AL OTRO LADO DEL ESPEJO
La primera vez que te vi fue desde los brazos de Mamá que señalando al espejo decía con dulzura: "¿A ver Nene?, ese Nene de mamá". Te gustaba verla, desnuda frente a la luna de la cómoda, mientras apoyabas los diminutos pies sobre los brazos de ella hasta tocarle los senos con la punta de los dedos. Era la imagen más primitiva, aunque en la fotografía del retrato que adorna la sala, Mamá lleva un vestido a flores y el Nene luce un blanquísimo culero.
Una mañana te acercas gateando al cristal, donde los mayores se miran antes de salir a la calle y gorgojeas como si nunca antes lo hubieras escuchado: "Nene". Mamá que trae el desayuno, emocionada, despierta a Papá con la taza de café y la sorpresa: ''¡Viejo¡" "¿Lo oíste?". Te gusta verlos así, contentos, y le das palmaditas al Nene que está en el vidrio para que te alaben. Cansado de llamar al Nene por semanas por días sin respuesta alguna, decides abandonar el culero y pasear altanero delante del espejo con los pantalones a la altura de la rodilla. Levantas rápido la mano para sorprender al espectro que se mueve en el vidrio. Nunca lo atrapas rezagado. Siempre sigue el movimiento de los brazos. No logras entender por qué, si alzas la mano derecha, él sostiene la izquierda. La profesora de física dijo algo sobre el reflejo de los objetos pero hoy todavía no te sientes satisfecho. Sospechas que alguien siempre está ahí mirando, como ahora, que se empeña en arreglarse el lado izquierdo del bigote mientras te acomodas el derecho con las tijeras.
Los pantalones cortos apenas se dibujan en el cristal, sólo el aire se desliza por las piernas cubiertas de sudor. Es bueno correr de aquí para allá, siempre con la pelota en la mano. Verla saltando, rebotando sobre la superficie de la luna. Te quedas crispado, con los ojos abiertos, cuando ves al Nene hecho pedacitos. Pasas días muy tristes hasta que Papá trae un nuevo vidrio donde aparece, al fin, el Nene sonriendo.
La toalla la dejas a un lado mientras miras tu cabello desordenado en el espejo y más atrás a Mamá caminando contigo de la mano. Escuchas todavía la gritería de los niños en el patio de la escuela. Mamá te da uno de sus mejores besos y la ves alejarse con la promesa de que regresará temprano. Una señora con espejuelos ordena a todos que entren en el aula. Te pregunta el nombre y convencido dices: "Nene"; ''sí, de acuerdo, pero cuál es tu apellido''. No sabes qué responder por más que miras al Nene que está al otro lado del cristal situado al fondo del pasillo.
Repites saludando con la mano sobre la cabeza "seremos como el Che", mientras velas las manos de Papá que guía el ritmo de tus palabras. Él desea tanto como tú la pañoleta azul y blanca que darán mañana a todos los niños en el patio de la escuela. Practicas toda la noche pero la lengua se enreda y no logras pronunciar una buena ''r''. Al amanecer estás casi rendido de cansancio y la voz de Papá llega en forma de estribillo "cómo quiere ser el Nene". Lo ves en medio de la neblina a través de las pestañas con un par de cucharas improvisando una rumba sobre la mesa: "cómo quiere ser el Nene'' y tú moviendo la cintura y los brazos, ''como el Che''.
Varias hileras de niños surcan el patio de la escuela. Estás en el medio de la fila y el sol allá arriba calentando la cabeza. La Señora de espejuelos coloca la pañoleta, una por una, luego de la frase que articulas en silencio siguiendo los labios de Papá que se abren y se cierran a lo lejos, sentado junto a Mamá. La Señora se detiene con la pañoleta en la mano y te quedas masticando las palabras sin soltarlas. No logras morder el vacío que inunda el patio donde sólo se escucha el silbido del viento. La de espejuelos, impaciente, espera el conjuro y ya está a punto de seguir con el otro niño cuando la voz de Papá rompe el silencio del patio: ''cómo quiere ser el Nene '' y sacudes al instante la cintura ''como el Che''.
Alisas el cabello con cuidado. El peine cuando corre hacia atrás devela dos entradas que amplían un poco más la frente y la mañana en que Prima desayuna en casa. Mamá sirve el café con leche sobre la mesa de la cocina y tú con las ganas de que lo lleven a la cama. Prima casi muere del susto cuando escucha lo del olvido en el patio de la escuela. ''El Che es un santico muy lindo vestido de verde y si dejas la bobería verás cómo te salen las palabras por la boca''. Nunca más la vuelves a ver tan enfadada y temes que cumpla el juramento de no girar más sobre un pie en el medio de la sala. Ella, después que Tía la deja en la puerta para irse de compras, se levanta como una bailarina. Te acuestas para verla girar y girar y reírte de las veces que se le olvida ponerse la prenda interior.
Ríes ahora porque tienes la voz ronca y unas cuantas mujeres colgadas a la cintura. El jardín de la casa brota del espejo junto al deseo de conocer a la cigüeña. Quieres tener un hermano para jugar a la pelota, mas Prima es muy buena en matemáticas y con una clara ecuación demuestra que el hermanito jamás estaría contigo en el juego de pelota: ''cuando él tenga fuerza para levantar el bate –te dice–, ya estarás paseando con tu novia''; pero no abandonas la idea de la cigüeña. ''La cigüeña es un pájaro con plumas y los niños pesan mucho'' susurra ella, que sí sabe cómo se hacen los niños. Coge tu mano y la lleva a la planta de mar-pacífico de la esquina del jardín. Arranca una flor y te invita a que la pongas ahí, en ''la pepaguana''. No tienes experiencia, nunca has sembrado nada, pero te contagias con las risitas de Prima y pones la flor debajo de la saya. ''Ahora hay que esperar. La barriga crece y en unos meses sale un niño: tu hermanito".
Sales del cuarto de baño donde te pones la camisa y la imagen de Prima ya no está contigo. Regresas, estás inconforme con el bigote y decides arreglar la punta de la derecha aunque en el espejo aparezca en el lado izquierdo. Prima te saluda desde el mar-pacífico, que por cierto, ya no está en el jardín.
Las tijeras se escapan de las manos y el labio comienza a sangrar. Surge el anatema ''me cago en Dios'' y aplastas la herida con el dedo. Dios te pone en aprieto en la clase de Monumento, la profesora de Física. Ella acostumbra a pasearse mientras lanza preguntas que sus anchas caderas no dejan oír. Desde el pupitre, que está debajo de la ventana, ves a Monumento envuelta en un círculo de luz y le colocas una flor en el pecho. Las palabras de Monumento llegan de golpe ''quién creó al mundo'' y asustado respondes: ''Dios''. Te expulsa del aula molesta y no puedes regresar a la escuela. Al otro día, Papá y Mamá escuchan al Gordo que está detrás del buró con el cartel de director: "Señores, qué le están enseñando a su hijo, apenas tiene once años y ya tiene rezagos burgueses".
En casa Papá se encapricha: ''con quién te estás reuniendo. Eres un hombre y no debes estar pensando en las musarañas''. ''Dios esta allá arriba mirándolo todo'', balbuceas. "Déjate de bobadas que allá arriba sólo hay nubes", pero estás en lo cierto, muchas veces lo escuchaste. ''Tú ves vieja, cada vez que el niño va a casa de tu madre siempre trae una historia distinta''. Mamá te acaricia: ''abuelita es buena pero sus ideas ya han pasado de moda''. La abrazas y pides perdón. Ellos contentos van a la cocina y sirven una bola de helado pero alguien habla por ti, ''entonces... quién inventó el mundo''. La cuchara de Papá no sale de la boca. Seguro que tiene la respuesta, pero se toma su tiempo. ''Dios no inventó el mundo, el mundo inventó a Dios''. ''Pero, cómo lo hizo". Papá respiró profundo. Fue al refrigerador y bebió un poco de agua. "Hijo, el mundo es la materia, que ni se crea ni se destruye". Dejas que tus ojos rueden por el techo y se mezan en las persianas de la ventana para alejar un poco la voz que tiene ritmo de locomotora: ''la materia... la materia... la materia...''. Te levantas de la mesa rumbo a la luna de la cómoda del cuarto y rascándote la cabeza preguntas, ''qué coño es la materia''.
La pregunta rebota aún en el espejo y la materia te sigue dando dolores de cabeza. Es más fácil decir materia que pensar en ella. Así aprendes a hablar de muchas cosas y a repetir frases que no sabes de dónde han salido pero que a todos les gustan. "Ser culto para ser libre", dicen los estudiantes en el matutino antes de entrar a las aulas. La gran valla lumínica, encabeza el estrado y los profesores se sientan a pasar la lista de los presentes debajo de ella. Las letras se iluminan SER y los alumnos al unísono "ser''; la valla muestra, CULTO y todos "culto". Así, día tras día, hasta que algo inusitado sucede: la letra T de culto se funde y el coro del patio sigue su curso. Qué pasa, por qué el Gordo, la Señora de espejuelos y Monumento se escandalizan tanto. Haces una fila larga para entrar en la oficina del director. Escuchas detrás de la panza que se esconde ante el escritorio ''quién ha hecho la frase''. No sabes pero crees que ''José Martí''. Quieren sacarte de la escuela pero Mamá los convence de que lees antes de acostarte todas las noches La Edad de Oro, y para no hacerla quedar mal recitas de punta a cabo ''Los zapaticos de rosa''.
Eres un ejemplo. Asistes a las competencias de poesías y mientras los otros recitan "los zapaticos me aprietan, las medias me dan calor."; dejas a la concurrencia pendiente de que se te olvide una estrofa, un verso, una palabra, cuando entonas "y dice una mariposa que vio desde su rosal, guardados en un cristal, los zapaticos de rosa", sin embargo terminas con aire suficiente. Los aplausos y los elogios confirman que otra vez eres el ganador. Las muchachas se quedan entusiasmadas con tu voz y para ganar la simpatía de ellas te aprendes de memoria los versos sencillos, los versos libres y cuantos versos había escrito Martí.
Los otros muchachos están celosos y en medio de las recitaciones hacen cuentos para robarte las caras bonitas. Uno de los chistes te saca de las casillas. Todavía ves al pelirrojo con la mueca en los labios: ''Pepito, en qué año fue que murió Martí''. ''No sé maestra, no sé''. ''Pero, cómo es posible. Estás castigado. Mañana tráeme a tus padres''. ''Le he mandado a llamar porque Pepito no sabe en qué fecha murió Martí''. ''¡No jodas, maestra, Martí se murió!''. Las risas salen de todas partes y no puedes aguantar la ofensa y le rompes la nariz a Pelirrojo.
De escenario en escenario se te alargan las piernas y cambias los pantalones cortos por los de patas largas. Eres casi hombre cuando el teatro está repleto y Mamá llora, sentada en primera fila. Es un día especial, te entregarán el carnet de la juventud comunista después de demostrar tu patriotismo ante la insolencia de Pelirrojo. Te encuentras diferente y te propones ser otro, un militante ejemplar, el hombre del mañana. Comenzarás a bañarte todos los días sin que estén tras de ti, leerás manuales de comportamiento y dedicarás parte del día a medir los músculos de los brazos y de las piernas. Casi ves el hombre del mañana pero no la hora de decirle a Rubia que estás loco por ella. Está cerca de Mamá, aplaudiendo por el carnet rojo que te entregan. Le preguntarás a Papá cómo enamoró a la vieja cuando llegues a casa.
El viejo recuerda el banco del parque donde vio por primera vez a Mamá pero sin palabras ni gestos; entonces, cómo vas a llamar la atención de Rubia. Buscas la respuesta por todas partes, hasta le hubieras preguntado a Pelirrojo que ya se había acostado con media escuela, pero no te atreves; él siempre mira con rencor. Una tarde Rubia se sienta en tus piernas para escuchar el poema ''la niña de Guatemala la que se murió de amor''. La miras, la hueles, la deseas pero no te acuerdas del puñetero poema, tan bien que te lo sabías y ahora en el momento clave te quedas paralizado respirando el aliento de la hembra.
El primer paso ya está, ''le dije que estoy enamorado'', mas sientes pena desnudarte ante ella. Has escuchado a hurtadillas las opiniones de las muchachas en el aula y estás confundido. Frente a la luna de la cómoda te concentras en Rubia y mides tu duda con un centímetro mientras consultas un manual de medicina. La alegría aparece en tu rostro al comprobar que ''Amiguito'' tiene la estatura deseada y si no fuera porque ya has crecido demasiado se lo hubieras enseñado a Mamá.
Entras con Rubia en el cuarto alquilado y tus ojos se clavan en la cama. Apenas adviertes el color verde botella de las paredes cuando la muchacha se desliza en tus brazos. Estás confiado de que ella se alegrará del papel de macho que vas hacer. Hubieras disfrutado más aquel momento de no ser por la intranquilidad de Rubia. Empieza a dar besos desesperados, te quita la camisa, el pantalón, las medias, el reloj, y se lanza sobre la cama sin darte tiempo a nada. No puedes exhibir tu ''Amiguito'' porque cuando Rubia se despoja de la última prenda terminas con espasmos la función.
Estás listo después de anudarte la corbata frente al cristal. Te despides, como todas las mañanas, antes de ir para el trabajo pero algo te detiene. Acercas el rostro y una gota de sangre se ha quedado pegada en la punta del bigote. Murmuras algo imperceptible mientras tratas de quitarla con un poco de agua. El lado izquierdo del bigote queda reluciente en el espejo mientras secas el derecho con la toalla. Lo miras largamente y no sabes mientras pasas el dedo por la cortada qué lado duele más.
Jorge Luis Llópiz Cudel, narrador y ensayista, nació en Cuba en 1960 y se licenció en Filología en la Universidad de La Habana. Ha publicado el libro de ensayo La región olvidada de José Lezama Lima (La Habana-Buenos Aires: Abril, 1994) y sus cuentos han aparecido en la Revista Hispano Cubana de Madrid, en la compilación Dorado mundo y otros cuentos (Ciudad de México: Unión, 1994), así como en las ediciones electrónicas: Argos, Letralia y La Habana Elegante. Dio a conocer sus ensayos literarios y cinematográficos en diversas revistas cubanas. También ha impartido clases y talleres en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños (Cuba) y en la Facultad de Periodismo de la Universidad de la Habana. Desde 1995 reside en Estados Unidos donde ha trabajado para diferentes canales de televisión en Miami, y actualmente es redactor de la librería electrónica Espiral.com.
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