Buena Vista Social Club
El éxito del fenómeno Buena Vista Social Club es, hoy día, innegable. La gira de los músicos presentes en el álbum por todo el mundo lo atestigua muy bien. La música cubana no tan sólo seduce, sino más bien fascina. Para explicar este éxito, sería interesante tratar de poner de realce la manera con la que, al mismo tiempo, el álbum y la película, Buena Vista Social Club, dan cuenta de las relaciones que existen entre la música cubana y el lugar con el que se le asocia de manera natural y lógica: ¡Cuba! Estudiar este tipo de vínculo nos parece esencial para la comprensión del estilo musical cubano y, en particular, del ritmo llamado son. De hecho, la película añade al álbum ciertas imágenes imprescindibles y nos permite ver que la música cubana, en su país de origen, se mueve como pez en el agua. La música de la isla tiende a difundirse hacia el exterior, pero su fuente de vida permanece en Cuba; en su cultura, su gente, sus ciudades y campos, su mar de inspiración.
La verdad es que parece existir entre Cuba y su música una real historia de amor. Sólo asociada con Cuba, la música cubana es la mejor. Interesarse en las ciudades, las calles y la gente que existen en Cuba es clave para el análisis pertinente con la cual es posible poner de manifiesto la esencia entera de su música. La película proporciona al espectador una multitud de imágenes, objetos, lugares, colores e impresiones que constituyen el encanto de la isla, pero también, y sobre todo, el soporte ideal para la "apertura" optima del son. Esto puede parecer paradójico en la medida de que el son proviene del campo. De hecho, gran parte del encanto de Cuba se basa, en particular, en los muchos elementos rurales que hacen que cualquier ciudad cubana, como la Habana, sea más bien un gran pueblo. Así, se crea un ambiente especial y casi costumbrista.
Este ambiente está formado por dos elementos. Primero, los colores. Lo importante aquí es subrayar el hecho que las calles están llenas de colores vívidos, desde los antiguos automóviles estacionados con descuido, hasta la vestimenta del pueblo. Se desprende de todo esto una dinámica visual que ya es musical en sí. La arquitectura de las calles, los interiores de las casas de los diferentes artistas (sobre todo los de Ibrahim Ferrer o Compay Segundo), respiran el eclecticismo de los géneros, la mezcla de las culturas. Pero, como algunos pudieran pensar, no se crea el desorden y la falta de gusto, sino una perfecta unidad. La manera como es mostrada la gente en la película podría ser también un elemento importantísimo para entender mejor el carácter humano y sensual de la música cubana. Es sorprendente la verdadera teatralización de la vida de las calles. En cuanto la cámara se detiene sobre un grupo de personas, se desprende cierta fuerza de comunicación, de énfasis muy interesante. El testimonio de Wim Wenders es aquí pertinente. Dijo, al respecto: "Al principio, quise encontrar el Club Buena Vista, de moda durante los años treinta. Pero en Cuba, cuando haces una pregunta, obtienes diez diferentes repuestas. Nunca encontré el lugar, pero creo haber acercado su alma". El resultado esencial de tal ambiente es la relación que existe entre Cuba y la música cubana.
La música cubana fuera de su lugar de origen sufre de una falta de perfección. Sin embargo, en Cuba encuentra toda su autenticidad. La música revive en Cuba, porque sólo en esta isla puede encontrarse de nuevo, entenderse, y nutrirse cada vez más. El regreso a las fuentes es tan vital como la necesidad que tiene un enamorado de ver a su amada para que permanezca su amor vivo y profundo. Y Wenders honra esto. En efecto, ha logrado dejar aparte todas las preocupaciones cinematográficas para aislar la música en esta relación amorosa: la cámara no busca, no construye; sólo está aquí para dar cuenta de lo que forma ya una película de amor. Wenders no es más que un testigo benévolo y distante respecto a numerosas escenas que se crean de manera natural, sin esfuerzo. De tal manera es posible producir este dúo mágico entre Omara Portuondo y Ibrahim Ferrer, cuando cantan "Silencio". Lo mismo ocurre cuando Ibrahim Ferrer canta "Dos gardenias" o cuando Rubén González toca un piano vertical en la Escuela de Danza de la Habana, rodeado por niñas. En este tipo de momentos, no hay nada que decir: la poesía del son basta para comprender la fuerza de los vínculos entre Cuba y su música.
Si esta relación es innegable, otro aspecto interesante de la película y del álbum reside en la manera con la que el son, pero también el danzón, el bolero, y la guajira, entre otros ritmos, sacan su esencia de una mezcla de culturas, valores, creencias religiosas e instrumentos musicales. Lo proprio de estos géneros de música es la armonización de estas diferencias. La heterogeneidad se puede entender en relación con la historia de Cuba: esta isla ha sido siempre un lugar de encuentros, entre los hispanos y los africanos, el norte y el sur, el clasicismo y el barroco. Cuba y su gente llevan la marca de estos encuentros de influencias y dan cuenta de la armonización efectiva entre cosas a veces contradictorias. La música cubana es una prueba del hecho de que todo puede asociarse para construir algo nuevo y más hermoso.
Concretamente, la ventaja de la película Buena Vista Social Club reside en la presentación de todos los instrumentos presentes en el álbum. Cada instrumento proviene de un lugar específico, añade algo particular a las canciones y enriquece el conjunto musical. Entre el "armónico" de Compay Segundo y el "laúd" de Barbarito Torres, no hay nada en común, salvo el hecho que cada uno es una mina de oro. A este folclorismo musical se le añade la relación intima y de cómplices, entre el músico y su instrumento, resultado de un conocimiento recíproco perfecto.
De lo anterior se desprende que la
música cubana no puede estar satisfecha con el éxito
nacional, sino que necesita un desarrollo allende a sus fronteras. Ibrahim
Ferrer lo resumió muy bien cuando dijo que siendo joven sentía
que daría la vuelta al mundo gracias a su música. Porque
es verdad que la música cubana aspira a volar hacía otros
lugares. Por otra parte, la historia, al mismo tiempo que la película
y el álbum, es un permanente vaivén entre Cuba y Europa entre
1996 y 1999. Es como si Cuba fuera la isla del tesoro descubierta gracias
a algunas melodías que se desprendieron de ella. La trayectoria
de los músicos en la película recalca este aspecto: más
y más, el éxito les permite ir más allá de
sus fronteras y conquistar el mundo a través de los conciertos como
los realizados en Amsterdam y en el Carnegie Hall de Nueva York.
Por cierto, esta consagración aparece tarde, pero sin embargo, da
cuenta de una dinámica propia de la música cubana y de su
capacidad de seducción.
Todo en la película y en el álbum nos hace pensar que la música cubana regresa de lejos, como si cierta fuerza casi mística hubiera impedido su desaparición. Y esta fuerza se desprende de la película cuando sentimos todo lo bello y lo extraordinario del hecho que el disco, Buena Vista Social Club, reúna un conjunto de músicos únicos y casi resucitados. Compay Segundo nació en 1907, Ibrahim Ferrer nació en 1927, Omara Portuondo en 1930, Rubén González en 1919. Todos son considerados, por sus edades, como "los súper abuelos de Cuba". Pero lo más importante reside en el olvido en el que permanecían la mayor parte de estos músicos hasta la llegada de Ry Cooder, en 1996. Antes de esta fecha, Ibrahim Ferrer, por ejemplo, trabajaba como limpiabotas y vivía en la miseria total; Rubén González no había tocado un piano desde hacía treinta años. Sin embargo, eran todos leyendas de la música cubana de la tercera década del siglo. Reside aquí la paradoja y la fuerza de la música cubana: tiene una intensidad tan fuerte que puede permanecer oculta durante decenios, pero al mismo tiempo tiene la capacidad de resurgir de manera brutal e inesperada con la misma intensidad.
No obstante, no podemos evitar al escuchar esta música injustamente olvidada, en ciertas frases como ¡Qué pena! o ¡Qué lodazal!, ver el interior de Compay Segundo y su universo del "Kitsch" que nos hace sonreír un momento. Es muy difícil dejar de pensar que no es normal que tal músico haya conocido tan injustificada pobreza. Pero lo más sorprendente es la humildad que manifiestan respecto a este olvido. Estos músicos tocan con placer y con amor, y su música es tanto más hermosa y conmovedora cuanto más continúa siendo humilde y modesta. Cada uno tiene consciencia del valor que contiene el son y la música cubana en general. Esto es lo que se desprende de la película y vuelve al álbum tan agradable de escuchar. Sin embargo, sólo podemos echar de menos el carácter tardío de una consagración merecida para una música que implica tanta turbulencia en la escena musical al nivel internacional.
De hecho, asistimos, con el fenómeno Buena vista Social Club, al renacimiento del Fénix musical. Algunos de estos músicos ya no tocaban o cantaban desde hacía muchos años. En el álbum observamos cierta excitación juvenil, como si cada uno hubiera encontrado de nuevo la más resplandeciente de sus juventudes. Entre estos "viejos niños" el espectador constata a la vez su ingenuidad y su paradójica fe en el porvenir; aunque sabemos que a la edad de 80 años, pocas cosas son posibles. De allí emana una voluntad de disfrutar al máximo cada momento... Pero aquí se plantea un problema: ¿Cómo explicar tal fuerza musical?
Por una parte hace falta advertir que la música cubana, a pesar del olvido que conoció, tiene una función social siempre vital. En Cuba la música no es egoísta sino más bien se comparte. Los músicos comparten la música entre ellos, también hacen con la gente o el público. Recordaremos mucho tiempo la escena en la que Omara Portuondo canta una de sus canciones con una mujer, deambulando, ambas, en las calles de La Habana. Esta escena es muy simbólica: da cuenta de lo mágico de la música cubana. En efecto está presente en todas partes: en las paredes, en las calles, en las casas, pero también en los corazones y las almas. En Cuba la música reunifica y, por otra parte, transciende. Nada sorprendente en el hecho de que, al escuchar las canciones de Buena Vista Social Club, las susurremos de manera casi automática.
Por otra parte, la música cubana es un elogio a la vida, al amor y a la juventud eterna. La canción "Dos gardenias", cantada por Omara Portuondo y Ibrahim Ferrer, es un claro ejemplo de ello. Encontramos los temas habituales en los que se muestran los valores que ayudan al ser humano a obtener éxito. La historia de la música cubana entra así, en relación con las historias cantadas en el álbum en un efecto de espejo; es como si sacara su fuerza de lo que se dice. Las piezas tratan de la juventud y del amor, temas que les sirven de garantía a la música cubana, ya que son los tópicos recurrentes y eficaces de cualquier música. Y esto es lo que permite el renacimiento del fénix musical cubano.
Sólo así se puede entender
el fenómeno
Buena Vista Social Club. El porvenir de esta
música nos hace pensar que habrá todavía muchas turbulencias
sorprendentes, a propósito de su éxito o de su evolución
a través del tiempo. Lo que se le puede reprochar a este tipo de
música es su falta aparente de modernidad. Vivió en total
autarquía durante esos de 40 años, protegida de las influencias
musicales externas. Pero la abertura brutal y reciente de los años
90 puede implicar consecuencias arrasadoras. En efecto, o la música
cubana sobrevive una vez más, o lo propio de esta música
será aplastado por lo superficial... Ahora no sabemos el resultado.
Por lo tanto: ¡Que siga el tren!
Eric de la Cruz. Estudiante del Instituto de Estudios Políticos de Rennes, Francia.
Enlaces a páginas sobre Buena Vista Social Club
http://www.buenavista-socialclub.com/