Guadalupe García Barragán
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Primeras narradoras de México y otros países hispanoamericanos


Si la novela, como género literario, hizo una aparición tardía en Iberoamérica en 1816, con El Periquillo Sarniento, casi todas las primeras y muy contadas novelas hispanoamericanas escritas por mujeres se hicieron esperar todavía unos setenta años más.

    México, no obstante haber sido cuna de la novela hispanoamericana, carece por completo de cuentistas y novelistas como cuentistas, durante las primeras ocho décadas del siglo XIX. Hubo ciertas excepciones en algunos países de nuestro continente, que cito; presentaré en forma abreviada el panorama de la producción de las primeras novelas de Hispanoamérica de autoría femenina, antes de tratar específicamente de las de México.

    Es preciso mencionar en Cuba, la privilegiada y precursora pluma de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que se adelantó a todas sus congéneres del continente; pero la suya es una figura señera, ya que su formación y su entorno cultural, excepcionales, no fueron los característicos de una escritora cubana de su tiempo. En Cuba vio la luz primera y a Cuba pertenecía su alma, pero después de vivir en España desde los veintitrés años, sólo volvió a residir en su tierra natal cuatro más (1859-1863). En España produjo y dio a conocer su muy aplaudida obra y allí se casó dos veces con españoles. Su espíritu y su temática continuaron perteneciendo a Hispanoamérica. Cultivó la biografía, la autobiografía, el género epistolar, el periodismo y la narrativa. Sobresalió en el drama y en la poesía lírica. En sus numerosas novelas muestra una ideología tempranamente progresiva. Los excesos sentimentales y de tono de la escuela romántica se muestran atemperados por su enorme talento. Entre su abundante obra romancesca destacan los títulos siguientes: Sab (1839), de decidida tendencia antiesclavista y su mejor obra del género; se adelanta con un año a La cabaña del tío Tom de la estadounidense Harriet Beecher Stowe, —libro que tanto influyó para combatir la esclavitud de los negros y preparar el terreno para la Guerra de Secesión del vecino país del Norte. Con Guatimozín (1846) y El cacique de Turmequé (1871), se coloca entre los autores de novela indigenista por su simpatía hacia los personajes y la historia de la raza vencida.

    Otro de los casos excepcionales, esta vez como nación, la constituye la República Argentina, con dos novelistas que se cuentan entre quienes iniciaron el movimiento romántico en la literatura argentina, con sendas novelas: Juana Manso o Manson —que con ambos apellidos figura en las historia de las letras rioplatenses— y Juana Manuela Gorriti (1819-1892). Juana Manso o Manson publicó en 1846 Los misterios del Plata, novela folletinesca e historico-política sobre un personaje y un incidente reales, relacionados con la represión de Rosas; novela que antecede en cinco años a la Amalia, de José Mármol, aunque ésta última haya sido siempre considerada como la primera novela histórica rioplatense.

    La otra pionera de la novela argentina, cuyas obras tienen también como importante fondo histórico la dictadura de Rosas, es Juana Manuela Gorriti (1819-1892), autora asimismo de una novela histórica de tipo folletinesco que se relaciona con la dictadura de Manuel Rosas, La hija del mashorquero —cuya fecha de publicación no he logrado precisar. Parece situarse por los mismos años de la novela de Juana Manso y, al igual que Los misterios del Plata, narra hechos vivos y contemporáneos, no sucesos pertenecientes al pasado. Juana Manuela Gorriti tiene otros libros del propio género, entre los cuales está El tesoro de los Incas y El pozo de Yocci, por cuya temática puede contarse entre los autores de la novela indianista.

    Bajo el aspecto puramente artístico, ninguna de estas novelas es extraordinaria, pero sí merecen figurar en los anales de las letras de Hispanoamérica por su temprana cronología.

    En el Perú de 1889 aparecen dos renombradas obras de denuncia y crítica social, que se deben a la pluma de sendas novelistas peruanas: Blanca Sol, de Mercedes Cabello de Carbonera, y Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner, entre otras muchas que las mismas autoras publicaron más tarde.

    Mercedes Cabello de Carbonera introdujo el naturalismo literario en el Perú, y es autora de un buen número de novelas que contienen críticas y tesis muy atrevidas para su tiempo y su sexo. Clorinda Matto de Turner representa, a su vez, en Aves sin nido, la corriente romántica e indigenista en la novela hispanoamericana, dentro de un naturalismo moderado, escrita por mujeres de letras.

    Lo dicho sobre las primeras novelistas de Sudamérica nos sirve para comparar el panorama que se presenta en México, el cual es mucho más tardío respecto a Argentina, pues las primeras narradoras mexicanas no aparecen hasta los años ochenta y noventa de la centuria decimonónica. Pero antes de hacerlo, me tomo la libertad de citar la interesante teoría de Paul Verdevoye, especialista en letras argentinas y profesor emérito de la Sorbona, quien atribuye la temprana presencia de autoras de novelas en la República Argentina al hecho de que en dicho país se estableció un buen número de inmigrantes ingleses y franceses cultos desde los primeros decenios del pasado siglo. En opinión suya, su presencia tuvo una positiva influencia en la féminas argentinas, quienes a la manera de las damas de Inglaterra y Francia —que gozaban de un entorno familiar, social y cultural mucho más libre que las de otras naciones europeas— abrieron salones literarios a la francesa, donde mujeres intelectuales, educadoras, literatas y activas en la oposición política, recibían a escritores, comentaban la literatura y producían sus propias obras, como Juana Manso y Juana Francisca Gorriti.

    Empero, incluso en la Argentina, cuna de la novela escrita por mujeres de letras, Emma de la Barra de Llanos, para publicar en 1905 su novela inicial, Stella, tuvo que usar el seudónimo masculino César Duayen, porque no se atrevió a revelar su identidad femenina. Stella alcanzó un éxito extraordinario; pronto fue vertida a varias lenguas extranjeras y reeditada, pero la autora siguió firmando sus novelas siguientes, Mecha Iturbe, Eleonora y El manantial, con el seudónimo de César Duayen, con el que se le conoció en las letras argentinas.

    Ahora entramos al tema de la primeras novelas de autoras mexicanas y su tardía aparición. Nuestro país no era precisamente un erial en el campo de la literatura femenina. Abundaban las poetisas —no uso el término con intención peyorativa. En 1893, el erudito escritor y humanista guadalajarense José María Vigil, publicó una antología, Poetisas mexicanas, siglos XV, XVII, XVIII y XIX, cuyos mejores poemas sumaban más de noventa. Entre las poetisas decimonónicas hubo varias que también escribieron obras para el teatro, como Esther Tapia de Castellanos (1842-1897), e Isabel Ángela Prieto de Landázuri (1833-1876), española avecindada en Guadalajara, Jalisco, desde muy niña, ambas autoras admiradísimas en su tiempo. Las piezas de las dos autoras se estrenaron con éxito, se escenificaron varias veces y, algunas, fueron publicadas. Pero, reiterando, la novela de nuestras escritoras brilló completamente por su ausencia antes de 1886 y pudiera decirse que la espera continuó aún por largo tiempo después de tal año porque únicamente tres o cuatro novelas de escritoras vieron la luz en el siglo XIX y una en los albores del siglo XX.

    No hay una respuesta específica para explicar la ausencia de este género entre nuestras escritoras. En mi opinión, la novelista, además de imaginación y cultura, requiere cierta experiencia y conocimiento del mundo y de la vida, conocimiento que también puede adquirir indirectamente por medio de los libros. La mujer mexicana vivió completamente sometida a la autoridad, por lo general tiránica, de sus padres, hermanos varones o esposo. Pero, sobre todo, le faltaron paradigmas literarios —de los que no carecieron las novelistas europeas—, ya que usualmente no tenía acceso a las obras maestras, pues los libros que leía eran objeto de muy rigurosa censura. Para mí, ésta es la causa principal, además, de la escasa calidad literaria de la mayoría de las novelas mexicanas de los primeros decenios del siglo XIX.

    La pionera de la novela mexicana es la maestra jalisciense Refugio Barragán de Toscano, con La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado, que publicó en Guadalajara en 1886. Doña Refugio Barragán de Toscano nació en el pueblito de Tonila, en 1843. Vivió en otras pequeñas poblaciones y se recibió de maestra normalista en Colima. Después de contraer matrimonio con un maestro colimense fijó su residencia en la ciudad de Zapotlán, Jalisco, ahora Ciudad Guzmán. Pasó un par de años en Guadalajara y vivió el resto de sus días en la Ciudad de México, viuda y dedicada principalmente a la docencia para sostener y formar a sus hijos. Ahí falleció en 1916. Desde joven escribió principalmente poesía y drama, que fueron muy admirados en su tiempo, así como su obra novelesca. Sus poemas fueron incluidos por Vicente Riva Palacio y José María Vigil, en sendas antologías que publicaron dichos intelectuales. Madre, esposa y ferviente católica, los temas religiosos y las obras docentes para sus hijos abundan en la producción de doña Refugio. La señora Barragán de Toscano escribió dos novelas folletinescas pertenecientes a la escuela romántica, muy semejantes a las que entonces se hallaban de moda en España, La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado, y la segunda, Premio del bien y castigo del mal, que publicó en 1894 en Ciudad Guzmán. Ambas son de discutible valor literario, pero hay que reconocerle a la autora el haber sido la primera mexicana que publicó novelas en el siglo XIX, la cual, además, tuvo el gran mérito de vivir, desenvolverse, escribir, publicar y hacer representar la mayor parte de su obra teatral en poblaciones de provincia, siendo Guadalajara la única que por aquel tiempo era un centro cultural de importancia. No poseía un capital y todo lo realizó sin dejar de ejercer el magisterio ni de atender a sus pequeños hijos, trabajando primero para ayudar a su esposo y al fallecimiento de éste, para tomar a su cargo a toda la familia.

    Por razones de estadística, consigno la primera novela escrita por una mujer de letras radicada en México y que se publicó en nuestro país en 1885: El suplicio de una coqueta, rebuscada novela seudonaturalista, de la aragonesa Concepción Gimeno de Flaquer.

    A María Nestora Téllez Rendón, quien nació en San Juan del Río, Querétaro, en 1828, se le debe Staurofila, otrora un muy conocido cuento alegórico o novela, parábola en la que se simbolizan los amores de Jesucristo con el alma devota; se publicó en Querétaro en 1890. Es interesante la vida de la autora, quien sólo contaba un año cuando perdió la vista como consecuencia de una enfermedad. Hija de dos maestros, su padre la instruyó personalmente, cultivando su memoria y la hizo aprender filosofía y latín; llegó ser una muy instruida maestra y directora de escuela, como su madre. En 1866 recibió una condecoración de Maximiliano de Habsburgo. El tema de su novela o cuento místico y alegórico de muy buena estructura, es suyo, pero personas que la asistían lo escribieron y le dieron forma. María Nestora Téllez Rendón murió en Acámbaro, Guanajuato, en 1890.

    Hasta aquí sólo hemos hablado de antecedentes de la novela mexicana, de las pocas pioneras, autoras que, por lo general, no figuran en las bibliografías o historias de la novelística de México; fueron suyos los primeros pasos, vacilantes y torpes como casi todo lo que se halla en sus inicios, pero tuvieron la cualidad de haberlos realizado en circunstancias muy difíciles y en una época y un entorno nada propicio y aun hostil hacia las novelistas.

    En el siglo XX comienzan a aparecer las novelas que ya pueden considerarse obras literarias. En 1902 aparece El espejo de Amarilis, novela de costumbres mexicanas, única obra romancesca de Laura Méndez de Cuenca, escritora que había alcanzado prestigio como poetisa, periodista, maestra y directora de escuelas normales para señoritas. El espejo de Amarilis es una obra olvidada y casi desconocida. Su volumen de cuentos que publica en 1910, se intitula Simplezas. Laura Méndez de Cuenca, esposa del renombrado poeta Agustín F. Cuenca, precursor del modernismo, fue ella misma inspiradora de otros vates, entre los que se cuenta el tempranamente malogrado Manuel Acuña. Nació en la Hacienda de Tamariz, cerca de Amecameca, Estado de México, el 18 agosto de 1853. Falleció en Tacubaya, Distrito Federal, en 1928.

    María Enriqueta, nombre de pluma de María Enriqueta Camarillo de Pereyra, fue la primera escritora profesional de este siglo dedicada por entero a producir obra literaria, incluyendo novelas. Escritora admiradísima en sus días como poeta y narradora, hace muchos años que se encuentra sepultada en el olvido. Nació en Coatepec, Veracruz, el 19 de enero de 1872, pero a los siete años se trasladó con su familia a la Ciudad de México y a otras partes del país durante su vida de soltera. En 1895 recibió el título de maestra de piano en el Conservatorio Nacional de Música y en 1895 apareció asimismo su primer cuento, "El maestro Floriani" en la renombrada Revista Azul, que antecede a la Revista moderna como importante órgano de difusión del modernismo. Algunos poemas suyos habían precedido a su cuento. También en 1895 empieza a colaborar en forma regular en los principales periódicos y revistas de México, actividad que no interrumpirá mientras resida en la patria. Su obra en prosa y en verso es muy bien recibida desde que aparece. En 1898 se casa con el erudito y muy estimado historiador y diplomático Carlos Pereyra. Establecen su residencia en la Ciudad de México, la que no abandonará hasta 1910, cuando parte con su esposo a Europa, adonde el servicio diplomático lo envía. Radicarán desde ese año en el extranjero, en particular en Madrid. A causa de la Revolución mexicana y la Primera Guerra Mundial, tendrán que sobrevivir con dificultades, haciendo traducciones y colaborando en los principales periódicos y revistas de España; María Enriqueta da entonces clases y ofrece recitales de piano. Al mismo tiempo ella y su esposo publican libros muy estimados. Pereyra muere en 1942 y ella regresa a la Ciudad de México en 1948, donde residirá hasta su fallecimiento, ocurrido en 1968, a los 96 años de edad.

    La primera novela de María Enriqueta Camarillo de Pereira es Mirlitón, publicada en 1918, Jirón del mundo, en 1919 y El secreto, en 1922, considerada esta última su mejor obra en el género, por la cual se le otorga el Premio de la Academia Francesa. Sus novelas de corte realista español muestran su prosa sencilla, pero tersa y castiza. Sencillos y moralizantes son asimismo sus argumentos. También publicó ocho volúmenes de cuentos y novelas cortas y otros tantos de poesía. Escribió una popular serie de cinco bellos libros de lectura para alumnos de escuela primaria, Rosas de la infancia, por medio de los cuales, desde muy niños, los lectores se familiarizaban con las composiciones más representativas de grandes prosistas y poetas mexicanos y extranjeros.

    La producción en prosa y en verso de María Enriqueta la coloca entre los modernistas por la técnica. Por otra parte, por su carácter personal y sensibilidad se muestra más cercana al romanticismo. El sentimiento y la ternura permean sus obras, que siempre contienen un fin moralizante, atributos de su producción que suelen ser anotados por la crítica como sus principales flaquezas literarias; otros le reprochan la ausencia de identidad nacional en sus relatos, los cuales pudieran atribuirse a cualquier escritor de lengua española. Hay que tener en cuenta, en descargo suyo, que María Enriqueta pasó lejos de México treinta y ocho años consecutivos de su existencia —de 1910 a 1948— durante los cuales publicó esos cuentos y novelas, que iban directamente a lectores españoles antes de ser leídos por sus compatriotas. Por otra parte, sus versos sí poseen definida mexicanidad; en muchos de ellos expresa su hondo amor por la patria y el terruño.

    A Martha Robles, excelente crítica literaria, pero feminista de avanzadas ideas, le desagradan intensamente el profundo catolicismo y el espíritu dulce y sumiso de María Enriqueta y de sus personajes femeninos, que considera característicos de la fémina burguesa del porfiriato. Le parecen negativos, inaceptables, apropiados para fomentar la "vocación de dolorosas' que tanto se fomentó en las mujeres de fin de siglo..." Aquí se podría argüir en favor de la autora de El secreto, el haber sido la primera mexicana que escribió cuentos y novelas de valor literario. Fue conservadora de las tradicionales virtudes mexicanas por educación y herencia de familia y por decisión propia. El literato conservador José María Roa Bárcena era hermano de su madre.

    La obra de María Enriqueta ha merecido los más entusiastas elogios de escritores distinguidísimos de diversas ideologías, entre ellos el historiador Luis González Obregón, Francisco Monterde, Jaime Torres Bodet y Gabriela Mistral. La poetisa chilena, en contraste con Martha Robles, admira de nuestra novelista —entre otras características personales y de sus versos— el recogimiento, la melancolía, la falta de "mundanería", la sencillez y la ternura, y dice: "Yo quería haber sido una mujer así".

    Antonieta Rivas Mercado, mecenas, mujer de letras y una de las primeras feministas, cuya obra apenas empieza a ser conocida a través de sus cartas, nació en la Ciudad de México en 1898, hija predilecta del acaudalado y culto arquitecto porfiriano Antonio Rivas Mercado. Casó muy joven con el estadunidense Antony Blair, de quien tuvo a su único hijo. Fracasó su matrimonio. En 1928 fundó en México el célebre Teatro Ulises. Participó activamente en la campaña de Vasconcelos, quien escribe sobre ella en El proconsulado, —tercero de sus cuatro libros de memorias—, dándole el nombre de Adriana. Antonieta secuestró a su propio hijo, cuyo padre tenía la custodia y lo llevó con ella a Europa. El 11 de febrero de 1933 puso fin a su vida en París, con un disparo en el corazón, frente a un altar de la Catedral de Nuestra Señora.

    Nuestra siguiente autora mexicana, Nellie Campobello es, en contraste con María Enriqueta, muy conocida y actual, porque sus dos únicos volúmenes de relatos Cartucho y Las manos de mamá, se insertan en el ciclo de la novela de la Revolución y cuentan entre lo muy estimable de éste, no obstante su sencillez y brevedad.

    La vida de Nellie Campobello muestra más ficciones que su obra. Su verdadero nombre es Juana Francisca Moya. Con femenina coquetería dio el año de 1909 como el de su nacimiento, cuando parece que vino al mundo en 1900, en Villa Ocampo, Durango. Se trasladó a Torreón con su familia. Después de la muerte de su madre va a radicarse muy joven a la Ciudad de México, con Gloria, su hermana menor. Importante figura profesional de la danza autóctona mexicana, su principal vocación, sobre la que realizó investigaciones, fue directora de la Escuela de Danza del Instituto Nacional de Bellas Artes.

    En 1928 publica Yo, versos por Francisca; en 1931 aparece Cartucho, Relatos de la lucha en el norte de México y en 1937 su segundo y último libro de relatos en homenaje a su madre, Las manos de mamá. Entre sus ensayos se cuentan Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa (1940), con base en documentos que su familia villista, poseía.

    Ambos relatos de Nellie Campobello se incluyen entre las novelas de la Revolución porque constan de relatos breves que constituyen una especie de capítulos cortos de un todo, en particular Cartucho, la más importante de sus obras, que se desarrolla en el norte del país, donde tuvieron lugar las más cruentas y decisivas batallas. Aunque en el tiempo de las victorias villistas parece que Nellie ya era casi una jovencita, en Cartucho, narrada en primera persona de singular, la autora figura como una pequeñita de unos seis o siete años, que describe personajes y personajes de las que fue testigo. Logra hacerlo con el auténtico lenguaje de una niña de esa edad. Antonio Castro Leal asegura que redactó esos cuadros cuando contaba diez años y probablemente algunos se los transmitió su madre, como Nellie lo dice en la dedicatoria de Cartucho. La autora creció en esa zona y desde pequeña se familiarizó sin temores con la vista de muertos, heridos y miembros ensangrentados, que pinta con la mayor y más espontánea naturalidad. Su viva serie de "cuadros" de primera mano, como la mayoría de los relatos de la Revolución, ofrece cierta semejanza con el cinematógrafo.

    La impavidez y fidelidad con las que la niña narra y describe las escenas y sucesos más sórdidos y dramáticos ha escandalizado y horrorizado a varios críticos. En su obra encontramos el humor negro, como en el capítulo "El ahorcado" (p. 941-942 v. I) y en "Las tripas del general Sobarzo" (p. 941).

    Las novelas de escritoras mexicanas abundarán en los años cuarentas, aunque pocas de entre ellas tienen gran valía.

    Considerada una de las mejores novelistas de esos años es la periodista Magdalena Mondragón, quien nació en Torreón, Coahuila, 14 de julio de 1913. Se graduó de maestra de letras en la Universidad Nacional de México. Se inició en el periodismo en Torreón y continuó su carrera en la capital mexicana. Su primera novela, Puede que l'otro año, data de 1937, pero lo mejor de su estimable obra de este género es Yo como pobre, de 1944, que en 1947 fue nombrada en Nueva York "la mejor novela del año". Magdalena Mondragón, que siempre ha mostrado interés por los marginados, tiene como tema, el submundo de los pepenadores de basura.

    Sara García Iglesias nació en la Ciudad de México el 29 de abril de 1917. Estudió la carrera de química farmacobióloga en la Universidad Nacional, la cual ejerció en puestos importantes en laboratorios de la capital. En 1955 radicó en Ozuluama, Veracruz, de donde fue presidenta municipal, de 1958 a 1961. Se dedica al cuidado de su rancho "El Bejuco", escenario de su narrativa. Su obra es muy breve, pero valiosa. Con su primera novela, El jagüey de las ruinas (1944), ganó el premio "Miguel Lanz Duret" de 1943, que otorgaba el diario El Universal. Esta novela romantico-realista presenta una encantadora anécdota sentimental que se desarrolla en la campiña veracruzana, en el marco histórico de la guerra de Reforma y la intervención francesa. La segunda y postrer novela de la misma autora es Exilio, publicada en 1957, que pudiera clasificarse como novela psicológica. Tiene como teatro principal la Ciudad de México y presenta los dramas y problemas de los españoles exiliados en nuestro país durante la Guerra Civil Española. García Iglesias es hábil en el diálogo y en la caracterización de los personajes y elegante y correcta en el lenguaje. Entre sus obras tiene también la interesante biografía, Isabel Moctezuma, la última princesa azteca, sobre la hija de Moctezuma, que publicó en 1946.

    Otra estimable novela de autora mexicana, galardonada con el premio "Lanz Duret" en 1949, es Vainilla bronce y morir (1950), de Lilia Rosa.

    María Luisa Ocampo también se hace notar en 1947 con su primera novela Bajo el fuego, a la que siguen más. Se había iniciado en las letras como dramaturga en 1923.

    Podría decirse que la numerosa producción de las autoras de novela mexicana culmina en 1957 con Balún Canán, obra inicial de dicho género de la escritora Rosario Castellanos.


BIBLIOGRAFÍA SUMARIA

AGRAZ GARCÍA DE ALBA, Gabriel, Bibliografía de los escritores de Jalisco, T. II, B. México, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1980 (Bibliografías, 9/Biobibliografías).

GARCÍA BARRAGÁN, María Guadalupe, El naturalismo literario en México. 2a. ed. México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 1993 (Cuadernos del Centro de Estudios Literarios).

MARTÍNEZ, José Luis, Literatura Mexicana siglo XX. 1910-1949. Primera parte. México, Antigua Librería Robredo, 1949 (Clásicos y Modernos/Creación y Crítica Literaria, 3). Segunda Parte, Guías bibliográficas, 1950 (Clásicos y Modernos/Creación y Crítica Literaria, 4).

OCAMPO DE GÓMEZ, Aurora y Ernesto PRADO VELÁZQUEZ, Diccionario de escritores mexicanos, con un Panorama de la literatura mexicana, por María del Carmen Millán, México, UNAM, Centro de Estudios Literarios, 1967.

VOGT, Wolfgang, Latinoamérica, México, Guadalajara. Ensayos literarios. Guadalajara, Jal., H. Ayuntamiento de Guadalajara/Editorial Ágata [c. 1965].


Ma. Guadalupe García Barragán. Es profesora Investigadora de la Universidad de Guadalajara. Nació en Guadalajara donde hizo estudios hasta concluir el nivel de maestría. Con una beca del gobierno francés estudió un año en la  Sorbona, por la que obtuvo el Doctorado en Literatura Hispanoamericana. Durante 23 años impartió cursos en Western Washington University. Se especializa en narrativa mexicana de 1850 a1950, en particular en el naturalismo y Federico Gamboa.  Ha publicado diversos libros y artículos sobre el tema.



 
Argos 17/ Ensayo