José Brú
 
 

Un Don Juan peculiar: el de Henri de Montherlant


Desde que hizo su aparición literaria en Barcelona, en 1630, gracias a la pluma de Tirso de Molina, en la obra El burlador de Sevilla, Don Juan Tenorio nos ha acompañado siempre, recorriendo gran parte del mundo con distintos ropajes.

    En diferentes países —España, Francia, Italia, Alemania, Rusia, por citar algunos—, y en todos los tiempos —desde 1630 hasta nuestro siglo—, una gran cantidad de autores se ha ocupado de este personaje. Además, los escritores que lo han hecho son, en muchos casos, de los más importantes en cada país, y sus escritos, de las obras mayores en cada nación. Bastaría, para corroborar lo anterior, mencionar a Molière, Corneille, Dumas, Rostand, Baudelaire, Musset, Flaubert, Balzac, Stendhal, Goldoni, Hoffmann, Frisch, Grabbe, Kierkegaard, Brecht, Tolstoi, Pushkin, Byron, Shaw, Zorrilla, Valle-Inclán, Azorín, Madariaga, Unamuno...

    Don Juan es uno de los pocos personajes de ficción, literarios, que ha pasado al lenguaje popular y cotidiano como un adjetivo o como un sustantivo que califica. Don Juan, la Celestina, el Quijote y Fausto (no en nuestro idioma, pero sí en alemán), y quizá algún otro que se me escape, han servido para designar personas y comportamientos.

    Es un Quijote, decimos de alguien soñador. De quijotesca calificamos una labor idealista. Es una Celestina, de alguna mujer con comportamiento de alcahueta. Es un Don Juan, de un hombre mujeriego o con muchas amantes o novias (un hombre con hambre de hembra al hombro: un hombre hembriento).

Es interesante destacar que de los cuatro personajes citados, tres nacieron en España. Ramiro de Maeztu dedica un libro de ensayos (ensayos en simpatía, les llama) a estas tres figuras, equiparando a Don Quijote con el Amor, a la Celestina con el Saber, y a Don Juan con el Poder1.

    Don Juan no sólo ha sido personaje de múltiples novelas, cuentos, obras de teatro, óperas o pinturas, sino también motivo de innumerables estudios, artículos y ensayos. Entre ellos, bastaría citar a Mozart, con su ópera; y a Marañón, Ortega y Gasset, y Américo Castro, con sus ensayos.

A don Juan se le ha descrito como burlador de mujeres, como blasfemo, como santo, como moralista; con ironía, con erotismo, con admiración; como desobediente social, como rebelde, como individualista... ¡hasta como homosexual!2

    Y es que el Don Juan está programado geno–textualmente —es decir, es un tópico tanto temático como estilístico— para permitir parodias, interpretaciones, cambios...

    Con todo, hay elementos del mito y del personaje que perduran, de una forma u otra, en la mayoría de las obras que protagoniza: el Convidado de Piedra; las Cenas (una o dos, según el autor); la desobediencia social; el enfrentamiento religioso; Doña Elvira, Doña Inés y/o Doña Ana...

    El Don Juan del que me ocuparé en esta ocasión, es la pieza en tres actos del escritor francés Henri de Montherlant, La Mort qui fait le trottoir3 (La Muerte, prostituta callejera)4.

    Lo primero que llama la atención es el gran humorismo que envuelve a toda la obra. Humorismo que no es estrictamente una novedad en el tratamiento del mito. Recordemos que ya se ha representado en forma cómica el Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, aunque no fuera escrito originalmente con esa intención.

Otro Don Juan, anterior al de Montherlant, escrito éste sí con intenciones humoristas, es el de Enrique Jardiel Poncela, Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?5 , subtitulado Novela del donjuanismo, en que maneja en forma irónica al personaje, narrando «la historia de un Don Juan llamado Pedro», con su fichero de 36,857 conquistas, y donde se burla de pasada hasta del citado Gregorio Marañón.

    Sin embargo, en esta novela, el personaje no tiene las características comunes mencionadas del mito, por lo que la dejaré de lado, no sin antes citar —de memoria— tres de las «Máximas mínimas» de Jardiel Poncela, en las que se pone de manifiesto su recalcitrante misoginia:
 

El amor es como los columpios:
empieza siendo diversión
y acaba dando náuseas.

Las piernas de las mujeres
son como los sacerdotes:
prometen la felicidad más arriba.

Las mujeres son como las espadas:
como más impresionan son desnudas.


    Por otra parte, la pieza de Montherlant me recordó, por lo humorístico, la parodia de Pedro Muñoz Seca, La venganza de Don Mendo, «astracanada» de este autor español, «con algún que otro ripio», según el propio escritor. Esta pieza teatral, estrenada en Madrid en 1918, tiene un ligero aire, entre otras obras, de Don Juan. Por dar un ejemplo, la exclamación de Don Mendo a los cielos, recuerda estilísticamente un poco a la del Don Juan, de Zorrilla (Llamé al cielo y no me oyó...):
 

¡Venganza, cielos, venganza!
Juro, y al jurar te ofrendo
que los siglos en su estruendo
habrán de mí una enseñanza
pues dejará perduranza
la venganza de don Mendo6.


    Pero volvamos a Montherlant. El humorismo de este escritor es diferente, y sí respeta —aunque con algunas variantes— las características clásicas del mito. ¿Por qué diferente? Porque desde la presentación vemos a un Don Juan distinto de los anteriores: un viejo de 66 años, con una Ana de Ulloa de 17 años. Pero es un Don Juan que lo mismo enamora a mujeres jóvenes que maduras. Aparecerán también, Linda, de 15 años y la condesa de Ulloa, de 60.

    Además, se trata de un Don Juan consciente de que es un mito y que ya ha aparecido en otras obras literarias anteriores. Hay múltiples autorreferencias, desde el mismo reparto de personajes. Por ejemplo, tres de ellos son los sabios–que–tienen–ideas–sobre–Don–Juan.

    ¿Cómo ve el protagonista al sexo opuesto? Este Don Juan considera a las mujeres como presas de una cacería:

Don Juan: Ya que no hay tigres en Andalucía, me veo obligado a cazar mujeres [...] Si hubiera una estela conmemorativa en cada lugar donde he tenido una mujer en esta plaza, no se podría caminar. (pág. 25)       Sin embargo, aunque «el hombre está hecho para abandonar», necesita de las mujeres, casi como de un alimento y aún desea más:
Don Juan: Cada vez que tumbo a una mujer, es como si fuera la primera vez. Necesito tener por lo menos tres diarias. Una a tal hora, otra a tal hora, y otra más a tal hora [...] Algunas veces me pierdo, las confundo entre ellas, paso de una a otra casi sin darme cuenta... Lo único que me fastidia es que, mientras hago eso con unas, no puedo hacerlo con otras, ni siquiera cazar otras. (pág. 27)

Don Juan: ¡Pobres muchachas! Cuando pienso en todo lo que pierden...

Alcacer: ¿En qué?

Don Juan: En no tenerme por amante. (pág. 33)


    Al mismo tiempo, todo le parece bien a este amante, ya mencionado, que seduce a cada mujer como si cada vez fuera la primera. Veamos este diálogo en que se refieren a una posible conquista nueva:
 

Alcacer: Lástima que haga bizcos a ratos.

Don Juan: Eso forma parte de su personalidad.

Alcacer: Y que tenga aire atontado.

Don Juan: ¿Atontado? Digamos que es soñadora.

Alcacer: Tiene un diente roto.

Don Juan: Si tuviera tres o cuatro, de acuerdo... Pero ¡uno! Es lo que hace falta.

Alcacer: Con decirte que cuando habla rápido, tiene tendencia a tartamudear.

Don Juan: A mí me encantan las personas tartamudas. (pág. 37)


    Ciertamente, el número de las conquistas de Don Juan es grande. Está a punto de destruir 300 cartas de sus amantes, y otro tanto ha hecho antes en Segovia y en Toledo (pág. 30).

    Y es que Don Juan es sumamente sincero (¿o cínico?) con sus conquistas:
 

Linda: ¿Cuánto durará vuestro amor?

Don Juan: Una mañana.

Linda: Mejor me hubierais mentido.

Don Juan: Yo les pago a las mujeres, pero no les miento. Es mejor que no pagarles y mentirles. (pág. 46)

 
    Este cinismo se nota también cuando el Comendador, pensando que el duque Antonio, es el seductor de su hija Ana, confiesa a Don Juan que no le hizo nada «ante el poder de su familia». Cuando, a su vez, Don Juan confiesa que el seductor no es el duque sino él mismo, el Comendador desenvaina la espada y Don Juan reflexiona: «Ya veo que mi familia no es muy poderosa». (págs. 76–78)

    El cinismo se encuentra presente también en las siguientes reflexiones, una sobre la inocencia de Don Juan; y otra sobre el «demonio de mediodía», referencia a las tentaciones que asaltan al hombre en la edad madura:
 

Don Juan: Cuando considero el número incalculable de mujeres actualmente vivas en el mundo que yo no he tenido, me doy cuenta que soy un inocente. (pág. 82)

Comendador: El demonio de mediodía.

Don Juan: Es usted muy amable. Digamos: el demonio de las once de la noche. (pág. 84)
 

 
    Hay, asimismo, una apología y justificación del donjuanismo, a la vez que un ataque o una muestra de desobediencia hacia la sociedad y una de sus instituciones establecida, la del matrimonio:
  Don Juan: Saber que el mundo está lleno de cosas bellas que te esperan, y no sacar de todas la felicidad posible, eso es lo que no es ni natural ni razonable. Es por esto que diré, muy seriamente, que un esposo que no tenga deseos de engañar a su mujer, es para mí una especie de enfermo. (pág. 86)

Don Juan: [...] Viví ese sueño que el hombre llama amor [...]. (pág. 93)

 
    Pero no sólo el matrimonio es objeto de ataques burlescos. Una muestra más de desobediencia social, se refiere ahora a la relación de los hijos con sus padres:
  Don Juan: Cuando tenía usted dieciséis años, ¿no mentía a sus padres, sin cesar? (pág. 90)     Estos ataques y burlas a lo establecido, a los valores tradicionales de la sociedad, continúan, hasta incluir los que se refieren al propio Dios. Como muestra de la actitud de Don Juan hacia Dios, podemos citar estos fragmentos:
  Don Juan: [...] Dios no es serio [...]. (pág. 51)

Don Juan: Dios mío, hago votos de ir a Santiago si salvo mi vida. Pero no hago votos de creer en ti, eso, no. (pág. 136)

Don Juan: Yo no le pediré perdón a un Dios que no existe por crímenes que no existen. (pág. 78)

 
    Reflexión, esta última, que me trajo a la memoria la llamada «Plegaria del ateo» (más bien agnóstico), que escuché alguna vez:
Oh, Dios
(si es que hay Dios),
salva mi alma
(si es que tengo alma).


    Sin embargo, personaje contrastante, después de sus desprecios al propio Dios, Don Juan recoge un ramillete de flores abandonado en el suelo y lo deposita en un nicho, a los pies de la Virgen (pág. 61).

    Dejemos aquí las burlas directas a los valores sociales. También hay en la obra de Montherlant sarcasmos más sutiles e indirectos; por ejemplo, en sus referencias escatológicas, groseras aunque humoristas, como se puede ver en el diálogo entre los carnavaleros:
 

Carnavalero Jefe: [...] Y me acerqué de puntitas a su cama; pero, de repente, se echó un pedo enorme. ¡Oh, que pedo! Un pedo de albañil...

Segundo Carnavalero: Hay lugares donde sopla el espíritu. (pág. 70)
 

 
    Sin embargo, la queja fundamental de este Don Juan, es sobre un atributo propio, sobre el rasgo que lo que diferencia de sus antecesores literarios: su vejez. Y, por consiguiente, de la juventud de los demás hombres.
  Don Juan: [...] ¡Todos son más jóvenes que yo! ¡Mueran los jóvenes! (pág. 31)

Don Juan: ¿La contraseña? ¡Mueran los jóvenes! (pág. 97)

Don Juan: A mi edad, mi experiencia del mundo me llena de horror, y es únicamente en la caza y en la posesión amorosa cuando este horror se olvida. (pág. 94)

 
    Por último, Montherlant se burla en su obra hasta de las características del mito. Por ejemplo, de la cena con el Comendador, una de las constantes en todos sus predecesores, así como del aspecto hispano de los personajes:
  Comendador: Acepto cenar con usted, pero con una condición: que no haya chícharos. Aborrezco los chícharos. (pág. 97)

Carnavalero Jefe: ¡Qué dolor tan verdaderamente español! (pág. 103)
 

    La burla llega incluso a ser metaburla, del propio mito en sí, como cuando son presentados los mencionados sabios estudiosos del Don Juan (un doctor, un literato y un filósofo):
  La Doble Viuda: [...] (Presentando al primer sabio). Ángelus Bornibus, el gran doctor internacional, que sale el miércoles hacia el congreso de Munich. (Presentando al segundo sabio). Don Tintín de Retintín, sol de nuestras letras, que fue el triunfador del reciente congreso de Bolonia. (Presentando al tercer sabio). El señor Catedrático Blablablá y Blablablá, titular de la cátedra de organo–psíquica en la Universidad de Corral de las Gallinas, muy conocido por su estudio: El mito, el anti–mito y la desmitificación de lo mistificado; el señor Catedrático viene del congreso de París. Todos señores de talla internacional. (A los sabios, imperativamente). ¡Tomen sus escaños, instálense, hablen de Juan! (pág. 118)     Mucho más se podría decir de esta obra, pues hay multitud de elementos como para estudiar cada uno de ellos en particular. Como eso rebasaría los límites del presente texto, he preferido mostrar la pieza teatral más en conjunto, con algunos de sus parecidos y sus diferencias con otros Don Juanes, recalcando su toque diferente, con sus aspectos cómicos y cínicos.

Lo que me parece indudable es que La Mort qui fait le trottoir, de Henri de Montherlant, refresca el mito de Don Juan, presentándolo con muchas facetas novedosas y, sobre todo, con un gran sentido del humor, lo que hace su lectura divertida y despierta el deseo de contar con una traducción al español, para que lo puedan disfrutar otros lectores7.
 


NOTAS:

1. MAEZTU, Ramiro de, Don Quijote, Don Juan y la Celestina, España, Espasa–Calpe, undécima edición, 1972, (1a. edición, 1938), 160 pp. (Colección Austral, 31).

2. MARAÑÓN, Gregorio, "Notas para la biología de Don Juan", España, Revista de Occidente, 1924, III, 15.

3. MONTHERLANT, Henri de, La Mort qui fait le trottoir, Francia, Gallimard, 1972, 190 pp., (Folio, 35). Todas las citas remiten a esta edición. En lo sucesivo sólo señalaré el número de la página, inmediatamente después de la transcripción textual.

4. La traducción que hago del título y de las citas es con objeto de comprensión del significado, sin intenciones literarias.

5. JARDIEL PONCELA, Enrique, Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, México, Editora Latino Americana, 1957, 324 pp.

6. MUÑOZ SECA, Pedro, La venganza de Don Mendo, México, Ediciones Cátedra, 1987, 234 pp., pág. 98.

7. Parece ser que Ediciones Cátedra tiene publicada una, en 1989, con el título Don Juan. Hijo de nadie.



 

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