Xiadanni
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ALGO MÁS QUE LLUVIA


Para la presencia constante que
tintinea en mi  firmamento.


     Venía manejando de regreso a casa y la lluvia, cortesía del famoso Niño, parecía no tener fin.  Viendo todas esas gototas en mi parabrisas empecé a pensar lo mucho que me disgusta la lluvia.  Claro que no siempre fue así.

    Hace unos diez, doce años era distinto.  Entonces me gustaba la lluvia.  Es más, siendo una jovencita empedernidamente romántica, las tardes de lluvia me parecían lo máximo.  Entonces tenía demasiados sueños azules en la cabeza (es que el rosa no me gustaba mucho en ese entonces, por eso mis sueños no eran rosas) y pensar en una tarde lluviosa me parecía de lo más romántico.  Era entonces cuando disfrutaba de largas caminatas en cualquier parque, siempre bien acompañada y abrazada... era casi el éxtasis.  Ver llover y mojarse, sentirse protegida por aquéllos brazos fuertes mientras caminábamos abrazados, reír como dos locos bajo la lluvia sin importar lo mojado de las ropas, los ríos cayendo por la cara, el frío, empapados todos... todo eso no importaba. Era como tocar la felicidad, aún escurriendo.  Lo importante era que con sólo una mirada, un susurro en el oído, un roce de esos labios, el calor de aquéllos brazos, bastaba para hacer que se encendiera el alma... y el cuerpo. Sin importar la lluvia.  Aún puedo cerrar mis ojos y vibrar con esas sensaciones que he guardado tan bien en el fondo de mi mente; y mientras lo hago puedo escuchar nítidamente la lluvia.  No la de ahora, sino la de entonces.  Y en mi mente se escucha la voz de aquél cantante tan famoso en su época que decía, "Afuera está lloviendo, amor, aquí no sopla el viento, ven. Dejemos que transcurra el tiempo..."

    Luego vinieron las noches lluviosas.  Esas fueron aún mejores.  Oír la tormenta afuera mientras retozábamos juntos bajo las sábanas.  Ahí menos importaba la lluvia. ¡Pero el repiqueteo, el constante sonido del agua en aquéllos techos, en esas ventanas, ese sonido inolvidable!  Entonces también me gustaba la lluvia.  Saber que todo estaba mojado y sentir casi la misma humedad dentro de uno mismo, sentir esa piel ardiente tocar la mía... Y la lluvia como parte vital de todo.  No era lo mismo cuando no llovía.  Las noches de lluvia siempre tenían un toque mágico, algo especial; hacía todo más intenso... no sé...

    Pero luego crecí y el amante de brazos fuertes ya no estaba ahí.  Entonces ya no era lo mismo.  Los días de lluvia me parecían fatales.  Creo que fue entonces cuando me dejó de gustar.  Entonces tenía que trabajar y los días de lluvia eran los peores.  En las mañanas, con las prisas de siempre y saber que tendría que pelear con un mundo de gente en las calles de la ciudad más poblada por cada centímetro de asfalto.  Era horrible.  Y al llegar a la oficina otra odisea.  Bajarse del coche y entrar al edificio era como morir dos veces.  De nada servían las gabardinas y sombrillas.  El agua de lluvia tiene el poder especial de meterse en todos lados, de arruinar peinados, de salpicar medias, de echar a perder los zapatos de tacón.  Entonces realmente odiaba la lluvia.

    El tiempo siguió pasando y ahora todo eso me parece lejano.  En estos tiempos tampoco me gustan los días de lluvia, pero ahora mis razones son bien distintas.  Tengo dos pequeños y cuando llueve tengo que inventar mil y un juegos distintos para entretenerlos.  En esos días ni todos los libros ni todos los rompecabezas sirven para distraerlos.  Y entonces estamos los tres sentados tras la ventana, viendo llover esa lluvia que parece interminable, con el aburrimiento que nos pesa en el pecho y el alma.  Ahora no me gustan los días de lluvia por que ello significa no poder ir al parque, no jugar con la arena en el patio, no ir caminando a la biblioteca, ni siquiera poder ir a recoger el correo al buzón.  Los días de lluvia no nos gustan.

    Y pienso que pasarán los años y los días de lluvia seguirán sin gustarme. Pero las razones seguirán cambiando.  Vendrá el tiempo en que los niños salgan de la escuela y no quieran que los recoga en la parada del camión... eso es de pequeños!  Entonces ellos ya serán "grandes" y querrán caminar solos de regreso a casa, acompañados de sus amiguitos.  Sin sombrilla, mamá, que se burlan.  Ay, no ¡qué estorbo!  Y entonces no me gustarán porque estaré preocupada pensando cuándo pescarán el próximo resfrío, si el color del impermeable es lo suficientemente llamativo para que los coches los vean, los distingan a lo lejos y no vaya a haber un accidente.

    Después ellos mismos serán adolescentes y tampoco me gustarán los días (¡ni las noches!) de lluvia porque será su turno de ir a pasear.  Tal vez con la novia o con los amigos y me quedaré en mi cama pensando; pensando y rogando al cielo que todo esté bien.  Los prefiero saber revolcándose en brazos de alguien más, en una cama más o menos segura y no con la duda de pensarlos manejando bajo esas condiciones mojadas en el freeway...  Entonces no me gustará la lluvia por la incertidumbre que traerá consigo.

    Y más tarde tampoco me gustará la lluvia.  Al pasar de los años, mis huesos estarán cansados y esa humedad se me colará no solo en el alma, sino también hasta la médula y hará que todo rechine en mi interior.  Y ver llover por la ventana no sólo me causará aburrimiento, sino que me llenará la mente de viejos recuerdos que duelen y punzan tan fuerte, que muerden el alma y no dejan disfrutar más el  bello espectáculo de ver llover y no mojarse, sentarse tranquilamente junto a la ventana con una taza humeante.  Ya no tendré aquéllos brazos fuertes que me abrazaban en mi juventud, ya no tendré esas noches lluviosas de amor desenfrenado, ya ni siquiera tendré esos pequeñitos conmigo para inventar nuevos juegos en la alfombra, ya no tendré que esperar a nadie que regrese de la escuela para mandarlo a quitarse las ropas mojadas y tomar un baño caliente, ya ni siquiera tendré tal vez los ánimos de sentarme frente a una pantalla y ponerme a escribir tonterías sobre la lluvia.... Y, muy probablemente, mis recuerdos estarán oxidados de tanta lluvia que ni siquiera podré recrear todas aquellas felices memorias ni podré oír más a José José cantando, "Afuera ya no llueve amor, aquí somos uno tu y yo, y el ruido de la lluvia cambia por el tic-tac de mi reloj..."
 
 
 

Regreso a la página de Argos 11/ Narrativa