Marina Ruano Gutiérrez
 
 

ASPECTOS DEL ROMANTICISMO



    Diremos, de manera general, que hay muchos aspectos nuevos del romanticismo y ahora presentamos algunos de los más rescatables. Así, inicialmente, podemos distinguir dos tipos de romanticismo: El Revolucionario y El Conservador.

    En el romanticismo revolucionario, estudiando a Peers, encontramos que es más cosmopolita y multinacional que patriótico y nacional, y según Pedraza, consiste en la rebeldía cósmica que presenta también dimensiones sociales, en donde el héroe romántico acostumbra a ser un descalzado que se mantiene al margen de las leyes y las normas imperantes y que, finalmente, es aplastado por la máquina social opresiva, convertida en trágica representación del destino, y como los planteamientos de la época son eminentemente idealistas, el determinismo social se combinará con la presencia del destino individual.

    En el romanticismo conservador, Peers halla que a veces se presenta al suicida como un héroe audaz, malvado, con risa sardónica en los labios y un alma que se ha hecho escéptica y feroz. El mendigo, que es una figura muy atractiva para los españoles, por lo general es un desvergonzado que cree que se le ha de envidiar, y no de compadecer. Hay abundancia de tipos íntimamente afines, como el esclavo, el cautivo, el expósito y el huérfano; los dos últimos importados de Francia. El periodo romántico en España tiene de melancólico menos que el de la mayoría de los demás países europeos, aunque es cierto que este elemento se manifiesta pronto y que nunca desaparece por completo.

    Un aspecto más es el satanismo. Pedraza considera que contempla al hombre como un ser injustamente condenado, traído a un mundo de horrores que, para colmo, le quieren vender por lo mejor de las maravillas. La respuesta es la blasfemia y el sarcasmo, en su seno late un ideal de escrupulosa moral cívica humana, y los reproches que se hacen a la sociedad se basan siempre en su falta de caridad y escrúpulos.

    Otro, es el titanismo que consiste en llevar la moral del rebelde más allá del bien y del mal y que se afirma frente a las leyes y valores comunes, Sus consecuencias estéticas son la hipervaloración de la imaginación y subjetividad, la ruptura de las recetas, etc.

    En cuanto al manejo de la forma observamos que por lo general las obras de teatro son de cuatro y cinco actos, en los cuales se emplea una extensa variación de tipos de versos con diversa forma métrica. Aquí la literatura en lengua vulgar es la que expresa el carácter propio del pueblo.

    Encontramos que el compromiso del escritor nacional es llamado para contrarrestar el pernicioso influjo del hombre público. Su obra tiene que ser de propaganda y ataque. El compromiso del escritor romántico es el de mostrar al pueblo el horror de su envilecimiento y de su miseria. Por ello, para Carilla, el yo romántico no es en absoluto egotista; es también social. Piensa en una literatura activa, profética del porvenir y es también, esta perspectiva, en la que entra la urgencia de la acción que les hace ver una visión empequeñecida y superada del romanticismo, o simplemente, el romanticismo como pasado.

    En la métrica romántica, el problema de fondo y forma fue algo que tanto preocupó a los románticos. Para ellos la auténtica poesía consiste en la armonía de fondo y forma. La primera es más parte del genio, la segunda del arte. Y así, la hipérbole romántica nacía de aquella exaltación emocional que llevaba al poeta a multiplicar tamaños y realidades, donde los románticos usaron y abusaron de las llamadas licencias.

    Es entonces cuando surge el poema en prosa y se afirman, también, formas de teatro en prosa. Se imponen géneros como la novela histórica, sentimental y social; el cuento literario, el cuadro de costumbres, los diarios y los libros de memorias. Aunque sorprenda encontrar en Hispanoamérica notable abundancia de sonetos, el romántico encontró en el metro cambiante el instrumento paralelo a la diversidad de pasiones o de situaciones del poema.

    En muchos de estos escritores está presente el ansia de renovación, los deseos de reanimar viejas tierras gastadas, de ajustar la expresión, de cuidar la lengua. Son románticos por su concepción del mundo y de la vida, por el espíritu de la obra, por el enfoque de los temas, y sin embargo, también en ellos se nota la búsqueda pertinaz de una expresión menos transitada y más original.

    Hasta aquí se puede asegurar que se aceptó la libertad que el romanticismo trajo consigo y persistió el ímpetu patriótico al que en gran parte se debe su penetración, en el cual la aceptación de sus temas no era más que una protesta contra la insulsez dieciochesca.

    Pero la necesidad de aquella protesta ha terminado. El romanticismo, como el clasicismo, se ha agotado, y se sigue el camino intermedio. El hecho es que la misma vaguedad del movimiento romántico paraliza la reacción. Y hasta puede ser que su fracaso manifiesto fuera causa de su ulterior victoria.

    Algunos vestigios de este triunfo pudieron haber sido: la desaparición de las tertulias, el fracaso de las principales revistas románticas, el ocaso del drama romántico y, la multiplicidad y éxito creciente de las sátiras contra el movimiento romántico.
 
 

Regreso a la página de Argos 11/ Ensayo