Miguel Hernández o la poesía como subversión
Un hombre verdadero debería
sentir en sus propias mejillas
los golpes infligidos en las de otro.
José Martí
En 1976 —siendo yo un jovencísimo inmigrante, prácticamente recién llegado de mi país—, en el populoso downtown de Los Ángeles, me encontré con un disco de larga duración del cantautor catalán Joan Manuel Serrat. El disco en mención musicalizaba varios poemas del malogrado poeta Miguel Hernández y un poema de Miguel de Unamuno. (Ambos Migueles, ambos poetas, ambos españoles.) De regreso a mi apartamento de soltero, puse el disco y de inmediato quedé impactado por la belleza de las interpretaciones. Recuerdo que una de ellas, "Nanas de la cebolla", me conmovió de tal manera que la repetí varias veces.
Lo que
oía era "la más trágica de las canciones de cuna",
cuyo origen fue una carta que Miguel, ya en prisión, había
recibido de su mujer Josefina, en la que ella le contaba que vivía
—junto a su hijito de cinco meses— muy precariamente y que, virtualmente,
sólo comía pan y cebolla:
Es
curioso que hoy, veinticuatro años después —habiéndome
casado y convertido también en padre de tres niños—, aún
recite (o cante, según la circunstancia) para mí (exclusivamente),
los versos de varias de esas memorables canciones. Resulta más curioso
todavía que, luego de tanto tiempo y tantas circunvalaciones, haya
vuelto yo a leerlas, a meditarlas y convivir con ellas y con la conciencia
de sus admirables autores. Y tras ciertas indecisiones haya terminado por
escoger a Miguel Hernández, poeta levantino, el de la "cara de patata"
—como lo describió Pablo Neruda en sus memorias— y voz de sangre
enardecida, para soltarle un poco la rienda a mi visión de la poesía
y su lugar entre nuestra siempre complicada comunidad de homo sapiens.
La poesía es un acto de comunión a través de las palabras. La poesía es también comunión con las palabras. La gran poesía es ambas cosas. En el primer caso, uno alcanza una suerte de estado iluminativo y, a veces, unitivo, mediante la lectura de un texto; aquí la palabra, como un mantra o conjuro, suscita o precipita tales estados. En el segundo caso, la sola palabra, como un prodigioso talismán, es la iluminación de y la unión con la realidad trascendente. La poesía es entonces un lenguaje mántrico y talismánico: evocación, invocación. Es, en suma, expresiónde esencias verbalizadas.
La poesía
de Miguel Hernández (sin el don porque éste lo tuvo para
la poesía) me exige un acercamiento fraternal, solidario. Como un
compañero, entonces, me acerco a las palabras del vate de Orihuela
("su pueblo y el mío"), como un hermano sin poses academicistas,
sin guantes ni pinzas de cirujano. Lo hago así, en homenaje a ese
"corazón desmesurado", derramado "de sangre en sangre", y para no
extraviarme en un laberinto de coágulos estériles e irredentos.
La poesía de Miguel ha crecido conmigo y en mí, de tal modo
que mi perspectiva es la del amigo, la del compañero, la del hermano.
Es decir que estoy preacondicionado por la posición del poeta, la
que, en gran parte, es la mía.
Seré una sola y dilatada
herida,
hasta que dilatadamente
sea
un cadáver de espuma:
viento y nada.
La
palabra (bien) escrita posee un poder insospechado. Este poder es como
una espada, cuyo doble filo a la vez recoge y genera la historia. Todo
escritor —por mediocre que sea— está consciente de este poder. En
el gran escritor, la palabra es poesía y profecía, crónica
y oráculo, estudio y visión de la realidad. Ya Whitman lo
decía, la verdadera tarea de un poeta es la creación de buenos
soldados. De buenos soldados de la paz —agregaría yo— o, mejor aún,
del amor. A través de "Hojas de hierba" Whitman insiste en
las ideas y temas de la democracia, el progreso científico, la libertad,
el individuo y el hombre moderno. Para Whitman, los Estados Unidos es el
producto de una larguísima evolución desde todos los mitos,
religiones, sistemas políticos (tales como el feudalismo del Viejo
Mundo). Whitman estaba convencido de que la guerra civil estadounidense
era la gran prueba crucial, la gran crisis de la democracia norteamericana.
Y creía que la función del poeta épico era "la formación
de soldados perfectos", como lo expresa en el poema "Mientras meditaba
en silencio":
Al
estallar la guerra civil española, consciente de su poder como poeta,
Miguel Hernández se solidariza con la causa republicana y pone su
poesía al servicio de ésta. La simbiosis del poeta-soldado
no es una imagen romántica sino real, de carne y hueso, personificada
en el poeta-pastor que asume su responsabilidad histórica. Motivado
por su amor al prójimo y su pasión por España, Hernández
se entrega por entero a la lucha de redención del hombre por el
hombre. Su acción y palabra poetizan al unísono un afán
de justicia social. Su humanismo no esquiva la guerra, la encara, altivo,
sereno, desafiante.
Lamentablemente, ni el altruismo más desmesurado es suficiente para neutralizar las fuerzas negativas de la historia. Para Stalin, España fue un gran laboratorio y los republicanos los conejillos de Indias (en este cruel e irónico caso, "conejillos de Europa"). Después de haber sacado todo el beneficio material y publicitario, en el momento que la República más lo necesitaba, Stalin retiró el apoyo soviético. Ajeno a estas manipulaciones geopolíticas, Miguel escribía versos llenos de fervor republicano. Finalizada la guerra y con el triunfo de los nacionalistas, demasiado caro le costarían a Miguel esos poemas. Debido a ellos, compartiría el mismo trágico destino que acabó con la vida de varios grandes poetas españoles: Federico García Lorca, Antonio Machado y Miguel de Unamuno.
No obstante,
la verdad artística se apoya en la vida y en la muerte y trasciende
a las dos. Miguel Hernández concibe el acto de escribir como un
hecho vital. Para él, quien se precie de escritor debe escribir
con la vida, con el cuerpo, con el alma, con todo el ser. Los versos de
Hernández parecen emanar de forma enteramente fluida, diáfana,
irreversible, como la espuma del mar. No cree en lo rebuscado y retórico.
Escribe (y vive) con "los cojones del alma". Estaba convencido de que la
verdadera actitud histórica de un poeta debía formularse
orgánicamente, como el árbol se formula de la semilla, la
flor del árbol y de la flor el fruto. En otras palabras, para Miguel
escribir es vivir, vivir es escribir, escribir y vivir es engendrar. Su
poesía es un sacrificio por el que la vida nutre, ilumina, deleita
y fortalece a la vida. Como ejemplo una estrofa del poema titulado "El
herido":
El
mundo poético de Miguel Hernández resulta una proyección
de la huerta de su Orihuela natal. Su humanísima poesía se
levanta sobre un substrato telúrico donde la naturaleza y el instinto
—poético y antropomorfizante— reinan supremos. La guerra agudizaría
el conflicto que se encarnizaba en el poeta: el de la naturaleza versus
la cultura, y catalizaría la reconciliación de estos extremos.
De esa feliz reconciliación emerge el poeta-hombre que a su vez
todo lo resuelve en humanismo incondicional. Sin embargo, el acento poético
será siempre vital y telúrico, rico en imágenes tomadas
de los reinos vegetal y animal, tales como la encina, el limonero, el naranjo,
los olivos, el pájaro, el toro (símbolo premonitorio del
trágico destino de España y el poeta). La huerta simboliza
el cosmos poético, y el hortelano el hombre-poeta. La poesía
de Miguel rezuma sensualidad presentada en una cornucopia de imágenes
del cuerpo humano (muy vegetal y decididamente animal aunque les pese a
muchos): labios, lengua, dientes, boca, ojos, manos, pies, vientre y fluidos
corporales como la sangre, sudor, lágrimas, semen, leche...
Potencialmente, cada ser humano es un creador y un destructor. La primera tendencia se manifiesta a favor de la vida, la segunda se activa en función de la muerte. Cuando la última supera a la anterior, el resultado es un individuo enfermo, un psicópata, un degenerado misántropo. Cuando ambas tendencias, la de la vida y la de la muerte, se equilibran, tenemos a un ser amorfo, acomodaticio, blando, tibio, el ubicuo indiferente, el "apolítico", el diletante, el sempiterno mediocre. No obstante, cuando las fuerzas creativas se imponen, el resultado tiene claros ribetes de superioridad personificada en un individuo noble y altruista, por excelencia. Este individuo que, pese a su muerte prematura, fue y es Miguel Hernández; marca siempre una decisiva diferencia en cualquier sociedad, por muy corrupta y enferma que ésta sea.
Miguel
Hernández no ha muerto en vano. Para mí. Por muy fea que
su cara de patata haya sido, por muy incultas o ingenuas que sus palabras
sean, por mucho que sus asesinos quieran que Miguel Hernández sea
y pase como cualquier Miguel Hernández, Miguel Hernández
es y será uno de mis poetas predilectos. Por ello te escogí
o me escogiste, amigo Miguel. Tu poesía, por su fuerza, humanidad
y franqueza, para mí, es de lo mejor que tu patria le ha dado al
mundo. Tu poesía simboliza la antítesis de lo prosaico y
lo vulgar, pero no exonera, por muy manoseada que esté, la tesis
de la justicia social. El hombre tiene hambre de belleza y tiene sed de
justicia... todavía:
Por
el bien de todos, ojalá que la justicia no tarde.
Petronio Rafael Cevallos. Nació en Ancón, península de Santa Elena, República del Ecuador. Realizó estudios de Jurisprudencia y Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Central del Ecuador, Quito. Licenciado en Filosofía, Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad del Estado de California, Los Ángeles. Hizo estudios en el Centro de Formación Teológica, en Riobamba, Ecuador. Además, ha completado estudios doctorales en Literaturas Hispánicas y Luso-Brasileñas en el Graduate School y University Center de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ejerció las cátedras de Introducción a la Literatura y de Literaturas Inglesa y Estadounidense, en la Escuela de Inglés y Francés de la Universidad Laica "Vicente Rocafuerte", en Guayaquil. Profesor Visitante en Brookdale College, New Jersey. Desde 1989 reside en Nueva York, ciudad donde escribe y labora en el magisterio universitario, el periodismo y la diseminación cultural. Es fundador y director de Liderazgo Ecuatoriano en el Exterior, LEE, y de Liderazgo Internacional Latinoamericano, LILA. Desde 1994 hasta la presente ha dirigido la Sección de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo Internacional de Nueva York, organización que preside desde 1998.
Es autor de la novela De otros héroes (1992); Santa Lorena de Bucay (comedia basada en el caso de Lorena Bobbitt, escenificada con gran éxito por la Compañía Cécil Villar, 1994); Ideario (ensayo, 1996); Contracuentos: El diccionario satánico (aforismos, ensayos y parábolas, 1996); y La belladona (drama, llevado a escena por la Compañía Latin Enterprise, 1997). En 1998, su poema en prosa o elegía cuentística "Ángeles en Los Ángeles" fue premiado en el Certamen Literario Internacional del Círculo de Escritores y Periodistas Iberoamericanos, CEPI, de Nueva York. Recientemente, algunos de sus poemas han sido incluidos en la antología Entre rascacielos: Nueva York en nueve poetas (poesía, 1999). Es coeditor (junto al escritor colombiano Plinio Garrido) de La Palabra, primera revista ecuatoriana de literatura en el exterior. Es Director de EcuaYork, Revista de la Casa de la Cultura Ecuatoriana