TRIUNFO ARCINIEGAS
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Mi mujer y la otra





Ya estábamos acostados cuando tocaron a la puerta con insistencia.

    -Asómate -dijo mi mujer, medio dormida-. Parece que alguien necesita el baño.

    Aunque no teníamos baño público, busqué los lentes y me asomé por la ventana.

    -¿Quién es? -dijo mi mujer.

    -Una mujer con una escoba.

    -¿Y qué quiere una mujer con una escoba a estas horas?

    -No lo sé.

    -Pregúntale -dijo mi mujer-. Y de paso le cuentas que ya barrimos.

    Me puse la bata, salí del cuarto y bajé las escaleras. La mujer seguía golpeando. Le pregunté a través de la puerta qué se le ofrecía y siguió golpeando. Até el cordón de la bata, me peiné con los dedos, la pinta es fundamental. Decidí abrir antes que derribara la puerta.

    Era fea, pequeña y morena, y vestía con poca elegancia. Toda de negro con un sombrero morado, collar de perlas y zapatillas transparentes.

    -Necesitaba verte -dijo como si nos conociéramos de toda la vida, y entró-. Necesito que salgas conmigo. Soy Margarita Díaz pero sólo existo de noche, Ana María Margarita de los Espíritus Díaz, y que no se te olvide.

    Pasó a la sala y, sentada en el sofá, se quitó los zapatos.

    Acomodó el sombrero en su regazo.

    -Me duelen -dijo, moviendo los dedos de los pies-. Calzo cuarenta y por vanidad uso treinta y siete. Qué se puede hacer, nací con patas grandes. ¿Nos vamos?

    Está loca, pensé, pero no se lo dije.

    Divertido, extrañamente atraído por tanto desparpajo, le pregunté a dónde.

    -Ya veremos, quiero hablar contigo largo y tendido.

    -¿Nos conocemos?

    -Ya habrá tiempo para eso -dijo-. ¿Nos vamos?

    -¿Así? -dije, mirándome. No necesitaba un espejo.

    -Ponte unas pantuflas -dijo-. Tengo prisa y vengo de lejos. No me digas nada, sé tu nombre, sé que eres maestro de escuela y escribes cuentos. Sueñas con Marilyn Monroe y te gustan las películas de Woody Allen. No digo más para no apenarte.

    Mi mujer gritó desde la cama:

    -¿Quién es?

    -Una loca -grité.

    -¿Y qué se le ofrece?

    -Quiere salir conmigo -grité.

    -¿En la escoba?

    -Supongo.

    -Entonces ve, tal vez se te ocurra una historia.

    -Ya ves -dijo la mujer-. Tienes el permiso. Nadie le dice que no a Margarita.

    -No te demores -gritó mi mujer.

    -Se va a poner ronca la pobre. ¿No sería mejor que bajara y conversáramos a gusto en la sala? -dijo la mujer, la otra-. Podríamos tomar un café.

    -Está dormida -expliqué.

    -Entonces vámonos antes que se despierte.

    Se calzó y se acomodó el sombrero en tres segundos. Me arrastró de la mano hasta la puerta y se acaballó en la escoba. "Sube", dijo y subí detrás de ella. Nos elevamos. Las plumas del sombrero se alborotaron. Tuve que agarrarme de su cintura para no caer. Ella usaba una mano para sostenerse el sombrero y la otra para dirigir la escoba.

    -Esto lo leí en un libro -dije a gritos.

    -El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov -dijo la mujer, y citó algunas líneas de la novela.

    -Tal vez, no puedo pensar en el aire -dije-. ¿Eres estudiante de literatura?

    -Fui amiga de Mijaíl. Me hacía reír.

    -De eso hace mucho, supongo.

    -Soy vieja pero tengo el corazón tierno.

    -¿Qué hiciste con el gato?

    -Se comió unos ratones y estiró la pata, querido. ¿A dónde quieres ir?

    -Quiero volver a casa, mi mujer me espera y dejé la puerta abierta.

    -Déjala dormir. Sueña que es feliz.

    -¿Cómo lo sabes?

    -Sueña con el novio que tuvo antes de conocerte. Hubiera sido feliz con él.

    -Es feliz conmigo.

    -Eso creen todos los maridos -dijo la mujer-. Pero no vine a hablar de tu mujer.

    -Tengo un hijo.

    -Ya sé, René -dijo la mujer-. No le gusta bañarse ni hacer las tareas. Apuesto que come mocos.

    -¿Cómo lo sabes?

    -Sé más cosas de las que supones -dijo la mujer-. No le compres la bicicleta.

    -¿Mejor una escoba?

    -Puede aporrearse -dijo la mujer-. Pero no vine a hablar de René.

    -Quiero bajarme.

    -¿No quieres volar a París?

    -No.

    -¿Prefieres Cartagena de Indias? Vamos directo al castillo de San Felipe. Puedo ser tu reina en ese castillo.

    -Quiero bajarme.

    -Tu princesa de cuento de hadas.

    -Quiero bajarme.

    Bajamos al parque, desierto a esa hora. Todo parecía azul, hasta la mujer. Quise caminar y sentí que flotaba. Una niebla azul se acercaba con pasos de araña.

    -No puedo dormir -dijo la mujer desde la niebla-. Necesito entretenerme. Vamos a bailar.

    -¿Con esta pinta? -le dije a la niebla-. Ni siquiera traje pantuflas.

    -Vamos a un baile de disfraces.

    Me llevó de la mano hasta una puerta, nos abrieron sin tocar y entramos al alboroto más grande del mundo. Había gente de todos los tamaños y colores, vestida de la manera más extravagante. Nadie reparó en nosotros. Bailamos como locos. Se quitó las zapatillas y perdió diez centímetros, seguimos bailando. Me sentí flotar. Yo, que nunca había sido un gran bailarín, decidí que no volvería a usar zapatos en las fiestas y hasta tuve ganas de quitarme la bata. La vida es una nota. Un parrandón de colores. Una traba de amor. No paraba de reír. Me hacía reír su forma de mirarme. Alguien se acercó con unas copas y bebimos. Le pedí un descanso y me siguió con las zapatillas en la mano. Nos sentamos en el piso, en un rincón, donde nadie nos pisara, junto a la escoba. Un diablo se acercó y nos acarició el rostro con la punta del rabo.

    -Los veré en el infierno, amorcitos -dijo y se alejó.

    Todo era verde ahora. Una rana perseguía a otra y Napoleón Bonaparte abrazaba a La Mujer Araña. Una negra monumental bailaba con una serpiente enrollada a su cuerpo. Un payaso recorría la fiesta en monociclo. Todo era rojo.

    -Estoy loca -dijo la mujer, muerta de risa.

    -Me tienes encantado -dije, un poco borracho.

    -Embrujado, querrás decir. Cásate conmigo.

    -No es para tanto -dije-. No creo en brujas.

    -Por dentro soy hermosa, cásate conmigo y desencántame.

    -Todos los que se casan se desencantan, querida.

    -¿Me das un beso? -dijo la mujer.

    -¿En la nariz?

    -En la nariz.

    Le di un beso en la nariz. No fue difícil. La mujer tenía más nariz que cara. Permaneció largo rato con los ojos cerrados. Párpados morados. Boca chiquita. Lengua de rana.

    -Besas delicioso -dijo, pero no supe si hablaba en serio. Parecía una actriz en un papel que domina a la perfección-. Vamos a comer helado de chocolate en Pozo Azul.

    -De noche me hace daño -dije, y era cierto.

    -A mí de noche no me hace daño nada -dijo la mujer-. Me vuelvo loca.

    -Se nota -dije.

    -No puedo dormir.

    -Ya me lo dijiste.

    -¿También te dije que soy Margarita Díaz? Ya sé, mi amor, hablo mucho y me repito. Escríbete mi nombre en el corazón. Escríbelo con tinta roja en las paredes, vida mía. Debes creerme, me vuelvo loca porque no duermo. Me desespero. Parezco Drácula. Hace tres meses que no pego el ojo. De día me quedo quieta, como muerta, pero no duermo. No paro de pensar. Vamos, hombre, soy loca pero buena gente.

    -¿Qué quieres de mí?

    -Que me cuentes historias. Quiero sentirme como una princesa. Tú me cuentas una historia y seguro que podré dormir. Mírame a los ojos y calcula el peso de mis ansias.

    La miré y sentí ternura, tuve ganas de abrazarla. El fuego del infierno me quemaba.

    -Hazme dormir con el encanto de tus palabras. Pensaré que vas a despertarme con un beso en la mañana.

    Me pellizqué para despertar.

    -Llévame a casa, María Antonieta debe estar muerta de la preocupación.

    -Muerta de la dicha -dijo la mujer-. En este momento es más feliz que nunca.

    Sentí rabia, me levanté y busqué la salida. Esa mujer podía hacer conmigo lo que quisiera. Su taconeo me alcanzó.

    -Te enojas por nada, hombre, perdóname. Te llevaré a casa. A veces tu mujer sueña contigo.

    En el aire volvió al ataque:

    -Tú puedes, invéntame una historia de amor. Dame un papel apasionado.

    -No escribo por encargo -dije.

    -Si me inventas en una historia de amor serás feliz -dijo la mujer-. Soy fea pero a los hombres les traigo suerte. Ya sé que estás terminando un libro.

    Llegamos pronto y volvió a quitarse los zapatos en la sala. Arrojó el sombrero y el collar a la alfombra. Insistió que le contara un cuento.

    -Vamos, cuéntame La bella durmiente del bosque -dijo-. Me encanta cuando se quedan todos dormidos. Siempre pienso en el cocinero que iba a degollar la gallina para la cena y se quedó dormido en el acto de estirar la mano hacia el pescuezo durante cien años. ¿Te das cuenta que la gallina se libró de la muerte por cien años? Al despertar, murió.

    -Puedo traerte el libro.

    -Quiero oírla de tus labios -dijo.

    Entonces le conté La bella durmiente del bosque tal como se la contaba a los niños en la escuela y vi sus lágrimas. Extasiado por su felicidad de niña, le conté El gato con botas y La casita de chocolate. Le divirtió mucho la astucia del gato y tembló con la presencia del ogro, y luego le hizo gracia que los niños se libraran de la bruja perversa empujándola al fuego. A la mitad de El soldadito de plomo, se quedó dormida con el dedo en la boca. Me dirigía a mi cuarto de trabajo cuando mi mujer apareció en las escaleras.

    -¿Adónde vas con esa cara de loco? -susurró.

    -Tenías razón, María Antonieta -dije-. Se me ocurrió una historia.

    -Qué rico -dijo mi mujer-. Me la lees en la mañana.

    Entonces vio a la mujer dormida en el sofá.

    -Creí que te la habías inventado.

    -Es la bella durmiente -dije.

    -Lo sé, querido, una niña que necesita amor -dijo mi mujer, retirándose-. Soñé con ella y contigo, daba risa verlos volar.

    Entré a mi cuarto y escribí esta historia.
 


Triunfo Arciniegas. Nació en Málaga, Colombia, y vive a la orilla del camino de niebla de Monteadentro, en las afueras de Pamplona. Escribe con insistencia sobre gatos, bandidos, ángeles, vampiros y otros monstruos amados, en tardes de lluvia para matar la nostalgia y en noches de luna llena para alejar las pesadillas. Ha publicado El cadáver de sol, En concierto, La silla que perdió una pata y otras historias, El león que escribía cartas de amor, La media perdida, La lagartija y el sol, Los casibandidos que casi roban el sol, La pluma más bonita, Serafín es un diablo, El Superburro y otros héroes, El vampiro y otras visitas y las obras de teatro El pirata de la pata de palo, La vaca de Octavio, La araña sube al monte, Lucy es pecosa, Después de la lluvia, Mambrú se fue a la guerra. Con Las batallas de Rosalino obtuvo el VII Premio Enka de Literatura Infantil, con Caperucita Roja y otras historias el Premio Comfamiliar del Atlántico, con La muchacha de Transilvania y otras historias de amor el Premio Nacional de Literatura de Colcultura y con Torcuato es un león viejo el Premio Nacional de Dramaturgia. Dirigió el teatro de niñas La Manzana Azul durante diez años y ahora realiza talleres de literatura en distintas ciudades, un buen pretexto para viajar, ver cine, enriquecer la biblioteca y otras delicias.



 

Regreso a la página de Argos 14/ Narrativa