PETRONIO RAFAEL CEVALLOS
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Entre Marx y una mujer desnuda o el fracaso como épica



 
 

—Tierra ingrata, entre todas espuria y mezquina, jamás volveré a ti.
Juan Goytisolo

 

Entre Marx y una mujer desnuda, del ecuatoriano Jorge Enrique Adoum (1923), se publica en 1976, con un marco histórico más que apropiado: Argentina iba camino al desastre y a los embates de la llamada "guerra sucia", Chile seguía firme en las tenazas de Pinochet, los sandinistas pugnaban por liberar a Nicaragua del último sobreviviente de la dinastía Somoza. En medio de este drama, el Ecuador, país marginado por la historia, —pese a su nombre que lo ubica en el centro de la geografía—, soportaba como mejor podía una de sus tradicionales dictaduras (tan tradicionales que, en 1976, un triunvirato militar había sucedido a la dictadura de un solitario y minúsculo general).

    Editada y reeditada en México y en el Ecuador, la novela, sin embargo, debido a su complejidad, no ha alcanzado una audiencia numerosa. Ya el mismo título genera cierta confusión. Entre Marx y una mujer desnuda, como nombre de un libro, plantea un dilema desde la portada. Sabido es que la esencia de una obra representa —o debería ser—, en gran medida, su legítimo epónimo. ¿Por qué Entre Marx y una mujer desnuda? Y por si esto fuera poco, Texto con personajes —no novela—, como subtítulo. Todos o casi todos hemos oído de Marx (no Groucho sino Carlos). La influencia de El capital es indiscutible. Según Adoum, El capital es el "único libro que ha cambiado al mundo y la concepción del mundo", pero a renglón seguido admite que "no es claro ni sencillo". No obstante, los nombres de Marx y su obra están estrechamente vinculados con el comunismo, el socialismo, la Revolución Rusa y, en nuestro continente, la Cubana y a otras más o menos eminentes (e inminentes, así como van las cosas). Ahora bien, en cuanto a "una mujer desnuda", la situación se torna más problemática. La preposición "entre" establece un callejón sin salida, algo así como encontrarse entre la espada y la pared. Obviamente, quien se hallaba en tal predicamento era toda una generación, la de Adoum. Las implicaciones son definitivamente políticas y sexuales, y no hay que confundirlas. Encontrarse entre un filósofo materialista dialéctico y una mujer "en cueros" puede resultar algo comprometedor. De hecho, lo es, ya que el ideal, el deber y la militancia son una cosa, y la libido y los instintos otra.

    En palabras del propio autor, Entre Marx "corresponde a los dos extremos de lo que constituye la vasta gama de las preocupaciones del hombre contemporáneo: los problemas sociales y colectivos, y los problemas íntimos y privados, que no siempre se complementan pero que tampoco se oponen siempre". Pero el título no deja lugar a dudas sobre la polarización entre ideología (Marx) e idiosincrasia (mujer desnuda). El nombre de la novela resulta, por ello, atractivo y repelente a la vez. Atractivo porque —veinte años después de la publicación del libro y, pese a la caída del imperio soviético— Marx sigue siendo un filósofo interesante; y porque lo de "mujer desnuda" insinúa desinhibiciones y erotismo, repelente porque hasta los no-marxistas han abusado de su nombre (y de su obra) con el objeto de desacreditar al marxismo; así como ciertos intereses han explotado y denigrado el cuerpo femenino con fines crudamente comerciales.

    Cabe reconocer que el texto de la novela resulta, en gran parte, de una intertextualidad satisfactoriamente definible. El concepto de la intertextualidad "se remonta a los comienzos de la reflexión sobre el lenguaje." No obstante, la palabra "intertextualidad" recién empieza a ser utilizada en la teoría de Bajtín, que propone a la novela —particularmente la de Dostoievsky— como una heteroglosia, mezcla de diferentes lenguajes. En este sentido, Julia Kristeva pone en circulación el concepto de la intertextualidad: "Todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto". En efecto, Entre Marx recurre, de principio a fin, a un vasto número de citas que se suceden intermitentemente, formando embriones o núcleos fundacionales y referenciales sobre los que se desarrolla la mayor parte del discurso novelístico. El mismo Adoum llega a referirse a su obra en los siguientes términos: "este libro es también una lectura de otros libros y (…) pueden decir de él que es una ‘casa de citas’ " (pág. 52). Sólo en las primeras tres páginas, cita a Joyce, Cortázar, Gorki, Montalvo, Sartre, Zuzuki, Leiris y otros; y continúa en esa vena a lo largo de todo el libro. Años más tarde, en la novela Respiración artificial, de Ricardo Piglia, uno de los personajes —Tardewsky— propone la alternativa de "escribir un libro hecho enteramente de citas". La novela de Adoum se adelantó a tal propuesta.

    El extenso discurso de Entre Marx evoluciona de manera autoconsciente, autorreflexiva o especular, reflejándose a sí mismo; alimentándose autofágicamente, por así decirlo, debido a la metódica, persistente y ubicua autocrítica que el autor ejerce sobre el proceso de creación de esta obra literaria. Lo que también viene a ser una forma —menos usual acaso, aunque no menos válida— de reescritura o, si se quiere, de autorreescritura. En primer lugar, la novela se ha construido sobre —y con referencia a— una espaciotemporalidad sociopolítica y cultural sin la que no podría ser identificada: el Ecuador del siglo XX y las ineludibles relaciones con su entorno capitalista internacional. Las trescientas nueve páginas de la novela se hallan saturadas de numerosas alusiones a una amplia gama de acontecimientos históricos, especialmente latinoamericanos: el asesinato de Sandino; las dictaduras de Ubico en Guatemala, Somoza en Nicaragua, Trujillo en la República Dominicana; la caída de Allende y el subsecuente régimen de Pinochet en Chile; el bloqueo a Cuba; entre otros. Adoum reescribe toda una época que abarca, grosso modo, medio siglo (subrayándose la década de los sesenta y los primeros años de los setenta) de historia ecuatoriana —dentro de un marco referencial que engloba todo el hemisferio occidental. Para ello, Adoum se vale de cartas, reportajes, anuncios periodísticos, personajes históricos de la literatura ecuatoriana —el novelista Joaquín Gallegos Lara y el poeta César Dávila Andrade, quienes aparecen en la novela bajo los nombres de Galo Gálvez y El Fakir, respectivamente—, lo mismo que de la constante apelación al vasto reservorio de una memoria rigurosa y a menudo exacerbada.

    Adoum escribió la novela mirando al país desde fuera —aunque conociéndolo muy bien por dentro—, por lo que su perspectiva es completamente distinta, ni asfixiada por la inmediatez vivencial ni hiperventilada por el distanciamiento impersonal. Resultado inevitable es el agudo extrañamiento. Además que una posición autocrítica presupone la superación de vínculos familiares, tribales y nacionales (o nacionalistas). Adoum rompe el cordón umbilical que lo une al terruño y a sus paisanos. Esa ruptura le va a permitir enunciar una versión descorazonada, lapidaria pero inédita del Ecuador.

    No sorprende, entonces, que los personajes de la novela tiendan un tanto a lo grotesco y patético. Los ya referidos Galo Gálvez y El Fakir son personajes transcritos de la literatura ecuatoriana. El primero se basa en la egregia y malograda persona de Joaquín Gallegos Lara (1909-1947), escritor de férvida recordación, izquierdista militante, poseedor de una recia personalidad e inválido de nacimiento; para movilizarse —tanto en la vida real como en la novela— Falcón de Aláquez le sirve de caballo. "Adoum construye el libro a base de las dos partes de un solo cuerpo: la acción, la movilidad en las piernas y el pensamiento en la parte superior del centauro". El prólogo de la novela está dedicado a Gallegos Lara; elegía que, fiel a la lógica interior del discurso, Adoum ubica casi al final del libro. Mientras que —El Fakir— César Dávila Andrade (1918-1967), poeta, terminó con su vida degollándose en Caracas. Dávila Andrade deambula bohemiamente por las primeras páginas de la novela. Tanto Gálvez —escritor comprometido e intachable, pese a sus grandes limitaciones físicas— como El Fakir —poeta puro y libertino— representan dos corrientes paradigmáticas en la intelectualidad ecuatoriana. Ambos muertos prematuramente. Sobre ellos, Adoum escribe las páginas acaso más vibrantes de la novela.

    El mismo protagonista —el autor desdoblado en narrador— desde el arranque preséntase en una embrollada coyuntura: "Para ser absolutamente honesto, tú, el autor, deberías tener cojones suficientes y decir simplemente "yo", en lugar de tratarte de tú y reservar la primera persona al narrador y, a veces, al personaje. Puedes responder diciendo que el recurso no tiene nada de reprochable, salvo que es el que suelen utilizar los filósofos, que todos discutimos con nosotros mismos, e incluso te habías planteado el problema en tu cuaderno de notas: ‘El desdoblamiento de Galo Gálvez: ¿Cuál de los dos es él: el narrador o el narrado? Él podría responder: Ambos, o sea el que duda, el que sueña, también; el que logra verse desde afuera, sobre todo.’ Pero tienes, además, otras razones" (págs. 26-27).

    Otros personajes son Bichito (una mujer enigmática a quien el narrador le habla en una veintena de recuadros), Márgaramaría, Potrilla, el Ríspido, los Gólmes (apodados los Esdrújulos). El Cretino —apodo de Fabián Gólmes, hijo de Arístides Gólmes, senador, gobernador, terrateniente, dueño de la hacienda La Liria— es un burgués, latifundista, explotador que encarna todas las taras de la clase dominante. La esposa de El Cretino, Rosana, es la amante del autor/narrador. Adoum se ensaña en el tratamiento de estos dos últimos personajes. El Cretino con creces le hace justicia a su apelativo. Rosana, en cambio, es una burguesa aburrida, abúlica, infatuada con el protagonista y con pretensiones de intelectual. El contraste entre estos personajes y los de Galo Gálvez y El Fakir no puede ser más impactante y significativo.

    Nota aparte merecen los Esdrújulos, a través ellos el autor ridiculiza a los gamonales y sus pretensiones aristocratizantes. "Eran cinco: Arístides, Germánico, Cleóbulo, Polícrates y Temístocles, ‘de los Gólmes de España, carajo’. Como eran nombres difíciles y desconocidos en nuestro Macondo, la gente los identificaba como El Nerón, El Largo, El Bolo, El Pecas y El Jetas, y ellos mismos aceptaron la nomenclatura local renunciando a la sonoridad romana de sus nombres" (pág. 127). En este sentido, el humor de la novela es típicamente quiteño. Humor que por tradición tiende a lo paródico y lo satírico, sin soslayar lo peyorativo. Pese a la contundencia acusatoria, que es la más obvia constante del libro, Adoum se permite hacer un dadivoso despliegue de sarcasmo y humor escatológicos, característicos de la legendaria "sal quiteña". Pero el humor de Adoum, más tenebroso y lacerante que la "sal quiteña", es más bien un deshumor. Lo que va de la mano con la tonalidad y el contenido del texto. Como ilustración, utilizando un reportaje del diario El Comercio que —ingenua o cínicamente, dependiendo de la perspectiva— al denunciar una plaga de mendigos, desenmascara un sistema plagado de corrupción e injusticia, Adoum se lanza en un furibundo monólogo que toca el fondo de la miseria de millones de ecuatorianos: "y a los mendigos que pedían se les decía vuelva el sábado, pero algunos morían tontamente el martes" (pág. 45). Este humor, lóbrego y sangriento, conlleva una incuestionable intención edificadora. Dicho de otro modo, este humor puede leerse en dos niveles: uno, superficial, que precipita una espontánea reacción hilarante; otro, profundo, que obliga a la reflexión y, mediante la sonrisa, a la toma de conciencia (y, optimistamente, de partido). En suma, la parodia, a pesar —o a causa— de ser escatológica, aspira a la redención del sujeto parodiado y a la toma de conciencia del lector, real e implícito.

    Por otro lado, en Reivindicación del Conde don Julián, Juan Goytisolo se propone exaltar la figura del traidor en la persona del histórico don Julián, siguiendo la enseñanza de Jean Genet, quien glorifica la traición como un medio para obtener la libertad. A mi juicio, éste es uno de los principales subtextos de Entre Marx, ya que nos presenta la incapacidad del autor/narrador —y, por extensión, de la izquierda que representa— de realizar ninguna acción reivindicatoria, excepto mantener relaciones ilícitas con Rosana, mujer del odiado terrateniente Fabián Gólmes. A lo largo de la novela, la izquierda ecuatoriana aparece caracterizada —implícitamente— como más acomodaticia, corrupta, inepta y mediocre que la —explícitamente identificada como tal— burguesía. De lo que se infiere que la izquierda merece haber sido derrotada por la oligarquía, sin esperanzas de redención. El adulterio de Rosana y el protagonista plasma un ineludible contexto: la traición a las aspiraciones reivindicatorias del pueblo ecuatoriano. Dicha traición, perpetrada en parte por los intelectuales de izquierda —representados por el protagonista, con quien Rosana mantiene relaciones ilícitas—, podría leerse como el malinchismo de los "leídos" del país. El afán (la sed, dirían otros, más poéticamente) de venganza de una clase —la clase media—, la pequeña burguesía, específicamente, se encarna casi antimesiánicamente en el protagonista de la novela, quien, refiriéndose a la burguesía, escribe:
 

esos mamarrachos del folklore pseudocapitalista, tan mamarrachos e inauténticos que se consideran nobles, y que escuchaste hace mucho porque, por razones de higiene, hace mucho que construiste tu vida lejos de ellos, y confundiste, como cualquier aficionado, exactitud con realidad: igual habría dado servirte de una grabadora, y esto no es un reportaje tampoco. Ahora te justificas diciéndote que no te interesa, que no tienes por qué ser caritativo con esa gente y presentarla como personajes, que expresarla con un lenguaje de símbolos y de signos literarios sería ya hacerle un gran favor, y este libro está dictado también por el odio... (pág. 179).     Debe señalarse que la traición —como subtexto de la novela— no se remite enteramente a la esfera sociopolítica, sino que también concierne a la estética. En este sentido, el novelista mexicano Fernando del Paso plantea el siguiente dilema: "¿Qué sucede —qué hacer— cuando no se quiere eludir la historia y sin embargo al mismo tiempo se desea alcanzar la poesía?" En otras palabras, ¿cómo hacer arte de la historia; particularmente cuando ésta es una alta traición a la realidad? Cuanto más si "la historia cansa, todos los días es la misma y no como la pintura que cambia" (pág. 125). O sea que la traición es monótona, incesante. ¿Por qué entonces insistir en poetizarla? Es decir que, al plantearse el problema de novelar —tarea que no puede desarrollar en el vacío y que sustenta con una multiplicidad de lecturas—, Adoum no elude el problema central de la historia (singularizada por lo cíclico y documental) y de la novela (cuyo espíritu es la verosimilitud e inventiva). De allí que sus asertos acerca de que el personaje deba convertirse en persona, que el discurso deba refinar lo anecdótico y que el lenguaje (del pueblo) deba ser asumido —no presumido— por el escritor, esencialmente sean derivaciones válidas. Este Texto con personajes bien pudo prescindir de la historia oficial ecuatoriana (cundida de Carlotillas y Maximilianillos, harto menos imperiales, pero insuperablemente ilusos y dementes). Pero Adoum conscientemente reescribe una historieta, reprocesando una colección de desengaños, poetizando una traición sin en ningún momento traicionar la poesía.

    Si en El mundo alucinante, de Reinaldo Arenas, asistimos a la reescritura de las Memorias de fray Servando de Teresa y Mier, y en El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier, a la falsa autobiografía de Cristóbal Colón; en Entre Marx acudimos a un acto de reconstrucción escritural de índole especular en que el texto se reproduce reflejándose a sí mismo, lo cual trasciende la mera reescrituración de otro texto. ¿Por qué no reescribir un texto propio? Lo que se escribió ayer, por ejemplo, hoy queda sujeto a conjeturas y, por tanto, modificaciones casi siempre imprevisibles, con mayor razón si se trata —para bien o para mal— de reconstruir escrituralmente toda una época. Según Roland Barthes: "Todo texto es un intertexto; otros textos están presentes en él, en estratos variables, bajo formas más o menos reconocibles; los textos de la cultura anterior y los de la cultura que lo rodean; todo texto es un tejido de citas anteriores" (Marchese y Forradellas 217). En otras palabras, escribir equivale a reescribir y, en un amplio sentido, toda literatura es reescritura. Por consiguiente, Entre Marx debe ser leída a la luz de la cultura —especialmente la literatura— e historia periféricas dentro de un contexto capitalista y eurocentrista, cuyas interrelaciones ideológicas le sirven de intertexto basamental.

    Entre Marx es un texto desconfiado de la retórica, ajeno a lo convencional y sensiblero. El autor brinda trato preferencial a lo paródico y satírico —de géneros, estilos, jergas, lecturas y personajes—; aunque no menosprecia la acusación mordaz y sin rodeos, lo cual no es nuevo. Puede verse, de manera desarrollada —en lo que se refiere a lo paródico— o latente —en lo que respecta a la acusación directa—, en obras como El Lazarillo de Tormes, Don Quijote de Cervantes o El buscón de Quevedo. En efecto, la novela se asemeja a una caja de resonancia que perpetúa ecos inconfundibles de una multitud de libros y autores —pertenecientes a diversas épocas y literaturas. Nombrarlos a todos resultaría una tarea demasiado extensa para los propósitos de este trabajo. Empero, como ejemplo, he aquí unos cuantos de los más notables: (en el siglo XVIII) Tristram Shandy de Lawrence Sterne; (en el siglo XIX) a autores como Juan Montalvo, Karl Marx, Federico Engels, Fedor Dostoievski y León Tolstoi; (y en este siglo) Vladimir Lenin, Thomas Wolfe, James Joyce, Thomas Mann, Jean Paul Sartre, Samuel Beckett; obras de la literatura ecuatoriana tales como Un hombre muerto a puntapiés, Débora, Vida del ahorcado, de Pablo Palacio; Huasipungo de Jorge Icaza; Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara; El éxodo de Yanganá, de Ángel Felicísimo Rojas.

    En efecto, en una entrevista con Jaime Montesinos, Adoum reconoce estar en deuda con el guayaquileño Joaquín Gallegos Lara, el cuencano César Dávila Andrade y el lojano Pablo Palacio. A cada uno de éstos, Adoum le otorga un homenaje especial. A Gallegos Lara, como ejemplo de honestidad intelectual y adhesión a los principios ideológicos. A Dávila Andrade, como el amigo entrañable que le hace falta a su regreso al Ecuador. Y a Palacio, por su influencia literaria que —como Miguel Donoso Pareja ya ha establecido— es evidente en Entre Marx :

"Atención, capitalistas del mundo, técnicos y expertos extranjeros, atención Texaco-Gulf Co., Shenandoan Co., Superior Petroleum Co., Anglo-Ecuadorian Oilfields Co., Royal Dutch Shell Co., Standard Oil of New Jersey, World Ventures (honesta en su nombre), Kirby Industries, Taylor and Associates, American Independent Oil, Tagor Exploration, Hamilton Brothers, tenemos petróleo, está en venta el petróleo, está en venta lo que nos dejaron del Oriente, está en venta la patria, a ver quién da más" (pág. 282).     Y he aquí lo que, medio siglo antes, con aguda ironía había escrito Palacio:
  Atención capitalistas del mundo:

El Chimborazo está en pública subasta. Lo daremos al mejor postor y se admiten ofertas en metálico o en tierra plan como permuta. Vamos a deshacernos de esta joya porque tenemos necesidades urgentes: nuestros súbditos están con hambre, por más que tengan promontorios a la ventana. Hoy es el Chimborazo, mañana será el Carihuairazo y el Corazón; después el Altar, el Illiniza, el Pichincha. ¡Queremos tierra plana para sembrar caña de azúcar y cacao! ¡Queremos tierra para pintarle caminos!

Atención capitalistas del mundo:

¡Los más hermosos volcanes están en pública subasta!
 

    Además debe subrayarse que, entre la enmarañada selva de citas de las que se sirve la novela, destacan las que se hacen de sicólogos como Wilhelm Reich y Segismundo Freud, de filósofos como Heráclito y Witgeinstein: "La filosofía es una batalla contra el embrujamiento de la inteligencia por el lenguaje" (pág. 133). Asimismo, cita, indiscriminadamente, a un gran número de teóricos y críticos literarios: Lévi-Strauss, Benjamin, Painter, Brecht, Valéry, Cioram, Forster y Zeraffa, entre otros. Abundan, además, las referencias a músicos —desde Bach hasta Count Bassie—, a artistas plásticos, al cine y diversos órganos de comunicación masiva.

    Aparte de consumirse a —y de consumarse sobre— sí misma, la novela devora cualquier vestigio de esperanza para el pueblo ecuatoriano. Adoum vocifera como un poseído, como un Jeremías del subdesarrollo, quien, a través de un treno tremendista pregona el rotundo fracaso de la izquierda ecuatoriana. Los intelectuales de izquierda son tan o más cretinos que el Cretino. Al menos éste, como patrón terrateniente, está respaldado por el Estado y el aparato militar. De allí que los indios —cuyo lenguaje Adoum reconstruye magistralmente— no entiendan, ni se interesan en entender, al "camarada" que les habla de Cuba —que los indios no tienen idea dónde queda— y no del problema —más inmediato y urgente— del agua (que El Cretino les niega), cuya falta los está matando.
 

Dónde queda el Ecuador, le pregunta Gálvez, Icuador, Icuador, ca, el indio vacila mirando desprotegido a lado a lado, ahisito nomás patrón, a la vueltita, dice por fin señalando con dedo dudoso hacia un camino de herradura, claro que la patria queda ahisito nomás. Sabes qué es la patria, le pregunta Gálvez, y el indio, Cómo no pes, patrón, patria es autobús que se para enfrente de la iglesia, es como para llorar siglos enteros... (Pág. 143).     Al esgrimir el dedo acusador contra la historia (o, sería más exacto decir, historieta) de un "paisito" como el Ecuador, Adoum no escatima recursos técnicos ni estilísticos: diversos planos narrativos, desdoblamiento de la conciencia del escritor en narrador y personaje(s), flash backs, flujo de conciencia. Hay en este libro una vocación totalizante, una actitud de jugarse todo por el todo, el intentarlo todo y en grande; aunque a la postre grande también pueda ser el fracaso. Entre Marx no construye —ni siquiera lo intenta— una realidad hecha de palabras. Todo lo contrario: utiliza las palabras como pedradas contra la realidad, como una suerte de coup d'État asestado en contra de la historia "oficial"; pedrada que, de rebote, derriba los afanes reivindicativos de toda una generación.

    Los profetas, bardos, escribas y poetas de la antigüedad eran, en palabras de Borges, "los amanuenses de Dios". En el Antiguo Testamento, por ejemplo, la palabra del hombre se confunde con la palabra de la deidad —dictada a través de ciertos escribas inspirados por el Espíritu Santo. De ninguna manera es éste el caso en Entre Marx, en que la escritura es ante todo cien por cien transpiración. La inspiración queda neutralizada, extirpada por la autocrítica. Que no le vengan a Adoum con soplos divinos ni mistificaciones literarias. Su novela rezuma sangre, sudor, lágrimas y otros fluidos orgánicos que no aspiran nunca a la autoridad profética, a la sublimación espiritual o al refinamiento estético. Ni siquiera aspira a ser novela, sólo Texto con personajes. Este libro de Adoum —exasperante, desafiante, desalentador— se deja leer a tropezones, a disgustos, a marchas forzadas. Un lector pasivo no pasaría de las primeras páginas. Un lector más concienzudo volverá a él esporádicamente. No conozco a nadie que lo haya leído de un tirón. Este Texto con personajes que despliega una cornucopia de sarcasmo, denuncia, erudición, humor tenebroso, lujuria, odio, rabia, ternura, traición, vileza. Truculenta y turbulenta "novela", cuya pertinaz autocrítica —ejecutada a través de la técnica del desdoblamiento— la revela como la épica del fracaso rotundo no sólo de la izquierda sino de la nación ecuatoriana.
 
 
 

Nueva York, enero de 1997


 
 

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