Cristina Vila
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De Poesía para los pies
 

III
 

Érase la más cachonda y resbaladiza
pieza de arquitectura ribeteada,
con dos chorretes de lujuria
a los costados del portón.
Érase un desmaquillado figurín
refugiado entre los escalones
octavo, noveno y décimo,
recostado como una de las piedras.
Érase una chapa chapada en oro
que, rozando la mano del figura
cayóse del cielo al fango,
y no sirvió ésta para nada
que no fuera provecho del tonto.
Érase un lagrimal pedregoso
recorriendo fugaz los escalones
tercero, segundo y primero,
siguiendo la huella del oro,
sin querer,
pero queriéndolo todo.
 

IX

Si crees que con la noche nace el horizonte,
Si crees que sorber el mar es asunto de locos
Y que los deseos de tu cuerpo no son los tuyos,
Habiendo de mirarte en un espejo para reconocer tus ojos,
Acaso debas medir mejor tus alas rotas
Y contar las plumas que le faltan al disfraz;
No tragarte los segundos como en un banquete,
Que además no es sólo tuyo,
Sino de la luna, de la sal y de los majaretas.
Aquello que tiras es el pan del corazón,
Un pequeño órgano de explosión y retraimiento
Con el complacerte o disgustarte o,
Como tú haces, encadenarte al viento y marearte.
Así que olvida tu promesa de normalidad absurda,
Cuélgate como mejor puedas a tu carne
Y regresa a ti por el camino más corto que conozcas,
Quizá de noche, con tus plumas blancas,
Pero desnudo de rabia.









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