Fabiola Figueroa Neri
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Ella es nuestra tía

Ella es nuestra tía; prima hermana de mi madre. Mi bisabuela, ¿sabe? tuvo más de 10 hijos, por eso hay mucha familia que no conocemos.

Luego de que mamá murió pasó mucho tiempo sin que revisáramos todas las cosas de su cuarto. El día que lo hicimos encontramos muchas fotos y algunas cartas, al parecer, desde la infancia la tía y mi mamá siempre fueron muy unidas, aunque ya habían pasado muchos años sin verse, por eso nosotros no nos acordábamos bien de ella. Cuando mi mamá ya estaba en cama nos pidió que no dejáramos de buscarla, que la frecuentáramos, tratamos de preguntar más sobre ella y mi mamá sólo decía "es mi prima, es mi prima".

Por las cartas supimos su dirección y un día fuimos mis hermanas y yo a buscarla. Llamamos a su puerta y no salió nadie, ya nos íbamos cuando una vecina salió a platicar con nosotros. Nos dijo que estaba preocupada pues hacía varios días que la vio entrar y ya no volvió a ver ningún movimiento en casa, cuando le dijimos que éramos sus sobrinos nos animó a contratar un cerrajero. Y fíjese lo que es la voluntad de Dios, cuando entramos a la casa, encontramos a la pobre tendida en la cama con los ojos fijos, primero pensamos que estaba muerta, pero luego nos dimos que cuenta que estaba paralítica. Imagínese, ¿qué habría sido de ella si no hubiéramos llegado? ¿quién sabe cuantos días estuvo ahí la pobre, sin comer, ni nada?

Como la vecina ya nos había dicho que se había quedado sola en el mundo, que nunca nadie la visitaba, no lo pensamos dos veces y la llevamos a nuestra casa. Nos correspondía hacernos cargo de ella, por el momento éramos su única familia disponible. Le dimos nuestros datos a la vecina, por si algún día alguien la buscaba; yo creo que sus hermanos y sus papás ya se habían muerto, pues nunca nadie nos ha preguntado por ella.

Mis hermanas y yo decidimos que mi tía podría ocupar el cuarto de mi mamá y ahí la instalamos, lo mejor que pudimos. Al principio trastornó nuestras vidas, pues no sabíamos cómo atender a alguien paralítico, pero poco a poco nos fuimos acostumbrando y nos organizamos para que ella estuviera bien y ¡bendito Dios! así ha sido.

Una vez que me quedé sin trabajo y nos empezó a ir muy mal, mi hermana la menor sugirió que se rentara la casa de la tía, al principio no queríamos pues nosotros la cuidábamos no por interés, sino porque era nuestra tía y mi mamá siempre la quiso mucho, pero luego de meditarlo unos días dijimos que sí la rentábamos, pero que ibamos a usar el dinero sólo mientras yo estuviera desempleado; en cuanto me volvieron a contratar pusimos una cuenta a nombre de la tía, por si algo se le ofrecía.

Aunque siempre en silencio, la tía ya es parte de nuestras vidas, cuando se casó Alma, mi hermana mayor, pagamos para que el juez fuera a la casa y con mucho cuidado la bajamos con todo y cama para que estuviera presente; eso sí, no pudimos llevarla a la boda por la iglesia, pero sí nos tomamos una foto familiar cuando terminó la misa.

Y en verdad que la queremos mucho. A ratos su mirada se parece a la de mi madre, cuando estoy triste voy y le cuento mis problemas y me imagino lo que me contestaría, estoy seguro que es muy buena para dar consejos, mi mamá siempre que pasaba algo le escribía para contárselo y esperaba ansiosa su respuesta.

¿Ahora me comprende usted? ¿Ya ve por qué es tan importante para nosotros este asunto?. Por el cariño que tenemos a la tía no me pesa haber venido aquí toda la semana. Los policías no nos han tomado en serio, dicen que no es posible que un ladrón entre a una casa a robarse una señora paralítica y no se lleve nada más, pero, ¿qué otra explicación hay?, la tía no pudo haber desaparecido así nada más, le digo que era paralítica. A ver si viniendo diario me hace caso y se ponen a buscarla.


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Cuando las circunstancias lo obligan a uno, entonces uno se abandona a ellas y es capaz de ignorar por completo la voluntad. Pero voy a platicarle desde el principio. Mis padres en toda su vida no hicieron fortuna, lo único que consiguieron fue agenciarse el departamento donde vivíamos, pero no le voy a contar eso, todas las familias tienen su historia, a lo que iba es que nuestra situación era precaria, y por tanto una de mis metas desde niña fue la de llegar a si no rica, sí tener estabilidad económica.

Yo no estudié una carrera, a tiempo me di cuenta que ese era el camino largo y yo no estaba dispuesta a demorar el inicio de mis planes, temía asimismo que mi madre, aún joven y fértil, se atreviera a tener más hijos y que mi hermana mayor, quien generalmente los cuidaba, fuera a casarse y heredarme esa responsabilidad. Así pues, no tenía tiempo qué perder.

Terminando la preparatoria, busqué a mi maestro de Administración, no tanto por lo que pudiera instruirme sobre mi futuro negocio, sino porque era un hombre de buen porte, impecable, y que definitivamente tenía los recursos suficientes para usar zapatos cuyo precio hubiera sido suficiente para mantener una familia por una semana. Estaba dispuesta a aprovechar todas mis oportunidades, incluso que al Lic. Alejandro Díaz, mi maestro, no le resultaba yo indiferente, sino por el contrario, no disimulaba su interés por mis minifaldas.

Alejandro, era buena persona, tras esa apariencia de conquistador, se escondía un hombre sensible, claro, en la medida de sus limitaciones, ¿conoce a algún contador?, son incapaces de infringir las reglas y sienten que están haciendo una gran travesura cuando se atrasan en su pago de impuestos una semana, claro que al domingo siguiente lo confiesan al sacerdote. Tal vez fue ese sentido del deber, o del arrepentimiento, el que lo impulsó a ayudarme tanto: me contactó con gente, me ayudó a buscar un local apropiado, pagó las primeras rentas, firmó como aval, y hasta me puso en una cuenta lo que me obligaba a llamar "fondo de inversión". Le digo que era buena persona. Pero no me malinterprete, años después tuve oportunidad de pagarle todo, fue algo muy bello, pues en esos momentos él atravesaba por una situación muy difícil. Aún siento nostalgia al acordarme de él, la verdad sí me pesó el día que dejamos de vernos.

En fin, en mi negocio comenzó a irme de maravilla, imagínese, vendía café para moler justo enfrente del conjunto habitacional que la universidad había construido para sus profesores. Posteriormente puse unas mesitas y vendía también repostería. Pero aunque uno no lo crea no todos los universitarios son cafeinómanos, así que alquilé el local de al lado y ahí vendía youghurt casero y productos dietéticos o naturales. Mi última gran idea fue poner una tienda de revistas y periódicos, también en la misma cuadra, mi intención era que poco a poco se convirtiera en librería.

Un día conocí al hombre de mi vida, como es de suponer por mi lugar de trabajo, él era universitario, investigador. No quiero agobiarla con todo lo del enamoramiento. Se llamaba Luis, era un hombre que disimulaba su atractivos físicos en unos lentes baratos y una barba entonces a la moda, claro que después eso cambió. Luis era el hombre ideal, al menos para alguien como yo, sabía respetar y admirarme, aun cuando yo estuviera muy ajena a su mundo. Creo que fue la diferencia de actividades lo que permitió que siempre tuviéramos de qué conversar. Era cariñoso y no disimulaba su amor por mí. Luis era todo un monje de su profesión, amaba la investigación, era sociólogo, no me pregunte qué significa eso, pues me costó mucho tiempo a mí entender la razón de la existencia de ciencias aparentemente no redituables.

Para no hacerle el cuento largo, nos casamos. Por supuesto que nuestra vida no fue de color rosa perfecto, más bien supimos adaptarnos y llegar a acuerdos. Créame los años que duró fueron excepcionales, cada noche daba gracias a Dios por permitirme compartir la vida con ese hombre. En un principio vivimos en la "villa universitaria", así le llamaban al conjunto habitacional, pero al poco tiempo vendimos el departamento y compramos esta casa. ¿Ahora comprende por qué este lugar es tan importante para mí? cada cuadro, rincón o mancha en la pared tiene su historia y al verlos no puedo dejar de pensar en ese mi feliz pasado con Luis. Pero no se preocupe, ya no me interesa aferrarme ni a la casa, ni al pasado, así que esté tranquila, usted puede quedarse aquí el tiempo que guste. Sólo he venido a dar un último vistazo y por algunas cosas que supongo que están almacenadas en esa habitación cancelada.

Por favor, déjeme acabar de contarle. Le decía sobre nuestro matrimonio. Se preguntará cuándo terminó todo. Un día él se fue. No, no es lo que piensa, no me dejó a propósito, ni lo vi morir en una cama de hospital, ni me pidió el divorcio para irse con otra, ni se fue a estudiar el doctorado al extranjero. Ojalá hubiera sido así.

Luis daba la clase de Sociología Política en la universidad, sus alumnos eran jovencitos de veintitantos años y, como es de suponer, eran apasionados e idealistas. Luis los amaba y ellos también a él, el día de su cumpleaños llegaban con un motón de cervezas y papas, ¡qué verdadera fiesta era aquello!

Cuando se inició la guerrilla del sur, Luis comprendió que más que la teoría los muchachos necesitaban aclarar sus ideas, y poco a poco a las horas de aula, agregaban reuniones en cafés o bares. Yo llegué a ir alguna vez, me aburrí bastante y preferí emborracharme; con los recuerdos que he ido reconstruyendo de aquella noche, me he dado cuenta que en esas reuniones los alumnos llevaban más gente y que esa gente era parte del movimiento, no sé en qué forma pero sí que estaban muy involucrados.

Una vez hubo una reunión en la casa, mucha de esa gente estaba ahí, algo discutían acaloradamente, yo no supe de qué hablaban pues estaba preparando ceviche. Al final de la noche, quedaron sólo dos señores, uno parecía religioso, el otro era más bien hippie. Luis se ofreció a llevarlos a su casa, se despidió de mí con un beso y me dijo "mañana recogemos el reguero, no te preocupes". Jamás lo volví a ver.

Lo busqué desesperadamente durante meses.

No se imagina usted lo que es que la vida cambie al cien por ciento. Siente uno que aún el suelo que pisa es una plataforma vacilante. En momentos la angustia dominaba mi garganta, en otros sentía una rabia incontenible, tenía la impresión que el cansancio que tal estado me producía al menos me haría dormir en las noches, pero el insomnio era una terrible tortura, aun los gruñidos del perro del vecino me envolvían en una sarta de movimientos de piernas y brazos que me hacían imposible conciliar el sueño.

Sus alumnos organizaron todo un movimiento por él, por los que lo acompañaron aquella noche y por muchas otras personas desaparecidas, yo me adherí a ellos, no hubo una sola marcha o antesala en oficinas de políticos, a la que no asistiera. Poco a poco fueron disminuyendo las actividades y el número de participantes. La gente olvida.

Al final, me encontré sola, enferma de obsesión, agotada, con la vida deshecha y sin Luis. Entonces, abandoné mi cuerpo, decidí dejarlo inerte sobre mi cama, ya no estaba dispuesta a padecer tanto tormento.

Un día oí que abrieron la puerta. No me importó, sabía que Luis estaba muerto, y en efecto él no era. Dieron conmigo unos muchachos, dos mujercitas y un hombre. Al verme gritaron. "¿Está muerta?" se preguntaron por lo bajo. El muchacho se acercó y checó mis signos vitales.

-Está viva, pero parece que está paralítica -sentenció.

-¿Puede oírnos? -preguntó la más joven.

-Creo que sí, pero no puede moverse nadita.

-Híjole, como en las telenovelas -la muchachita se me acercó- tía, somos los hijos de Beatriz Olivares, tu prima. Ella..

-Shh, niña tonta -interrumpió la mayor, arrastrándola de un brazo y tratando de hablar bajito- no debemos impresionarla. Tía -me dijo- mi mamá nos mandó a buscarte. Yo soy Alma, él es Enrique y ella es Graciela.

Los muchachos me trasladaron a su casa. Ahí me instalaron en la habitación de mi prima. Perfectamente me di cuenta que ella tenía unos meses de haber fallecido, aunque mis sobrinos evitaban hablar de ello delante mío.

Se encargaron de mi al cien por ciento, cada mes me "revisaba" el novio de la más pequeña, que era estudiante de medicina. Con el tiempo llegué a creer que verdaderamente yo estaba paralítica, y de esta forma conservé la vida sin el menor de los esfuerzos.

Pasaron muchos meses, tal vez más de dos años. Un día en la tarde pasó un elotero. ¿Ha escuchado el silbido de esos carritos? Era un sonido entrañable, con olor a viejo. Comencé a recordar mi primer año de casada, los sábados, después de comer hacíamos el amor y él se iba a sus clases dejándome sumergida en un delicioso letargo que terminaba mezclándose con el viento que llegaba al tercer piso y los ruidos que llegaban de la calle.

Esos días, el silbido agudo y el grito "¡hay elotes!" me despertaban al anochecer. Me sentía maravillosamente feliz, me levantaba, me duchaba con agua tibia y pensaba "si en este momento muriera, no me importaría".

Como le decía, cuando pasó el elotero por la casa de mi prima, recordé ese sentimiento, lo que es amar a la vida. Una cálida sensación invadió todo mi cuerpo y de repente sentí repugnancia de mi patética invalidez. Me levanté de inmediato, no me importó ni el mareo ni la lentitud de mis débiles músculos. Curiosamente no había nadie en casa, así que me salí como pude y una vez en la calle tan sólo caminé...




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