Isidro Delgado Guerrero
 
 
 

EL OTRO
Origen de un cuento con mención honorífica



 

A Jorge Aurelio Aviña, autor del cuento
que generó la idea del presente.

 

Caminarás como otras veces, calles y calles, sin tomar en cuenta el tiempo. Caminarás sin sentir el cansancio que te obligue a frenar tus pasos. Como otras tantas veces, llegarás a la calle Ejército Nacional, después de caminar sobre la avenida Alcalde, cruzando calles; sin tomarlas en cuenta, igual que al tiempo. Caminarás sobre la acera izquierda de Ejército Nacional. A la derecha encontrarás el parque Alcalde, que por cierto nunca visitaron. Pasarás por enfrente de esa librería que a menudo visitaron. Tú y ella: ella siempre tomando un libro y luego otro, hojeándolos; tú divertido, observándola. Recordarás esa frase que tantas veces te repitió: <<Toma un libro, ¿acaso no te gustan?>> ... Seguirás caminando. Aún no has llegado a tu destino.

    Te desvías una calle hacia la izquierda. Cruzas a la acera de enfrente. Te detienes a observar el enorme nacimiento. Aún no oscurece y no está iluminado. No es lo mismo contemplarlo así. Contemplas callado. Cuántas veces caminaron juntos hasta llegar a detenerse frente a él, por la noche, siempre maravillados. De eso, hace ya mucho. El año pasado estuviste varias veces solo, contemplando, como ahora. Recuerdas cuánto le gustaba a ella contemplar el nacimiento iluminado. Das vuelta. Caminas de nuevo hacia el norte. Quieres olvidarte de todo.

    Te sientes solo. Tu soledad te lleva a recordar un promocional navideño de la televisión; y esto te obliga a la vez inconscientemente, a sonreírle a la anciana que camina a tu lado: <<¡Feliz Navidad, señora!>>. La anciana te mira sorprendida al escucharte. Es veintitrés de diciembre. Sin embargo, sonriendo te responde: <<¡Feliz Navidad, Hijo!>> ... Sonríes. Sigues caminando por la calle Ejército Nacional.

    Recordarás la última Navidad que pasaron juntos, escondidos en su privacía. El pago de tu aguinaldo había logrado una cena deliciosa en Noche Buena, acompañada de vino y más vino. Veinticuatro de diciembre del noventa y tres. Ella, con un sencillo vestido entallado al cuerpo; blanco el cuerpo –su cuerpo- y blanco el vestido. El escote pronunciado –que se combinaría más tarde con el vino, produciéndote calosfríos de placer y deseo-, zapatos altos, enormes aretes, un collar de perlas de fantasía que adornaba su cuello y que caía sobre su pecho, haciendo más visible su escote. Tú con un simple traje gris, camisa en azul claro y corbata roja. La cena deliciosa, la música tranquila, que más tarde olvidarían. Finalmente las doce, el abrazo... <<¡Esta noche es Noche Buena y mañana Navidad!>>... Y fue noche buena. Después la recordarías como la mejor... ¡Ese maldito pasado que llega y se apropia de tu presente por medio del recuerdo!... ¡Maldito pasado!... ¡Maldito recuerdo! ...Bendito...

    Te descubres sentado en la esquina de la calle, una antes de llegar a Federalismo. Estás en la banqueta, es una banqueta muy sobre el nivel del piso. Te levantas. Enfilas por esa misma calle, que es un camino más largo a Federalismo; pero más cercano a tu destino. Quizá tu deseo es no llegar nunca a él. Empiezas a observar negocios de flores, con arreglos tristes y sombríos. A ella le gustaban las flores. Recuerdas su felicidad la primera vez que le regalaste rosas rojas. Te detienes en un local. No llevarás flores tristes, llevarás rosas rojas.

    Allí está, frente a ti, la enorme y larga barda que rodea y guarda el panteón con su color triste que te obliga sin querer, a recordar el cuento de tu amigo.

    Dejas el ramo de rosas en la barda de la jardinera que está a un costado. Metes la mano en el bolsillo izquierdo de tu pantalón. Puedes sentir el papel bond, lo sacas de tu bolsillo, lo desdoblas. Son cuatro hojas que empiezan a hacerse viejas con el tiempo. Tienen ya cuatro meses contigo. No hay día que no leas ese cuento, y hoy no será la excepción. Empiezas a leer... Frenas tu lectura en la segunda página:
 

Llegarás por la noche. Abrirás la puerta. Ella estará dormida, desnuda sobre la cama. Te acercarás a darle un beso en la mejilla. Ella despertará y se colgará de tu cuello. Tomará tu mano y la guiará a su entrepierna, húmeda, como regada por el rocío de la madrugada. Tú le besarás todo el cuerpo hambriento de sexo, mientras ella te quita la ropa...       Retiras la vista del papel. Quieres olvidarlo, pero prefieres seguir leyendo, atormentándote. Lo prefieres a llegar a tu destino, ese otro destino que no deseas y que, sin embargo, es tuyo. Sigues leyendo.

Frenas de nuevo tu lectura, ahora en la cuarta página:
 

Te encuentras parado en la calle Hidalgo. Metes la mano en el bolsillo de tu pantalón y puedes sentir el pedazo de papel periódico, viejo, arrugado. Lo extraes. Lo desenvuelves con cuidado. Dos enormes lágrimas surcan tus mejillas y caen en la banqueta, rebotando contra ella en chispas minúsculas, mientras aprietas con fuerza el papel entre tu puño...
      Dejas de leer. Lo demás igual que todo lo sabes, lo conoces de memoria, porque a pesar de ser dañino para ti, es tu cuento favorito.

    Volteas la mirada hacia el panteón. La enorme avenida te separa de él. Sacaste aquellas hojas, aquel cuento, porque él lo nombra. El protagonista tiene como destino este lugar, común destino para muchas personas.

    Intentas recordar cómo es por dentro ese lugar, pero no, no lo recuerdas. Nunca has puesto atención a ello. No es importante, porque no eres tonto. Prefieres abrir a diario cuatro páginas sucias y maltratadas para leer su contenido. Lo prefieres a guardar en tu memoria el triste interior de un lugar protagonista del contenido de esas cuatro páginas, que están grabadas, quizá, letra por letra en tu memoria. Prefieres contemplar un enorme nacimiento y caminar por enfrente de una librería, porque todo eso es menos doloroso. A menos eso crees, y lo más importante, eso sientes.

    Caminarás hacia la esquina más cercana. Necesitarás cruzar la avenida para llegar hasta la acera que te guiará a la entrada del recinto triste.

    Temes caminar por un lado de esa enorme y larga barda. Tomas con determinación el ramo de rosas en tu mano izquierda; en la derecha tienes las hojas de papel. Caminas.

    Doblas de nuevo las hojas en cuatro partes, siguiendo los dobleces, marcadísimos con un oscuro sucio -polvo, tiempo y sudor de manos-. Las guardas en el bolsillo derecho de tu pantalón, mientras observas el semáforo, esperando ver el rojo. Algo en el bolsillo te hace recordar que ese no es el lugar de las hojas. Puedes sentir el papel periódico, viejo, arrugado. Lo extraes. Lo desenvuelves con cuidado. Observas el encabezado que casi no se ve. Empiezas a sentir que algo te oprime el pecho. Aprietas con fuerza el papel entre tu puño. Descubres el rojo en el semáforo. Aprietas con más fuerza el papel entre tu puño. Tu mirada se nubla. Cruzas la avenida –con la vista empañada- hacia el cementerio, mientras se escapan dos enormes lágrimas de tus ojos. Caen y rebotan en el asfalto. Sientes otro par asomando a tus ojos. Metes el papel en el bolsillo izquierdo de tu pantalón. Tu vista sigue empañada.

    Quién iba a imaginar que una parte de la vida de él –la más hermosa-, y el final de la de ella –la más triste para todos-; en mente de un sensible escritorcillo llegara a obtener una mención honorífica. ¿Quién...?

Te descubres en la puerta del cementerio. Antes de decidir entrar, extraes nuevamente de tu bolsillo –ahora del derecho- las hojas de papel. Pones el arreglo de rosas en el suelo. Desdoblas las hojas. Buscas la cuarta y última página del cuento de tu amigo. La encuentras:
 

Has estado parado mucho tiempo en esa esquina, el dueño del negocio de enfrente te mira con ojos de sospecha. Empiezas a caminar hacia Federalismo. Seguirás hacia el periférico norte, rumbo al panteón de Mezquitán, como lo has venido haciendo cada sábado desde hace...       Detienes la lectura. Tomas una lapicera del bolsillo de tu camisa desarreglada. Borras cuidadosamente el 21 y escribes con números pequeños el 22, junto al lugar donde alguna vez estuvo el 18. Y vuelves a leer:
 
 
...como lo has venido haciendo cada sábado desde hace   22 meses.

 

    Así termina el cuento de tu amigo, cada mes diferente. Y a pesar de que nunca se te menciona en él; no obstante de ser el malo de esa historia; de que te hiere al recordarte el engaño de la mujer que amabas con tu mejor amigo -No llores, no. ¡por eso hiciste lo que hiciste! Por sentir dolor... ¡Por eso el hecho estuvo en todos los periódicos!-. Y a pesar de todo eso... es tu cuento favorito.
 
 
 

Regreso a la página de Argos 12/ Narrativa