Antonio Bou
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CELOS



Dios piensa, lector y compañero, que poca gente sabe dónde tiene el corazón exactamente. Su ingenuidad en el particular que hablamos se debe a la distancia que ha mantenido Dios con los hombres. No le negaré importancia a esta justa preocupación del Hacedor ni trivializaré sus empeños, y, por lo tanto, intento narrar lo que pasó en un día cualquiera de esos en que como siempre Dios el bueno se disponía a entregarse ávido a sus matinales ejercicios y no lo hizo por lo que tengo que contar con provechosos y deleitables objetivos.

    Entiendan las dificultades en que me encuentro al tener en estos linderos al que no calificaré de imprudente sino de muy discreto. Helo ahí, o quizás he de decir aquí, ya que enreda su pie no breve y algo, por ello y por desfachatado, cómico entre los míos en llave inocente sí, mas atrevida y desusada. No viste, aunque no por descaro sino porque su entrada en mis y los de Dios dominios ocurrió como parto. Si quisiera vestirlo lo pudiera, pero aún compréndase que acontece el primer lector que tengo tan de cerca, y que ese mundo de lectores al que tú perteneces consta para un narrador, entre los que me cuento, algo más desconocido que el después de la muerte. Pero como duerme, no le tomo a mal sus excesos matutinos. Y no te negaré que me place su olor húmedo que me recuerda las madreselvas. Pues bien, Dios ha salido con bastante prisa llevándose los omnipresentes efluvios de su acorazado encarnaje, y dejándolos.

    Cierro por no dormirme sino entregarme de lleno a la íntima relación antes descrita, por saber, como ente superior que por ello desconoce sus dominios extensos, los extremos del día en su ruidoso acontecer urbano y de la noche los más altos silencios de los rurales ritos siderales. Las no fijas que bailan y ahora juegan para que al plaz se deleite en su danza invisible. No duermo, ya te he dicho, me concentro en el caleidoscopio de este cuerpo que agarra mis sábanas aviñado e inerme. No que lo desconozca, como el tuyo, no que preste mi mano o que mal me caminen, y sepa de qué mano cojea el que leía como tú y a esta altura ya no sino acontece. Pero pues no al disgusto me doy sino que al mismo tiempo me apego a redondeces y turgencias como mortal que soy y a par cristiano.

    No me deja al disfrute mucho tiempo mi Dios que vuelve y que revuelve despertando al ex-lector y haciéndome de un salto incorporar la espina. Llega Dios descompuesto de impresiones a la vez que compuesto de reflejos y olores y otras parcas imágenes que hubo captado. No en verso sino en prosa poética nos habla, no lírica sino dramática. En prosaica poesía me dice lo que quería decirme en voz de alerta porque en él se contienen y por su sangre fluyen sin estorbo todas las épocas del galán viviente desde que empieza a ver los pechos de la madre como fuentes y el filo de los besos y la falta allí donde faltara, y la ausencia cuando se ausentare con cetro en la cabeza y corona en la mano.

    Rompe en fablas de varones ilustres de las Indias, con aparentes incoherencias citando de algún desleído y olvidado que rememora salpicado y buyente, saltando como potro por el mínimo recinto su voz de nube y trueno: De ganados hay hoy los campos llenos, su carne por extremo provechosa, sabores ultimadamente buenos, así como el que vio extremos de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad e idea de todo lo beneficioso, honrado y deleitable que hay en el mundo.

    Quiso que saliéramos y a la vez parecía no quererlo. Entre dientes verbaba un conjuro a la luna como procesada hechicera de otros tiempos. Registro aquí lo que escuchamos el ex-lector y yo que Dios decía:
 

¡Oh luna, que alta estás, qué altas son tus torres! Más altos son tus amores. Conjúrote por la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, que salga un rayo de tu amor y a mí me dé por las espaldas y a Nicolás y a Rebeca en el corazón. Que por mi amor no puedan dormir ni reposar hasta que me vengan a buscar.


    Lo bueno del caso, amabilísimo y no dado a esta clase de supersticiones por culto y buen cristiano, prosigue puesto que a la vez que nos llevaba empujándonos afuera donde íbamos a hallar los dos dijes de perfecta humanidad que lo soliviantaban, se echaba en la cama tras despojarse de los breves atuendos de corredor e intentaba agarrar los rayos de sol que dejaban pasar las junturas de los densos cortinajes que nos amparan. Ahí comenzó otra vez con más conjuros y voz sonora:
 

Rayo del sol que del cielo saliste
A mis amados ¿dónde los viste?
De mi amor ¿qué les dijiste?
Ve, rayo de sol,
Y dales en medio del corazón
De mi amor la embajaduría
Por la que el arcángel san Gabriel
Dio a la Virgen santa María.


    Tal que estas lo calmaron y volvió en sí a sus de siempre presencias, con lo que cuerdo nos llevó hasta el comedor donde esperaban, dándose el desayuno, dos casi niños que, por no contradecir a Dios, diré el compendio o epítome. Erección y apogeo de la culpa y no extremos de naturaleza en su verde arrogancia no, pues si no otra cosa. Un Nicolás que acababa de cumplir dieciséis años y una Rebeca que iba rayando los dieciocho. Dos vasos que no puso sino Satán, dos piedras que no puso sino por tentar convertirlas en panes.

    El ex-lector no sé si se perdió esta parte que por mágica y confusa no carece de interés. Convocados los dos astros mayores por dos vírgenes lirios de la creación, por el Creador magnánimo dulce pero severo se ajustó el planetario al paternal hechizo y hubo en el cielo escándalo de flores palpitantes y cometas ladinos y meteoritos rítmicos de armoniosos detalles. Así somos los hombres todos ellos, mi querido lector, capaces de enamorar a Dios con nuestros incompletos perfumes e inquietas luces. Así, así, con efluvios decrecientes y alteradas místicas secreciones. Por nos juegan las nenas en el techo salvando de cópula explosiva, de destrucción caprichosa estos mundos, así, así, por nuestra culpa.

    Nicolás y Rebeca me saludan con húmedos labios y chispeantes pupilas. No estamos solos. El conjunto nos mira. Dios se ríe de sí mismo satisfecho de mostrarme su anunciación preciosa. Su algo de celos tiene. Pero hay historias que seguir contando...


Del libro Las nenas están jugando (Viaje a Tierra del Fuego)
 
 
 

Regreso a la página de Argos 13/ Narrativa