Wálter Pineda
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Desmemoria (Fragmentos)
I
A la hora húmeda y solitaria del silencio
cuando solamente el tan tan del corazón
acompaña nuestra tristeza derramada
¡Qué ancho es el mar de la noche!
Alzo el grito de mi sangre araucana,
me rebelo contra el sentido de rotación de la angustia,
¡Qué largos los minutos de pronto!
¡Qué corta la vida, sin embargo!
Un azul de luna
repta por las piedras sudorosas de sombras.
Hay humedad de estrellas
entre los exhumados in-recuerdos.
Cuando el forense, a quien no conozco,
me abra el cráneo como una sandía,
¿me sacará este tumor que me habitó toda la
vida
y que insistieron los grillos en llamarlo, silencio?
Y cuando explore con su cuchillo el corazón
¿me arrancará este dolor inmensado
que las alondras bautizaron, tristeza?
II
Olvidar en un golpe de viento y de hojas
las cicatrices que la angustia en el pecho dejara.
Con sólo pensar en esa tristeza que tuve
se me llenan los ojos nocturnos de mar.
De sólo pensar en un árbol abandonado
se me caen despacio las hojas del alma.
De escuchar la soledad de la lluvia
náufrago de pronto en día marcado.
De sentir a veces la noche una herida
con los grillos gitanos desangro.
Jamás sabrás, olvidanza, lo que siento
por andar mirando las tumbas,
si con tu nombre de pronto tropiezo
bajo la clara hoz de la luna.
Olvidar en un puñado de tierra
cuando el ancho silencio se escucha.
Vuelvo mi rostro hacia el poniente
y veo cómo se marcha lento el olvido.
Vuelvo mi corazón hacia la aurora
y espero solo el lucero con que respiro.
Levanto en las olas desnudas mis sueños,
despliego mis velas y con dolor escribo,
"nací bajo la luz de una llama lejana
cuando los astros tiritaban de frío".
Conocí el enojo breve y terrible de Dios
cuando desnudo expulsado fui del paraíso,
he muerto tantas veces en campo de Marte
como días y horas puede marcar un siglo.
Así como he muerto y me han matado
tantas veces también desnudo he nacido,
llevo marcado el pecado original en mi carne
por una simple manzana haber mordido.
Ahora, espero que el séptimo sello se rompa
tal vez antes que muera este largo milenio,
que nos anuncie con son de trompetas
¡Qué por fin nos ha llegado tu reino!
Lo que nos ha costado vivir esta espera
Olvidarla mirando tu vacío tu madero.
VII
Quisiera estar en el silencio del mineral,
de donde la noche sale con el caer de la tarde,
donde la nada y el todo se unen,
donde el cobre respira tiempo oxidado
y los fragmentos de mi corazón
con luna solos se pegan.
VIII
Ahora, que la pena cava trinchera profunda
en mi pobre y miserable existencia,
quiero sentarme frente al mar
solamente para ver si hay cupo
para mis lágrimas en las olas.
IX
¡La soledad que yo habito
está poblada de fantasmas!
X
Al caminar por la tarde del domingo
Hacia donde el viento suele girar,
¡esta suave tristeza latente
que a mi lado como un niño se arrulla!
XI
A veces solamente este llanto en mis ojos
me recuerda que aún vivo.
XII
Decidme; si afuera llueve
y en qué sentido sopla el viento,
que yo os diré ¡qué pena
debo llorar esta noche!
XIII
A veces suelo escribir
Con la luna en el alba.
A veces suelo llorar
Con el rocío en la rosa.
A veces suelo sangrar
Con los grillos que cantan.
A veces suelo vivir
En las alas de Alondra.
A veces suelo soñar
En lo que el viento olvida.
A veces suelo morir
En la ortografía de su nombre.
XIV
¡Tantas vidas que he vivido!
¡tanta muerte que he muerto!
XV
Las calles, mi sombra, la tarde.
La lluvia, los árboles, un nombre.
El viento, las hojas, el llanto.
La soledad de los pasos, la pena.
El mar levantando su sal de tormentas,
La ira, el odio, la muerte.
La noche plenamente desnuda,
La pasión, el deseo, la sangre.
Una campana dividiendo la noche en dos hemisferios,
La luna, el silencio terrible del alba.
Una herida en el alba con grillos que arde,
Un astro en sus huesos sufriendo abandono.
El abismo insondable, el océano profundo, mi corazón.
XVI
La tarde sumerge su proa en la lluvia,
desplegadas todas sus velas entra la noche.
Y este pájaro herido anidado en mi pecho.
Y estos ojos tristes que quieren sólo cerrarse.
Y este silencio que cierra la boca.
Y esta pena que la soledad aumenta,
son las cadenas que me atan
a una ausencia que se hace presencia
bajo esta lluvia que camino.
Olvidar es morir un poco,
y ahora, algo de mí,
con pena de luna nueva,
bajo esta lluvia sola, tan sola,
gota a gota ¡tan sola! que se esta muriendo
XVII
El alba con su rocío en mis ojos
Y la noche con sus miedos en mi pecho
Yo en silencio mirando la nada
Pienso...
El niño que llevo en el corazón
Se asusta con la soledad
Que de pronto ha mostrado sus dientes
Llora silente en las sombras
Anoche pasada la media noche
Cuando la luna enfilaba su antigua proa hacia el alba...
Murió mi madre.
Dios mío,
¡de pronto qué sola noche!
¡Qué noche tan sola!
Regreso a la página de Argos 9/ Poesía