PAPACITO, PASAME LA SAL DE UVAS...
Pervertimento metateatral en un acto
PERSONAJES
HECTOR; Actor viciado.
JAIME; Tramoyista.
IRMA; Administradora del teatro.
VOZ DEL DIRECTOR.
VOZ DE DIEGO.
NOTA: Los textos entrecomillados corresponden a los parlamentos y didascalias que los personajes leen en las hojas que van recibiendo.
Escenario vacío y obscuro. Las llamadas se darán con
timbrazos de teléfono. En la tercera llamada, entra Héctor
a escena. Se ilumina el escenario con "luz de trabajo"; Héctor le
habla al público.
HECTOR: Muy buenas noches, señoras y señores. A nombre
de la compañía teatral de la que formo parte, quiero agradecer
su asistencia esta noche, así como su paciencia. (Pausa.) Ha pasado
ya la hora en que estaba programada esta función, y no he recibido
instrucciones del director. Es decir, como podrán ver ustedes, ni
siquiera ha llegado la escenografía; mucho menos el resto de la
compañía. Así es esto de las giras... Uno nunca sabe.
Yo llegué antes porque quedé de alcanzar aquí a mis
compañeros para la representación de hoy. Tuve que cumplir
con otros compromisos... Un congreso de teatristas, que por cierto estuvo
muy interesante. Estuvimos por allí ayer y anteayer y fue realmente
una experiencia muy grata... (Pausa; retomando el tema.) De manera que
llegué aquí y me topé con que era el único.
Hablé con una de las secretarias de la administradora de este teatro,
que me sugirió que esperáramos porque ya estaba hecha la
propaganda, los programas de mano, todo eso... Más tarde llegó
Jaime, nuestro tramoyista, el que clava la escenografía, pone las
luces, checa que todo esté bien, enfín, todas esas cosas.
Me comentó que se había adelantado a esperar la escenografía,
pero que lleva todo el día aquí, esperando, y nada... (Pausa;
buscando quedar bien.) La obra que les íbamos a presentar, "Papacito,
pásame la sal de uvas" es una comedia muy divertida, apta para toda
la familia, tiene mensaje y... Bueno, (desplazándose por el escenario)
la escenografía es muy espectacular, muy bonita. Aquí se
supone que va una sala, se supone que todo sucede en una sala... Aquí
atrás va un ventanal, con sus cortinas, a un lado la cantina, llena
de botellas. Aquí hay un retrato del dueño de la casa, muy
grande... el retrato... De este lado está una puerta, por la que
entro yo y... Bueno, yo hago del galán, se supone que yo ando pretendiendo
a la hija de los señores que viven en la casa, pero resulta que
cuando aparece la mamá nos reconocemos, porque yo tuve un romance
con ella en Acapulco y ahí empieza todo el relajo, ya se imaginarán...
Cuando yo veo el retrato, descubro que es el tipo con el que sale mi mamá
y... Bueno, una de enredos que... (Pausa.) Ehhh... Nuestra compañía
se distingue, modestia a parte, por su profesionalismo. Tenemos muchas
consignas: actuar aunque solo haya una persona en el público, empezar
siempre puntuales, el show debe continuar, ustedes saben... Por eso, Jaime
y yo pensamos que no había que suspender hasta el último
momento, pero...
Se escucha que suena el teléfono fuera del escenario. Luego,
una voz en el aparato:
VOZ: Está usted llamando al Teatro (Aquí el nombre
del teatro en que realmente se lleva a cabo la función). Por ahora
no podemos atender su llamado; si desea enviar un fax, puede hacerlo en
este momento. Si prefiere dejar un mensaje, espere a que suene la señal;
muchas gracias.
Se escucha la señal, un timbre agudo y breve.
VOZ DEL DIRECTOR: ¿Jaime? ¿Héctor? ¿Andan
por ahí? No suspendan. Por ningún motivo suspendan la función.
Estamos atorados a unos cincuenta kilómetros, se... se descompuso
el camión. Más bien chocamos con la camioneta en que iba
la escenografía, y los dos muebles se fregaron. Pero aquí
viene Diego, con nosotros. Háblenle al público de Diego.
Como él es el traductor de "Papacito...", pues no quiere que se
suspenda, y se le ocurrió una idea sensacional: les va a escribir
una obra en este momento, y se las vamos mandando por fax. Estén
atentos, ¿eh? ¡Ah! Héctor, dile por favor a Jaime que
te ayude. Aunque no es actor, estoy seguro que le vas a poder sacar algo.
Bueno. Les llamo más tarde, no me fallen, ¿eh? Y mucha mierda,
muchachos, mucha mierda...
HECTOR: (Justificándose ante el público.) ¡Jé!
Así nos decimos entre nosotros, antes de salir a escena, para desearnos
mucha suerte...
JAIME: (Entrando, a Héctor) ¿Oíste?
HECTOR: (Al público) El es Jaime.
JAIME: ¿Vas a actuar?
HECTOR: Vamos.
JAIME: Pero yo no sé...
HECTOR: Mi primer maestro de actuación me lo dijo clarito:
"Cualquiera puede ser actor, sólo tiene que desarrollar sus facultades
con disciplina y entrenamiento constante..."
JAIME: Pero yo nunca...
HECTOR: Siempre hay una primera vez.
JAIME: ¿Y la obra?
HECTOR: Vamos a esperarla. (Al público) Si ustedes nos permiten,
vamos a esperar a que llegue la obra. Jaime, ¿por qué no
te traes el fax para acá? ¿Sí alcanzará el
cable? (Jaime sale. Héctor, al público:) Es algo tímido.
(A Jaime) ¡Y tráete también algo en qué sentarse!
Héctor enciende un cigarro. Jaime entra con el aparato de
fax, lo pone sobre un banquito. Sale y vuelve con otros dos bancos. Jaime
y Héctor se sientan. Hay una larga pausa en que ambos tratan en
vano de actuar espontáneamente, esperando el fax. Finalmente, el
aparato escupe la primera hoja.
HECTOR: (Recogiendo la hoja) Aquí está. (Lee frente
al público) "Obra especial dedicada al público reunido
esta noche en el Teatro (nombre del teatro), por Diego". (Al
público) Diego es nuestro dramaturgo. La obra que les íbamos
a presentar, la tradujo y la adaptó él. Es una comedia inglesa,
parece que tuvo mucho éxito, allá en los teatros importantes
de Inglaterra, y Estados Unidos. Es buena. Bueno, ¿yo qué
les puedo decir? Tiene lo suyo. Ya les comentaba los enredos, los amoríos.
El papá se pone furioso... La mamá, cuando me vé,
casi se quiere desmayar... (Ríe) Por eso le dice al marido: "Papacito,
pásame la sal de uvas"... (Pausa) Aquí entre nos, yo siento
que, con todo, la obra tiene momentos débiles. Partes en que la
trama afloja. Es más, el clímax me parece un poco salido,
pero bueno. Diego es el de la pluma y hay que darle chance. Además,
su obra da risa. Y si el público sale contento, pues...
JAIME: (Tímido) ¿No vas a leer lo que te mandaron?
HECTOR: ¡Ah! Sí, sí, la obra... Veamos. (Lee,
frente al público) "La escena ocurre en el polo norte. Dos excursionistas
caminan, agotados, entre la nieve. Buscan un lugar donde instalar su campamento.
Al fondo, se oye el silbido del viento helado." (Jaime ríe.
Héctor, a Jaime:) ¿Qué?
JAIME: Eso último, lo del viento...(Ríe)
HECTOR: ¿Qué tiene?
JAIME: ¿Pues cómo se va a escuchar el viento "helado"?
Yo creo que el viento se escucha igual, aunque esté caliente, tibio,
frío...
HECTOR: ¿Sí, verdad? (Pausa) Además, eso de
que transcurra en el polo norte... Habiendo tantos problemas aquí,
en nuestro país, y al señor se le ocurre una obra en el polo
norte. (Al público.) Por eso la gente no va al teatro, porque le
presentan puras mafufadas. Nosotros siempre nos andamos quejando de que
no hay público, bueno, les agradecemos a ustedes que estén
aquí, pero ¿y todos los que no vinieron? Por algo ha de ser...
Pero bueno... Sigamos. (Lee) "Héctor, tú haces el personaje
principal. Es un hombre robusto, temerario, valiente, audaz. Pídele
a Jaime que te ayude con el otro. Se llama Ron y es bajito, tímido,
algo torpe, simpático, pero nunca hace las cosas bien." (Jaime
escupe al suelo y se para) ¿Qué?
JAIME: Eso, lo de los personajes.
HECTOR: ¿Qué tiene?
JAIME: Pues nada, que siempre pasa lo mismo. A ustedes siempre les
toca lo mejor. A uno le dejan el trabajo pesado. Que carga este mueble,
que clava aquí, que conecta eso allá, que no, que así
no... Y todo para que ustedes se luzcan, al cabo ustedes reciben los aplausos,
¿no?
HECTOR: Bueno, yo creo que Diego pensó que te sería
más fácil un papel secundario, pero si quieres...
JAIME: No, no, déjalo así... Ya estoy acostumbrado...
Peores cosas me ha tocado hacer.
HECTOR: (Echando una mirada de complicidad al público) Bueno...
(Suspira y sigue leyendo) "Tras unos instantes, Bob, el astuto, señala
donde instalar el campamento. Entonces, Ron, el torpe, empieza a armar
la tienda de campaña."
JAIME: ¡Lo que te decía! Me va a tocar hacer lo mismo
de siempre...
HECTOR: (Al público) Bueno, si ustedes no disponen otra cosa,
vamos a hacer esta primera parte y luego vemos qué sigue. Empecemos.
(Empieza a caminar como entre la nieve y el viento helado, hasta que se
percata de que Jaime sólo lo observa, irónico, fumando) ¡Qué
pasó, Jimmy?
JAIME: No... Nada... Es que esto me parece francamente absurdo.
HECTOR: (Deja el fax en el piso) Deja de protestar y ponte a caminar
en el polo norte. Es más, cárgate ese banquito en la espalda.
Cuando yo te diga, lo pones en el piso. Es la tienda de campaña.
Los dos caminan un rato, como si estuvieran en el polo norte, entre
el viento helado, la nieve, el hielo...
JAIME: (En voz baja.) Héctor... ¡Héctor!
HECTOR: Me llamo Bob... ¿Qué quieres?
JAIME: (En voz baja) ¿Por qué no haces el ruido del
viento?
HECTOR: Bueno... Buena idea... Fiiiiiiiiiiiuuuuuuuuu (Respira) Fiiiiiiiuuuuuu
Los dos caminan un rato, actuando. Al pasar Jaime junto al fax en
el piso, lo recoge y lo destroza en pedacitos, arrojándolo al aire,
como si fuera nieve. Héctor señala un sitio en el espacio.
Jaime deja el banquito en el suelo, y simula armar una tienda de campaña.
Ambos se instalan en ella, temblando de frío.
HECTOR: ¿Qué sigue?
JAIME: ¿Yo qué sé?
HECTOR: El fax... ¿Dónde quedó el fax?
JAIME: Era la nieve.
HECTOR: Ay, Jaimito. Si serás menso. Todavía no terminaba
de leer. Ahora no sabemos qué sigue.
Jaime se decide a recoger los pedacitos y reunirlos. Héctor
permanece en la supuesta tienda de campaña.
HECTOR: ¿Qué haces?
JAIME: Juntando los pedacitos, para que podamos seguir.
HECTOR: ¿Y mientras terminas de armarlo? ¿Crees que
la gente te va a estar viendo juntar pedacitos de papel?
JAIME: Ayúdame entonces, así se va más rápido.
Hector, a regañadientes, ayuda a Jaime. Este se queda leyendo
una parte del libreto y se ataca de risa.
HECTOR: ¿Qué?
JAIME: ¿Quién era Bob?
HECTOR: ¿Bob? Yo. Yo soy Bob y tú eres Ron. (Jaime
ríe a carcajadas) ¿Por qué?
JAIME: Híjole... Lee tú mismo... Yo no puedo.
HECTOR: (Lee) "Ron y Bob llevan varias horas instalados en la
tienda. Hace frío, y el viento no ha cesado. Pero Bob empieza a
sentir que las sardinas enlatadas que comieron durante el camino le cayeron
mal. Duda, y luego se decide a obrar." (Jaime se dobla de risa.) ¿Qué
tiene eso de gracioso? Todos lo hacemos, ¿no?
JAIME: Sí, ¿pero te vas a poner a "obrar" aquí,
frente al respetable?
HECTOR: (Echando un vistazo al público) No hay más
remedio, el libreto lo indica, por algo será.
JAIME: Obra pues, te estamos esperando.
HECTOR: (En personaje) Bien. Ron, espérame aquí unos
instantes... Creo que debo resolver un asunto personal... No tardaré.
Procura...
JAIME: Tsst, tsst, tsst. (Señalando la hoja) Aquí no
dice que tengas que decir tanta estupidez. Simplemente: "Duda, y luego
se decide a obrar".
HECTOR: (A regañadientes) Está bien.
Héctor se para, observa el escenario vacío, y luego
se traslada a la parte trasera de la tienda. Oculto, le dice a Jaime:
HECTOR: Jaime. Digo, Ron. No, Jaime.
JAIME: ¿Qué quieres, Bob?
HECTOR: (En voz baja) ¿Por qué no haces el ruido del
viento?
JAIME: De acuerdo. Fiiiiuuuu, Fiiiuuuu, Fiiiiuuu...
HECTOR: (En voz baja) Jaime. ¡Jaime!
JAIME: Fiiiuuu... ¿Qué?
HECTOR: (En voz baja) Papel...
JAIME: (Ve a su alrededor, sorprendido. Se dirige al aparato de fax,
y arranca una hoja. Se la lleva a Héctor) Aquí tienes.
HECTOR Gracias.
Jaime vuelve a ocupar su lugar en la tienda. Después de unos
instantes, Héctor hace lo mismo.
HECTOR: ¿Quieres leer lo que sigue, por favor?
JAIME: (Leyendo, en personaje) "Vaya, llevamos aquí varias
horas, y desde que defecaste, no ha pasado nada interesante." (Le da
un codazo a Héctor, para que lea.)
HECTOR: (Leyendo, en personaje) "El tiempo... El tiempo se me
hace infinito en este punto del planeta. No hay días, no hay noches.
Sólo horas eternas que no se distinguen unas de otras."
JAIME: (Leyendo) "Tengo hambre."
HECTOR: ¿Tú, o el personaje?
JAIME: Yo... Digo, Ron. Aquí dice mira... Yo también
ya tengo hambre. (Al público) Ustedes disculpen, pero la verdad
es que llevamos aquí todo el día. Ha sido un día pesado,
esperando y esperando, y aquellos que nunca aparecieron... Ustedes saben...
Eso abre el apetito...
HECTOR: ¡Cállate!
JAIME: ¿Por qué?
HECTOR: Porque rompes la ilusión. No puedes preocuparte por
tus problemas personales en escena. El público está ahí,
esperando qué es lo que va a suceder, y a ti sólo se te ocurre
que tienes hambre.
JAIME: Héctor, pero si aquí lo dice clarito, en la
hoja.
HECTOR: Entonces no se lo digas al público, menso. Dímelo a mí.
JAIME: (Acercándose, retador) Ten-go ham-bre.
HECTOR: (Se acerca a la hoja para leer su respuesta. Se sorprende)
... "Yo también."
JAIME: ¿Ya ves?
HECTOR: ¿Por qué no buscas algo? (Al público)
¿Alguno de ustedes sabe dónde hay algún puesto, por
aquí cerca?
JAIME: (Viendo la hoja) No, fíjate que aquí, por el
momento al menos, no comemos nada. Dice: "Ron y Bob permanecen en silencio
largo rato. Sólo se escuchan sus estómagos retorciéndose
de hambre.".
Jaime y Héctor se sientan en la tienda de campaña.
Permanecen en silencio. Sólo se escuchan sus estómagos retorciéndose
de hambre.
HECTOR: ¿Luego?
JAIME: (Asomándose al libreto) Digo yo: (En personaje) "Tengo
una idea espléndida, Bob. Vamos a cazar. Así se nos quitarán
el hambre y el frío."
HECTOR: (Leyendo) "Bien. es una buena idea. Pero creo que deberás
ir tú. Yo debo permanecer aquí de guardia."
JAIME: (Leyendo) "Está bien, Bob. Como tú digas"...
(Pausa. A Héctor) Protesto. Siempre se me manda a mí a hacer
el trabajo pesado. ¿Ves? Ahora el chistosito de Diego me saca de
escena, para que tú te puedas lucir.
HECTOR: ¿Cómo me voy a lucir, Jaimito, si los dos estamos
aquí, haciendo el ridículo tratando de resolver una función
frustrada. Al contrario, Dieguito te está dando un descanso. A mí
es al que deja en escena con todo el peso de la atención. Con la
responsabilidad de que no se caiga la obra.
JAIME: Sí, pero mientras, yo tengo que ingeniármelas
para conseguir (Señala el libreto) ¡Una foca! Resulta que
tengo que regresar cargando una foca. ¿De dónde voy a sacar
yo una foca?
HECTOR: I-ma-gi-na-ción. Cuando te pedí papel, se te
ocurrió muy rápido cómo resolverlo, ¿no?
JAIME: (Enciende un cigarro, y se sienta en un banco al lado del
fax.) Mira Héctor, no podemos seguir así. No sabemos qué
es lo que sigue, tenemos que andar resolviendo todo sobre la marcha. El
teatro no es así. Uno ya lo trae bien ensayadito. Al empezar la
función, la foca ya estaría ahí, en su lugar, esperando
a que Ron la saque... Además yo no soy actor.
HECTOR: (Al público) Permítanme.
Héctor va hacia donde está Jaime, discuten un momento
en voz baja, gesticulando. Finalmente, Jaime sale de escena, y Héctor
vuelve a ocupar su lugar en la tienda de campaña. Tiembla de frío,
sopla como el viento helado.
HECTOR: Fiiiiuuuu.... ¡Fiiiuuuuu!
Después de unos instantes, Jaime regresa cargando en el hombro
a Irma, que protesta.
IRMA: ¡Bájeme, salvaje! ¿Qué le pasa?
¡Suélteme si no quiere que levante un acta!
HECTOR: (Caminando hacia Jaime) ¡Qué haces?
JAIME: (Señalando a Irma) La foca.
HECTOR: ¡Pero qué te pasa? (Tratando de distinguir el
rostro de la mujer.) ¿Quién es ella?
IRMA: Soy la administradora de este teatro, y si no me bajan en este
preciso momento, mañana va a haber un escándalo en la prensa.
Jaime y Héctor se quedan viendo atónitos. Jaime deja
delicadamente a Irma en el suelo, y le ayuda a arreglarse la ropa.
IRMA: (A Jaime) Suélteme, bruto. (Al público) Muy buenas
noches tengan todos ustedes, damas y caballeros. A nombre del teatro (El
teatro en cuestión) pido a ustedes una atenta disculpa. Lamentamos
mucho que haya tenido que suceder esto, pero nunca falta quienes quieran
resolver las cosas a última hora. A solicitud del director de la
compañía que esta noche nos falló, accedimos atentamente
a permitir que estos dos... sujetos hicieran su representación,
pero creo que las cosas están llegando demasiado lejos...
Suena el teléfono. Se escucha una voz grabada.
VOZ GRABADA DE IRMA: Está usted llamando al Teatro (El teatro
en cuestión). Por ahora no podemos atender su llamado. Si desea
enviar un fax, puede hacerlo en este momento. Si prefiere dejar un mensaje,
espere a que suene la señal. Muchas gracias.
Se escucha el tono chillante y breve del timbre.
VOZ DEL DIRECTOR: Héctor. Perdona que los interrumpa así.
Dice Diego que si ya llegaron a la parte de la foca, que si no, que cuando
lleguen, se tienen que devorar la foca como si llevaran siglos sin comer.
Que no lo puso en el libreto que porque...
Héctor se apresura a contestar el teléfono. Se queda
hablando unos instantes.
HECTOR: ¿Bueno?... Sí... Sí, ya te oímos...
Al pie de la letra... Lo que pasa es que es muy incómodo, tú
sabes... Jaime no es actor y... Sí, yo creo que sí... Oye,
¿por qué no me das el teléfono de donde estás?...
A ver... (Anota en su mano) Sí... Sí... Sí... Okei...
Ehhh... La foca... Quiero decir, la administradora del teatro está
un poco enfadada... ¿Cuándo me mandan el otro fax? Necesitamos
saber qué sigue, no podemos estar así. ¿Te doy tono?
Andale pues. Sí.... Sí, no te preocupes... (Cuelga)
IRMA: ¿Y bien?
HECTOR: Queremos pedirle una disculpa, señorita Vásquez...
Ehhh... La verdad es que... El director dice que si todavía tenemos
oportunidad de continuar... El show debe continuar...
IRMA: Miren, muchachos. Por mí no hay ningún inconveniente,
ya se los he dicho, y lo he demostrado con hechos. Sólo les pido
el mínimo respeto, para una, como para el público.
HECTOR: Sí, sí. Comprendemos perfectamente. Vamos a
tratar de que esto fluya, adquiera agilidad.
IRMA: Este teatro tiene fama, a nivel nacional, por su arquitectura,
la limpieza de sus instalaciones, el equipo técnico... No me gustaría
que un incidente de esta naturaleza...
HECTOR: No tenga pendiente. Nosotros nos hacemos responsables, sólo
queremos cumplirle al público que ha pagado su boleto y ya lleva
un buen rato sentado, esperando a que pase algo. Vamos a tomarlo con más
seriedad, ¿verdad, Jaime?
JAIME: ¿Entonces, no hay foca?
IRMA: Le voy a suplicar, señor...
HECTOR: No, no se preocupe. Creo que él se refería
a que si nos puede facilitar algo, algo que parezca foca... Tenemos que
comerla, usted escuchó...
IRMA: Esto es un teatro, no una bodega ni un zoológico.
HECTOR: Está bien, ya se le ocurrirá algo a Jaime.
JAIME: ¿Otra vez?
HECTOR: Tú eres el tramoyista, ¿no? (A Irma) Si usted
nos permite, continuamos a partir de ahora.
IRMA: Sólo les recuerdo que tendrán que pagar las llamadas
y el uso del fax. Aquí no es una oficina de telecomunicaciones.
Ah, y otra cosa, no disponemos de todo el tiempo. Estoy pagando personal
para que ustedes puedan dar su función, así que (Checa su
reloj.),tienen una hora para hacer lo que tengan que hacer. (Al público)
Con permiso. (Sale)
Héctor retoma su lugar en la tienda de campaña.
HECTOR: Fiiiiuuuu, fiuuuu...
Jaime entra con un marcador y unas tijeras enormes. Saca papel del
fax, dibuja y recorta una foca y se la echa al hombro.
JAIME: ¿Puedo hablar?
HECTOR: Fiiiuuu... ¿Qué?
JAIME: Que si me toca decir algo.
HECTOR: Ah, sí. Aquí dice que digas: "Uf, esto pesa
una tonelada. Pero creo que tendremos alimento para rato".
JAIME: (Desganado) Uf, esto pesa una tonelada. Pero creo que tendremos
alimento para rato.
HECTOR: Dejas la foca en el suelo, y yo te digo: "Buen trabajo,
Ron."
Jaime deja la foca de papel en el suelo con demasiada facilidad.
HECTOR: Pero si acabas de decir que pesa una tonelada. ¿Cómo
la dejas así, nada más? Tienes que hacer esfuerzo. Mira.
Hector se coloca la foca de papel al hombro y camina.
HECTOR: Uf, esto pesa una tonelada. (La deposita en el suelo, con
mucho trabajo) Pero creo que tendremos alimento para rato.
JAIME: ¿Nos vamos a pasar la noche atorados con ese pinche
parlamento? (Se percata, un poco tarde, de la palabra altisonante.) Perdón.
Jaime se coloca la foca de papel al hombro, e imita a Héctor.
JAIME: "Uf, esto pesa una tonelada. Pero creo que tendremos alimento
para rato."
Héctor se para y da una palmada en el hombro a Jaime.
HECTOR: (Leyendo) "Buen trabajo, Ron."
JAIME: (Leyendo) "Preparemos una fogata"... (A Héctor)
Oye, ¿no se te hace que...?
HECTOR: (Entre dientes) Prepara la fogata.
JAIME: (Entre dientes) Una fogata en el polo norte... Dramaturgos
de hoy...
HECTOR: (Leyendo, y destrozando la foca de papel) "Bien, Ron.
Ahora comprenderás que la vida no es fácil. Hay que luchar
incansablemente, y más para sobrevivir en un medio tan hinóspito
como éste".
JAIME: (Leyendo, mientras finge dorar una parte de la foca al fuego)
"Esta tarde es eterna. Llevamos días y días de camino,
y no ha dejado de ser la misma hora. Siempre la misma hora..."
HECTOR: "Llegamos al punto donde el tiempo no pasa..."
Jaime y Héctor fingen comer foca, devorándola como
si tuvieran siglos sin haber comido.
JAIME: (Después de haber comido) ¿No hay nada más?
HECTOR: Por favor... Conténtate con esta foca, Ron.
JAIME: Me refiero al texto. ¿No hay más parlamentos?
HECTOR: (En voz baja) No, hasta aquí llega la hoja.
JAIME: ¿Y ahora qué hacemos?
HECTOR: Esperar a que llegue el otro fax. Improvisemos...
JAIME: ¿Qué?
HECTOR: Hay que inventar... (En personaje) ¿Te has fijado,
Ron, en la belleza de este paisaje?
JAIME: ... Sí...
HECTOR: Disfrútalo. Pocas veces en la vida tenemos la oportunidad de gozar la naturaleza tal cual es. El hombre la destruye, hace con ella lo que quiere, sin guardarle el menor respeto. Imagínate que
en lugar de aquél iceberg hubiera un rascacielos, y allá,
en aquella laguna de la que sacaste la foca, una glorieta transitada. Imagina
que en lugar de este silencio se escucharan las bocinas de automóviles,
gritos de vendedores, anuncios comerciales... (Suspira) ¡Qué
paz!
JAIME: ¿De dónde sacas todo eso?
HECTOR: Tengo la sensación, Ron, de que la humanidad ha desperdiciado
una oportunidad, la oportunidad que la naturaleza le brinda de reconciliarse
con ella...
JAIME: Hey...
HECTOR: (En voz baja) Di algo con contenido, menso.
JAIME: La naturaleza... Es hermosa. Muy bonita, sí. Creo que
no aprovechamos. La echamos a perder con tanta cosa. No, y espérate,
lo que falta. Si seguimos tirando basura a lo loco, fumando, todo eso,
nos va a cargar la...
HECTOR: Bien, Ron... Creo que te percatas de la importancia de respetar
al universo... Lo que te pido ahora, es que aprendas a apreciar la belleza.
La naturaleza es una obra de arte, ¿no te parece?
JAIME: Sí... Aunque en algunos lugares está mejor lograda
que en otros.
HECTOR: ¿Por ejemplo?
JAIME: Mira, si a mí me hubieran consultado, éste teatro
tendría una cabina de luces más grande, mejor equipada...
HECTOR: (Incómodo.) Ron, ¡qué sandeces dices!
Estamos en pleno polo norte, y tú piensas en cabinas de luces. Sé
que alguna vez trabajaste de tramoyista, pero ahora es tiempo de que contemples
el paisaje, este paisaje, del polo norte, con nieve, viento, frío,
¿me entiendes?
JAIME: Ah, sí. (Viendo a su alrededor.) Es muy hermoso el
polo norte. Hay tanta cosa... (Héctor le da un codazo.) Bueno, tan
poca cosa... Todo es blanco... Tan blanco... Como cuando uno pone su mente
en blanco... (Viendo al patio de butacas, señala.) Y luego allá,
a lo lejos, se ve como un montón de focas... ¡Cuánta
foca!
HECTOR: (Viendo hacia donde señala Jaime, trata de corregir
la situación.) Será mejor que descansemos ahora. Mañana,
tal vez, vengan a salvarnos...
JAIME: ¿Mañana? ¿Habrá algún mañana?
HECTOR: Duerme...
JAIME: Bueno. Hasta mañana...
Suena el aparato de fax, que escupe una nueva hoja.
HECTOR: (Susurrando.) Ahí está. Vé a ver...
Jaime arranca la hoja del aparato. Lee.
JAIME: "Han pasado varios días, quizá semanas. Ron
y Bob han perdido la compostura. Tienen la barba crecida, la ropa sucia,
el pelo desarreglado. Ambos están demacrados y ojerosos". (Le
pasa la hoja a Héctor.)
HECTOR: (Leyendo) "Ron... Creo que no hay esperanzas."
JAIME: "Debe haberlas, Bob. La esperanza muere al último. Algo tendrá que pasar. No quiero morir perdido en la nieve, en el anonimato gélido de esta blancura perenne." ¿Que qué?
HECTOR: "No sabemos nada de nuestro mundo. Hemos perdido contacto con él... Ni siquiera estamos enterados de las últimas noticias. Hace falta la prensa, el radio, la televisión"
JAIME: "O alguna buena película en el cine, un video entretenido"...
HECTOR: "Quizá una novela nos salvaría de este insufrible tedio. No soporto más el aburrimiento, la monotonía"
JAIME: "No pasa nada. Hace demasiado tiempo que no pasa nada... Quizá durmiendo veamos algo entretenido en nuestros sueños"
Hay una larga pausa, en que ambos expresan desesperanza, aburrimiento.
JAIME: "Bob, no puedo dormir..."
HECTOR: (Como si escuchara algo, a lo lejos) "¡Silencio! ¡Un bimotor! ¡Se acerca! ¡Busca algo para hacerle señas!"
JAIME: (Buscando a su alrededor, corre por una tira de papel del aparato de fax) Aquí está.
HECTOR: (Agitando la tira de papel, como una bandera) "¡Hey! ¡Hey! ¡Aquí estamos! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Soy yo, Bob, aquí estoy...! ¡También está Ron conmigo, tiene familia numerosa! ¡Apiádense de nosotros! (Como si el avión se alejara.) ¡Es inútil! Somos como dos manchas perdidas en la nieve..."
JAIME: "Es el tercer bimotor en dos semanas. Tal vez nos estén buscando para rescatarnos. No perdamos la fe, Bob, la fe..."
HECTOR: "Sólo nos queda la fe... Fe en nosotros mismos... Fe en la vida."
JAIME: (Después de una pausa.) "Bob. Cuéntame una historia."
HECTOR: "¿Una historia, Ron?"
JAIME: "Sí, es lo único que necesito para sobrevivir. Una historia para alimentar mi espíritu."
HECTOR: "¿Las historias alimentan, Ron?"
JAIME: "Claro, Bob. Son indispensables. Tú mismo dijiste hace un momento que una buena novela nos salvaría... Las historias son el fundamento de nuestra existencia... ¿Cómo te explicas, si no, todas las obras que la humanidad ha realizado, todos los cuadros que se han pintado, todos los libros que se han escrito..."
HECTOR: "Puras banalidades, objetos sin valor con que el hombre rellena su vida ociosa..." (A Jaime.) Oye, yo no pienso así.
JAIME: No, pero tu personaje sí. Si no me dices eso convencido, no puedo decir lo que sigue.
HECTOR: (Teatral) "Puras banalidades, objetos sin valor con que el hombre rellena su vida ociosa..."
JAIME: (Levantándose, más teatral aún.) "¡Blasfemas! ¡No sabes lo que dices! Voy a comprobarte que la humanidad vive de las historias que se cuenta. Hagamos una apuesta."
HECTOR: "No estés molestando, Ron. No tengo nada que darte. Ni siquiera una historia... Además tengo frío, Ron... Tengo hambre... Has acabado con las focas..."
JAIME: "Bien, Bob. Haremos lo siguiente. Yo mismo te contaré una historia. Si ésta te permite sobrevivir, alimentando tu espíritu, nutriendo tu alma, comprobaremos que yo tengo razón, y habré ganado la apuesta. Entonces podré saciar mi hambre con tu carne y protegerme del frío con tu piel. Pero si fracaso en mi intento, serás tú quien devorará mis entrañas y se cubrirá con lo que quede de mí para así seguir viviendo..."
HECTOR: ¡Qué mafufada! ¿De cuál fumaría Diego?
JAIME: No, espérate, ya se está poniendo interesante. Aquí entre nos, yo pensé que esto de andar caminando entre la nieve comiendo focas no nos iba a llevar a ningún lado, pero ahora que metió eso de la apuesta, ya está más cotorro. Fíjate, es una cuestión de vida o muerte...
HECTOR: Tienes razón. Es el conflicto dramático. Y sin conflicto no hay teatro. Ni suspenso. Ni tensión dramática.
JAIME: Sí, no faltará quien se pregunte, en la sala, ¿cuál de los dos habrá de morir?
HECTOR: O, ¿qué historia le contará Ron a Bob para poder sobrevivir?
JAIME: Más todavía: ¿Podrá Ron terminar su historia a pesar del hambre y del frío?
HECTOR: ¿Los rescatará un héroe inesperado de su aventura en el polo norte?
JAIME: Continuemos, pues.
HECTOR: Sí. (Lee) "Bob acepta la apuesta y Ron se concentra buscando historias en su mente. Trata de encontrar alguna que reviva a Bob..."
JAIME: Eso me gusta.
HECTOR: (Leyendo) "Después de dar varias vueltas alrededor de la tienda de campaña, se le ocurre la historia perfecta. En un gesto de inspiración, se para frente a Bob, que sigue sentado, observándolo"
Jaime realiza lo que indica la acotación.
HECTOR: (Leyendo) "La historia se las mando en unos minutos, porque yo mismo no acabo de imaginarla. Tengan paciencia, parece que el camión ya se arregló. Estén pendientes, Diego." Me lleva la... Nomás esto nos faltaba.
JAIME: ¿Y ahora?
HECTOR: Otra vez a esperar. (Enciende un cigarrillo y se sienta en uno de los bancos.) No es posible que cada vez que agarramos ritmo, ¡cuás! todo se viene abajo.
JAIME: También, cómo se le ocurre cortar ahí, justo ahí, donde empieza lo interesante. ¿Me das un cigarro?
HECTOR: Claro. Toma.
JAIME: Gracias.
HECTOR: Además no creas que la obra me parece tan buena. Qué es esa jalada de dos tipos perdidos en la nieve. ¿Cómo no se le ocurrió otra cosa a Diego?
JAIME: ¿Como qué?
HECTOR: No sé, un lío de faldas, un triángulo amoroso, eso pega mucho.
JAIME: ¡Sexo!
HECTOR: O un secuestro, alguien desaparece...
JAIME: ¡Misterio!
HECTOR: ¡Un asesinato! ¡Un crimen especatular!
JAIME: ¡Violencia! Tú sí que ves mucha tele. No te desesperes, ahorita llega lo que sigue, y no creo que esté tan mal.
Hay una larga pausa, en que ambos fuman, voltean de cuando en cuando al público disculpándose con la mirada, se desesperan.
JAIME: Héctor...
HECTOR: Mmmh...
JAIME: Tú realmente, así, realmente, sí crees eso de que las historias alimenten el espíritu?
HECTOR: Yo qué sé, Jaime... No estoy para filosofar en estos momentos. Y creo que el público tampoco.
JAIME: Porque a mí sí me parece curioso ese rollo que se trae Diego. Fíjate, es la primera vez que escribe algo original, que no es un refrito de una pinche comedia de moda, y le está saliendo interesantón.
HECTOR: ¿Se te hace?
JAIME: Sí... Ya me puso a pensar. ¿Te das cuenta? Toda la vida andamos buscando historias. ¿A poco de niño no le pedías a tus papás que te contaran alguna para poder dormir? Luego vas creciendo, y te metes en cada historia, historias de amor, de celos, de poder... En cualquier oportunidad va uno al cine, a que le cuenten una historia en la obscuridad, o te compras el periódico a ver qué historias trae, o ves la tele, o te enteras de chismes... Los chismes son historias de primera, hay expertos en armarlos y ni cuenta se dan... Andamos como ese Ron con la foca, cazando historias para seguir viviendo...
HECTOR: Ya se colgaron. Les voy a llamar. (Marca el número en el teléfono)
JAIME: No seas impaciente. Le vas a cortar la inspiración al dramaturgo.
HECTOR: Sí, pero ya no podemos seguir así. Llevamos casi cuarto de hora, y la administradora nos va a correr.
JAIME: ¿Qué pasó? No llevamos cuarto de hora, llevamos semanas aquí. (Teatral) Abandonados en el polo norte. En este hermoso paisaje, disfrutando de la hermosa naturaleza, sin nadie que nos venga a rescatar. Ya ni siquiera pasan bimotores... (Reflexiona.) Y aunque pasaran, no podrían aterrizar sobre la nieve, ni sobre el hielo... Tengo frío... Tengo hambre...
HECTOR: ¿Qué haces?
JAIME: ¿No dijiste que había que inventar cuando se acababa el texto?
HECTOR: Sí, pero nomás estás repitiendo cosas que ya pasaron.
JAIME: Entonces hay que inventar nuevas...
HECTOR: No podemos.
JAIME: ¿Por qué?
HECTOR: Porque ahora estamos en un momento crucial de la obra. Si nos ponemos a inventar babosadas, qué tal que no checan con el final, qué tal que enredamos más las cosas... Más de lo que ya están.
JAIME: ¿Entonces prefieres que la gente que vino hasta acá, pagó su boleto y tuvo que soportar la indisciplina de la compañía se nos quede viendo así, nomás, cómo esperamos un fax que no sabemos a qué hora va a llegar?
HECTOR: ¿De dónde sacas que la compañía es indisciplinada, eh? Estamos cumpliendo, a como dé lugar, pero cumpliendo con todo y todo.
JAIME: Pues yo no estoy tan seguro. El público vino a ver "Papacito, pásame la sal de uvas" y le estamos ofreciendo otra cosa. Mientras tanto, tus compañeritos allá, perdidos quién sabe dónde, cenando en un hotel, bien calientitos y tranquilos... Además ya te dije... (Viendo al público.) Ya les dije que no soy actor. Si no hacemos algo en este momento, yo sencillamente me voy y se quedan ustedes con este actor (Señala a Héctor) retorciéndose de frío en su polo norte.
Jaime brinca del proscenio al pasillo lateral del teatro. Empieza a caminar hacia la salida, mientras Héctor lo increpa.
HECTOR: No te pongas en ese plan, Jaimito. Porque tú también tienes cola que te pisen, ¿eh?
JAIME: ¿Ah sí?
HECTOR: Mira, mejor les voy a llamar. (Vuelve a marcar el número de teléfono)
JAIME: (Acercándose, al proscenio, desde el patio de butacas) ¿Qué quisiste decir con eso, eh?
HECTOR: (Al teléfono) ¿Bueno? Sí, señorita. Mire estoy llamando de... Ando buscando al director del grupo de teatro... ¿Qué?... ¿Hace cuánto?... ¿No se quedó por ahí un tal Diego?... Ah... ¿Está segura que venían para acá?... Sí, mire, es que... Estamos esperando un fax urgente... ¿En dónde? (Mira su reloj) Bueno... Gracias, señorita, perdone la molestia. (A Jaime) Se fueron de ahí hace como diez minutos. Dice la recepcionista que iban a mandar el fax en el poblado siguiente, que ya vienen para acá.
JAIME: ¿A qué vino eso de que yo también tengo cola que me pisen, eh?
HECTOR: Ya Jaime... Tranquilo...
JAIME: No, no, dime... A ver, dime...
HECTOR: No te hagas. Hemos estado a veinte minutos del estreno, y tú clavando y sin poner las luces. Luego por eso salen mal las cosas. ¿Te acuerdas del día en que se me cayó encima la ventana de la sala? O cuando no pusiste el cenital en proscenio para mi escena del monólogo, ¿te acuerdas?
JAIME: Primero, me dan siempre el material a última hora, y quieren que haga milagros. En segundo lugar, dejan siempre los ensayos técnicos para el último, y piden el teatro con dos horas de anticipación. ¿Cómo quieres que ponga yo las luces en diez minutos? ¿Te has trepado alguna vez al telar? (Señala hacia arriba) ¿Te has trepado? No, el actorcito se podría lastimar su hermosa figura. ¿Has sentido una descarga de cuatrocientos watts? No, ya estarías diez metros bajo tierra.
HECTOR: Luego hablamos, ¿no? ¿Piensas sacar aquí todos los trapitos al sol? ¿Crees que la gente pagó para venir a ver cómo haces tus berrinches?
JAIME: ¿Berrinches? Los que hacen ustedes, las estrellitas, las divas, las vedettes...
HECTOR: (Amenazando con el índice a Jaime) Jamás, óyelo bien, jamás me vuelvas a decir estrellita, ¿eh? Soy un actor profesional, la prueba es que en este momento estoy cumpliendo con mi deber...
JAIME: (Se arremanga la camisa) Muy machito, ¿eh? Vámonos para allá afuera, a ver quién puede más, estrellita de quinta categoría.
Héctor se descontrola, está listo para agarrar a puñetazos a Jaime, cuando suena el teléfono. Antes de que conteste la grabadora, Héctor descuelga la bocina.
HECTOR: ¿Bueno? Uf... Creí que ya nos habían dejado solos... ¿Qué pasó?... ¿Cómo que todavía no?... No la frieguen... ¿Qué quieren que hagamos mientras?... No, por favor... Dile que busque algo, que invente, pero ya... No podemos seguir así, oye. Cada vez que agarramos inspiración, se corta todo... No, no, pero que invente rápido... Lo que sea... No me interesa. El caso es que llegue pronto, comprende... ¿Qué?... No... No, lo que pasa es que la situación está tensa... Jaime anda reclamando muchas cosas... ¿El público? Sí... No, no se ha ido... Están recibiendo bien la obra (Al público) ¿verdad?... Andale. Aquí esperamos. Pero deveras dile, ¿no? Es que esto empieza a parecer un tormento chino, caray... Bueno. Deveras no se tarden, ¿eh? Andale. Chao.
Jaime, cruzado de brazos, observa retador a Héctor. Este se rasca la frente, mira al piso, como conteniendo la furia.
HECTOR: Que ya compusieron el camión. Vienen para acá. Diego anda con problemas de inspiración. Dice que no puede escribir bajo presión... Debí de haberle dicho a tu director que yo tampoco puedo actuar bajo presión. Ahora que si Diego quiere sacarse el premio Nobel con su obrita, ya la fregamos, porque aquí nos va a tener esperando un buen rato. No es por nada, pero yo estoy acostumbrado a que las cosas salgan bien. No creas que me gusta andar haciendo todo al vapor, yo sé muy bien lo que quiero, sé muy bien cómo conseguirlo, estoy perfectamente cierto de que lo voy a conseguir. Pero así, no. Así no se puede. Al menos yo no puedo trabajar en estas condiciones.
Hay una pausa. Jaime y Héctor esperan en silencio. Voltean de cuando en cuando al fax, revisan con la mirada las instalaciones del teatro, etc., siempre evitándose, ignorándose el uno al otro. Después de unos instantes, el sonido del fax, por cuya ranura aparece una hoja. Héctor la toma, ante la indiferencia de Jaime. Héctor se le acerca, como leyendo la hoja. Le extiende la mano para ayudarlo a subir al escenario. Jaime se hace del rogar y Héctor insiste. Finalmente, Jaime sube, y ambos vuelven a verse a los ojos. Se abrazan fuerte.
HECTOR: Discúlpame, Jaime. Me exalté. Es mucha tensión...
JAIME: No, yo fui el que me pasé. Perdóname. Creo que no debí...
HECTOR: Está bien... Es lógico... Quiero decir... Es la primera vez que te toca actuar y...
JAIME: Bueno, ya llegó la historia. Vamos a darle, ¿no?
HECTOR: Sí. Veamos... ¿Qué te parece si retomamos desde antes para ligar con esto último?
JAIME: Sí, para entrar en calor. A ver... (Buscan en las hojas. Jaime lee.) "Bob, cuéntame una historia."
HECTOR: "¿Una historia, Ron?"
JAIME: "Sí, es lo único que necesito para sobrevivir. Una historia para alimentar mi espíritu."
HECTOR: "¿Las historias alimentan, Ron?"
JAIME: "Claro, Bob, son indispensables. Tu mismo dijiste hace un momento que una buena novela nos salvaría... Las historias son el fundamento de nuestra existencia... ¿Cómo te explicas, si no, todas las obras que la humanidad ha realizado, todos los cuadros que se han pintado; todos los libros que se han escrito?"
HECTOR: "Puras banalidades, objetos sin valor con que el hombre rellena su vida ociosa."
JAIME: ""Cuéntame una hitoria, Bob."
HECTOR: "No estés molestando, Ron. No tengo nada que darte. Ni siquiera una
historia... Además tengo frío, Ron... Tengo hambre... Has acabado con las focas..."
JAIME: "Bien, Bob, haremos lo siguiente: Yo mismo te contaré una historia. Si ésta te permite sobrevivir, alimentando tu espíritu, nutriendo tu alma, comprobaremos que yo tengo razón, y habré ganado la apuesta. Entonces podré saciar mi hambre con tu carne y protegerme del frío con tu piel. Pero si fracaso en mi intento, serás tú quien devorará mis entrañas y se cubrirá con lo que quede de mí para seguir viviendo."
HECTOR: "Bob acepta la apuesta y Ron se concentra buscando historias en su mente. Trata de encontrar alguna que reviva a Bob."
JAIME: (Realizando lo que lee) "Después de dar varias vueltas alrededor de la tienda de campaña, se le ocurre la historia perfecta. En un gesto de inspiración, se para frente a Bob, que sigue sentado, observándolo."
HECTOR: "La luz baja de intensidad. El área de Bob queda azulada, mientras cae una luz cenital sobre Ron." (Volteando hacia la cabina de luces) ¿Pueden ayudarnos, por favor? Sólo son dos reflectores. Algo azul para esta parte (Señala la tienda de campaña) y un leeko en blanco para él (Señala a Jaime).
Después de un caótico prenderse y apagarse de luces, el escenario queda iluminado como lo indicaba la acotación.
JAIME: (Lee y actúa) "Erase un hombre obsedido por su propia importancia. Convencido de ella, se empecinó en proyectar una imagen de triunfador. Trabajó incansablemente, día y noche, mes a mes, año con año. Aprendió maneras, adoptó actitudes, memorizó preceptos, cánones y normas. Devoró manuales de superación personal, absorbió consejos, ensayó poses, practicó fórmulas, se adjudicó virtudes. No con pocos sacrificios, insistió hasta la terquedad con un solo concepto en mente: "éxito". Construyó una armazón hermético de apariencias que lo aisló, paulatinamente, de la realidad. Con el paso del tiempo, logró persuadir a todos, incluído él mismo, de que era... el que no era."
HECTOR: Espérate, Jaime... ¿Se supone que me tiene que interesar el cuento o qué? ¿Cómo reacciono?
JAIME: Pues aquí no dice nada de eso. Pero tu haz como si ni te interesara, y poco a poco te vas metiendo a la historia, la misma historia te va llamando...
HECTOR: Eso lo inventaste tú porque quieres ganar la apuesta. Si no dice nada ahí, quiere decir que no reacciono.
JAIME: Como quieras. Continúo: "En el trayecto, olvidó a quienes lo apreciaban, intrigó contra los que lo querían, construyó enemigos imaginarios para vencerlos con sus méritos, buscó derrotar al que se le acercara, no veía más que rivales en quienes lo rodeaban."
Héctor se acerca a Jaime, con las manos en la cintura.
JAIME: ¿Qué?
HECTOR: Nada. Quería ver si no estabas inventando...
JAIME: ¿Y por qué iba a inventar?
HECTOR: No sé. Eso me sonó raro. Como que... Olvídalo. (Regresa a su lugar.)
JAIME: Bueno. Dice: "Este hombre, paradoja de la humanidad, con su ingenua prepotencia, su inocente hipocresía prefirió el qué dirán a su propia libertad. Buscaba la fama y la fortuna, pero su propio caparazón de artificios le impedía encontrarlos. Negó su naturaleza, rechazó sus propios impulsos, asesinó su intimidad y se volvió inaccesible a sí mismo."
HECTOR: (Se para) ¡Ahí está! ¡Lo que te decía! ¡Ese idiota de Diego pretende ponerme en ridículo!
JAIME: (Sorprendido) ¿Por qué?
HECTOR: ¿No te das cuenta? ¿No te queda claro que está hablando de mí?
JAIME: Ay, Héctor, por favor. Tú sí que ves moros con tranchetes.
HECTOR: No, no. Objetivamente. Se está burlando de mí...
JAIME: Bueno, ¿me vas a dejar seguir, o qué?
Héctor se sienta nuevamente, refunfuñando.
JAIME: "Un buen día, asistió, aparentando humildad, a recibir el premio por su conducta."
HECTOR: (Entre dientes) Hijo de su madre.
JAIME: "Lleno de gozo como quien cruza la meta, sentía su cuerpo etéreo rozar al de los mortales para recibir de manos cuasidivinas la presea, garantía de trascendencia. Deslumbrado por la inmediatez de su conquista, esperó, con falsa paciencia, la entrega del dictamen, el fallo inapelable que lo consagraría." (Jaime le extiende la hoja a Héctor para que lea)
HECTOR: (Despreciando el texto, lee) "Se escucha una música dulce, melancólica y nostálgica" (Hacia la cabina de luces, irónico.) ¿No tendrán algo... Dulce... Melancólico... Nostálgico?
Se escucha efectivamente una música dulce, melancólica y nostálgica. Héctor retoma su lugar y Jaime continúa la narración.
JAIME: "Pasaron los minutos y las horas. Los pasillos se vaciaron y la soledad invadía la atmósfera. En cuestión de segundos, el hombre se transformó. Su entusiasmo se volvió angustia, se esfumaron sus ilusiones y sintió su cuerpo pesado tocar nuevamente la tierra, poco antes indigna de él."
HECTOR: ¡Já!
JAIME: "Aborreció sus artificios, le repugnaron sus mesquindades, su propia imagen le provocaba náuseas. Su ego se redujo a proporciones razonables, pero se avivaron en él todo tipo de cuestionamientos. Su interior estaba en crisis, y la amargura se reflejaba en la extraña mueca de su rostro."
Jaime voltea a ver a Héctor, en cuyo rostro hay una mueca que denota amargura. La música se desvanece.
JAIME: (Lee) "Finalmente, la puerta se abrió. Una mano fina pero avejentada extendía un sobre. El sobre que había significado tanto en su imaginación y que ahora él veía como un simple trozo de papel. Lo tomó entre aplausos y musitó un indispensable "gracias". Zigzagueando en la noche lluviosa, encontró un basurero al que arrojó el sobre sin abrirlo." (Jaime saca un encendedor y prende fuego a la hoja.)
Se escucha la misma melodía de antes, pero ha perdido su dulzura y su carácter melancólico. Ahora es rítmica, alegre, candente.
JAIME: (Leyendo, en el trozo de papel que se incendia) "En algún lugar, confundido entre cientos de miles de sus congéneres, este hombre humilde suspira una brisa de libertad..."
HECTOR: (Parándose, aplaude irónico.) ¡Bravo! ¡Bravo, Jaimito! ¡Bravo!
JAIME: ¿Te gustó? ¿Lo actué bien?
HECTOR: (Viendo hacia la cabina.) ¡Quiten esas luces, por favor! (A Jaime.) Muy bien, Jaimito, muy bien...
La luz vuelve a la normalidad.
JAIME: (Sorprendidio.) ¿De veras?
HECTOR: Lo hiciste tan, pero tan bien, que en tu entrega absoluta al personaje, quemaste la hoja del fax, y ahora, otra vez, nos quedamos sin saber qué sigue.
JAIME: Fue un acto simbólico, ¿no te diste cuenta?, fue muy teatral, muy estético, (Al público.) ¿no?
HECTOR: Sí, Jaime... Es la escena más hermosa que he visto en mi vida... ¿Y ahora, qué sigue, señor primer actor?
JAIME: Te conmovió. Te hizo hervir la sangre, ni siquiera me dejabas leer en paz. Estabas metido en la historia. Por eso te pones así. Porque lo que tendría que seguir, lógicamente, es que yo te comiera, porque había ganado la apuesta.
HECTOR: No confundas, Jaimito. Estamos otra vez en un problema técnico: no hay más material... El problema de los personajes es otra cosa. Además no se midió el Dieguito, ¿eh? tratando de utilizar el teatro para ponerme en evidencia. Y todo porque en alguna borrachera le conté... mis cosas...
JAIME: Héctor, en todo caso, no se trataba de tí, sino de mí. ¿No te fijaste cuando dice: en algún lugar, confundido entre cientos de miles de sus congéneres, este hombre humilde respira una brisa de libertad...? Ese soy yo, yo soy ese...
HECTOR: Ya, ya ya... Hay que ver qué hacemos ahora, cómo le seguimos, porque en tu entusiasmo actoral, nos quedamos sin texto.
JAIME: ¡Qué poco sensible eres! La misma trama te va llevando. No necesitamos esperar más faxes, la obra ya tenía su ritmo, y su conflicto, como tú dices. Los mismos acontecimientos te van
llevando, inevitablemente, a las consecuencias. Y las consecuencias son que yo gané la apuesta.
HECTOR: ¡No seas infantil! La obra no podía terminar así, es demasiado fácil.
JAIME: Yo no dije que terminara así. Antes del cuento, Diego decía que el final lo mandaba después, que por el momento no andaba inspirado. Por lo pronto, estoy seguro que en el resto de la hoja quemada, decía que te tenía que comer, porque de que gané, gané. Así es que ponte frente a la tienda de campaña y deja de hacer escenitas.
HECTOR: Nomás eso me faltaba, que un tramoyista cualquiera se quiera poner a dirigirme. ¡Con los años que tengo de experiencia en este negocio!
JAIME: No te estoy dirigiendo. Estoy preocupado porque la obra siga. Pero si no quieres, no y ya... (Pausa.) Eso sí, te voy a decir una cosa, tú no sabes perder, ¿eh?
HECTOR: Si el libreto lo pidiera, dejaría que me comieras. (Recoge el papel carbonizado del suelo.) Pero esto es lo que queda del libreto, ¿eh? esto es lo que queda, señor tramoyista.
JAIME: ¿Y por qué no te arriesgas? ¿Por qué no te imaginas que eso era lo que seguía?
HECTOR: Porque las leyes dramáticas no funcionan como tú te imaginas en tu cabezota de carpintero. El texto dramático bien hecho abre expectativas, pero siempre las resuelve con algo inesperado, si no, no hay progresión dramática, no hay clímax, no hay desenlace. ¿Verdad que no lo entiendes?
JAIME: ¡Por supuesto que lo entiendo! Y creo que lo entiendo mejor que tú: el clímax fue precisamente cuando quemé la hoja. ¿No te fijaste la atención gramática que creó? ¿No te parece que ese era el punto culminante? ¿El momento más intenso? (Al público.) Y lo tuve que inventar yo, ¿eh? porque eso no venía en el texto, no venía, lo inventé yo. Lo que pasa es que aquí, la estrellita, no se quiere dejar comer, porque cómo, qué van a decir los críticos, que el señor Héctor sale de víctima en una obra. Que un vil tramoyista acabó con él... ¡Já!
HECTOR: (Para sí mismo, viendo al cielo.) Stansislavski, dame paciencia, dame fuerzas, Stanislavski.
JAIME: Mírenlo, pobrecito. Ya está delirando.
HECTOR: (Para sí mismo, mirando al suelo.) Brecht, ayúdame, ten piedad de este humilde servidor...
JAIME: Vamos, Héctor, no es para tanto. Creo que la cosa tiene solución, ¿no?
HECTOR: ¿Qué solución? ¿Esperar ahora hasta que el señor Diego tenga a bien tomarse la molestia de imaginarse un final interesante?
JAIME: No, hombre. Si ya nos estaba saliendo muy bien... Podemos improvisar, todavía hay chance.
HECTOR: ¿Improvisar qué? A mí ya se me acabaron las energías. No sé ni siquiera si sea capaz de llegar hasta el final.
JAIME: Es que eres muy perfeccionista. Mira, trata de relajarte, JAIME (Cont.).-
así, como hacen ustedes, los actores. A ver, respira hondo, un, dos, tres, cuatro. Retén el aire, uno dos, y exhalamos, eso es, un, dos, tres cuatro. Otra vez...
HECTOR: Jaime, me estás desquiciando. Necesitamos salir de este embrollo.
JAIME: Lo que te propongo no te parece... No sé... Podemos reflexionar sobre el cuento. Tal vez ahí está la solución. Mira, a mí me pareció un gran cuento... Es buen escritor, ese Dieguito.
HECTOR: Sí, excelente escritor. Cuando no traduce y adapta obras ajenas, se inventa historias para exhibir las cosas de uno...
JAIME: ¿Y para qué es el teatro, Hector? Además, tu primer maestro de análisis del texto te debe haber enseñado que los dramaturgos se agarran de todo lo que pasa a su alrededor para construir sus obras, ¿no? Y por si fuera poco, si Diego decidió meter eso, seguro es porque le importa, porque le afecta, ¿me entiendes?
HECTOR: Pero no se midió... Yo no soy como me pinta...
JAIME: Qué bueno que no seas así, pero al menos él así te ve. Ahora que en ningún lado te menciona... Si te quedó el saco, por algo ha de ser... Digo...
Larga pausa. Jaime observa, sentado en un banquito, a Héctor que se pasea nervioso por el escenario, como tratando de comprender.
JAIME: Ya sin arranques, Héctor ¿cómo ves tú el asunto?
HECTOR: (Suspira. Reflexiona.) Bueno... Es interesante que haya metido el cuento ahí. El cuento va bien, no desentona. Si los dos personajes están dispuestos a dar la vida para demostrar su postura ante la necesidad que tiene la humanidad de contarse historias, el cuento funciona.
JAIME: ¿Por qué, a ver?
HECTOR: Porque es un cuento que demuestra lo efímero de las cosas, el dilema entre la fantasía y la realidad, las diferentes maneras que tenemos todos de ver el mundo, que finalmente nunca es nuestro más que en nuestros sueños.
JAIME: Muy bien. Dentro de la estructura gramática ¿qué función crees tú que venga a cumplir este cuento?
HECTOR: Bueno, está allí para generar tensión. Eso sin contar que contribuye a la configuración de un modelo actancial bastante interesante, pero eso es otra cosa. Lo importante es que Ron ha buscado la mejor historia, se la ha contado a Bob para demostrar que él tiene la razón... (Entusiasmándose.) Pero fíjate, ahí hay como un doble juego: Ron quiere ganar su apuesta, demostrando que la humanidad vive de historias, pero también cuenta esa historia para poder comerse a Bob, taparse con su piel, en otras palabras, sobrevivir... ¡Eso es! Ron está tan convencido de que las historias son vitales, que utiliza una para sobrevivir.
JAIME: ¿Y tú crees que Bob también sobrevive con esa historia?
HECTOR: No lo sé. Yo veo a Bob como un tipo más ilustrado, más analítico. Como que ve en Ron un fenómeno y trata de explicárselo, pero nunca se deja atrapar por la historia.
JAIME: ¿Nunca?
HECTOR: No. No es precisamente la historia, lo que lo atrapa, sino la forma en que se la cuenta Ron, porque a fin de cuentas, la historia no es más que un reflejo de lo que Ron es por dentro...
JAIME: O de lo que Bob percibe en ella... De cualquier manera, Bob queda atrapado por la manera en que Ron le cuenta la historia, ¿no?
HECTOR: Claro. Eso despierta en él una gran curiosidad. Le genera nuevas imágenes, el tipo ese que se enstusiasma y se deprime, que se da cuenta de que él es él más allá de... ¡qué bien te salió, eh! Y luego el sobre, que no sabemos que trae adentro, pero el tipo había cifrado todas sus esperanzas en él.... Es posible que Bob, en su fuero interno hasta piense "no es tan tonto como parece, este Ron".
JAIME: O sea que la historia le hizo pensar en algo, ver la realidad de una forma distinta.
HECTOR: De una manera nueva, sí.
JAIME: ¿Y no es así como sobrevivimos, viendo las cosas de maneras diferentes, repensando las cosas, viendo, a través de las historias nuestra propia historia?
HECTOR: Vaya, Jaime, me sorprendes, no sabía que fueras tan aguzado.
JAIME: Héctor...
HECTOR: ¿Qué?
JAIME: Sinceramente, ¿no crees que Ron ganó su apuesta?
HECTOR: (Desconfiado.) ¿Por qué preguntas?
JAIME: ¿Ganó?
HECTOR: Está bien. Puede ser que Ron haya ganado la apuesta, pero no creo que Bob lo acepte por ningún motivo. No se va a dejar comer, no por una simple historia.
JAIME: Bueno, entonces ¿qué crees tú que pueda seguir?
HECTOR: No sé... No sé... De momento no se me ocurre... Necesitaría que las musas de la inspiración se me aparecieran y me soplaran el final...
Entra Irma, consulta su reloj, ve a Jaime y a Héctor.
IRMA: Disculpen que los interrumpa, muchachos, pero como ví que ya no estaban actuando... Nada más para recordarles que en quince minutos, se acabó. Se van los técnicos, y hay que cerrar.
Jaime empuja sutilmente a Irma hacia afuera.
JAIME: Claro que sí, no se preocupe, lo teníamos contemplado. Precisamente, estábamos preguntándonos cuánto tiempo nos quedaba, muchas gracias, ¿eh? (Regresando hacia donde está Héctor.)
Irma vuelve a entrar.
IRMA: Ah, y otra cosa, jovencito. De acuerdo con el artículo séptimo inciso dé fracción tercera del reglamento de este teatro, queda terminantemente prohibido encender fuego. Usted comprenderá...
HECTOR: Sí, claro. (Acompañándola hacia afuera) Descuide. Ya sabe cómo son estos muchachos. Si por ellos fuera incendiaban el teatro. Discúlpenos.
IRMA: Quince minutos, ¿eh? ni uno más. (Sale.)
JAIME: (A Héctor, que regresa.) ¿Qué? ¿A poco no estuvo sensacional? ¿Viste cómo ardió la hoja? ¡Era algo simbólico!
HECTOR: Sí, sí, sí, hombre.
JAIME: Mira, te propongo una cosa: vamos a buscar cuáles son las situaciones posibles, y las vamos improvisando, hasta encontrar el final adecuado, ¿cómo ves? (Viendo al público.) No creo que la gente se quiera ir sin un buen final, ¿verdad? (Saca una pluma y un papel.) A ver, vamos a ver: situación número uno... (Reflexiona.) Mmmhhh, ¿qué será bueno? Ya está: Ron termina de contar el cuento, y Bob ha quedado tan seducido por la historia, que admite ser igual que Ron y se deja de comportar como su superior. Ron se enternece y decide no cobrar su apuesta. Entonces los dos encienden, ahora sí, una gran fogata, y bailan juntos alrededor...
Héctor mira a Jaime como si éste estuviera delirando.
JAIME: No, ¿verdad? Por lo del artículo séptimo, se deshecha este final.
HECTOR: Por favor, Jaime. Busca algo más realista.
JAIME: ¿Te parece que debe ir algo realista? Una obra en el polo norte en que hay que cazar focas y contar historias, ¿y tú quieres algo realista?
HECTOR: No sé si realista, pero sí congruente con lo que ha pasado antes. Anota (Jaime anota.): Ron termina de contar su historia y Bob queda mudo, atrapado por el relato. Entonces Ron se avienta sobre Bob tratando de devorarlo. Bob se defiende, pero Ron parece más salvaje. Logra detenerlo y le dice: "¿En verdad quieres comerte mi carne, Ron? ¿La carne de un hombre insensible que no cree en las historias? ¿Has pensado lo que va a pasar si me comes? ¿A quién le
contarás tus historias?" Entonces Ron, derrotado, admite su error y se sienta a un lado de Bob.
JAIME: (Ríe) Excelente final, ¿por qué no lo intentamos?
HECTOR: Está bien.
Héctor y Jaime se colocan en las mismas posiciones que tenían al terminar el cuento.
HECTOR: (Hacia la cabina.) ¡Luces, por favor!
El escenario queda iluminado como lo estuvo durante el cuento.
JAIME: "En algún lugar, confundido entre cientos de miles de sus congéneres, este hombre humilde suspira una brisa de libertad..."
Héctor queda en una actitud absorta. Jaime se avienta sobre él y empieza a simular que se lo come. Hay un forcejeo que dura algunos instantes.
HECTOR: Jaime ya... Déjame hablar...
JAIME: (Sigue luchando.) Haz tú el esfuerzo, ¿qué no eres actor?
HECTOR: Quedamos en que lograba controlarte para decirte...
JAIME: (Sigue luchando.) Pues sí, pero no has hecho nada para controlarme, haz el esfuerzo.
HECTOR: Así no se puede, no habíamos quedado en eso.
JAIME: (Sigue luchando.) Déjate de babosadas y actúa. Entrégate al personaje, no seas chiple.
HECTOR: (Trata de zafarse. Cuando lo logra se para.) ¡Basta! De veras que eres un salvaje, Jaime.
JAIME: No me llamo Jaime, me llamo Ron. He ganado mi apuesta y voy a cobrarla. (Vuelve a aventarse sobre Héctor.)
HECTOR: (Tratando de zafarse.) ¡Déjame! Actúa, iditota, no estés soltando madrazos de a verdad...
JAIME: (Sigue forcejeando) Es para que sientas, no estás sintiendo al personaje, Héctor, no eres honesto...
HECTOR: (Consigue zafarse) ¡Ya estuvo! ¡Es suficiente! (Arreglándose la ropa y el cabello.) Ya pensé bien y ese final no funciona. Hay que buscar otro. Anota. (Jaime anota.) Eeehhh... Veamos... ¿Qué estará bien?
JAIME: ¡Ya sé! Mira, Ron y Bob luchan como lo acabamos de hacer, cuando se aparece el tipo del cuento en un helicóptero para rescatarlos. Al fondo, se escucha la música alegre.
HECTOR: ¡No, Jaime!
JAIME: ¿Por qué no?
HECTOR: En primer lugar, no hay con qué hacer el efecto. En segundo lugar, si pones al maniacodepresivo ése a manejar el helicóptero, olvídate de que se salven Ron y Bob. Y en tercer lugar, ¿de dónde vas a sacar otro actor?
JAIME: (Pensando.) ¿Qué otra cosa....? ¿Qué otra cosa...?
HECTOR: Busca algo realista, congruente, lógico. ¡Ah, ya lo tengo! Cuando Ron termina de contar su historia, Bob saca una pistola y amenaza a Ron. Este queda condenado a contarle historias por el resto de sus días.
JAIME: No mames... (Se tapa la boca.) ¡Perdón! Pero es que sí te pasaste, ves mucha tele, oye. Tiene que ser algo que vaya relacionado con el cuento. Si no, ahí sí que va a parecer un final sacado de la manga.
HECTOR: Vaya. Por primera vez te doy la razón. Algo que esté relacionado con el cuento... Tomando en cuenta que hace frío, un frío de los mil demonios...
JAIME: Y que los dos quieren sobrevivir...
HECTOR: Podría ser que cuando Ron termina la historia...
JAIME: Va a tratar de echarse sobre Bob para comérselo...
HECTOR: Pero resulta que Bob está congelado...
JAIME: Y Ron también. Ninguno de los dos puede moverse.
HECTOR: Quedan petrificados...
JAIME: Y se dan cuenta de que los dos son idénticos. O sea que descubren que son uno mismo, el mamón pedante y el simpático humilde... Uno sólo...
HECTOR: Y entonces se escucha la música nostálgica y melancólica...
JAIME: Y ambos comentan, porque todavía pueden hablar, sobre la belleza de la música...
HECTOR: Sobre lo estético que quedó su gesto petrificado...
JAIME: Y se ríen el uno del otro, y cada cual se ríe de sí mismo...
HECTOR: Y lloran, pero lloran de risa con lágrimas que parecen granizo.
JAIME: Porque los dos se han encontrado en la historia... ¿Lo intentamos?
HECTOR: Orale.
Ambos se colocan para iniciar la escena, pero Jaime se queda pensando.
JAIME: Oye... ¿No se te hace muy cursi esa escenita para el final?
HECTOR: ¿Cómo que...? (buscando complicidad) Jaime, vamos a intentarlo, por favor...
JAIME: No. Tenemos que ser honestos. Si la escena no funciona, no funciona y punto. No vamos a enjaretársela al respetable nomás por salir del paso, ¿o sí?
HECTOR: (Respira hondo) No...
JAIME: Bueno... Habíamos quedado en que todo tenía que estar relacionado con el cuento, y que había que tomar en cuenta las... las... ¿cómo les llaman ustedes?
HECTOR: ¿A qué?
JAIME: Pues eso, que si hace frío, que si estamos cansados, que si estamos en el polo norte...
HECTOR: Circunstancias dadas.
JAIME: Eso. Vamos a hacerle caso a las circunstancias dadas. Ahí debe estar el secreto.
HECTOR: Jaime, ¿y si le preguntamos al público?
JAIME: ¿Preguntarle?
HECTOR: Sí.
JAIME: (Después de pensarla) No... Seamos responsables, por favor. No vamos a andar haciéndole al payaso como en las obras para niños en que tratan a los escuincles como tarados: (Burlón, al público) ¿Por dónde se fue el lobo, niños, por acá, o por allá?
HECTOR: Bueno, bueno. Está bien. Tampoco funciona... ¿Se irá a tardar mucho el Diego?
JAIME: Lo que sea necesario. De todos modos, si estamos así, es porque no quieres hacer el final lógico.
HECTOR: Es que ése tampoco puede ser, Jaime, es muy obvio.
JAIME: Sí, obviamente se mancharía tu carrera, tu reputación, tu nombre...
HECTOR: Bueno, bueno... Vamos a suponer que ése sea el final. Me tragas ya ya. ¿Y luego?
JAIME: ¿Luego qué? Pues nada, es el final, ¿no?
HECTOR: Entonces me contaste una historia, sobreviví por eso, fui tragado, y la gente se va muy contenta a su casa. Maravillosa obra. Genial. Sencillamente genial. No, Jaime, eso es muy evidente, tiene que haber algo inesperado, imprevisto, no contemplado, que no sea... ¿Cómo decirte? ¡Carajo! Creo que no me entiendes...
JAIME: ¿Y si te como a pedacitos? Se supone que pasan los días y cada día me voy devorando una parte, hasta que no queda nada de tí, y entonces sí, me doy cuenta de que qué caso tuvo comerte si ahora no tengo a quién contarle mis historias.
HECTOR: ¡Ya! ¡Ya lo tengo! Apúntalo, éste es el bueno.
JAIME: (Tomando pluma y papel) ¿Te inspiré?
HECTOR: Cállate y escribe: "Ron ha terminado su historia, satisfecho. Hay un enorme silencio. Un silencio helado... Helado como el viento. Un silencio angustiante...
JAIME: ¿Y luego?
HECTOR: Luego Ron se acerca a Bob para cobrar su apuesta. Se dispone a saciar su hambre, cuando descubre que Bob ha muerto. Mientras Ron contaba su historia, Bob moría lentamente, como
dejándose llevar por las imágenes que surgían, como evadiendo su realidad a través del cuento...
JAIME: No. No estoy de acuerdo.
HECTOR: ¿Otra vez?
JAIME: ¿Es que no te das cuenta lo que eso implica?
HECTOR: Es poético, ¿no?
JAIME: Poético o no, le estás diciendo a tu público, muy por debajo del agua, que las historias son para enajenarte, para olvidarte de todo...
HECTOR: ¿Y no es así?
JAIME: Pues claro que no. Las historias deben servirte para enfrentar tu realidad, para hacerte crecer, para ponerte a pensar, no para que te vayas muriendo lentamente, evadiendo tu realidad. (Señalando al público) Para el caso, mejor se hubieran quedado en sus casas a ver la telenovela estelar, ¿no crees?
VOZ DE IRMA: (Desde un micrófono en cabina) Señores, el tiempo sigue corriendo. Les quedan cinco minutos. Mis técnicos tienen familia, mi marido y mis hijos me esperan y el tiempo es oro. Además la situación en el país no está como para andar desperdiciando energía eléctrica ni recursos humanos. No nos vamos a estar aquí toda la noche esperando a que pase algo. En cuatro minutos y cuarenta segundos se cierra el changarro, con todo respeto.
Jaime y Héctor se quedan viendo, petrificados, hacia la cabina. Hay una pequeña pausa, y surge la inevitable ansiedad.
JAIME: ¿Cuatro minutos?
HECTOR: Y de Diego, ni sus luces, caramba.
JAIME: (Hacia la cabina) ¿Y qué pensará esta señora que vamos a hacer en cuatro minutos? ¡El arte no se contabiliza, señora! ¡La creatividad es algo que no se puede limitar! Usted, como no sabe de eso...
HECTOR: Ya, ya. Cálmate. Vamos a retomar. Vamos a retomar donde nos quedamos y dejamos correr, a ver qué se nos ocurre.
JAIME: (Sigue viendo a la cabina) ¡Foca fodonga!
Héctor le da las hojas a Jaime. Lo acomoda en el centro del escenario, y se sienta a un costado, en la misma posición en la que estaban cuando se narró la historia.
HECTOR: (A la cabina) Luces, por favor. Es la última vez. Vamos a retomar. Si les queda tiempo, por favor, nos ponen la música fondeando y antes de que se vayan, le van subiendo el volumen. Empieza, Jaime. Déjate llevar...
Un cenital sobre Jaime y luz azúl en el resto del escenario. Se escucha la misma melodía, a lo lejos.
JAIME: (A Héctor) ¿Listo?
HECTOR: Cuando digas.
JAIME: "Finalmente, la puerta se abrió. Una mano fina pero avejentada extendía un sobre. El sobre que había significado tanto en su imaginación y que ahora él veía como un simple trozo de papel. Lo tomó entre aplausos y musitó un indispensable "gracias".
Zigzagueando en la noche lluviosa, encontró un basurero al que arrojó el sobre sin abrirlo.
La música sube de volumen lentamente. Jaime y Héctor se van envolviendo en la tira de papel interminable que jalan del aparato de fax.
JAIME: En algún lugar, confundido entre cientos de miles de sus congéneres, este hombre humilde suspira una brisa de libertad...
Héctor queda inmóvil, con una actitud de asombro. Jaime va a abalanzarse sobre él, pero queda inmóvil, congelado. La música va subiendo muy lentamente.
HECTOR: ¿Ron?
JAIME: ¿Bob?
HECTOR: ¿Bob?
JAIME: ¿Ron?
HECTOR: ¡Jaime!
JAIME: ¿Héctor?
HECTOR: Héctor...
JAIME: Jaime... Al fin...
HECTOR: Escucha... Escucha, escucha la música...
JAIME: ¡Qué hermosa música!
HECTOR: Es como el soplar del viento en el hielo...
JAIME: Y la música crea figuras...
HECTOR: Tú y yo, o sea yo y tú, somos las figuras que crea la música.
JAIME: Mira, somos como los dos lados del espejo. Congelados.
HECTOR: Y los dos estamos de los dos lados...
Jaime hace un esfuerzo por alcanzar la mano de Héctor. Quedan congelados, pero tocándose la punta de los dedos. Empieza a nevar. Entra Irma.
IRMA: (A Héctor y a Jaime) ¿En qué quedamos muchachos? Lo siento, pero ya es hora. (Hacia la cabina de luces) ¡Vámonos, señores, por favor!
Irma, muy sorprendida, se queda viendo la nieve que cae lentamente, mientras Héctor y Jaime siguen en su delirio.
JAIME: Somos casi transparentes.
HECTOR: La luz nos atravieza.
JAIME: Puedo ver tu interior, puedo verme en tu interior...
HECTOR: Mira nuestros cuerpos, inmóviles, estáticos, como si los hubiera hecho un artesano.
Las luces se han ido apagando hasta quedar en obscuro total. Se escuchan los últimos compases de la melodía. Luego suena el teléfono. En la obscuridad, escuchamos la voz de Diego, a través de la contestadora.
VOZ DE IRMA, EN LA GRABADORA: Está usted llamando al Teatro (Aquí el nombre del teatro en que realmente se lleva a cabo la función). Por ahora no podemos atender su llamado; si desea enviar un fax, puede hacerlo en este momento. Si prefiere dejar un mensaje, espere a que suene la señal; muchas gracias.
Se escucha la señal, un timbre agudo y breve.
VOZ DE DIEGO: Muchachos... Estoy muy apenado... Me tardé mucho en llamar, ya lo sé. Pero es que, la verdad, no sé qué me pasa. No me gusta escribir así, a contrareloj... Ya sé que fue mi idea, y todo... Pero no se me ocurrió nada para el final. No sé, es cierto que Bob sí se conmueve con la historia y que por lo tanto pierde la apuesta, pero también Ron sobrevivió al contar la historia. Se me hace muy cruel terminar con una lucha entre los dos. Están en el polo norte, hace un frío de la tiznada... Enfín... Para no hacerles el cuento largo, se me ocurre que ahí la dejen. Tal vez el público podría irse satisfecho con una obra sin final. Tal vez cada espectador pueda imaginarse su propio final, el final que se le antoje... Bueno... Se me acaban las monedas... Los dejo...
Durante unos segundos suena el tono ocupado del teléfono......