Blanca Estela Ruiz
Si un día cualquiera
una novela: de los principios de principios de novelas
Estamos a punto de empezar
a leer una novela; sólo tenemos noche para leer una, de modo que
hay que tener cuidado de no elegir la equivocada. Alguien sugirió
que en el incipit se concentra la mayor carga de sentido. Así
pues, quizá en el título o en las primeras líneas
del texto encontremos algunas pistas sobre los mecanismos de la fabulación
e indicios que prefiguran el desenlace de la historia. ¿Pero hasta
dónde un incipit deja de ser incipit?, es decir, ¿cuándo
el principio se convierte en "lo de enmedio"? Como dije, sólo tenemos
noche para leer una novela, tomaremos pues, como incipit,el primer
fragmento del texto que exprese una idea completa.
Nadie
interrumpirá nuestra lectura porque los que pudieran hacerlo ya
duermen. Todo está listo: la lámpara de noche perfectamente
colocada para que el espectro de luz ilumine sólo las páginas
del libro; una sacudida a la almohada que está a punto de recibir
nuestras cabezas; se alza la mano y se aproxima a las hojas con las yemas
del índice y del anular humedecidas...
Hemos
tomado una novela de entre los anaqueles del librero del abuelo. Separamos
la portada del resto de las hojas, como una enorme puerta a cuyas las bisagras
les falta aceite. "Había una vez, en un lejano país..." Con
estas palabras empezaba siempre el abuelo a contarnos historias (claro,
este libro debió ser su fuente). Historias que uno se imagina muy
distantes en el tiempo y en el espacio: "Había" (luego entonces
ya no hay) "una vez" (algo que no se ha vuelto a repetir) "en un lejano
país" (el otro lado del mundo desde nuestra referencia; o aquí,
desde la referencia del otro lado del mundo). Historias en las que los
personajes sufren y tras múltiples vicisitudes, logran por fin sus
objetivos. Ya no lloramos con estas historias tristes porque sabemos que
al final, los personajes recibirán un premio por su estoicidad "y
vivieron felices para siempre" o "El destino le tendría reservadas
muchas sorpresas durante el resto de su vida". Nada más lineal:
presentación-desarrollo-desenlace, o en palabras de Vladimir Propp
"equilibrio-desequilibrio-equilibrio".
Dejamos
de lado el librero de los estereotipos y nos dirigimos a uno que anuncia
una pancarta con la leyenda "novelas famosas". Tomamos al azar doce, como
las horas que acuñan todos los relojes del mundo. De regreso a nuestro
refugio de lectura, dejamos escapar la voz de la primera:
En un lugar de la Mancha
de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía
un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor
Aquí
ya hay una precisión del espacio "En un lugar de la Mancha" que
alterna con un ejercicio de la voluntad de un narrador intradiegético
"de cuyo nombre no quiero acordarme". También ha desaparecido el
tiempo remoto "no ha mucho tiempo". Y otra rara característica:
la presentación de un antihéroe; un hidalgo (persona que
por su sangre es de una clase noble y distinguida) de adarga antigua y
flaco rocín (nada que ver con los Amadises y los Bucéfalos:
gallardos caballeros y briosos corceles), que marca un estilo lúdico
e irónico.
La segunda
novela se nos revuelve entre las manos. Está dedicada "al muy honorable
Mr. Pitt" (¿acaso cada uno de nosotros, lectores, seremos Mr. Pitt?)
y el primer capítulo abre con un extraño tiempo para la narratología:
el antecopretérico (o pretérito pluscuamperfecto) de subjuntivo:
Ojalá mi padre,
o mi madre, o mejor dicho ambos, hubieran sido más conscientes,
mientras los dos se afanaban igual en el cumplimiento de sus obligaciones,
de lo que se traían entre manos cuando me engendraron; si hubieran
tenido debidamente presente cuántas cosas dependían de lo
que estaban haciendo en aquel momento: -que no sólo estaba en juego
la creación de un Ser racional sino que también, posiblemente,
la feliz formación y constitución de su cuerpo, tal vez su
genio y hasta la naturaleza de su mente; -y que incluso, en contra de lo
que ellos creían, la suerte de toda la casa podía tomar uno
u otro rumbo según los humores y disposiciones que entonces predominaran:
-si hubieran sopesado y considerado todo esto como es debido, y procedido
en consecuencia, -estoy francamente convencido de que yo habría
hecho en el mundo un papel completamente distinto de aquel en el que es
muy probable que el lector me vea.
"Si hubieran
+ sido, tenido, sopesado y considerado", luego entonces no fueron, ni tuvieron,
ni sopesaron y ni consideraron. Hay pues un tiempo virtual en el que se
narra algo que pudo haber sido y no fue. El discurso, desde la primera
persona, refiere una serie de reflexiones sobre las posibilidades que hubiesen
hecho sus padres en el momento de concebirlo. Este narrador intradiegético
tiene conciencia de su discurso, sabe que se dirige a alguien que recibe
sus palabras "que el lector me vea". Las unidades léxicas están
reunidas bajo un corpus nocional (o microsemiótico) alusivo
a la concepción o al origen de la vida (¿de la escritura?).
Una tercera
novela se despliega ante nuestros ojos:
Mucho tiempo he estado
acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía,
cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para
decirme: "Ya me duermo".
No, no hay
una alusión personal a nosotros que durante mucho tiempo hemos estado
acostándonos temprano y que apenas apagamos la luz unos párpados
pesados nos cubren los ojos sin darnos tiempo de decirnos: "ya dormimos".
Efectivamente así inicia la novela, con un sutilísimo juego
entre el sueño y la vigilia donde es imposible determinar si soñamos
que soñamos, si siguen ahí los dinosaurios al despertar,
o si somos nosotros los que amanecemos convertidos en un monstruoso insecto,
como Gregorio Samsa, quien
Hallábase echado
sobre el duro caparazón de su espalda, y, al azar un poco la cabeza,
vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades,
cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba
visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo.
De una cosa
sí estamos seguros: nunca más podremos dormir tranquilos.
El mundo
de lo onírico estará siempre presente en nuestras vigilias
y establecerá un momento y un espacio únicos donde convivirán
todas las geografías y todos los tiempos:
Increíble el primer
animal que soñó con otro animal. Monstruoso el primer vertebrado
que logró incorporarse sobre dos pies y así esparció
el terror entre las bestias normales que aún se arrastraban con
alegre y natural cercanía, por el fango creador. Asombrosos el primer
telefonazo, el primer hervor, la primera canción y el primer taparrabos.
Y emprenderemos,
en cada lectura, un permanente viaje, una búsqueda de esperanzas:
Vine a Comala porque me
dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo
La literatura,
solía decirle la abuela al abuelo, es como el cáncer: apenas
te toca un tejido y ya te invadió el cuerpo. Yo creo que sí
porque sin darnos cuenta estamos por abrir ya la séptima novela:
río que discurre,
más allá de Adam and Eve, desde el rescoldo de la orilla
a la ensenada de la bahía, nos trae por un comodius vicus de circunvalación
de vuelta al castillo de Howth y Environs.
Obvia decir
que el redondel de nuestros los ojos ha adoptado una figura cuadrada: este
texto inicia con minúscula y con una frase inicial inconclusa (rareza
entre las rarezas) "río que discurre" que pudo haber comenzado en
otra parte ¿pero dónde se habla de un "río que discurre"?
Y un ansia febril se apodera de nuestros ojos en busca del inicio de la
frase. Cuando la curiosidad por saber cómo termina un texto así
nos seduce a echar una ojeada al final, otro estupor nos fulmina: "Un camino
solo al fin amado alumbra a lo largo del" y aquí se detiene la frase.
Es aquí mismo donde la serpiente se muerde la cola porque "Un camino
solo al fin amado alumbra a lo largo del río que discurre".
Luego entonces estamos ante una lectura circular, infinita... a cuyo fin
sucede inmediatamente el principio.
De asombro
en asombro: la octava novela ya no inicia con una unidad semántica
sino con un signo tipográfico:
estando tan ocupada, había
vuelto de hacer la compra que la sirvienta había hecho deprisa y
corriendo porque cada vez trabajaba menos, aunque sólo viniese para
dejar la comida y la cena listas, había hecho varias llamadas de
teléfono haciendo algunos recados, incluso una dificilísima
para llamar al forastero,
Y concluye
con un "pienso lo siguiente:" que abre un enorme hueco en el que no se
refiere lo pensado por la voz narradora. De ambas formas de iniciar y concluir
un texto sacamos en claro tres reflexiones: que la literatura, aunque trabaja
con signos lingüísticos, tiene un universo discursivo totalmente
ajeno al discurso corriente de la lengua a la que le pone trampas y le
saca la "idem"; que no depende sólo del sentido o del "qué"
se cuenta porque el "cómo" también es sumamente importante;
y que (ya lo prefiguraba Umberto Eco) el lector es también parte
medular de una obra, más cuando ésta posee una estructura
abierta pues corresponde al lector la decisión de acabarla.
Otra novela
alza la voz luego de un "tributo al Público Lector":
Damos hoy a publicidad
la última novela mala y la primera novela buena. ¿Cuál
será la mejor? Para que el lector no opte por la del género
de su predilección desechando a la otra, hemos ordenado que la venta
sea indivisible; ya que no podemos instituir la lectura obligatoria de
ambas, nos queda al menos el consuelo de habérsenos ocurrido la
compra irremediable de la que no se quiere comprar pero que no es desligable
de la que se quiere: será Novela Obligatoria la última novela
mala o la primera buena, a gusto del Lector. Lo que de ningún modo
ha de permitírsele para máximo ridículo nuestro, es
tenerlas por igualmente buenas las dos y felicitarnos por tan completa
"fortuna".
En un franco
juego de ironías y aforismos virtualmente obvios "será Novela
Obligatoria la última novela mala o la primera buena, a gusto del
Lector" se conmina al Lector (honorable Lector con mayúscula) a
ser cómplice del ejercicio literario.
Y en esta
línea, un texto directo abiertamente nos cuestiona a nosotros, lectores:
Estás a punto de
empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno
un viajero. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier
otra idea
Metaliteratura
o puesta en abismo, dice Barthes: la literatura refiriéndose a sí
misma; la voz narradora revela una conciencia de escritura, de dirigir
su discurso a un interlocutor o un destinatario: el Lector. Pero no un
lector común sino un Lector con mayúscula copartícipe
y colaborador del ejercicio literario.
No necesitamos
abrir la undécima novela: salta sola a nuestras manos con las pasta
ya descorridas:
A su manera este libro
es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado
a elegir una de las dos posibilidades siguientes:
El primer libro se deja leer
en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie de la
cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin.
Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo
que sigue.
El segundo libro se deja
leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden
que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión
u olvido bastará consultar la lista siguiente [...]
Ya no hay
rastro alguno de esas historias que nos contaba el abuelo: serviditas en
bandeja de plata. Lo que propone este texto es una abierta interacción
con el Lector: no más lectores pasivos, ahora la literatura exige
la participación de quien se coloca frente al texto no sólo
con los ojos y el corazón bien puestos sino con todos sus sentidos
aguzados y, sobre todo, la mente dispuesta hacia la creatividad y el ingenio
o sea que las cosas no
han sido todavía, sino que van a ser, no pasaron así sino
que van a suceder, en estas páginas, nadie sabe cómo, no
tienen un principio ni un orden otro que el que tú les des, e incluso
la sucesión de renglones, de párrafos, de páginas
puede ser alterada porque, aunque inflexible en su estructura, es deliciosamente
arbitraria. Por eso sacas de la máquina el papel en que habías
escrito.
Son las doce.
Los otros textos que no tomamos del librero de las "novelas famosas", abandonan
sus refugios, se sacuden el letargo del día y se acercan a nosotros,
como brujas y duendes al acecho. Tenemos noche...
* * *
Como ejercicio de la ociosidad
transcribimos, en el orden en que aparecieron en este texto, el elenco
de novelas:
El ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha
La vida y las opiniones
del caballero Tristram Shandy
En busca del tiempo perdido
La metamorfosis
Terra Nostra
Pedro Páramo
Finnegans Wake
Aprendizaje o el libro
de los placeres
Museo de la novela de
la Eterna (Primera novela buena)
Si una noche de invierno
un viajero
Rayuela
Entre Marx y una mujer
desnuda (Texto con personajes)
Blanca Estela Ruiz. Ensayista.
Maestra en Letras por la Universidad de Guadalajara. Coordinadora de la
Maestría en Letras del Siglo XX de la misma universidad.
Argos
16/ Ensayo