embargo, en el inicio, el narrador hace hincapié en las percepciones y sensaciones que tiene en este despertar. Así, valora tener otra vez una forma física, aunque sea “este cuerpo gordo de mujer que nadie más quiere” (p. 11). La adaptación a una nueva forma anatómica y, además, femenina, lo lleva por el camino de la autoexploración: “La mente interpreta el fin del estado de flotación como el fin de un calambre; la ausencia de pito, en cambio, se asemeja al síndrome del miembro fantasma que sufren algunos amputados” (p. 13). En las primeras páginas de la novela el personaje descubre, progresivamente y como si estuviera recuperándose de un estado de coma, qué sensaciones le brinda su nuevo cuerpo en contacto con el mundo, un lugar que también es otro, distinto al que él dejo. Si bien Ramiro se ha sostenido en el universo digital, es considerable que su adaptación al mundo físico, la capacidad de habitarlo deba aprehenderse dando pequeños pasos.
Estos apartados se intercalan con otros en los que el narrador explica cómo entró en el estado de flotación, por qué su cuerpo fue quemado, cómo cada cuerpo tiene la posibilidad de usarse tres veces, entre otros datos. Como mencionamos en el párrafo anterior, y como también se evidencia en el título, la cuestión del cuerpo, en tanto elemento material, y qué se hace con ellos es uno de los temas fundamentales de la novela: “Primero dejó de haber velatorios; luego, las necrológicas empezaron a incluir quién reencarnaba en ese cuerpo. Se decidió por fin destruir los cementerios. [...] Todavía quedan algunos cementerios abiertos como museos” (p. 18). Mientras aprende a habitar de nuevo en el mundo, Ramiro se construye como aquel que posee una memoria de lo acontecido, el que puede testimoniar lo que vivió, su proceso personal y, también, aquellos hitos sociales que provocaron un cambio de paradigma en cuanto a la forma de la humanidad de vivir en el planeta. Esta posibilidad de articular en palabras, aunque sea para sí mismo –en tanto el personaje no le está hablando a ningún otro, salvo a nosotros, los lectores– nos lleva ineludiblemente a pensar en Benjamin (1989; 2001). Para el alemán, la narración es un espacio de configuración de la experiencia, lo propio se transforma de manera significativa para otros. Agamben (2015) al recuperar el concepto de Benjamin, agrega que la experiencia no tiene necesariamente correlación con el conocimiento, sino con la autoridad de la palabra y el relato. Este gesto de exteriorización del relato comienza en 3.2., cuando Ramiro conversa con la esposa de su nieto acerca de la vida. Septiembre trabaja como investigadora, es curiosa y hace muchas preguntas, como se puede ver en la siguiente cita:
‘Esta casa la construiste vos’, contesta. ‘Mi papá era arquitecto; me enseñó todo su oficio desde que yo tenía la edad de tus hijos. Planeamos esta casa desde mi adolescencia, para que fuera mía y de mi familia. Él se murió antes de empezar y tuve que hacerlo solo’ (Castagnet, 2020, p. 21).
A través del diálogo, estos dos personajes recuperan la historia de Ramiro y de su familia, genealogía directa de Gales, esposo de Septiembre. Ella se muestra interesada en conocer más acerca de ese pasado lejano en un doble sentido, en una dimensión temporal y también vincular, en tanto se trata de su familia política. La transmisión oral de una serie de recuerdos contribuye a tejer la memoria de antepasados que ya no están, pero que permanecen como resto en una nueva conformación familiar. Las personas pasan, pero la casa se constituye como lo contrario, lo que permanece durante mucho tiempo. Esta concepción acerca de la relación temporal de los seres vivos y los bienes materiales, se quebranta por la aparición en escena de Ramiro, quien decide volver a adoptar un cuerpo luego de estar muchos años en estado de flotación.
Tveztan Todorov (2008) ha analizado los procesos que lleva adelante la memoria: “La recuperación del pasado es indispensable; lo cual no significa que el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, este hará del pasado el uso que prefiera. [...] también existe el derecho al olvido” (p. 40). En el presente de enunciación de los personajes, el concepto mismo de supervivencia se ha modificado a través de la irrupción de una nueva forma de vida sin un cuerpo físico, pero que conserva la consciencia, los recuerdos, lo que cada uno fue. Sin embargo, es necesario la presencia de los cuerpos para que el intercambio entre Septiembre y Ramiro se produzca. Entre estos personajes, en ese encuentro conversacional que se remite en otros momentos de la novela se produce un gesto: el de la palabra y la construcción familiar.
De esta mirada particular acerca de la memoria familiar, mientras avanza la trama, el personaje se desplaza hacia otro rol. El narrador reconstruye el debate social que se genera en un cierto momento, antes de su muerte, en torno al uso de los cuerpos. A partir de la creación del estado de flotación se quema una consciencia en un nuevo cuerpo cuantas veces sea necesario –y en tanto puedas pagarlo–. Por este motivo, socialmente, vuelven a cobrar fuerzas ciertos vicios. Así, los usuarios de drogas se permiten excesos y el cigarrillo no es considerado un hábito que atente contra la salud. Incluso Ramiro sostiene que pueden reconocerse a personas de su generación, estén en un cuerpo joven o viejo, por el rechazo al tabaco, marca de una época pasada (Castagnet, 2020, p. 28). En sintonía con esta recuperación de un hito en la historia de la humanidad y de cómo eso afecta los hábitos de las personas de forma cotidiana, el personaje da cuenta de un suceso importante: la creación del registro Koseki donde figura cada cambio de cuerpo y las relaciones que esto crea entre los individuos: “El registro ayudó a institucionalizar vínculos familiares hasta entonces estaban fuera del sistema, como la relación de un quemado con los padres del huésped original” (p. 30). Estos nuevos vínculos entre sujetos plantean también otra configuración del concepto de familia, como ha sucedido en diferentes momentos de la historia –tales como la institución del divorcio, el matrimonio igualitario, la adopción de personas del mismo sexo, las nuevas configuraciones familiares actuales, etc.–.
Tal como propone Carlo Guinzburg (1993), un historiador debe probar que alguien hizo algo en un determinado momento. Mediante esta proposición básica, el italiano establece un paralelismo entre el hacer del historiador y el juez, tema de su ensayo. Y a esto agrega que, durante mucho tiempo, los historiadores se ocuparon de acontecimientos políticos y militares, de estados, no de la historia de los individuos. En este caso, el personaje en tanto memoria viva de otro tiempo, reconstruye a través de su testimonio una cierta cantidad de hechos para el lector. Esta cuestión se verá confirmada a partir de la búsqueda laboral. Ramiro, en un cuerpo de una señora con sobrepeso y que carga su propia batería para seguir viviendo, realiza un derrotero por distintos lugares buscando trabajo. Comienza por el estudio de arquitectura que había fundado y donde los nietos de sus socios ni siquiera lo atienden; continúa probando suerte en una casa de té, en una carnicería, en un complejo deportivo, donde no lo consideran para los puestos por joven, vieja, mujer o gorda. Pero luego se presenta a una entrevista en una oficina estatal. Según el propio Ramiro, muchos quemados que llevan su propia batería, lo que representa un impedimento físico importante, caen en ese tipo de trabajo, lo que parecería mostrar un rol activo del Estado en la reinserción de estas personas en la sociedad. Allí el personaje se encuentra con una sorpresa. Un entrevistador joven y entusiasta, un arqueólogo cibernético llamado Moisés, se maravilla ante Ramiro que es uno de los primeros habitantes de su país que entró en estado de flotación. Luego de un breve diálogo, Moisés le ofrece trabajo al protagonista, quien desconfía de su habilidad para el mismo. Frente a esto, su futuro jefe le dice:
Usted tiene miedo de ser un impostor. No tenga miedo. Su experiencia de vida alcanza. Piénselo así: ¿cómo ayudaría a la labor de los arqueólogos la existencia actual de un artesano sumerio? Internet modificó la realidad al convertirse en objeto; la red tiene una existencia tan concreta como las ciudades de una civilización. Para el usuario todo se superpone, pero nosotros sabemos que cada versión compone un estrato de tierra diferente. Sobre todo lo que se elimina: los artículos borrados de wikipedia son más importantes que los que permanecen: ¿cuáles son los criterios para borrar un artículo de una enciclopedia que se propone incluirlo todo? En lo que se hace desaparecer está la clave de la humanidad; nuestra tarea es reconstruir lo destruido, reponer lo perdido, reaparecer lo invisible antes de que desaparezca del todo. Es demasiado trabajo para hacerlo solo; piense en las medidas de almacenamiento como cajas llenas de reliquias: megas, gigas, y mi favorito: teras. ¿Sabía usted que esa medida significa monstruo en griego? [...] Lo que le voy a preguntar es jerga especializada para muchos (Castagnet, 2020, p. 63).
Moisés le pide con entusiasmo que acepte el trabajo, a la vez que pone en valor la experiencia vivida, que diferencia a Ramiro de otros seres humanos. Nuevo cuerpo, vieja consciencia y mucho de lo que dar cuenta. A diferencia de un arqueólogo tal como lo conocemos en la actualidad, un especialista en el mundo digital prehistórico –desde el presente de enunciación de la novela– puede dar cuenta, hacer memoria de los primeros tiempos en los que realidad y virtualidad se pusieron en contacto. El gesto artesanal benjaminiano ligado al relato de la experiencia, que Alessandro Baricco menciona en el fragmento de The game (2019) que se incluye como epígrafe de este trabajo, se vincula íntimamente con los procesos que lleva a cabo la memoria. Al respecto, E. Jelin (2002) sostiene que en la memoria existen dos procesos simultáneos: el temor al olvido y la presencia del pasado, presentes en el fragmento antes citado. Tal y como Moisés menciona, el miedo de Ramiro de no ser idóneo para la tarea contrasta con la preocupación estatal por el olvido y la necesidad de documentar. La memoria se consolida como una operación para dar sentido al pasado y quienes deben otorgarlo no solo son individuos sino también grupos en interacción con otros, agentes activos que recuerdan, y, a menudo, intentan transmitir y aun imponer sentidos del pasado a otros. Desde esta perspectiva, sería tarea de todos los sujetos individualmente hacer trabajar su memoria. Sin embargo, el Estado, sin dudas, tiene la potestad de al menos intentar transmitir un sentido o una lectura del pasado. Tal y como analiza Bourdieu (2002), se genera así, por un lado, este espaldarazo simbólico y, a la vez, el extrañamiento de saber que se está vigilando el propio hacer por parte de la institución estatal. Y es esta institución la que le permite a Ramiro adquirir, en este punto de la trama, una voz autorizada para hablar. De alguna forma, le dará legitimidad a su accionar, más allá de cómo influye en la novela esta nueva actividad laboral. Esta cuestión también se puede advertir en Moisés a partir de su nombre, tan connotado al ser un personaje histórico, profeta y padre de la ley escrita en la religión judía.
Luego de un accidente y gracias a su trabajo, Ramiro accede a un cuerpo nuevo y mejor, de un hombre joven de piel oscura. Casi en el final, ante unas inminentes vacaciones del protagonista, Moisés le dice “Soy un jefe afortunado por tener a mi servicio un negro como vos” (Castagnet, 2020, p. 105), asociando el color de la piel a las aptitudes laborales, demostrando que el racismo, como otros fenómenos sociales, se mantienen vigentes, más de los cambios tecnológicos y de vida. En el último capítulo la trama se vuelve vertiginosa. En pocos apartados y de manera fragmentaria, Ramiro cuenta por qué debe cambiar una vez más de cuerpo, esta vez al de un caballo. El motivo de este último cambio se debe a que Ramiro sufre un ataque de un hombre con su misma apariencia física, un gemelo. Pese a esto, Moisés le propone continuar con la relación laboral luego de esta última trasmutación. Comprendemos en esta instancia que el tráfico de cuerpos alcanza incluso a las instituciones estatales, lo que pone en cuestión su legalidad y legitimidad. Sobre estas cuestiones de su presente, Ramiro no hace memoria, como sí hace del pasado. Vale mencionar aquí un trabajo de Isabel Quintana (2016) en el que analiza cómo el circuito económico se ve afectado por estados excepcionales –como guerras, expulsiones u otro tipo de tragedias– que se tornan regulares, se vuelven la norma. En estos contextos, “Las vidas precarias transcurren en las ruinas; en realidad, el paisaje es el de la ruina, junto a los desperdicios, los muertos y enfermos. Los cuerpos se transfiguran, pierden su fisonomía y comienzan a vivir de otra forma” (p. 169). Como en el corpus de textos literarios que aborda Quintana, en la novela de Castagnet los cuerpos viven de una forma distinta a la que conocemos, se constituyen como valor de cambio y eso afecta al modo de habitar el mundo para el personaje de Ramiro, que en tres oportunidades debe readaptarse. Sin embargo, lo que lo distingue siempre es esa posibilidad de establecer vínculos con su pasado, manteniendo su identidad fuertemente anclada en la memoria. Sobre lo que pasa con los cuerpos en el presente se dice poco, más allá de lo sensorial, de lo que el protagonista experimenta en diferentes momentos.
Como hemos analizado, en Los cuerpos del verano el personaje de Ramiro se constituye como una voz autorizada para narrar el pasado. Esta cuestión se ve reforzada por el uso de la primera persona del singular para narrar, que solo se ve interrumpida por los diálogos del protagonista con otros personajes y por la plurización de la voz narradora para referirse a la sociedad. Ramiro adopta diversos roles en la trama: es tanto el que aprehende a habitar en una realidad distinta, el que recupera la memoria familiar como también el que historiza a través de su testimonio y su recuerdo. Nunca deja de ser una voz autorizada para relatar el pasado que llena de ecos el presente. Así se resquebraja lo exacto, lo esmerilado, lo frío propio del mundo digital a través de trabajo artesanal con la memoria
Referencias:
Agamben, G. (2015). Infancia e historia. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
Baricco, A. (2019). The game. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Anagrama.
Benjamin, W. (1989). Discursos interrumpidos I. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Taurus.
Benjamin, W. (2001). El narrador. En Iluminaciones IV. Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus.
Bourdieu, P. (2002). Lección sobre la lección. Barcelona: Anagrama.
Castagnet, M. F. (2020). Los cuerpos del verano. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Factotum Ediciones.
Guinzburg, C. (1993). El juez y el historiador. Madrid: Anaya y Mario Muchnik.
Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI editores.
Quintana, I. A. (2016). Arte y trabajo: vidas precarias. Estudios de Teoría Literaria. Revista digital: artes, letras y humanidades, 5 (9), 163-172. Recuperado de https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/etl/article/view/1430.
Todorov, T. (2008). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.
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