Arturo Salazar
 

ATANASIO



Algo lastimó fuertemente una parte de mi cuerpo que me hizo volver de mi letargo. ¿Qué parte? No lo sé, pero "eso" aún está ahí y me sigue provocando molestia.

Todavía no sé quién soy; o qué soy; y mucho menos en dónde me encuentro. Las ideas empiezan a llegar lentamente a esa parte de mí que se encarga de administrarlas y suministrarlas. Intento mover alguno de mis miembros, que ya empiezo a identificar, pero no puedo; es como si los tuviera pegados.

"Eso" que molesta todavía está por ahí. Una parte de mí ya reacciona mejor; capto extrañas vibraciones en las cercanías. Muevo los brazos, pero... parecen estar pegados a mi cuerpo. Sí; y no son brazos; son.. ¡alas! Ya recuerdo; empiezo a recordar. Sí; lo último que hay en mi memoria es ese fuerte golpe en la cabeza que me hizo perder el sentido y despertar más tarde en... sí; en un perro. Ya veo hasta ese momento; antes de ser.. ¿Qué soy ahora? No lo sé. Pero sí, antes de ser... lo que sea yo ahora, fui un perro; y morí como perro. Qué triste; no quiero volver a ser perro. Ahora sé el por qué de la frase "qué perra vida" o la de "morir como perro". Pero a mí... bueno, en realidad fue una perrada el haber muerto así.

Sí. Cuando recibí el primer garrotazo empezaron a caer todos los demás. Decían que yo tenía rabia. Estúpidos; pero más estúpido yo que me fui a meter a esa casa a tragarme esa maldita agua. Si hubiera sabido que la mujer estaba lavando y que la charola contenía jabonadura, no la trago; pero es que además la sed que tenía estaba perra; -¡no sea payaso!- perdón, quiero decir que era mortal.

¿Mortal? No sé si hubiera sido mejor morir de sed que a palos. Lo bueno fue ese golpe salvador que dio en mi cabeza, si no, tal vez todavía estuvieran golpeándome. O quizás hubiera muerto de los dolores; ya tenía todos los huesos fracturados.

¿Hasta cuándo terminará este peregrinar? Ya me siento cansado; y yo no tuve la culpa de lo que me ví precisado a hacer. Y ahora ni siquiera tengo la oportunidad de apelar a la sentencia; de hablar; de defenderme.

"Eso" que molesta todavía se encuentra por ahí, moviéndose de un lado a otro; duele. Empiezo a identificar ya las partes de mi cuerpo. Los brazos, perdón, las alas, porque... sí; son alas; y cuando las quiero estirar duelen; ¡puedo sentir! Significa que hay tacto; ¡puedo sentir!

Pero, ¡maldición! ¿por qué me alegro de poder sentir? Si es el peor de los sentidos; es el que menos quiero tener. Fue muy doloroso haber muerto a palos. Ya recuerdo los otros sentidos, aunque... no escucho nada; no veo y... sí; la molestia que siento es en los ojos. Es una molestia intensísima. En cambio, puedo oler; hay un fuerte olor a ¡humedad!

¡Ah! creo percibir por ahí un sonido lejano; entonces sí oigo; entonces antes no escuchaba porque estaba todo silencioso.

El otro sentido... ¿cuál era? ¡ah, sí! el sabor, aunque por ahora no estoy muy seguro de éste.

La "cosa" parece alejarse un poco y...¡veo! ¡puedo ver! y ya no hay dolor.
 
 
 

Ahora recuerdo con mayor claridad; puedo recordar que antes de ser perro estuve en el cuerpo de... una triste gallina. ¡Ay, no! ¡Gallina! ¡Ufff!

Aunque no tengo muy claro cómo llegué ahí, sí alcanzo a distinguime en el patio de la granja. Aquel enorme rancho lleno de otras especies de animales domésticos. Se ve gran alboroto; parece que están de fiesta. Una de las muchachas cumple años y le van a celebrar con un fandango. Al fondo, más bien en el interior de la casa, se escuchan voces alegres que gritan a coro: ¡mo-le! ¡mo-le! mo-le!.

Cada vez que empiezo de nuevo, mi mente sufre un leve colapso y pierde una buena cantidad de información. ¿Mo-le? No ubico bien en qué consiste la fiesta, pero se oye interesante ese: "¡mo-le! ¡mo-le! ¡ mo-le!".

Se aproxima hacía mí un grupo de personas; seguramente vienen a invitarme; pero claro, yo no debo aceptar a la primera; debo hacerme del rogar, es decir, daré unos brincos por aquí y por allá. Que me den la importancia que merezco.

"¿Agárrala?" ¿Cómo que "agárrala"? ¿Pues éstos qué se piensan? Ah, no. Si me van a invitar que sea con modo, si no, no voy.

Ay, desdichados; lograron atraparme; pues cómo no, si eran muchos; ¡Hey, hey! No me amarren las patas; eeee.. los pies; eee... bueno, las patas. Suelten, suéltenme. ¡cuac! No, qué digo; ¡cloc!

No, no; suéltenme el pescuezo; suelten malditos que me lo van a romp...
 
 
 

¡Uf! Y me lo rompieron los muy... lo último que recuerdo de esa ocasión es que todavía traté de defenderme soltando algunos aletazos. Y después, nada.

Aún me parece escuchar el leve ¡trac! de mi frágil pescuezo al ser retorcido y sentir a su alrededor la callosa mano del "matapollos"; o la "matapollos"; ni cuenta me dí qué fue mi ejecutor en mi desesperación por tratar de escapar. Aunque para el caso lo mismo da.

Ahí está de nuevo la "cosa" que lastima y mi sentido del olfato registra la presencia de seres diferentes a los que conviven conmigo en este nuevo habitat. Ay, este dolor otra vez en los ojos. Ya caigo; cuando la "cosa" llega, me provoca dolor y éste impide que yo vea.

Pero bueno, esperaré que se aleje. Ah, no; y peor me pasó cuando fui...

No sé cómo llegué ahí pero sí que resbalé y caí; y para mi mala suerte, en la espalda de esa infeliz gritona que estaba -o la tenían- recargada a la sombra del árbol. El tipo que la acompañaba sacó rápidamente las manos de donde las había metido y soberano manotazo me aplicó; fui a dar hasta la banqueta; esto sí lo puedo ver claramente. No sé qué me dolió más: el zarpazo o la caída en el cemento. Afortunadamente, esa envoltura que poseía estaba cubierta de unos gruesos pelos que acolchonaban las caídas; pero sólo eso, los pisotones no.

El sujeto se incorporó de un salto y enseguida tuve su pie encima de mí, remoliendo para asegurarse que no quedara nada. Dos chorros del viscoso líquido que rellenaba el miserable cuerpo que poseía pasaron a los lados de la microcabeza, que fue lo único que resistió el infame pisotón. Quise arrastrarme ayudándome con las manos, pero ¿cuáles? por un momento olvidé que los gusanos carecen de extremidades. Ahí permanecí hasta que las hormigas dieron cuenta de lo que quedaba de mí. Fue una agonía lenta y dolorosa: consumido en el sol.
 
 
 
 

Ahí anda la "cosa"; y escucho voces: "Aquí es; y allá al fondo se localiza la veta, como pueden ver ustedes". La "cosa" se mueve repetidas veces y se escucha un fuerte ruido; como batir de alas. Sí, muchas alas como si cientos de aves emprendieran el vuelo. Y además un sonido como de ... chillidos de ratas.

Pero lo que resultó un verdadero castigo fue cuando me volví escatófago. Ahí estaba yo encima de un enorme montón de excremento dándome un suculento festín. Pero como nunca olvidé mis anteriores gustos, seguidamente me dirigí a la primera casa que encontré y busqué por dónde entrar. Por suerte la ventana que me interesaba permanecía abierta y por ahí me introduje, realicé un ligero vuelo a media altura para mi seguridad y acto seguido, estaba sobre la panera, degustando otro de mis platillos favoritos: el azúcar del pan.

Froté mis manos... eee... patas -las anteriores-, repetidas veces, saboreando de antemano lo delicioso de la cubierta de chocolate de las conchas y me dispuse a satisfacer ese voraz apetito que ahora poseía; ¡no había nada que me satisficiera!

Realicé varios vuelos en corto para degustar otros panes, pues había también chambelanes, cuernos, -¿perdón?- panochas y... bueno, de todo; me daba la gran vida.

No ví cuando el maldito mocoso me atrapó al vuelo con una mano y me dio un azotón contra el piso. Se estaba volviendo costumbre. Y ahí quedé inconsciente, con las patas para arriba. No sé cuánto tiempo; pero ese golpe y con la fuerza que me arrojó el muchacho era para matar a cualquier pobre insecto de mi clase. Sin embargo, no sé por qué artes, el desgraciado pequeña bestia al poco rato me había resucitado. Y entonces empezó lo bueno: en un recipiente con agua me sumergió hasta que perecí ahogado; o ahogada, no sé, -ni me importa, al fin que los espíritus no tienen sexo-, y cuando se cercioró que estaba totalmente sin vida, me colocó bajo un minúsculo montón de sal y me hizo volver a la vida; y después me ahogaba y después el montoncito de sal; y después... no, no, no; eso sí que fue terrible.

Morir, revivir; morir, revivir; morir, revivir. Toda la tarde, hasta que finalmente, cuando se cansó, ¡zap! el zapatazo. ¡Qué poc...a angustia la del escuintle!

El gusto que me quedó fue que una de las ocasiones del recipiente con agua, todo lo que había comido antes del azúcar lo dejé para él.
 
 
 

La "cosa" se retiró por un momento y el batir de alas se acalló. Por mi parte creo que también puedo mover las mías y me da la impresión de que estoy... sí cabeza abajo; como colgado. Y creo que ya se dónde me encuentro: en el fondo de una profunda caverna.

Y aquella ocasión cuando... bueno; al fin me tocó ganar una. Con ese nuevo cuerpo me identifiqué rápidamente: era una araña. Me dí cuenta por el fino surtidor de babilla que lanzaba por las fauces y de inmediato se "solidificaba", convirtiéndose en un poderoso hilo con la consistencia del acero, capaz de soportar mi propio peso y el de varios entes como yo.

Pues ni tardo ni perezoso de inmediato me dispuse a trabajar en lo que podría servir como trampa de caza o como lecho nupcial, lo que primero se diera.

Y aquí fue donde la suerte, decía, fue pródiga conmigo. Lo que se dio primero fue una noche de bodas con una bella hembra de hermosas patas. ¡Ocho! ¡Ocho patas! ¡Y qué patas! Y esa enorme y bella bola abdominal.

Aunque en la parte superior del escultural abdomen ostentaba un curioso dibujo en un llamativo color rojo, a mí no me importó; yo estrenaría mi cámara nupcial esa noche. Y sin decir palabra, con ese don tan especial que poseo para este tipo de cosas, puse a prueba la elegante recámara tipo Luis XV que había resultado de mi destreza para tejer telarañas. Pero, ¡oh, sorpresa! después de habérmela pasado tan a gusto con mi conquista, repentinamente que me lanza un artero mordisco. Yo, pensando que era parte del rito, o de un nuevo embate amoroso, accedí de buen grado, y ella en cambio, sin decir agua va, me propinó otra feroz tarascada que me cercenó una pata; y después otra; y otra más. Me atrapó con sus tenacillas y me llenó de su pestilente baba; todavía llegué a pensar que me estaba colmando de "besos". Pues sí; pero eran los besos de la muerte: Me estaba preparando para banquetearme. El ataque fue tan rápido que no tuve tiempo de nada; pronto ella me ató en mi propia telaraña para llenar todo mi cuerpo de esa babilla apestosa, y de inmediato comprendí y supe por qué a esos tristes bichos les llaman la "Viuda Negra". Sólo escuchaba el tronar de las patillas que me sobrevivían y después mi propia bola abdominal.

Y luego, otra vez a empezar.

Estaba visto que yo no pasaría de ser un vil insecto, con vidas apenas efímeras, porque lo de la cucaracha, no quiero ni recordarlo. Con sus cuatro malditos corazones. Cuatro miserables agonías.
 
 

Allá en el fondo percibo "la cosa" que se aleja junto con las voces que la acompañan. Y... ¡puedo mover mis alas y mis patas!

Creo que he vivido todas las clases de muertes; la única que no recuerdo haber padecido es incinerado, pero afortunadamente, la época de las brujas ya pasó a la historia, así que será muy difícil que nazca en una de ellas, de tal manera que esa, que es una de las agonías más dolorosas aunque breves, creo que ya no la voy a sufrir.
 
 

*****

Provenientes de lejos, al parecer de la entrada de la cueva se escuchan ruidos y voces excitadas. Una de ellas dice con tono autoritario: "Aquí es; todos a trabajar. Lo primero que hay que hacer es acabar con toda clase alimañas que pudieran existir en el interior, de otra manera no avanzaremos nada. Préndanle fuego a la caverna".
 
 

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