DETALLES DEL AMOR Y DEL DESEO
Del libro en preparación Tantralia
Voy a aprender tu nombre de kutasha
—del que todavía me olvido—,
soy impuro y celoso...
Yo no sé cuál es tu nombre;
pero tú eres lo más valioso dentro de mi alforja,
tesoro en oro
dentro y fuera de la morondanga.
Nos conocimos en Catalunya nova
donde el cuerpo es tan sagrado
como negarlo en un ciclo eterno de renacimientos.
Creí que estaba en el paraíso porque te ví...
Mencionaré otros recuerdos de mixoscopía
porque yo sé que fuíste virgen,
y hay que sangrarte cada día
para que haya un manantial,
hoy que ya no lo eres.
En mi carne, sudaste las hebras de plata.
Zanjaste sequedales y de tus laberintos
se unieron aguas de la inercia
con aguas de mi bulbo raquídeo
y así nos conocimos bajo una tormenta de meralgia.
Antes de irte con tu mugrero de sílabas sacras,
¿qué hicíste sobre mi ombligo y mis escrotos,
qué marunga bailaste sobre el pene?
¿Con qué trozos de ajenos relámpagos me llenaste
las pupilas de luz, de diluvios, de viscosas madejas?
Garras me sobran... pero yo amo
este vestido que te quitas cuando me robas la piel.
Me estremecen tus comportamientos de sattva
y de ogonio y tus gemidos cuando rajas al Tat
y no se sabe quién es madre e hijo
cuando te mueres a plazos
debajo o encima del meteco,
mientras comes el akasha al mataperro.
Tú cuelgas milagros a las ramas,
atrapas energía del sol y te dedeas,
te abres, te excitas, te mojas
y fuera de las bragas, eres un macuache malvezado.
Yo sé que se te emboza la raja
como si te llovieran los besos desde los cielos
o de las copas de los árboles
y que se relampaguea de clorofila
la piel que te obtuvo, o que fundas
al romperse en los dolores de tu colcha
tu lumia de muchos velos, la fenoménica
sed de destino y de tiempo, aquí y ahora,
toda la Maya, toda la Maya.
Conozco que son muchos los árboles
que vienen a tu ribera a dejar cada hoja,
a enflacarse de otoño, a pedirte amor
y ligamentos y raíces.
Son tan dulces tus costillas unidas
a cualquier tallo, te quieran —o no—
los comegenes que repudias,
los iguales que aman, los que sueñan
inútilmente parecerse a ti para atraparte.
pero no tienen esa suerte, corazón adentro.
No hay tonto que replique para su provecho
—no hay tonta que no se trepe
al tronco de nogal y no se mueva hasta sacar
su pulidez y lustre al pardo rojizo.
La voluntad del placer es tan soberana, tan soberana
que traiciona, que separa, que solve...
¡Qué no has hecho por una robusta tranca!
por eso a las mil y quinientas,
sin que amanezca, yo te pregunto
si me quieres más a mí, o más a otros...
Te he buscado como forastero que llega
al templo, como metelón entre vestales...
Donde quiera que huela tu olor de hormona,
pregunto por tu médula adrenal y por las horas tardías,
por tu concha y por la forma de artesa de tus babas...
y, cuando tengo suerte, tu soledad y la mía se hallan...
Si aprendo tu nombre, te habré dicho gracias
por primera vez y estaré por admitir
que te he querido a veces, que me has quitado
los mocos, que me has herido el rostro,
que me dueles cuando no me recibes
tanto como me duele que no busques
en mis propios caminos y navas...
No que te quiera mejor como en ollas de Egipto
ni menos que te quiera en andanzas de rogona —
pegostes nomás de adobe
y no que no tengas marmita para cocer el rancho
a la tropa —; sí que la tienes y por eso te olvido,
porque los celos hacen daño y mejor no tenerlos;
pero yo no aprendo a recordarte
todo lo bien que mereces
ni te amo todavía lo suficiente para que no me duelas.
Tu nombre se ha confundido
con tantas cosas, agradables y diarias:
—la chava con pantorrillas en alto,
encima y abajo de metecos
y los tobillos lujuriosos que ríen,
con la boca satisfecha y la sonrisa tan amplia.
Has dicho que han nacido guajalotes en las recámaras
aunque, de cierto, que de mole para esa noche no pasan...
—el ombligo provocador, el hondo abismo,
—los senos que se mecen,
con ritmo dulce y juvenil de colegiala;
—sí... tú eres quien, al examinar la morondanga
del que viene y va, inspiras mi recuerdo,
me das para hoy y mañana, más nunca hartazgo eterno,
cósmica abundancia;
nada entregas de este mundo que carezca
de hermosura rutinaria, diariamente brutal, eres.
Entonces, yo pienso que, con tu amor,
mi vida seguirá vacía... y por eso...
—un pinche ombligo, ricas nalgas, deseo
y nostalgia de amor, ¡eso eres aún!...
¡Es lo que quieres ser; es lo que puedes!
No eres loca que coma lumbre, ni yo tu igual
aunque quiera quererte y sepa que aún me quieres,
pero no me redimes ni me necesitas ni me lloras...
Yo tengo que quererte con la misma propiedad
con la que mis ojos te han comido y perdido
en la tragedia cotidiana y natural, que tú me olvidas.
Me has gustado y es injustamente predecible
que te haya olvidado tantas veces, repitiéndote...
¿Por qué sigo creyendo que el amor puede ser más
que amor y el placer, una puerta y un naufragio?
Si —en el mundo— tus milagros se vuelven
la accidentalidad tras la antigua idolatría
—la penia, miseria de timbal y patarata.
Voy a aprender cuán dura es tu costilla
por causa de que te encuentro para volver a perderte
y fingiré que te amo menos de lo que te amo
para que confíes en tu órbita
y para que me veas como el sol, que se aleja
cuando otro ajeno sistema planetario
está más cerca que mi aliento encima de tus pechos;
pero te voy a seguir, similar ronda del eje
por el que giras como si fueras un lujo perdido,
irremediable...
Como si fueras una tragedia, un suicidio,
un mal sabor divino, una blasfemia tracalera,
—mi bien amada.
2
Yo sé que te quiero porque eres única.
En el fondo, no me necesitas para nada
y has rechazado de manera igual
toda forma coactiva de externa aproximación.
Me gustan las mujeres como tú:
solipsistas, anárquicas, sin dueño...
Daría algunos nombres para mencionarte;
¿y a quién importaría, después de todo?
El fundamento de cualquier relación
se define desde ti y tu red de autonomía.
Yo me cuelgo de tus escupidos.
Conozco tu miseria de araña
y la supremacía de tu vagina fumigada.
Siquiera tiene la evolución del patrio gobierno...
Hilas mi abismo de plata y soy el suplefaltas
al que sólo has compensado
con besos, distancias y recelos.
El mundo externo se subordina
a la única realidad de tus pelos
y yo recuerdo que sudas tu conocimiento
y se me antoja tu calidez y tu sudor
como lo más bello del torbellino de la historia.
Hemos sabido ser cómplices,
con el susurro del AUM...
3
No existe más que el yo,
el yo que hierve en resina alcanforada
cuando el amor se vuelve un talismán
es decir, la mujer que filtra el tabonuco,
o sale de cualquier árbol
en que esté metida,
como Filis en el almendro.
4
¡Qué maravillosas son las mujeres
que entran por los ojos
y que dejan su arcoiris en las pupilas
y los pedazos de estrellas, aunque fugaces,
como olor que no escapa
al tajalán que gruñe hasta las trencas;
qué maravillosas cuando se convierten
en memorias para los dedos
y nos desprecian, a media talla,
porque han visto sus sombras
derramadas sobre el pecho como babas!