JUAN ANTONIO LIRA
jalira@cuci.udg.mx
CRÓNICA DE LOS SESENTA
El periodismo musical y la autobiografía en
la obra de José Agustín
Es muy notable la temprana iniciación de José
Agustín en los menesteres musicales. Parte integral de su formación
como escritor, constituye este entusiasmo de toda la vida por la música.
La precocidad e inclinación por todo lo relacionado con el universo
auditivo, queda registrada en numerosos textos ingeniosos y llenos de humorismo:
El rock me llegó como un relámpago,
sin que me diera cuenta. Tenía diez años de edad, vivía
en la frontera norte de la colonia Narvarte, o Medianía, según
Pasto verde, y desde siempre la música había sido alimento
sagrado para mí. En aquella época, antes del fogonazo inicial
de rock, oía mis primeros discos de música clásica:
el buen Beethoven, uno que otro wagnerazo, caramelitos de Bizet y de Leo
Délibes. Ondas así, en el radio de mi casa se escuchaban
chachachás sabrosos y efectivos, boleros, como era de rigor, rolas
rancheras (mainly Pedro Infante y Joseph Alfred Jiménez) y por supuesto
las canciones de mi tío José Agustín Ramírez,
que en mi familia eran reverenciadas. Los cuates de la cuadra oían
música gabacha: estaban de moda las bandas: Ray Anthony (no se midió
con aquella mamada: "El baile del conejo"), Billy May (que a su vez salió
con el nefasto "Honkey pokey"), Les Elgart y Les Brown. Todavía
no hacía estragos Ray Coniff. Las bandas eran de rigor en las pachangas
junto con las ondas guapachosas (seguían en acción Enrique
Jorrín y la Orquesta Aragón, sin saber que a la vuelta de
la esquina ya estaban Lobo y Melón y la fiebre de las rumbeadas).
Los chavos finos, como mi gran cuate y entonces cuasi mentor Gerardo de
la Torre (alias Geloco, Amory Blaine, Putrillo y otros autoapodos), eran
fans de Eddie Fisher, de Billy Eckstine y, en el mejor de los casos, de
Johnny Ray o de Guy Mitchel.(1)
Este entusiasmo por la música llegó
hasta sus últimas consecuencias con la llegada del rock en los años
cincuenta. En especial, resulta muy notable la consolidación de
esta música en la década de los sesenta, con la revolución
cultural que surgió paralelamente.
José Agustín opina que
el rock "llegó para quedarse", trascendiendo la simple moda pasajera,
para constituirse en una forma de vida que habría de influir notablemente
en los jóvenes. Desde muy temprana edad, el escritor inició
su labor periodística. Al respecto, destaca un gran número
de colaboraciones para los principales diarios de la ciudad de México.
Sus escritos sobre música se encontraban dispersos, hasta que estos
fueron recopilados en el ensayo La nueva música clásica.
Su autor nos habla al respecto:
En un principio Lalo Morfín
me pidió hacer un libro que recopilara los artículos que
he escrito sobre rock desde 1965 en todo tipo de publicaciones. La pila
llegaba al metro. La idea de leerlos me aterró, y me decidí
por la mirada rápida. La mayor parte eran reseñas para periódicos
y revistas, pero también encontré que había ensayos
más extensos y supuestamente más profundos (de hecho, a partir
de mis colaboraciones en Piedra Rodante). Naturalmente hice una
selección y después una selección de la selección
y fui armando un libro que me pareció merecer los honores de la
publicación. En ésas andaba cuando Carlos Chimal me pidió
una colaboración para
Crines, lecturas de rock. No
quise darle nada viejo. Me puse a escribir y lo que me salió fue
el textículo de cuarenta cuartillas "Grandes bolas de fuego", que
desde un punto de vista totalmente personal, seudoautobiográfico,
daba cuenta de mi visión del rock desde 1955 hasta los primeros
ochenta. Deliberadamente escribí el texto de una sola tirada, más
emotivo y visceral que intelectual: no quise revisar mis libros sobre rock,
ni siquiera mi colección de discachos. Quería hacer algo
que no pudiera clasificarse ni como ensayo, ni como autobiografía
ni como literatura: más bien algo con naturaleza propia que estuviera
lo más cerca posible del rock: rock escrito.(2)
Es interesante la intención del
autor de escribir un texto que trascendiera los límites del ensayo,
la autobiografía y el periodismo, para constituirse en algo más
allá de las formas tradicionales. Esta inquietud está siempre
presente en la obra de José Agustín, en lo que él
llama "la abolición de los géneros".
El oficio de periodista, como verdadero
taller literario, convirtió al autor en un escritor maduro y autocrítico,
que nos permite conocer -por sus propias palabras- algunos interesantes
detalles sobre la corrección del ensayo sobre rock:
Desde que corregí las galeras
de "Grandes bolas de fuego" es decir: ya en un punto irreversible, me di
cuenta de que había incurrido en una infinidad de afirmaciones tajantes,
juicios apresurados y en algunos errores en donde me traicionó my
good judgement. Era tarde para introducir cambios, matices y precisiones,
así es que me concreté a eliminar lo más posible.
Ya se me había ocurrido reescribir todo con más extensión
y mayor abundancia contextual. No quería alterar lo que me parecían
buenas ondas de la concepción original, sino desarrollar más
ciertas áreas, y también of course, corregir los que para
mí eran errores de apreciación en terrenos que no domino
y que no he tratado de estudiar con mayor atención por mil razones.
Revisé, en especial, las partes finales, después de volver
a oír discos de grupos nuevos y de escuchar otros que no conocía.
Cuando tenía el libro cercano a su final, hice una lectura pública
de un fragmento en Culiacán, Sinaloa, ante un público que
había ido a oír hablar de literatura, pero que resultó
no sólo interesado sino conocedor de rock. Allí pude confrontar
ideas, revisarlas y discutirlas en muy buen tono con gente del público.(3)
La lectura de este ensayo nos permite
conocer con detalle las vicisitudes de la historia del rock, en particular
durante los años cincuenta y sesenta, época especialmente
querida por el autor y que ha influido de una manera notable en su producción
literaria. Como fenómeno social, este género musical representó
en su momento una gran revolución de las costumbres y fue rechazado,
desde sus primeras manifestaciones, por las personas más conservadoras.
Sobre la incipiente llegada del rock a nuestro país, a principios
de los años sesenta, es interesante el testimonio de José
Agustín:
Admitir el gusto por el rockiano en
medios intelectuales no era fácil en aquel remoto entonces. La gente
pensaba que era cosa de locos y/o tarados. Los intelectuales lo consideraban
mero consumo colonizador; los izquierdistas, penetración imperialista;
la clase media, ruido puro; los empresarios lo detestaban, incluso los
que se enriquecían a través de él. Ni siquiera todos
los chavos eran rocanroleros. A muchos de plano nomás no les entraba.
En cierta manera, en esa época el rock podía considerarse
como una realidad aparte que requiere iniciación, una sociedad de
verdadero hermetismo, o más bien: la metafísica presencia
de un espíritu que no todos admitían y pocos comprendían.
Lo sigue siendo, por otra parte, aunque los Beatles le dieron un carácter
verdaderamente católico, no excluyente.(4)
Para el escritor, el rock se ha constituido
en una forma artística de gran importancia, que tiene un valor interno
por mucho tiempo negado por las buenas conciencias. Su peregrinar
por los distintos diarios de México, ejerciendo el periodismo y
dando a conocer su "filosofía estética", no está exento
de anécdotas. La primera versión de La nueva música
clásica se publicó a mediados de la década de
los años sesenta. Remontándonos hasta esa época, conocemos
el origen del libro que circula actualmente:
En 1966 mi amigo Arturo Cantú
(que entonces era el baluarte antimafias en la plana cultural de El
Día) me invitó a colaborar con él, pero no dejó
de mostrarse un tanto cuanto sacado de onda cuando le avisé que
escribiría sobre rock ¿Pero qué se puede decir de
eso?, me preguntó. En El Día escribí durante
tres años un promedio de una nota semanal de rock.Un año
después, cuando a mí nadie me paraba el vuelo de criticón
de rock, René Avilés Fabiolo me pidió que escribiera
un librín de cuarenta cuartillas para los Cuadernos de la Jumentud
del Injuve, que él dirigía. Decidí escribir sobre
rock, aprovechando el material de una tormentosa conferencia que había
dado en Ciencias Polacas de la UNAM y que se había llamado "La nueva
música clásica". Insistía yo en mi cruzada: había
que hacer ver que el rock era una forma artística, un puente maravilloso
entre la alta cultura y la cultura popular, que no representaba una moda
pasajera, producto del mero consumo o medio de manipulación (aunque,
claro, podía ser todo eso en diversas instancias). Yo pensaba que
el rock era un fenómeno en pleno desarrollo en ese momento (en realidad,
todavía) y que no se podía decir nada concluyente acerca
de él. Por tanto, opté por presentar tesis generales que,
según yo, no eran objetables, y dedicar espacios breves a grupos
o corrientes importantes, que en esos momentos apenas empezaban a manifestarse.(5)
Este apostolado a favor del rock, siempre
ha caracterizado la obra de José Agustín y la de sus demás
compañeros de generación, en la llamada literatura de la
onda, que es una etiqueta impuesta arbitrariamente por Margo Glantz.
Ante esta clasificación, los escritores implicados han protestado
severamente.
En opinión de los contemporáneos
de José Agustín, los ligó un profundo interés
sobre temas en común, pero siempre con inquietudes muy particulares
de cada uno de ellos y que no pueden clasificarse así, de una manera
tan limitante y bajo un solo concepto.
Cultivador de una forma casi olvidada
por los escritores mexicanos -la autobiografía- el autor nos habla
de su vida con ironía y buen humor, utilizando el lenguaje coloquial
y experimentando ciertamente esa "abolición de los géneros"
que tanto le interesa. Nos adentramos en el universo cultural de los sesenta,
gracias a la imaginación y el sarcasmo de un auténtico ente
experimentador. Por este motivo, no es extraño que Agustín
proteste ante la clasificación de literato de la onda.
Es indudable que los autores contemporáneos
de José Agustín muestran ciertas tendencias en común.
Son escritores que resultaron ser los herederos de la narrativa moderna
de México y sus grandes exponentes: Rulfo, Yáñez,
Arreola, Revueltas y Fuentes. Se constituyen en exponentes de la novela
urbana e incorporan el gusto por el jazz, el rock, la filosofía
existencialista, la cultura norteamericana -en general- y una actitud de
experimentación verbal y estructural en la mayoría de sus
obras.
A pesar de todas las coincidencias
entre los escritores de esta generación, José Agustín
no deja de aclarar su punto de vista sobre la literatura de la onda,
en su autobiografía, El rock de la cárcel:
Como se puede ver, nunca me sentí
parte de la sicodelia ni portavoz de los chavos de la onda, que apenas
empezaban a llamarse así (Parménides los denominaba: el
personal). Jamás anduve de huaraches, greña-a-los-hombros,
cotones, colgandijos ni nada. Por tanto no me pareció correcto que
ese mismo año (1964) Margo Glantz, en Narrativa jovende México,
saliera con que Sainz, Parménides, Tovar, Avilés y varios
más conformábamos la literatura de la onda. Sainz era un
intelectual con tendencias tecnocráticas, ni siquiera era fan del
rock; René Avilés, Gerardo de la Torre y Juan Tovar se pusieron
furiosos, especialmente Juan, que protestó en varios tonos. Parménides
era el único que sí se sentía disc jockey de Radio
Prestapalorquesta; escribió después
En la ruta de la onda
(su novela Pasto verde, en un principio, se llamaba La onda).
Por mi parte, yo era marginal dentro de la marginalidad; había escrito
el cuento "Cuál es la onda", pero si este cuento era en realidad
un mapa de la onda, entonces el fenómeno era más vasto y
complejo, y Margo Glantz lo había definido mal, en especial al subrayar
la cuestión del rock y las drogas, que sólo eran inherentes
a la onda como fenómeno social. Pero a mí eso no me importaba
en ese momento.(6)
Al margen de las discusiones sobre su
etiqueta, esta generación está identificada plenamente con
la narrativa más reciente de México y constituyó en
su momento, la vanguardia experimental en el terreno de las letras. En
nuestros días es ampliamente reconocido el valor literario y el
legado de este grupo de escritores, pero a mediados de la década
de los sesenta todavía existía una gran polémica al
respecto.
La autobiografía de Agustín
nos acerca al ambiente conflictivo y cerrado que imperaba en 1966. Sobre
la publicación de su segunda novela, De perfil, nos dice
su autor:
Ya en septiembre apareció mi
novela De perfil, que agarró el vuelo de La tumbay
le dio combustible extra. En tres meses se publicaron más de treinta
artículos críticos, sin contar menciones, chismes y entrevistas.
Hubo domingos en que todos los periódicos hablaban de La tumba
o De perfil. Eso permitió que el libro se escapara, tímidamente,
del estrecho marco de lectores y cayera en manos de gente, jóvenes
en especial, que no solían leer literatura mexicana. De perfil
se publicó al mismo tiempo que José Trigo, de Fernando
del Paso: un libro esperadísimo, que además vino con presentaciones
en sociedad a cargo de Juan Rulfo y Juan José Arreola, quienes también
presentaron espectacularmente
Aquí, allá, en esos lugares,
de Raúl Navarrete. Hubo gente que aprovechó la coyuntura
para afirmar que José Trigo sí era verdadera literatura
y no las burronadas que yo me había atrevido a publicar. Y sí,
De perfil realmente no era literatura, al menos tal como se le concebía
entonces. Era una proposición distinta: como en el rock, se trataba
de fundir alta cultura y cultura popular, legitimar artísticamente
de una vez por todas el lenguaje coloquial. Pero a muchos les parecía
pura incoherencia. Humberto Batis publicó en la contraportada del
suplemento cultural de El Heraldo una enorme silueta de un burro
de perfil y abajo una crítica de mi novela; la cabeza de la nota,
"José Agustín: De perfil" era a la vez pie de la ilustración.(7)
Resulta muy interesante constatar que
el autor tenía una clara conciencia, desde aquel entonces, de esa
"legitimación del lenguaje popular" que -en su opinión- era
necesario llevar a cabo. De la misma manera que con el rock, era importante
abrir los ojos y los oídos del público, ante las nuevas manifestaciones
artísticas que se estaban generando. A fin de cuentas el arte y
el lenguaje son entes dinámicos que se encuentran cambiando constantemente
y que aceptan con dificultad las clasificaciones impuestas.
Por otra parte, uno de los aspectos
más atractivos de los textos autobiográficos es que nos da
la posibilidad de acercarnos, con especial cuidado, a la génesis
y el desarrollo de los textos literarios. Al respecto, el autor de La
tumba nos permite conocer el proceso creador de esta novela, durante
el año de 1961:
Unos días antes, y ya bajo la
influencia del arquetipo rimbaudiano, había escrito un cuento de
quince cuartillas: "Tedio". Me gustó muchísimo, porque supe
que por primera vez estaba tocando fondo. Después hice una adaptación
escénica con Técnicas de Vanguardia (¡ahí!).
Leí la adaptación en el Mariano Azuela y Anaya me puso como
camote: acusó al texto de amoral, indecente, etcétera. Animado
por esa reacción tan efectiva comprendí que el textículo
aguantaba mucho, pero que estaba como inconcluso: era el final de algo.
Gerardo me corroboró esta impresión. Entonces escribí
otro cuento -"Tedio 2"- con el mismo personaje y, finalmente, un tercero.
Luego hice algo así como un principio, unos capítulos de
enlace y para el 25 de abril de 1961 ya tenía confeccionada mi primera
novela, a la que bauticé La tumba. Gerardo, mi primer maestro,
la leyó rápidamente y me dio magníficos tips.(8)
La mirada introspectiva del escritor,
busca en lo más oscuro de su ser y reconstruye paso a paso el proceso
creativo de una de sus novelas. Es muy notable la intención, en
esta autobiografía, de desarrollar un texto que sea en parte novela,
cuento, ensayo y crónica. De esta manera, su autor está intentando
traspasar las fronteras entre las formas, lo que constituye una "abolición
de los géneros", tendencia que se ha manifestado en la mayoría
de sus escritos.
Para José Agustín, el
hombre contemporáneo ha caído en la trampa de la especialización
excesiva, que lo convierte en un tornillo más de la enorme maquinaria
productiva.
En su opinión se debe recuperar
la perspectiva del hombre universal, aquél que vivió alguna
vez durante el Renacimiento y que se encarna fielmente en la figura de
Leonardo da Vinci. Este personaje era capaz de poseer una serie casi ilimitada
de conocimientos que lo alejaban de una "visión unilateral de las
cosas". En nuestros tiempos resulta aterradora la división -cada
vez más infinitesimal- del trabajo, que acaba convirtiendo al hombre
en un pequeño objeto, sin identidad ni nombre propios.
José Agustín ha desarrollado,
dentro de su obra, la intertextualidad de las formas, obedeciendo precisamente
a esta inquietud de trascender los géneros en todas sus manifestaciones.
Es notable su obra por el constante afán de experimentar -sobre
todo en la década de los sesenta- con el lenguaje y las estructuras;
así encontramos frecuentemente en sus escritos una mezcla de narrativa,
ensayo, autobiografía y periodismo, que le han valido el reconocimiento
de los lectores, especialmente los jóvenes.
Sobre la función del escritor,
Agustín afirma que éste tiene una gran responsabilidad: escribir
bien. Si escribe bien contribuye enormemente a la sociedad en que vive
y al futuro que lo espera. El profesional de las letras que trata de escribir
bien, y de hacer su trabajo muy bien, está cumpliendo con su deber.
Como todo ser humano que vive en una sociedad, el escritor debería
tomar partido. En opinión de José Agustín, los artistas
y los intelectuales deberían tener un compromiso serio con la sociedad
en que viven, tener una visión del mundo, cualquiera que sea, creerla
a fondo y luchar por ella, no quedarse sentado.
Para José Agustín, el
artista en general no es un ser superior, y por este motivo elabora sus
obras en lenguaje cifrado. Poseemos un lenguaje -el español- que
ya tiene muchos siglos de estar madurando y que nos sirve enormemente.
El lenguaje que tenemos está
avalado por la experiencia histórica de muchos siglos y hay que
saber utilizarlo de la mejor manera posible. Al hacer un uso correcto del
lenguaje, se puede llegar a niveles muy notables. Esto no quiere decir
que no se deba jugar con el lenguaje y tensarlo, para extraerle nuevas
connotaciones.
NOTAS
1. José Agustín, La nueva
música clásica, Ed. Universo, México, 1985, pp.
9 - 10.
2. Ibídem, pp. 7 - 8.
3. Idem.
4. Ibídem, p. 38.
5. Ibídem, pp. 77 -78.
6. José Agustín, El
rock de la cárcel (autobiografía), Ed. Joaquín
Mortiz, México, 1991, pp. 128 - 129.
7. Ibídem, pp.71 - 72.
8. Ibídem, pp. 34 - 35.
Juan Antonio Lira. La música, la filosofía
y la literatura han sido sus principales sustentos existenciales. Es Licenciado
en Filosofía, con una Maestría en Letras y actualmente candidato
al Doctorado en Letras. Complementó su formación con la carrera
de Instructor de Música, especializándose en guitarra clásica
y canto. Ha sido director de la Fonoteca de la Escuela Superior de Música,
director de la Biblioteca Pública Central Estatal "Profr.
Ramón García Ruiz"; fue miembro de la Unidad de Asesores
de la Rectoría General y actualmente es Coordinador de Investigación
en el Centro Universitario de la Ciénega de la Universidad de Guadalajara.
Regreso a la página de
Argos 14/ Ensayo