MIGUEL ALVARADO
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Juan Carlos Olivares, anuncio y propuesta en la ética de la revelación



En el contexto de la antropología poética chilena optaremos por un breve comentario a la obra del antropólogo Juan Carlos Olivares. No se trata evidentemente del único representante de la corriente, sin embargo es su iniciador esencial en nuestro país, además de poseer una obra breve, pero de calidad significativa en nuestra opinión.

    Juan Carlos Olivares es un antropólogo chileno, nacido en 1957, y esa es su identidad fundamental. Más que poeta, latente o frustrado, es un antropólogo experimental. Como a Zurita, le pena el Gobierno Militar, más por la marginación vivida y registrada que por un asunto ideológico, Es de aquella generación de profesionales que se vio postergada por la precariedad de la antropología al momento de su egreso de la Universidad de Chile.

    La obra de Olivares comienza a desarrollarse en sus primeros años como estudiante de antropología, a comienzos de los 80´s. Sus primeros trabajos son informes para cursos, los cuales son publicados a finales de esta década, por la curiosa revista del "Museo de Cañete", la cual acoge en forma providencial los primeros intentos experimentales de Olivares y de algunos otros antropólogos, quienes son en aquella época principiantes.

    Su obra sigue editándose también asociada a exposiciones museológicas y a su tesis de Licenciatura. Es el Fondo Matta, gesto que enaltece a nuestro gran pintor, lo que permite reunir trabajos dispersos y publicar el libro que aquí comentaremos El Umbral Roto, inicio de la única colección de textos de antropología editada en nuestro país.

En la obra de Juan Carlos Olivares vemos, antes que nada, el anuncio y la denuncia de la precariedad de la existencia ordinaria, el cansancio de aquello que significa el no penetrar verdaderamente a la realidad por él debelada. Su intento resulta por ello un serio esfuerzo por configurar aquello que Ricoeur definió como la "metáfora viva", es decir, un tipo de reflexión que se adentre en la profundidad del lenguaje superando las taxonomías cientificistas y penetrando en las palabras para extraer de ellas toda la verdad de la que son poseedoras: "venid a mirar como vuelan los pájaros guiados por la fragancia de la realidad" (Olivares, 1995: 24). Es el anhelo de que la palabra se desprenda de sí misma para dejar solo su función designativa(1).

    Sin embargo, en la obra de Olivares, nos asaltan las preguntas, Si asumimos el nihilismo como superación de los valores, en tanto superación del sentido, ¿puede este declarado nihilismo superar el olvido del ser que involucra la búsqueda de sentido, pueden sus palabras adentrarse tan de lleno en las palabras mismas para liberarse del sentido?, ¿qué tan nihilista se puede ser?

    En nuestra opinión la pregunta ética siempre subyace en la obra de este autor, por lo cual no le es posible liberarse del sentido, gracias a Dios que así es. Por una parte su trabajo no deja de ser antropología y no se sumerge en totalidad en la poesía y, por otra parte, la fragmentación postmoderna no lo alcanza al nivel de ocultar categorías éticamente tan básicas como las del sufrimiento. Bien sabe Olivares que,
 

La antropología no es -y lo mismo cabe decir de la hermenéutica- ni el encuentro con la alteridad radical, ni la "organización" científica del fenómeno humano en estructuras; la antropología probablemente se repliega en su forma -la tercera entre las que históricamente la definieron en nuestra cultura de diálogo con lo arcaico, pero en el único modo en que la arché puede darse en la época de la metafísica cumplida: la forma de la supervivencia de la condición marginal y de la contaminación (Vattimo: 1986, 61).     Nuestro autor recorre el camino hermenéutico, pero aún no cae en relativismo axiológico fácil de aflorar. Demasiado fuerte caló la obra de Jean Duvignaud y René Girard como para hacer olvidar a Olivares la universalidad del sacrificio como universalidad del sufrimiento humano, como categorías absoluta e irrenunciable, la pregunta por el ser presente en sus textos va siempre asociada a la denuncia del sufrimiento, tanto propio como ajeno. El nihilismo es sobrepasado por el escándalo que provoca en él la constatación del dolor persistente e injusto: "es primero de noviembre, ya llegan los parientes con muday, con chicha de manzana, de arveja, miltrines, carne de oveja vieja, tabaco y ramas de ordinarias flores porque las tierras erosionadas de los indígenas ya no pueden parir una belleza grandiosa y colorida" (Olivares: 1995, 32).

Vemos en la obra de Olivares una polifonía, en el sentido que tanto Bajtín como la antropología postmoderna(2) le da al concepto. Por ello, nos resulta fundamental identificar las voces presentes en su texto como personajes esencialmente que, más que sus héroes, son aquello que define el relato. No es Arcadio Yefi de su etnografía, ni el fogonero delirante de su artículo sobre las "Prácticas alucinógenas en la Cordillera de la Costa". Son más diversas las voces, por ello es preciso sacarlas de la bruma, desenmascararlas para realizar un primer intento de hermenéutica del texto; porque en esta obra, "la pluralidad de voces y conciencias independientes e inconfundibles, la auténtica polifonía de voces viene a ser la característica principal" (cfr. Bajtín: 1993).

    En su libro El umbral roto esta variedad o multiplicidad de voces se hacen presentes; nos asaltan. Vemos así en primer lugar dos fuerzas fundamentales en diálogo, ellas son las antropología y la literatura. Asumiendo la polifonía como la existencia de sentidos múltiples, ésta se expresa básicamente en el diálogo entre la voz literaria y la voz antropológica.

    En este diálogo con la literatura vemos la aparición del recurso literario no sólo como estrategia metodológica. La literatura es un tipo de personaje más en la polifonía configurada por Olivares: El gran Teillier con sus lares premonitorios, el sonámbulo Zurita y sus campos, vacas y desiertos; Pedro Prado y su Alsino; el especialmente admirado Patricio Manns; Joseph Conrad, el padre tutelar cuyo asombro tendrá, según Olivares, un carácter premonitorio.

    La literatura irrumpe en el relato como un soporte, plena de posibilidades, recordándole a la antropología que sus respuestas son incluso anteriores a las preguntas de la ciencia social, según nuestro autor, debido a que, "La literatura en cambio, al contrario de la antropología de los antropólogos, no ha dejado de lado a la realidad eterna" (Olivares: 1995, 26).

    La antropología es un invitado tímido, un tanto mutilado. Se nos presenta como un discurso que se pregunta por sí mismo, cada vez más consciente de sus limitaciones. Malinowski a la cabeza, el recorrido realizado por la antropología social y cultural, y por supuesto la antropología chilena, son vistos como algo no del todo acabado y por sobre todo frágil... un tanto tenue. Por ello el camino propuesto significa evidenciar el papel que siempre ha tenido el prejuicio en el quehacer antropológico. No se trata de, al igual que el bárbaro Clodoveo, "quemar lo adorado y adorar lo quemado", sino más bien de descubrir una antropología al desnudo, que desde la conciencia de su fragilidad se redefine, porque: "La objetividad del trabajo, la objetividad y la decencia, es (sic) efecto de la asunción de los prejuicios y la suspensión de los juicios" (Id.: 1995, 25).

    El epicentro de esta antropología, el personaje y voz fundamental, es el mismo Juan Carlos Olivares de los 23 a los treinta y tantos. Se trata, no de Olivares persona, sino más bien del epicentro del quehacer antropológico evidenciando, por medio de un individuo concreto, quién, tan frágil como la antropología misma, se convierte en instrumento de descubrimiento. Todo el ser de este personaje se vacía en el trayecto hacia el encuentro con el otro, desde su quimioterapia hasta sus amores, desde su neurosis hasta su profunda sensibilidad, haciendo del encuentro etnográfico el epicentro de la trama. Este es el encuentro de dos derrotados, pero también de dos vencedores del abandono:

En aquel entonces nos separaba una remota distancia étnica y cultural solamente, después de miles de sucesiones e intemporalidades, nos encontramos cada uno con sus miserias, derrotas, dolores, ausencias, carencias, recuerdos y soledades, porque yo también soy un vencido y no he participado en guerra ninguna. En aquel tiempo Arcadio tenía 61 años y yo no cumplía los 24 años de edad (Id.: 1995, 50).     Así, su amor, sus rencores, sus angustias y sus búsquedas, el diálogo y el combate entre antropología y literatura, se dan en este autor haciendo de su voz la voz esencial: "El antropólogo como ofrenda es la transformación del hombre en otro hombre, motivado por la soledad que lo impulsa a derrotar el vacío para buscar así, en la ausencia, distintos estilos de vida en donde poder ser otro" (Id.: 1995, 29)

    En Olivares la polifonía hace que las voces generen personajes, unos evidentes como Arcadio Yefi, otros repentinos e invisibles, que aparecen como destellos repentinos: "El cristiano mennonita cruzó asustado y corriendo por la calle y se parapetó detrás de un automóvil estacionado entre los naranjos que todavía sobreviven esta guerra de siglos y desde allí lanzó una ráfaga de su M 16" (Id. 1995:56). Este destello no es otra cosa que la conciencia de la alteridad; no sólo la alteridad vivida en el encuentro etnográfico puntual, sino la posibilidad de encontrarse con la experiencia humana toda, desde la vivencia de la experiencia particular. Así el guerrillero menonita se hermana y homologa con los combatientes vencidos, Arcadio y Juan Carlos.

    En el diálogo irónico sostenido con la disciplina antropológica, sobre todo a nivel nacional, se apela a la "realidad real", la realidad de los lares que surge de la subjetividad del observador; la cual es encontrada por medio de la búsqueda de los estilos de vida como arquetipos recurrentes y mutantes, al estilo de los "patrones culturales" de la otra poetisa, Ruth Benedict: "Algunos antropólogos que se creen listos, niegan que su estilo de vida, esas diferencias y similitudes puedan tener injerencia en el trabajo antropológico" (Id.: 1995, 25). Cabe preguntar, ¿dónde se encuentra ese lar remoto, que perdieron los migrantes campo - ciudad? Evidentemente no es el actual Lautaro, ni la Cordillera de la Costa que conocemos, no es nuestro Osorno ni nuestro Temuco.

Lo "realmente real" se encuentra entre esos lares inencontrables. La etnografía lárica, como descripción de éstos, describiría lo realmente real. En ello se encuentra la pretensión de universalidad de Olivares, lo universal del lar perdido subyacente a todo el que tenga la vivencia de lo humano. La añoranza de lo universal lleva a Olivares a configurar, desde el nihilismo nietzscheano, una "antropología del martillo(3)"derrumbadora de mitos, consciente por ello e imitadora de la literatura desde el reconocimiento de la superioridad heurística de ésta; todo ello centrado en el lenguaje, un lenguaje articulado desde un yo rotundo. Es un espiral de nihilismo que se constituye en un camino excluyente hacia el conocimiento. Así lo preconizó uno de los maestros de Olivares, el verdadero Black Bird Crow(4)  , Federico Nietzsche: "El lenguaje ve por todas partes, en sus orígenes, agentes y acciones; cree que la voluntad es en general una causa; cree en el yo, en el yo como un ser, en el yo como sustancia; crea con esto la noción de cosa" (Nietzsche: 1990, 25).

Coherentemente con lo propuesto, el remoto Martín Gusinde(5), representa otro antecedente de la estrategia propuesta. Esta es la estrategia de la soledad libre y consciente que busca en la alteridad lo realmente real. ¿Será posible esta ausencia? Si no es posible, esta antropología es irrealizable, en tanto el intento primordial de Olivares es: "crear una antropología libertaria" (Id.: 1995, 33) en la cual el olvido se convierte en soledad y la soledad es esencialmente fecunda.

    En esta estrategia del olvido, existe un solo olvido que para Olivares no es permisible: el olvido del ser. El ser se encuentra, como ya dijo Heidegger, en las palabras y, particularmente, en la palabra poética. El yo del texto articula un discurso en el cual este sí mismo frente al mundo organiza verídica y poéticamente la realidad. Ambas cosas, yo y mundo, se mezclan posibilitando una vivencia que actúa como llave en la construcción del relato.

Nació mi madre en los tiempos del poeta Sergei Esenin después de haber atravesado el Océano, se despedía de este mundo borroso para irse a vivir al mundo de los ausentes, cabalgando sobre el lomo de las palabras escritas con su propia sangre, aquellos significados tristes que picotearon los ojos de Isadora Duncan, mientras ella bailaba en el escenario silencioso de las soledades, esas mismas soledades que envolvieron a mi abuelo Guillermo Toledo Vargas. Mientras, apoyado en un pilar del largo corredor de la casa patronal, veía caer la lluvia y sentía los pasos de mi madre llegando a este mundo (Olivares: 1995, 46).


    La soledad es real, nos dice, y esta soledad es la que permite adentrarse en el ser audible, en las palabras; así, coherente con el camino hermenéutico señalado por autores tan remotos como el mismo Dilthey. La ruta a seguir es el relato vivencial, así, la vivencia relatada tiene como epicentro el amor, el amor a la humanidad tanto como el amor de pareja: "Mi rostro pronuncia su nombre, Cristina, y su rostro se pierde en el crepitar de los leños" (Id. 1995: 33). Pero este amor se vive como antinomia a la otra vivencia esencial, la de la angustia, la de las heridas que se sellan en las experiencias tempranas y que el resto de la vida se invierte en curar. El vacío es un vacío que vive sin duda una añoranza, una añoranza de absoluto; absoluto que es el único universal que cura esas heridas que son la brújula del relato.

    Por ello el sentido vuelve a aparecer bajo la cobertura de la experiencia ética que se filtra en la del sufrimiento propio y ajeno. Se afirma en el texto que la vida no es justa, pero es el relato el que ajusta cuentas con la vida: "Nosotros invocamos al ser para que éste posea la fuerza necesaria para vivir, para olvidar. El hombre debe olvidar que vivir y ser injusto son una misma cosa" (id.: 1995, 102). Así, el olvido generador de la soledad más creadora se convierte en un órgano de reorganización de la realidad en la añoranza de una ética trascendente.

    Vemos que esta apelación ética se filtra particularmente por medio del uso de la temporalidad, estrechamente asociada al concepto de realidad manejado. Para nosotros, en este contexto de Olivares existe manipulación de la refiguración por medio del uso del tiempo: "seguimos pues el paso de un tiempo preconfigurado a otro refigurado por la mediación de un tiempo configurado" (Ricoeur: 1984, 90). Nos lleva lo anterior a sistematizar el desarrollo de la trama como tiempo configurado, definiéndola como un camino donde transita la estructura de la narración: "volver al trabajo de campo es una ruptura revolucionaria con el pasado y el futuro" (Id.: 1995, 30).

    El "lar" de Jorge Teillier ya no existe, ese sur mitológico no se encuentra; más bien es la utopía la que se nos filtra como ensoñación que se mueve entre un pasado mitológico y un presente sufriente. Como buen nietzscheano, Olivares confía en el eterno retorno del mismo; por lo cual, presente doloroso y pasado mítico son las materias primas con las que nos sugiere un futuro. A la vez, nos propone intervenir, como lectores, en ese futuro que no es otra cosa que la vuelta al pasado; pero no al pasado estrictamente real, sino al pasado de los orígenes. El "lar", como mito originario debe ser revivido, para que esta antropología de las ausencias se constituya en el reino del amor y la libertad largamente buscada: "Vacío es un trazo, aparentemente transparente de la eternidad, nunca la misma eternidad, a pesar de ser eterno. Como todas las realidades, el devenir de mi existencia, ser el vacío porque en otro tiempo, mi existencia ya fue vacío" (id.: 1995, 38). El "Lar" es la utopía más profunda, el que es buscado como tabla de salvación frente al dolor propio y ajeno.

    El yo organizador del discurso antropológico poético intenta desesperadamente ser fiel a sí mismo; no se sale de la pregunta por el sentido. Este escenario no es de ninguna manera postmoderno, al menos no en el sentido de la postmodernidad de los primeros mundo, más bien se esfuerza por ser auténtico, por lo cual el dolor le impide renunciar al valor.

    Tal como a Nietzsche, podemos acusar a Olivares de no salirse del sentido en tanto los valores rondan su relato como denuncia de las tragedias vividas y observadas, como diría el propio Nietzsche. Con justicia, Olivares podría afirmar: "La suerte de mi existencia, acaso su singularidad, consiste en su fatalidad; yo estoy, para expresarme en forma de enigma, ya muerto, por lo que respecta a mi padre, aún vivo y envejecido, por lo que respecta a mi madre. Este doble origen, extraído, por decirlo así, del más alto y del más bajo escalón de la vida, es decadente y al mismo tiempo es un principio; y más que cualquier otra cosa, explica aquella neutralidad, aquella ausencia de preocupaciones frente al problema de conjunto de la vida, que es acaso lo que distingue. Para los indicios de la decadencia y del progreso, yo tengo un olfato más agudo que hombre alguno; en este punto soy maestro por excelencia, conozco ambas cosas, las soy yo mismo" (Nietzsche: 1995, 13).
 



NOTAS

1. Texto publicado sobre la base de una etnografía realizada en Osorno y sus alrededores entorno a prácticas alucinógenas, el cual forma parte del libro El Umbral Roto
2. Agradezco el comentario a este párrafo aportado por el Dr. Hugo Carrasco, y el antropólogo Juan Carlos Olivares. Evidentemente la responsabilidad es mía.
El concepto de "polifonía" es revivido por antropólogos norteamericanos contemporáneos. En relación a ello, véase, por ejemplo, la reflexión de James Clifford sobre la invención etnográfica del sujeto en su texto: Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte en la perspectiva postmoderna". Editorial Gedisa, España, 1995. 
3. Evidentemente hacemos una paráfrasis de la "filosofía del martillo" propuesta por Nietzsche como desenmascaradora de falsos ídolos subyacentes a la búsqueda del sentido y al olvido del ser en la filosofía post socrática, en el cristianismo y en la ciencia occidental. 
4. Se trata de una clave generacional, un tanto extraña para nosotros los antropólogos más jóvenes, por ello me atribuyo el derecho de reinterpretarla. 
5. Misionero del Verbo Divino que llega a Chile en las primeras décadas del siglo, su inquietud etnográfica, surgida en el contexto de una formación difusionista cultural lo lleva a realizar uno de los trabajos más serios de la etnografía latinoamericana de la primera mitad del siglo, teniendo su obra repercusión en autores tan fundamentales como el mismo James Frazer. 


BIBLIOGRAFÍA

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Miguel Alvarado Borgoño. Es antropólogo social y Licenciado en Antropología por la Universidad de Chile, Magíster en Ciencias Sociales y Etica por ILADES/ P Universidad Gregoriana de Roma, y Doctor en el programa interdisciplinario de ciencias humanas, con mención en literatura y lingüística, de la Universidad Austral. Su temática de interés es la antropología de las ideologías y la teoría interdisciplinaria del texto, sobre estos temas ha publicado artículos científicos en revistas chilenas y latinoamericanas, y escrito los libros, Sincretismo religioso latinoamericano. La ciencia social como constructora de una interpretación polifónica y Cultura y universidad. Un análisis de textos.

    Ha ejercido la docencia en la Universidad Católica de Valparaíso, Universidad Católica Blas Cañas, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, Universidad Tecnológica Metropolitana, Universidad Austral de Chile, Universidad de la Frontera y actualmente es académico jornada completa de la Universidad Católica deTemuco, donde además ha sido director de la Carrera de Antropología y del Departamento de Ciencias sociales.

    Participa del comité editorial de revistas académicas y dirige desde 1998 la revista de ciencias humanas Soñando el Sur de la Universidad Católica de Temuco, en el segundo semestre de este año ha sido invitadocomo profesor visitante al Seminario de Filología de la Universidad de Goetingen, en Alemania.



 
 

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