El Seis



GALERÍA DE MUERTE

¡Ay!, como duele el corazón, aumenta el ritmo cardiaco, ¡hipertensión!, o quizá..., volver a vivir, y hasta eso que llaman amor. Tenía algunos años que no me relacionaba con nadie; trataba de evitar "relaciones íntimas" con alguna amiga. Sí me sentía un "monstruo divino", por lo cual trataba de salir de mi morada lo menos posible. Y algunas veces que tenía que salir al "infierno urbano", me vestía de obscuro, y cubría mi infeliz mirada con lentes negros, no obstante que era miope, pero..., decía: "para que ver tanta realidad". Mi rutina no tenía nada relevante: recibía a algunos estultos pintores por la mañana, y les compraba algunas obras plásticas (muy malas por cierto), y les pagaba una miseria por ellas. También recibía a uno que otro posible cliente, sobre todo extranjeros (son los más ignorantes), y les mostraba el montón de óleos, dibujos, acuarelas, acrílicos, etc., etc., etc., pura basura... Pero desde luego a mis "queridas víctimas", les argumentaba un sinfín de cualidades estéticas de mi producto. ¡Carajo!, cómo hace falta un gran talento (pintor) en este país sombrío; siempre me lo preguntaba. Posteriormente me sentaba en un viejo sillón muy cómodo, y mientras bebía un buen té negro, contaba mis ganancias del día. Recibía algunas llamadas muy exclusivas, siempre relacionadas con mi negocio del arte. Leía los encabezados de algunos periódicos de la capital, y otros (muy malos) de mi Estado, y sólo si algún tema me cautivaba lo leía con motivación. Escuchaba música: cantos Gregorianos, algo de la India, mientras me deleitaba con algún libro de Kafka, Guy de Maupassant, Rulfo, López Velarde, y perlas negras del gran Amado Nervo. Me perdía entre la literatura sublime, hasta que mi sirvienta: Martha, me sacaba de mi concentración, llamándome a comer. Por la tarde seleccionaba las "Obras Plásticas", para posteriormente mandarlas a montar en cuadros bellamente escogidos. Con el trabajador del taller, sólo hablaba lo estrictamente necesario. En el trayecto a mi "morada sombría", me coqueteaban alguna que otra mujer, pero no seguía el cortejo, estaba cansado de semejantes lides. Sólo hacía una vez por mes el acto sexual, y con prostitutas, las cuales contactaba por teléfono. Ya estando de nueva cuenta en mi casa, me tomaba algunas copas de vino tinto, mientras leía en voz alta algún poema. Cenaba, después me dormía, y así toda mi vida. Es cierto que algunas veces, venían algunas damas hermosas a ofrecerme sus ínfimas pinturas, pero las recibías sólo como proveedoras, estrictamente, muy estrictamente. Pero... ¡Ahhh!, ¿bendito, maldito? día aquel en que llegó Dalisama Massarel, con su cuerpo de tentación. Me ofreció algunos óleos surrealistas (estaban detestables), le dije que no me interesaban, pero insistió: me urge dinero, por favor..., debo la renta, si no pago me lanzan, me dijo. Le grité: no, no. Se fue. Estaba leyendo a Platón: el Sofista o del Ser, cuando mi empleada doméstica, me comunicó que una señorita me buscaba. ¿Quién será a esta hora?, bien saben que no recibo a nadie. Algo como la "casualidad" me insistía en mi mente: abre, abre, que pase. Era la señorita Massarel, que preciosísima invadía mi entorno con su aura. Le invité un vaso de vino tinto sangre, para que se calmara. Me hizo una apología de su arte, muy rudimentaria por cierto. Pero ¿qué diablos me estaba sucediendo?, al estarla escuchando mi pene se puso erecto de inmediato. Ella notó mi excitación y contoneándose sutilmente, y hablando pausadamente, se dirigía a mí. Hicimos el amor, nos entregamos con locura, nos besamos todo el cuerpo, copulamos en cuatro ocasiones, y me dijo: te amo. Me levanté tarde, contra mi costumbre, pues tenía que atender mi negocio. Y cuál fue mi sorpresa, ahí estaba como una diosa, mi pequeña pintora. Señor, tiene unos clientes de Viena, Austria, les interesan unas pinturas, me dijo Martha. Dalisama se abrió de piernas, y suavemente dijo: aquí está tu trabajo, acercate, querido. Con sólo escucharla estaba de nuevo excitado, mi pene estaba presto, como una fiera al acecho. ¿Negocios, placer?, esa era la interrogante, ¿qué hacer?..., claudiqué y me enredé entre el suculento cuerpo de mi amante. Tengo una obsesión por la locura, por los psicópatas, por esas personas perdidas en sus obscuras reflexiones, y que no se fijan en su manera de ser, de vestir, de hablar, de amar: me gritó mi nueva mujer. Le iba a decir que se fuera, pero no pude, mis palabras fueron tan diferentes: quédate, me haces falta, es posible... que hasta te llegue a amar.

ja, ja, ja,

ja, ja, ja.

Nos reímos como locos...

Mi empresa ya no se llamaría Galería de Muerte, ahora sería: la Galería del placer.





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