Gigantes esquina con la 40
Tomó un taxi al lugar donde va todas las noches. A ese sitio donde ella trabaja y se gana la vida. Inmediatamente se dio cuenta de que algo era diferente. Los años la habían acorralado en esa calle. La flacidez de su cuerpo era más notoria. Aún así, seguían buscándola sus viejos clientes, que se iban haciendo menos.
Se sintió desesperada; después de todo, esto era lo único que ella sabía hacer. Es cierto, algunas veces lo disfrutaba; pero se requiere de tiempo y experiencia para poder olvidar los malos ratos, la violencia, los golpes, los maltratos, el asco.
Cada vez cobraba menos, escaseaba el trabajo y subían sus gastos gracias a la inflación; por eso tuvo que acostarse con el dueño de su departamento, para que no le cobrara la renta. Se sentía como una puta, una puta cualquiera que vende su cuerpo por favores y no por dinero. Antes, cuando era joven, le sobraba el dinero, ahora no.
Las cuatro de la mañana y nadie fue a buscarla, no tuvo clientes. Después de apagar el último cigarro de la noche comenzó a caminar por el callejón. No había nadie, todas las demás estaban trabajando, mientras ella arrastraba su mediocridad al son de sus tacones.
-Mala noche, peor día, se dijo.
Casi amaneciendo tomó un taxi. El chofer comenzó a dar vueltas por la ciudad sin decir nada. Ella se quedó dormida en el carro. El alcohol que tomó antes de salir a trabajar le produjo un mareo que la dejó inconsciente. Más tarde, entre sueños, tuvo esa sensación de sudor, gemidos y olor de hombre muy cerca, casi dentro de ella. Finalmente sintió una punzada en el cuello que casi no la dejaba respirar. No sintió dolor, sino frío.
Se despierta y se da cuenta de que es casi mediodía. No se siente con ganas de arreglarse para ir trabajar, así que se queda en la cama. Después cuenta hasta tres, se levanta y va al baño. Se detiene al ver su rostro reflejado en el espejo y dice:
-¡Que pinche vida! Ya me harté del sudor, los gritos, los gemidos de todos los hijos de la chingada. Hoy es un buen día para dejar de ser puta. Qué pálida y ojerosa estoy. Parezco muerta, como si me hubieran chupado toda la sangre mientras dormía. Carajo, aparte de vieja, fea... ¡Me lleva la chingada!
Piensa en muchas cosas, en lo que le hubiera gustado hacer o ver, incluso, en los sueños que le hubiera gustado tener, pero que nunca soñó. Cuenta uno a uno los clientes que la preferían y todas las cosas que hizo por ellos, por verlos retorcerse de placer.
-¡He sido la mejor, la más puta de todas! Dice mientras se ríe.
Se lava la cara y se recoge el pelo para poder mirar bien su frente; le parece más ancha que antes. Al volver su mirada hacia la cama, ve su cuerpo desnudo, tendido sobre las sábanas llenas de sangre. Sale del baño y revisa la habitación, no es su departamento, es el cuarto de un motel. Se dirige a la calle y ve que el mismo taxi que ella había tomado sale del estacionamiento.
Regresa al cuarto para verse, para cerciorarse de su muerte. Huele la sangre, el hedor de otro sexo sobre todo su cuerpo. Se sienta a un lado de su cama, se mira y toca.
-¡Qué carajo, mala vida, peor muerte!
Pacientemente se quedó ahí,
cuidando su cuerpo, espantándose las moscas que merodeaban la sangre,
su sangre. Y esperó hasta que los forenses la retiraron del
cuarto de motel.