Raúl Ramírez García
 

SER O NO CERDO


 
 


Ya tienes una proeza distinta que presumir, y no como las que diario llegas contando, para creerte un Cid Campeador Moderno, cabalgando el aburrimiento de los camiones, feliz porque ganaste lugar vacío en ruda pelea versus una viejita pachiche, una señora timbona y su hijo empericado; no sin antes haber liquidado un ruquito jiricueto.

Ahora te sabes peor que cuando subes sin pagar por la cola del transporte y la gente acusa con sus ojillos mejor que cualquier tribunal severo. Miras en torno a tu desabrido rostro de payaso, enfadando a la gente que paga la risa. Pero sigues igual, girando la cabeza como un mono de ventrílocuo y las personas haciendo que duermen, derritiendo los vidrios de hastío y por qué no, soportando una fumigación tuya o frotándose el olor juvenil de las pobres muchachas que como tú, deben subir a los autobuses tripones porque les urge llegar puntuales al trabajo; pero esto no te inquieta, ni el temor a un piquete de verduguillo en el abdomen para robar tu cartera o alguno más para evitar tus gases. Te agobia tener un bolso ajeno, por más señas es de mujer. Parece quemarte, quieres dejarlo, pero necesitas dinero, tal vez trae mucho, o si lo vendes a una chava te harás de feria. Quieres bajarte, pero quizá la gente descubra tu incomodidad y te señale como presunto vulgar ladrón, criminal, loco, violador y mal padre aunque no estés atado. No, mejor será no bajarte, hasta llegar a la terminal y de ahí te vas a un baldío como que traes ganas de... Mejor abordas otro camión, porque seguramente la dama que perdió su bolso ya lo reportó y sigue la pista a tu ruta; para confundirla sigues sin rumbo fijo y te olvidas de que ibas a trabajar. Si te castigan o te corren qué le hace, al cabo traes dinero en una bolsa. Llegas al centro de la ciudad, entras a un edificio comercial, vas al sanitario, te acomodas en la taza como escudo nacional, estás a punto de abrir la barriga al bolso y te detienen los remordimientos, a lo mejor la señora ha sido internada en el manicomio por acusar a todos de: ¡Méndigos ladrones culeros, me dejaron sin chivo! O cabe la posibilidad que alguna pequeña se la haya tomado a su mamá y ahora casi la mediomatan a besos del suelo. Pero te anima saber que a tu cuñada y a tu novia queridas, les ha pasado lo mismo, por pendejas para qué no cuidan su bolsa donde quiera la largan. Unas por otras, dices y corres el cerrojo de la bolsa. Te asomas al interior y descubres, además de perfumes, lociones, talcos, pantaletas, chicles, una foto de un hombre desnudo, ha de haber sido su dios Onán. La bolsa tiene un apartado con cremallera, lo abres temeroso de que salga un dispositivo mortal. Brincas hacia un lado y lo que surge son billetes de a cien tiernitos. Los cuentas presuroso mientras oyes pasos y alguien que llega gritando: ¿ya mero? Nervioso respondes : sííí... ya mero. Guardas todo rápido. Sales sin echar agua al retrete. El tipo te detiene, quieres huir, pero es sólo para pedirte papel, le das para que no dé lata tu pañuelo. Prosigues tu aventura hasta tu casa. Llegas. Te encierras. Vuelves a saborear con calma las pantaletas, las hueles como una mujer sabor gardenia, les das unas palmaditas imaginando que acaricias unas nubes. Te las pones de gorrito y vacías la bolsa, escapan monedas, las pisas, cuentas el dinero: $1,200. ¡Qué padre, me fue bien: voy a ir con las encueradas, no, mejor los guardo para una necesidad.

Los perfumes optas por regalarlos pero te aterra pensar que la bolsa sea de una hechicera moderna que la dejó como reto a los ambiciosos. Quizá morirá envenenada la persona que más estimes si le das un chicle, decides probar contigo mismo, harás un gran favor a tu familia aunque ignoran tu sacrificio. Lo masticas y nada. Sigues vivito y mueleando. Piensas que a lo mejor es lo único no embrujado porque las brujas mascan chicle. Pero si doy a alguien un perfume tal vez huela a caño lleno de líderes y se desintegre con la pestilencia. O si obsequio esta medalla quizá se torne culebra y ahorque a mi novia, o esta pulsera corte las venas a mi amada y este anillo quebre sus finos deditos al irse apretando por fuerzas malignas. Y este dinero es falso y si lo gasto me atrapan y paro en el bote. Decides guardar hasta tiempo propicio el bolso. Ya que se le vayan los maleficios. Sólo permitirás verlo a tus hermanas y tu chica si te da besos tronaditos.

Muchos años arrastras, tu novia se fue con otro, tus hermanas se casaron y tú durmiendo con el bolso. Nunca te percataste que pertenecía a una mujer distinguida porque no lees el periódico, mucho menos pudiste chantajearla con el retrato del hombre impúdico. Y ni siquiera has notado que la bolsa que abrazas todas las noches es otra y está desolada.
 
 

Regreso a la página de Argos 10/ Narrativa