"Fractura" en la Modernidad: Manifiesto Dadá de 1918
¡Con qué perseverancia
lo que ayer despreció, venera hoy y abatirá mañana, reuniendo los trozos y rehaciéndolo de nuevo, entre humear de incienso, al día siguiente! Giacomo Leopardi |
La crisis de la modernidad o la posmodernidad -según la postura que se tome- ya estaba planteada desde antes, en las que se pueden llamar, las "fisuras" de la modernidad.
El pensamiento de Nietzsche o el de Heidegger forman parte de esas "fisuras", y desde ese punto los aborda Gianni Vattimo ("El Fin de la Modernidad"). El horizonte puede ampliarse e incluir -incluso- a Rousseau, entre los iniciadores de un "quiebre". Se podrían citar varios nombres más, pero siempre se corre el riesgo de distorsionar sistemas filosóficos y ver "fantasmas" donde no los hay.
Repasando (y re-pensando) obras y autores que se coloquen en las zonas de "fisura", surge nítidamente el Manifiesto Dadá de 1918, escrito por Tristan Tzara.
El manifiesto -uno de los tantos que escribió Tzara- si bien explicita lo que es (y más que nada lo que no es) el Dadaísmo, se ubica en un lugar especial dentro de la profusión de "manifiestos".
En primer término, se destaca por su posición histórica: el final de la Primera Guerra Mundial; la muerte de un mundo marcado por los "metarrelatos" de progreso científico y social "al infinito".
En conexión con este aspecto, también se diferencia del resto por su densidad, por la multiplicidad de problemas planteados (éticos, estéticos, filosóficos, aún epistemológicos), que conducen a una crítica directa a esa civilización "racional" que había conducido a la irracionalidad de la guerra. Tzara destroza a martillazos -a la manera de Nietzsche- los ideales de la modernidad, mostrando su carácter de "fábula", de engaño hipócritamente elevado a "verdad". Por esa negación se ha tachado a Dada de "nihilista", lo cual es parcialmente falso. El manifiesto de 1918 sólo puede entenderse partiendo de un "discurso de la contradicción". Tzara propone el contrario de lo que niega. Por eso su "nihilismo" puede ser considerado optimista. A medida que va "destruyendo", negando, por contradicción (entreviendo lo que podría ser) va sentando las bases para edificar de nuevo.
"Yo escribo este manifiesto para mostrar que pueden ejecutarse juntas las acciones opuestas […] "yo estoy en contra de la acción; a favor de la continua contradicción, y también de la afirmación, no estoy ni a favor ni en contra y no lo explico porque odio el sentido común". El nihilismo de Tzara afirma en la acción de negar.
La contradicción aparece además en el "estilo" del manifiesto, siendo un componente de su "formatividad". Tzara subvierte la tradición moderna, por la cual a un contenido "serio" le correspondía una forma "seria" (arreglando "la prosa a manera de evidencia absoluta"). El manifiesto ironiza las ideas "sacralizadas" por la modernidad, las baja de su pedestal, las desarticula en su exposición, "desenvolviéndolas" de su enunciación canónica. Tzara demuestra que se puede pensar- filosofar en un sentido amplio- valiéndose del humor, de lo ilógico, del lenguaje poético, para estructurar el discurso.
El manifiesto Dadá de 1918, cierra/abre infinidad de puertas, forza a leerlo en distintos niveles: rescatándose o remitiéndose a su historicidad como "producto de época"; asumiendo un sentido "fundador" o "profético en la fractura" de la posmodernidad. La contradicción como herramienta reflexiva le permite afrontar todas estas posibilidades al mismo tiempo, en un entramado "poroso" del texto.
"Todo
producto del asco susceptible de convertirse en una negación de
la familia, es dadá; protesta con todas las fuerzas del ser en acción
destructiva: DADÁ; conocimiento de todos los medios hasta ahora
rechazados por el sexo púdico del compromiso cómodo y la
cortesía: DADÁ; abolición de la lógica, danza
de los impotentes de la creación: DADÁ; de toda jerarquía
y ecuación social instalada para los valores por nuestros lacayos:
DADÁ; cada objeto, todos los objetos, los sentimientos y las oscuridades,
las apariciones y el choque preciso de las líneas paralelas, son
medios para el combate: DADÁ; abolición de la memoria: DADÁ;
abolición de la arqueología: DADÁ; abolición
de los profetas: DADÁ; abolición del futuro: DADÁ;
creencia absoluta indiscutible en cada dios producto inmediato de la espontaneidad:
DADÁ; salto elegante y sin perjuicio de una armonía a la
otra esfera; trayectoria de una palabra lanzada como un disco sonoro grito;
respetar todas las individualidades en su locura del momento; seria, temerosa,
tímida, ardiente, vigorosa, decidida, entusiasta; pelar su iglesia
de todo accesorio inútil y pesado; escupir como una cascada luminosa
el pensamiento chocante o amoroso, o mimarlo - con la misma intensidad
en el zarzal, puro de insectos para la sangre bien nacida, y dorada de
cuerpos de arcángeles, de su alma. Libertad: DADÁ DADÁ
DADÁ, aullido de los dolores crispados, entrelazamiento de los contrarios
y de todas las contradicciones, de los grotescos, de las inconsecuencias:
LA VIDA." *
Ruptura de la lógica
"Para lanzar un manifiesto es preciso querer A.B.C., fulminar contra 1,2, 3, impacientarse y aguzar las alas para conquistar y esparcir a grandes y pequeños a, b, c […]". El manifiesto empieza con la contradicción operando: se niega un género -el manifiesto- para luego de "expurgarlo", usarlo para esa negación. Esa negación del género "manifiesto", se expande a un rechazo del sistema, del método. El método, como baluarte de la razón, es un elemento constitutivo de la modernidad, asumiendo incluso un carácter coercitivo sobre todo el conjunto de la "realidad". "Imponer su A.B.C. es algo natural y, por consiguiente, lamentable. Todo el mundo lo hace […]". La mentalidad moderna, reduce todo al "método", a los parámetros de las verdades "claras y evidentes" del sistema cartesiano, a la causa-efecto, a la identidad de las cosas, que no pueden ser y no ser. La lógica -substrato del método- se presenta estéril para aprehender lo "real" en todos sus procesos. Por eso Tzara señala su bancarrota, sus limitaciones por construir "espectros" que se superponen a las cosas, eliminando todo ámbito en que las cosas mismas se manifiestan como imprevisibles. "La lógica es una complicación. La lógica siempre es falsa. Ella tira de los hilos de las nociones, palabras, en su exterior formal, hacia objetos y centros ilusorios. Sus cadenas matan, miriápodo enorme que asfixia a la independencia". La lógica, en esta órbita, aparece como un discurso puramente retórico -elaborado desde su centro/con sus materiales- y que pretende imponerse sobre un "mundo" que le es ajeno. Porque "para el autor, ese mundo carece de causa y teoría. Orden=desorden; yo=no-yo; afirmación=negación […]". La lógica se vuelve inútil para comprender la contradicción, para abarcar una identidad que se estructura -y deviene- en una interacción ser-no ser.
Por eso,
si el arte se casara con la lógica "viviría en el incesto,
engullendo, tragándose su propia cola siempre su cuerpo, fornicándose
en sí mismo […]". Ese "podría ser", ¿acaso no se efectúa
en la modernidad? El arte -mordiéndose la cola como la serpiente
(símbolo de la eternidad)- se proyecta afuera del mundo, en un "limbo"
intemporal, donde queda perdida toda posibilidad de historicidad, de diálogo
y re-significación por parte del espectador. Ese arte de la modernidad,
vive en el "incesto", en una "formatividad" institucionalizada que se reproduce
en unos márgenes rígidos. Moviéndose en un espacio
"cerrado", compacto, que se emparenta con la lógica en sus aspectos
limitativos, reduccionistas.
La muerte del arte
Relacionado con lo anterior,
aparece la idea de la "muerte del arte" o del fin de la experiencia estética
en su especificidad. El Dadaísmo fue el único movimiento
de vanguardia que cuestionó el papel tradicional de la obra de arte,
como sistema autorreferido, despegado del ámbito cotidiano, solemnizado
en un ritual y una "mística" propia. La "muerte del arte" como se
plantea en la discusión contemporánea, acontece en dos niveles:
a) la negación o "silencio" de la obra; el rechazo del arte "institucionalizado",
abriendo lo estético hacia la cotidianeidad para que se diluya en
ella (camino que adopta Duchamp). b) la estetización a nivel masivo
-dada por la comunicación de masas y la reproductivilidad de la
obra- desde ese anterior arte "institucional" (lo que ocurre con el "Kitsch").
El Dadaísmo adoptó la primera postura, y así aparece
en el manifiesto de 1918. Tzara comienza por establecer la relatividad
de todo juicio estético. "Una obra de arte jamás es bella,
por decreto, objetivamente, para todos." Por eso rechaza la estética
dogmática de la modernidad. "La crítica es por lo tanto inútil,
no existe más que subjetivamente, para cada uno, y sin el menor
carácter de generalidad. ¿O acaso se ha hallado la base psíquica
común a toda la humanidad?" Apelando a ese relativismo, pone en
evidencia el aspecto impositivo del arte "institucional". La estética
-como la lógica -según estaba planteada, le resultan estrechas,
atrapadas en chalecos de fuerza. No es raro por eso, que critique movimientos
de vanguardia atados a la modernidad. "Estamos hartos de las academias
cubistas y futuristas: laboratorios de ideas formales." El Cubismo y el
Futurismo, para Tzara, todavía obedecen a una formatividad moderna,
es decir, quedan enmarcados- "encerrados" -en la especificidad de la obra
(la pintura, la escultura). Por eso "el artista nuevo protesta: ya no pinta".
El arte debe "explotar", diluirse en la "realidad", negarse a sí
mismo como ámbito privilegiado. Esto implica salir de la "eternidad",
para dialogar con la historia. "Me gusta la obra antigua por su novedad.
Tan sólo el contraste nos enlaza con el pasado". La obra debe re-significarse
con cada época, asumir su pleno devenir, su siempre-historicidad.
El arte diluido en lo cotidiano (negado en/y potenciado en) otorga zonas
inéditas para la experiencia estética. "La publicidad y los
negocios también son elementos poéticos." Ese arte negado,
para Tzara, está en contra del arte "gastronómico", del "kitsch"
de las masas. "El autor, el artista alabado por los periódicos,
comprueba la comprensión de su obra: miserable forro de un abrigo
con utilidad pública; […] Fofa e insípida carne que se multiplica
con la ayuda de los microbios tipográficos." El arte debe perder
su condición privilegiada en todos los niveles -en las "élites"
y las "masas"- , perder "la importancia que nosotros, centuriones de la
mente, le prodigamos desde hace siglos". Tiene que despojarse de la metafísica,
de la condición de "gran relato", para silenciarse, diluirse, asumir
cabalmente -como sugiere Tzara- su completa y despojada sinceridad.
Los "metarrelatos": la ciencia, la historia
Tzara, en la estética, pone al descubierto un elemento vertebrador del discurso moderno: la "novedad" (precisamente, el ser "moderno" se ubica siempre en la carrera de la "modernidad"). "El amor por la novedad es la cruz simpática, es prueba de un mimportacarajismo ingenuo, signo sin causa, pasajero, positivo." El manifiesto no niega esta característica, sino que la descarga de su seriedad, asumiéndola como una diversión "vibrante para crucificar al tedio". Al cuestionar la novedad -en el campo del arte vista como un valor positivo por la vanguardia- se cuestiona también la idea de "progreso" (de cambio hacia un fin "mejor") y con ella los "metarrelatos". Estos "metarrelatos", con su cargazón metafísica, corresponden a la historia y la ciencia, sustentadas en una mística del "perfeccionamiento constante". Tzara las desenmascara en su calidad de "relatos privilegiados" y les confiere el papel de un relato más (otro mito del panteón). "Cada burgués es un dramaturgo en pequeño, inventa temas diferentes, […] para cimentar su intriga, historia que habla y se define." La "historia universal" fue eurocéntrica, impuesta por la expansión del capitalismo. Esta historia "inventada", "intrigante" -definida en base a su propio discurso- ha pasado a ser para Tzara un simple "bumbum" ("a pesar de todo cada quien ha bailado según su bumbum personal"), es decir, una arbitrariedad. Tzara descree a su vez, de que la historia tenga una meta teleológica. Le resulta ridículo una linealidad histórica que articula pasado y presente, para proyectarse al futuro (por eso pretende abolir la memoria, la arqueología, los profetas y el futuro).
En la
ciencia rechaza su base metafísica. "La ciencia me repugna en cuanto
se vuelve especulativa-sistema, pierde su carácter utilitario -tan
inútil- pero por lo menos individual". Durante el siglo XIX con
el positivismo, el saber científico paso a ocupar el lugar del saber
religioso. Esto llevó a que se confundieran los logros de la técnica,
con los -supuestos- "avances" de la ciencia; pensando que el triunfo de
unos, conducía automáticamente al triunfo de los otros. Tzara
traza una división entre ambos, y aunque no confía en su
totalidad en la técnica, reconoce al menos su importancia instrumental
("individual").
"Quiebre" filosófico
"La filosofía es la
cuestión: de qué lado empezar a mirar la vida, Dios, la idea,
o cualquier otra cosa. Todo lo que uno mira es falso. El resultado relativo
no me parece más importante que escoger entre pastel y cerezas para
el postre." El manifiesto da por tierra el "absolutismo" filosófico.
"No hay una Verdad última". La "realidad" -eso a lo que le atribuimos
valor de "realidad"- es una fragmentación de hechos, que sólo
podemos aprehender precariamente, en su carácter particular. "El
pensamiento es algo muy bonito para la filosofía, pero es relativo".
Nuestra colocación en el mundo (en una época, en una cultura),
nos pautan la percepción de la "realidad" que tengamos. La misma
observación -para el positivismo "neutra" -está cargada de
prejuicios, de ideología. "Uno observa, uno mira de uno o de muchos
puntos de vista, uno los escoge entre los millones que existen. También
la experiencia es un resultado del azar y de las facultades individuales".
Esta crítica filosófico-epistemológica señala
el error de partida del pensar "absolutista" de la modernidad. La cognición
debe abrirse, para Tzara, al relativismo, a todas las posibilidades, lo
que conduce al…
"Mimportacarajismo" como opción ética
Bajo el subtítulo "La espontaneidad Dadaísta", se menciona: "Llamo mimportacarajismo al estado de una vida en que cada uno conserva sus propias condiciones, sabiendo sin embargo respetar las otras individualidades, […] reemplazando a la fotografía y al catecismo unilateral." Tzara cuestiona la "vía única" marcada por el universalismo moral kantiano. Porque la moral se basa en la convención, y no tiene ningún asidero "trascendental". "La moralidad es la infusión de chocolate en las venas de todos los hombres.
Esta tarea
no fue ordenada por una fuerza sobrenatural, sino por el cartel de mercaderes
de ideas y los acaparadores universitarios". Este relativismo, que ya había
aparecido antes en aspectos estéticos y filosófico-científicos,
lo conduce, a través de la ética, a reconfigurar la comprensión
de lo vital.
Alternativa: la VIDA
El manifiesto concluye, bajo el título "Asco Dadaísta" (con lo que transcribimos arriba) exaltando a la vida como respuesta. Para Tzara la vida es una fuerza inconsciente, según la concebían por esa época Nietzsche y Bergson. La vida tiene que aflorar, saltar todo dique. "Que grite cada hombre: hay un gran trabajo destructivo, negativo, por cumplir. Barrer, asear. La limpieza del individuo se afirma después del estado de locura, de locura agresiva, completa, de un mundo dejado en manos de bandidos que desgarran y destruyen los siglos. Sin fin ni designio, sin organización: la locura indomable, la descomposición". El "nihilismo" se presenta contra la razón, que es el eje del "humanismo moderno". Pero esa proclamación de la vida, enmarcada en una filosofía del irracionalismo, ¿no corresponde a una concepción todavía moderna? Volver incompatibles, "irreductibles", los términos racionales e irracionales, es posesionarse dentro de una óptica moderna. Es "batallar" en uno de los dos bandos y articular un proyecto centrado -"cerrado"- a él, sin ulterior posibilidad de diálogo. Es lo contrario a la postura postmoderna, que busca tender puentes, integrar, "desproblematizándo" la disputa.
Pero este negar en clave "profética en la fractura" posmoderna o de crisis en la modernidad, para afirmar luego en forma moderna, es muy significativo. Nos ayuda a reflexionar en torno a nuestra confusa ubicación, en relación con la modernidad. En el escrito el "Señor Aa el antifilósofo nos envía este manifiesto", Tzara expresa: "Miento cuando escribo que miento pues no miento - pues he vivido el espejo de mi padre - escogido entre los atractivos del baccarat -de ciudad en ciudad- pues yo mismo nunca he sido yo mismo". ¿La postmodernidad, o la crisis, no representan una continuación distorsionada, una pesadilla de la modernidad? Acaso si la modernidad -como sostiene Marshall Berman- fuera la etapa donde "todo lo sólido se desvanece en el aire" (usando la frase del manifiesto comunista), del cambio permanente, ¿ésta crisis o posmodernidad, podría introducirse en su interior, como un episodio más?
Esas son las dudas que deja
abiertas el manifiesto… La alternativa siempre es remitirse a la vida,
abarcada en el sentido ontológico que le queramos dar.
Dadá. Movimiento de "vanguardia" surgido en 1916, en las reuniones del cabaret "Voltaire" de Zurich (Suiza) por refugiados de guerra. En torno al rumano Tristan Tzara (1896-1963) se congregarán los pintores y poetas Arp, Richter, Janco, Hülsenbeck y Hugo Ball. Abriendo un diccionario alemán-francés al azar, fue como apareció el nombre del movimiento. Dada significaba en rumano sí, si, en francés, caballo de madera; en alemán expresaba la ingenuidad y el apego al cochecito de bebé. Dada se propuso expandir los límites del arte, burlándose del propio concepto de "arte". Según Arp: "La vida es para el dadaísta el sentido del arte". Tzara hará poemas con recortes de periódico mezclados en una bolsa y sacados al azar, mientras que Arp y luego Schwitters, realizarán "collages" con elementos diversos. Duchamp con sus "ready-mades" expondrá un urinario en New York, desacralizando el "valor arte". En 1919, en un gran espectáculo del dadaísmo que integraba todas las artes, se terminará insultando al público, para que éste sea parte activa del evento. El movimiento Dada pasará a New York, París y Berlín y luego de un tiempo, será suplantando por el Surrealismo. Transcurrido el medio siglo, el dadaísmo influirá en corrientes como el Pop-Art y el Neo-Dada.
* Tzara, Tristan. Siete Manifiestos Dadá, Trad. Huberto Haltter, Tusquets Editores, Col. Fábula, Barcelona, 1999.