Adrián Meshad
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LA ESPERA






José Ignacio Alcorta fue un hombre que pasó cuarenta y cinco años de su existencia esperando una carta que le confirmara si un tal Herminio Alcorta, del pueblo de Pessoa, en los confines increíbles de una nación que nunca existió, habría resultado en realidad hijo del Alcorta que marchó de nuestra tierra una noche de invierno en un carguero chipriota, para no regresar jamás. Cuarenta y cinco años esperando una carta que no podía llegar, es cosa para el libro Guiness, pero todo quedó encerrado en los corrillos sabatinos de nuestro barrio de El Estero, cercano al puerto donde tres veces por año atracaba un carguero, invitando a los más desesperados, o locos, a una fuga sin derrotero. Ahora que José Ignacio, de profesión barbero, y alucinado hasta los huesos, reposa en el cementerio municipal de la Chácara, podemos hablar de esto.

    Resultó que José Ignacio, Nacho para sus íntimos y para la suspirante prima lejana que lo desposó, oyó desde niño entre los chocolates invernales y los rosarios de los muertos de su interminable familia, que una vez estuvo en puerto un barquito griego de inexplicable nombre americano, "Spirit of Kephalonia", y al primer Herminio Alcorta, tío de Nacho y el único sastre de entonces en todo el municipio de La Seiba, lo acogotó la desesperada idea de embarcarse en el carguero con rumbo a cualquier parte. Parece que el infeliz tomó una maleta de madera, con arreos de cuero de caballo y llena con cuatro camisas y varios retratos de familia. En una noche desaparecieron del muelle tanto el barquito con su carga de azúcar moreno y barricas de ron indiano, como el tío Alcorta, del que decía siempre su hermano, y padre de Nacho, que había dejado desastrado al barrio de El Estero.

    Fuera que el misterio del Alcorta navegante se quedó sin respuesta, pues nunca dio señas de a dónde fue a parar; o por que a Nacho la vida se le fue en charlas de barbería y una misteriosa pasión por el apellido de su familia paterna, no hubo día, durante los últimos cuarenta y cinco años de su existencia, que no esperara la llegada de una carta imposible desde el remotísimo pueblo de Pessoa, en la república independiente de Cayguasú. Durante todo ese tiempo de espera, a su mujer se la llevó la muerte por una fulminante disentería, dicen que de comer mangos verdes como capricho de su tercer embarazo fallido. Su familia también fue desapareciendo, y todo lo que nos quedó en El Estero fue la figura alta, escuálida y enfundada siempre en un viejo traje negro, del barbero Alcorta, con su Salón Moderno en la esquina de la calle Higuitos con la avenida del Mariscal Brizuela.

    Cuántas veces le escuché a Nacho Alcorta contar, con su voz pausada y segura, que estaba por llegar carta que confirmara que el tal Herminio Alcorta era el hijo legítimo y testado del sastre que huyó una vez en el carguero griego. Durante cuarenta y cinco años, y en un barrio de un municipio costero, donde sólo hay zancudos y mugre, no hay mucho de qué hablar. Nos acostumbramos a preguntar todos los días a Nacho por la dichosa carta, más que por su salud, que a ojos vista quebrantaba con el paso del tiempo y aquella afanosa espera que le consumía su habilidosa mirada de cortador de pelo. Sólo cortaba el aire con el bocado metálico de su tijera de estilista, y respondía siempre con su fe inquebrantable: "mañana llega".

    Tres veces por semana, en el café de Pereira, que da en diagonal con la fachada de la barbería de Alcorta, jugábamos al tute y luego inevitablemente comentábamos sobre la desesperante demora de esa carta. Desde el café divisábamos el Salón de Alcorta, con su fachada azul marino y la puerta y la ventana de color amarillo subido. Al costado de la puerta había hecho instalar un emblema de barbería, de plástico y con las bandas de azul, rojo y blanco girando interminables por medio de un pequeño motor eléctrico, una novedad que había encargado Nacho a un almacén americano de la capital y que sólo tardó tres meses en llegar, a diferencia de aquella simple carta, que por entonces demoraba ya más de veinticinco años desde que Nacho escribiera por primera vez al Herminio Alcorta, del pueblito de Pessoa.

    Si nos pasábamos del café a la barbería de Alcorta, mientras él cortaba el cabello de algún cliente venido desde los confines del barrio La Talanquera, en el extremo norte de nuestro municipio, nos contaba su imaginación de lo que debía ser aquel inexplicable pueblo de Pessoa, la iglesia que dominaría la plaza central, con doce cedros conmemorativos de los otros tantos últimos munícipes, y un reloj de fina maquinaria, importado a Pessoa desde los famosos talleres de Suiza. Si se trataba en realidad del hijo del sastre exiliado, aquel debía guardar muchos de los rasgos distintivos y los hábitos maniáticos de su padre, que guardaba celoso ayuno toda la semana santa y cada viernes del año, a las cinco y treinta clavadas de la tarde, brindaba en el Café de Pereira con una copilla de brandy de importación a la salud de todos los sastres del mundo.

    A la espera de la carta confirmatoria, hubo hechos que justificaron el hablar más sobre la espera de Alcorta. Primero, que hubo una huelga general de correos que paralizó el trasiego de la correspondencia por más de seis meses, cuando se cumplían los treinta años de la dichosa espera. Luego, que naufragó, a vista de la costa, uno de los cargueros que cumplían ruta de cabotaje en el puerto de El Estero, del que nuestro pequeño barrio toma el nombre. No faltaron escépticos que a viva voz proclamaron que la carta pudo haberse perdido cuando la huelga, porque los carteros, por vagos, quemaban la correspondencia acumulada durante el paro, para no tener que entregarla a sus destinatarios. Cuando se fue a pique el carguero Infanta Margarita, surto en el puerto de Cádiz, a la desesperada vista de los costeños, también juraron los maldicientes que ahí venía la respuesta definitiva para Nacho Alcorta. Más lúcida fue una jóven maestra que mandó el gobierno por el sistema de enseñanza rural que se instauró a la caída del dictador perpetuo Celestino Somorrostro. Esta maestrita, de rubias guedejas y ojos de un azul extraviado, dijo categóricamente que el país de Cayguasú habría sido alguna vez una pretensión de algunos revoltosos indígenas del Paraguay, pero que nunca habría sobrevivido a la férrea dictadura teosófica del Doctor Francia. Por esta razón creo que la maestrita fue retirada de nuestra circunscripción, por maniobra artera del Presidente Muncicipal, que era un Alcorta, primo segundo de Nacho.

    Cuando la espera de Nacho Alcorta llegó a su cuadragésimo aniversario, la propia municipalidad extendió una proclama sosteniendo la legitimidad de la encuesta y su interés ciudadano. Se trataba de esclarecer el destino de un nativo del municipio y con ello de tener noticia definida del alcance de nuestra influencia en un país remoto. La prensa local rechazó la acción municipal como una locura consistorial y por influencia de un gacetillero infame, la orquesta municipal fue apedreada por una turba antigubernamental, con resultado de heridos leves y grave pérdida de instrumentos.

    Todo lo que puedo decir es que gran parte de la historia de nuestro municipio, esencialmente de nuestro barrio de El Estero, está tejida entre aquella ausencia de sastre y la espera inútil de su sobrino el barbero. El movimiento de choque que comenzó entre un columinista de La Voz del Estero y las fuerzas comunitarias, repercutió muy pronto en las esferas de la política, la iglesia y el ejército. Las revueltas que subsiguieron al incidente de la proclama municipal provocaron la irrupción de un tercio táctico del ejército nacional, que a su vez dio lugar a protestas sindicales en todo el país, un paro nacional y la caída del primer gobierno republicano. Cinco años después, cuando Nacho Alcorta cerró los ojos sin culminar su espera, lo enterraron envuelto en el pabellón nacional y custotidado por un pelotón de rifleros enviado desde la capital. Un Alcorta, primo segundo de Nacho, se convertía en el primero de la familia en ocupar la presidencia de la nación. Aunque la carta no llegó nunca, la estatua del barbero Alcorta, en la plazuela al Oeste del barrio de El Estero, es de bronce y lleva en la mano derecha un sobre y en la izquierda una paloma. Tiene la cabeza erguida, oteando el paso de los cargueros que navegan indiferentes frente al puerto. Una placa al pie de la estatua lo consigna como el Mártir de la Esperanza.

    El nombre de la maestrita que sostuvo hasta su muerte que el país de Cayguasú no existió jamás, fue purgado de las nóminas patrias, su acta de nacimiento arrancada de los libros del registro civil y su fe de bautismo quemada en el arzobispado capitalino. La avenida que da acceso al barrio portuario de El Estero ostenta el nombre de República Independiente de Cayguasú y fue inaugurada hace cinco años por el nieto de aquel sastre Alcorta.
 
 

Enero, 1999


Adrián Meshad, de nacionalidad costarricense, nació en La Habana, Cuba, en 1944. Ha publicado Quince y Medio (novela, 1976); Recordando tus vidas pasadas (ensayo, 1989); Llévense a ésos que cantan en La Esmeralda (cuentos, 1994). Este último libro recibió el premio único, por decisión unánime, del certamen EDUCA 1993. Historiador del Arte, especializado en Arquitectura, su vida ha transcurrido entre la radio, la televisión y la publicidad. Ha sido libretista de cine y televisión, director de noticias en radioemisoras de Miami, en los Estados Unidos, donde también fue director creativo de una empresa publicitaria. En Costa Rica ha sido gerente de un canal de televisión, diseñador gráfico de sitios internet, y Astrólogo profesional. Actualmente edita publicaciones electrónicas en Internet, como la revista COHERE, dedicada a Arquitectura y Diseño. Mantiene inéditas dos novelas, Esperando al Encubierto y La Piel del Tigre; y un libro de ensayo, El Minuto Poderoso. Servicios de Inteligencia y Publicidad en la Industria Cultural de la Sociedad de Consumo. Actualmente reside en San José, Costa Rica, con su familia.



 

Regreso a la página de Argos 12/ Narrativa